HISTORIA DE LANZAROTE, SIGLO XIX

28.03.2014 19:39

     Primera visita episcopal a Arrecife como parroquia

     El primer obispo en visitar la recién creada parroquia de Arrecife fue su mismo creador don Manuel Verdugo y Albiturría, quien llegó a Lanzarote el 9 de junio del primer año del siglo XIX. En esta ciudad cumplió con las actuaciones y ritual normales en estos casos, visitando en primer lugar el templo parroquial y dictando las recomendaciones que creyó oportunas sobre su competencia eclesiástica.

 

     Estancia de Broussonet

     Así como el siglo XVIII fenecía en Lanzarote con la presencia en su islote sufragáneo de La Graciosa de unos naturalistas de tanto renombre universal como Humboldt y Bonpland, el siglo XIX hizo su debut con la visita de otro personaje de alta consideración internacional en el campo de las ciencias naturales también, el prestigioso profesor francés Augusto Broussonet, quien aprovechó los pocos meses de estancia que pasó aquí para llevar a cabo algunos interesantes estudios, sobre todo en botánica, que era el tema de su especialidad.

     Hallándose en la ciudad marroquí de Mogador, afectada entonces por la peste, tuvo ocasión de aprovechar una barca que partía de dicho puerto hacia Lanzarote, en donde prevenidas las autoridades de la existencia en aquellas tierras del terrible mal, lo sometieron, tan pronto puso pie en tierra en septiembre de 1801, a una corta pero rígida cuarentena con su esposa e hija que lo acompañaban.

     Durante su estancia en la isla se ocupó de la observación de cuantos temas culturales o científicos atrajeron su atención. De los camellos dice que “son muy numerosos y bien cuidados”, y de la vegetación, tema de su especialidad, escribió: “Lanzarote está desprovista de árboles, y usan como leña una pequeña mata espinosa que llaman aulaga. Allí se encuentra la ‘Glinus lotoides’, que crece en abundancia y es empleada contra las fiebres intermitentes como refrescante. Sobre la ‘Glinus lotoides’ hay que decir que no es, ni mucho menos, abundante en Lanzarote. De las aizoáceas, que puedan crecer en abundancia en la isla, solamente existen la ‘pata’ (Aizoon canariense), la ‘barrilla’ (Mesembryanthemun crystallinum), y el ‘cosco’ (M. nodiflorum), estas dos últimas eminentemente barrilleras. La ‘barrilla’, mencionada en este sentido precisamente por el autor a continuación, nunca he oído que se usen con fines medicinales: “Uno de los principales productos de esta isla y la de Fuerteventura es la exportación de la sosa. Se obtiene de una hierba llamada ‘barrilla’. Lanzarote ha producido durante el año 1801 de 60 a 70 quintales de esta sosa”.

     De esta isla marchó para Tenerife.

 

     Desembarco inglés

     En 1805, un buque corsario inglés, amparándose en la oscuridad de la noche, se acercó sigilosamente a Puerto Naos y tras echar al agua unas lanchas se apoderaron sus tripulantes por sorpresa de dos bergantines que se hallaban fondeados en aquella bahía con sendos cargamentos de trigo.

     Cuando los vigías de los castillos advirtieron lo que estaba ocurriendo ya era demasiado tarde, logrando todo lo más, con las tardías  andanadas de sus baterías, herir a uno de los marineros ingleses. Los asaltantes se pusieron rápidamente a salvo retirándose a prudencial distancia de la costa, exigiendo luego el pago de una sustanciosa suma de dinero por la devolución de la presa, a lo que los nuestros tuvieron que acceder obligados por las circunstancias, que no dejaban opción a otra cosa.

 

     El Coronel Gobernador pretende apoderarse de unos terrenos vecinales

     Entre los años 1798 y 1799 ocurrió el sonado caso de la pretensión del Coronel Gobernador militar de la isla, Francisco Guerra Clavijo, de apropiarse de unos terrenos públicos que ocupaban parte de la zona  conocida con el nombre de Yágabo, terrenos que comenzaban un poco por encima de la orilla del mar y se extendían tierra adentro ocupando unas 70 fanegadas de superficie.

     Este sujeto, confabulado con un perito de su confianza llamado Leme, intentó demostrar que tales predios eran suyos recurriendo a falsos argumentos oficiosos, y en esta posición se mantuvo al no haber nadie que lo contradijera hasta 1805. Pero en este año los vecinos afectados recurrieron al alcalde de Arrecife Manuel Álvarez, quien lo denunció ante la Audiencia, consiguiéndose de esta alta institución un fallo favorable en enero del año siguiente de 1806.

 

     Disturbios sociales a causa de la invasión napoleónica de la nación

     La invasión de España por las tropas napoleónicas en 1808 tuvo también, como no podía ser menos, sus repercusiones sociales en nuestra isla.

     Apenas se había creado en La Laguna, capital entonces del archipiélago, la Junta Provincial subsidiaria de la Suprema de Sevilla, instituida por el gobierno de la nación para subvenir al mantenimiento del orden público y de la legalidad ciudadana mientras el monarca se hallara impedido de ejercer su alta magistratura, se produjeron en Lanzarote serias divergencias entre sus autoridades al haberse dividido en dos bandos antagónicos que aspiraban a hegemonizar la situación, uno partidario de Tenerife y que por lo tanto apoyaba decididamente su dependencia y subordinación a la Junta Lagunera y otro que secundaba a Gran Canaria en su postura disidente al negarse a reconocer a la Junta Provincial tinerfeña pretendiendo entenderse directamente con la Central sevillana.

     Por su parte en Arrecife, un grupo de ciudadanos destacados, en un exceso de celo patriótico, se adelantó a los acontecimientos manifestando su adhesión a la Junta Provincial tinerfeña sin esperar a que actuara el Cabildo de Lanzarote, con sede en la capital, Teguise, al que, como corporación de máxima jerarquía insular, le correspondía legalmente llevar la iniciativa en estas cuestiones.

     Por fin, tras unos meses de forcejeos políticos, cuasi bélicos en ocasiones, entre ambos bandos, lograron imponerse al año siguiente de 1809 los adictos a Tenerife, constituyéndose entonces la Junta Subalterna de Lanzarote a tenor del criterio que éstos sustentaban.

 

     Alteraciones populares a causa de la venta de La Graciosa

     La Graciosa inició su andadura histórica en el siglo XIX señalando este mismo año 1808 con un hecho que provocó general malestar en el pueblo de Lanzarote, especialmente entre las clases más desvalidas, que la utilizaban como pastizal para sus animales y como fuente de obtención de alimentos primarios tales como pescado, mariscos, pardelas, conejos y hasta cosco con que hacer gofio cuando se veían compelidos a ello por la necesidad.

     Fue la causa de tal descontento la compra oportunista que hiciera de la islita a la Real Hacienda en dicho año un caballero lanzaroteño llamado Francisco de la Cruz Guerra. Este señor, prevalido de su posición social apoyada sobre todo en el estrecho parentesco familiar que lo unía al entonces Gobernador Militar de Lanzarote Bartolomé Lorenzo Guerra, pretendió apropiarse de La Graciosa, la cual había sido transferida al Cabildo Insular como bien comunal del pueblo desde el siglo XVI por el entonces señor de la isla don Agustín de Herrera y Rojas.

     Se dice que los Guerra llegaron a entrometerse, sin hallarse aún en posesión de la preceptiva autorización legal, en la islita comenzando la construcción de un aljibe y realizando talas de arbustos. Mas apercibidos de una inminente denuncia, los trabajadores que llevaban las obras bajo sus órdenes escondieron las herramientas con que las realizaban temerosos de ser cogidos in fraganti.

     Contribuyó también a que la fraudulenta transacción de compraventa no llegara a consumarse la gran confusión que entonces reinaba entre las máximas autoridades del archipiélago como consecuencia de la falta de entendimiento en la creación de las respectivas juntas de salvación nacional de cada isla que intentaban llenar el vacío jurídico producido por el derrocamiento del monarca Fernando VII tras la invasión napoleónica de España.

     En Lanzarote tal estado de cosas derivó en un enconado enfrentamiento entre el mencionado don Bartolomé Lorenzo Guerra y el Ayudante Mayor don José Feo de Armas, quien pugnaba por arrebatarle el cargo al Gobernador Militar, ambos apoyados por sus respectivas facciones de partidarios.

     Sin embargo no fueron en un principio las autoridades insulares, enzarzadas como estaban en sus disputas políticas, las que intentaron abortar la venta del islote sino, curiosamente, la representación señorial en la isla, concretamente doña Josefa Amat, esposa del administrador del señorío don Juan Creagh (quien a la sazón se hallaba detenido), seguramente pensando que era el momento oportuno para reivindicar la propiedad de La Graciosa como parte integrante del señorío.

     Tan pronto como dicha señora tuvo conocimiento de que el tal don Francisco había pedido a la Junta Suprema de Tenerife que la enajenación de La Graciosa fuera sancionada por ley interpuso recurso anulatorio de tal acto, logrando paralizar de momento la adjudicación de la islita a su pretendiente poseedor.

     Fue a fines del año siguiente de 1809 cuando el contrincante político del Gobernador de las Armas, don José Feo, se erigió en denodado paladín del pueblo lanzaroteño logrando que se celebrara en los primeros meses de 1810 un pleno cabildicio de carácter extraordinario en el que se trató el asunto de la compraventa de La Graciosa. Consecuencia de este amañado conciliábulo fue la destitución de don Bartolomé Lorenzo de su preeminente cargo militar, desembocando toda esta serie de intrigas en unas escaramuzas bélicas conocidas en nuestra historia insular con el significativo nombre de la ‘Guerra Chiquita’, durante la cual llegaron a dispararse los cañones de las fortalezas de Arrecife contra la soliviantada multitud.

     Pasados algunos años, decantada ya la situación política en la isla, la reacción de las autoridades lanzaroteñas en calidad de representantes y valedoras de sus administrados, fue tenaz y contundente. Así, luego de laboriosos trámites judiciales, logró el Cabildo que fuera ratificado por real orden de 28 de agosto de 1816 el derecho de los ciudadanos al disfrute de La Graciosa tal como se venía haciendo consuetudinariamente desde los tiempos en que fuera cedida al pueblo por el conde-marqués primero, volviendo de este modo a remansarse las aguas desbordadas del descontento popular para tomar nuevamente los acontecimientos su curso normal.

 

     La ‘guerra chiquita’

     La ‘guerra chiquita’, a la que aludía unos renglones más atrás, fue un pequeño ‘casus belli’ que registran por estos mismos años los anales lanzaroteños, una sonada conmoción social ocurrida a causa del encarnizado enfrentamiento habido entre dos destacadas personalidades de la isla que se disputaban el puesto de Gobernador Militar, don Bartolomé Lorenzo Guerra y don José Feo y Armas. Apoyados estos poderosos señores por sus respectivos valedores recurrieron a cuantas intrigas y amaños pudieron para hacer valer sus respectivas opciones. La situación alcanzó en 1810 ribetes de verdadera contienda militar cuando los partidarios del primero llegaron a hacer uso de los cañones de las fortalezas de Arrecife para intimidar a sus adversarios, muriendo como consecuencia de ello un hombre y resultando heridos varios más, excesos de carácter belicista que le valió al caso el nombre de Guerra Chiquita.

     En esta furibunda pugna por el poder llevó a la postre la peor parte don Bartolomé Lorenzo, ya que murió en Tenerife víctima de una enfermedad pestilencial sin haber logrado su objetivo, mientras que su antagonista, don José Feo, llegó a ocupar el cargo, si bien conseguido su objetivo en un primer intento fue muy pronto depuesto y confinado en el presidio de Tenerife para transcurridos varios años ser por fin rehabilitado y confirmado en el puesto oficialmente.

 

     Abolición de los señoríos

     En 1811 fueron abolidos los señoríos por decreto promulgado el 6 de agosto de ese año por el gobierno de la nación. Como es fácil suponer, tal ley afectó directamente a Lanzarote como isla sujeta a tal régimen señorial, suponiendo la nueva ley para sus habitantes un motivo de gran satisfacción y alivio social, si bien tal estado de cosas había ya perdido gran parte de su influencia e imposiciones sociales. A partir de entonces, según se decía en esencia, entresacado del decreto de extinción, de los señoríos, “Qedaban incorporados a la nación todos los señoríos jurisdiccionales de cualquier clase y condición”, añadiendo que “En adelante nadie podrá llamarse señor de vasallos, ejercer jurisdicciones, nombrar jueces ni usar de los privilegios y derechos comprendidos en este decreto”.

 

     Visita la isla el geólogo Leopold von Buch

      En 1815 recaló por la isla el prestigioso geólogo alemán Leopold von Buch con el objetivo de estudiarla en materias de su competencia. A él se debe la adopción de la palabra ‘caldera’ como término internacional de las ciencias geológicas.

     Producto de sus investigaciones en la isla es el libro Desripción física de las Islas Canarias, en el que insertó, se supone que traducido por él, el célebre ‘Diario’ del cura de Yaiza.

 

     Creación de la parroquia de Femés

     En 1818 fue creada la parroquia de Femés bajo la advocación de San Marcial que ya ostentaba la ermita desde su fundación. Dicha parroquia tuvo una vigencia de 135 años, pues fue integrada en la de Yaiza en 1953.

 

     Trágico suceso ocurrido en Arrecife

      Por los años 1822 o 23 –nos dice J. A. Alvarez Rijo–, se produjo en Arrecife un trágico accidente que costó la vida a varios jóvenes por ignorancia e inadvertencia. En un pozo que había servido de vertedero de las inmundicias a una destilería instalada en la ciudad años antes, al intentar limpiarla comenzaron a entrar  varios trabajadores jóvenes, uno tras otro, al ver que el anterior no salía ni daba señales de vida, hasta que sorprendidos de tan inexplicable resultado se le quitó la cobertura al pozo cayéndose en la cuenta, al ver los cadáveres, que todo era debido a los gases asfixiantes producto de las inmundicias contenidas en su interior.

 

     La erupción volcánica de 1824

En el año 1813 comienzan a sentirse los primeros temblores de tierra de una larga serie que habría de prolongarse de forma intermitente y sin demasiada intensidad por lo general hasta 1824 en que se iniciaron las últimas erupciones volcánicas que se hayan producido hasta ahora en la isla.

     Fácil es imaginarse la honda preocupación que embargó a los lanzaroteños ante la aparición de estos inquietantes fenómenos telúricos, vivo aún el recuerdo de la catástrofe de igual naturaleza del siglo  precedente. Más, afortunadamente, esta nueva erupción no alcanzó, ni con mucho, la magnitud de la anterior, pues sólo se abrieron tres volcanes y su duración no llegó en total a los tres meses.

     También en esta ocasión, tal como ocurriera en el siglo pasado, fue un sacerdote, don Baltazar Perdomo, quien tuvo la feliz iniciativa de ir recogiendo por escrito, día a día, los datos más relevantes que se iban produciendo en el decurso de la erupción, si bien se conocen además otros documentos que asimismo la describen con cierta extensión.

 

     Montaña Negra, el primer volcán

     El primero de los volcanes se abrió el 13 de julio en las inmediaciones del pueblo de Tao, en un solar ocupado por un cortijo propiedad de un clérigo apellidado Duarte, cuyas casas y demás dependencias fueron pasto de las llamas del volcán, que habían prendido en unos pajeros. Luego de arrojar algo de lava, escorias y agua fétida, se extinguió prácticamente hacia finales de septiembre. Uno de los estragos causados por este volcán fue el haber agrietado los aljibes próximos, que al perder totalmente su contenido en agua fue motivo, según Álvarez Rijo, del abandono de aquellos lugares por muchos de sus habitantes.

     Este volcán está perfectamente localizado en la actualidad, siendo conocido de la gente de los pueblos comarcanos con el nombre de Montaña Negra a causa del color oscuro que lo hace resaltar de los terrenos en que se asienta,  si bien, debido a su escasa altura sobre el suelo, la calificación de montaña parece excesiva. En su cima fue construido por los años 70 últimos un restaurante al que se le impuso el nombre de Don Manuel de Tao, edificio hoy convertido en vivienda particular.

 

     La Montaña del Chinero, segundo volcán

     El segundo de estos volcanes reventó el día 29 de septiembre, cuando el otro apenas exhalaba sólo algo de humo. Se halla situado casi a medio kilómetro al N. del conocidísimo Islote de Hilario de las Montañas del Fuego. Formó un cono más bien pequeño, de algo más de 40 metros de altura sobre su base (más elevado de todas maneras que el anterior), el cual recibe en la actualidad el nombre de Montaña del Chinero a causa de la china que de él se extrajo para obras del Cabildo Insular a mediados del siglo pasado.

     Fue el volcán de mayor efusión magmática de los tres que erupcionaron en este año de 1824, pues la corriente de lava que arrojó, después de recorrer una distancia de más de 6 kilómetros sobre coladas del siglo anterior, se internó en el mar formando la punta llamada por esta causa de Volcán Nuevo, saliente costero que cierra por el lado de poniente la ensenada en cuyo fondo se encuentra la playa de las Malvas, en la costa de Tinajo. La emisión lávica cesó no obstante pronto, pues del 5 de octubre en adelante sólo expulsó humo, manteniéndose en este estado hasta el día 16 por lo menos en que se formó el tercer cráter de la serie. También fue el más ostensible en sus efectos eruptivos. En una carta recibida de un amigo residenciado en Arrecife que inserta en su mencionada obra el historiador J. A. Álvarez Rijo, puede leerse: “El ruido era tanto que a pesar de la distancia en que estamos, hubo noche que no nos dejó dormir; la atmósfera se cargó tanto que casi no respirábamos más que azufre. La arena llovió en toda la isla, y aquí en las azoteas se podía coger con palas. Hubieron varios temblores no muy fuertes, pero generales en toda la isla después de la erupción, porque antes no hubo anuncio ninguno ni más antecedente que verlo vomitando fuego, piedras, arena y demonios coronados. Cinco días naturales estuvo en este continuo laberinto, y repentinamente se ha quedado tan quieto que ni humo echa”.

 

     La caldereta de Las Bocas del Diablo, el tercero y último de los volcanes

     Está situado este último volcán a unos 3 kilómetros al SO de Tinguatón, barriada de Tinajo, cuyo nombre han utilizado los vulcanólogos para denominar el conjunto del fenómeno eruptivo, en medio del mar de lava que cubre toda esta parte de la isla.

     Se trata de un volcán tipo artesa, cuyo oblongo cráter de fondo aplanado y bajas paredes, mide en su eje mayor unos 75 m. y algo más de la mitad en su anchura máxima. Lo que caracteriza en particular a este volcán es la serie de agujeros redondos, a manera de pozos, que se abren en el piso del cráter, con diámetros que van desde uno a dos metros aproximadamente, uno de los cuales alcanza una gran profundidad y está considerado como la sima más profunda de Canarias, agujeros que son llamados por las gentes de los pueblos circunvecinos las Bocas del Diablo, y dan nombre al volcán.

     También expulsó este volcán algo de lava y otros materiales ígneos, pero su más espectacular manifestación eruptiva la constituyó un gran surtidor de agua salada hirviente de varias decenas de metros de altura que surgió por las chimeneas antes descritas y que se mantuvo en acción durante un par de días, dando fin con ello el volcán a su actividad más importante ya que en los días sucesivos se limitó a echar  algo de humo hasta extinguirse totalmente hacia finales de octubre.

     Los daños materiales ocasionados por esta serie eruptiva fueron mínimos debido a su moderada actividad y, sobre todo, a haber afectado terrenos pertenecientes en su mayoría a campos de lava del siglo precedente.

 

     Mejoras en el plano sanitario. Visitan la isla Berthelot y Barker Webb

     En 1829 contaba ya Arrecife con dos médicos y una botica. Ésta tuvo tal importancia que era practicamente la proveedora de medicamentos a toda la isla.

     También en este año tuvo lugar la visita conjunta de los naturalistas Sabino Berthelot, francés, y Philip Barker Webb, inglés, autores de la magna obra Historia Natural de las Islas Canarias. Llegaron a Arrecife el 21 de mayo de ese año y tan pronto como pusieron pie en tierra emprendieron el recorrido de la isla usando como medio de desplazamiento y transporte el asno.

     Berthelot fue muy conocido en el archipiélago, donde residió muchos años, ejerciendo de cónsul de su país con residencia en Tenerife, isla en que desarrolló una acción cultural notable tanto como naturalista como prehistoriador y etnógrafo del archipiélago. Barker Webb, por su parte, fue un prestigioso biólogo a nivel mundial.

 

     Se inaugura el régimen de puertos francos

     El 10 de octubre de 1832 se estableció el régimen de Puertos Francos, lo que supuso una ventajosa medida para la isla al quedar libre de la tutela de las islas mayores y poder exportar e importar directamente lo que fuera necesario.

 

     Abolición de la inquisición

     En 1834 fue suprimida definitivamente en España la ignominiosa institución de la Inquisición, vergüenza de la humanidad. Ya desde años atrás se había intentado erradicarla sin lograrlo de forma efectiva debido a la reaccionaria mentalidad de algún sector más fanatizado de la iglesia.

     En Canarias fue recibida esta decisión del gobierno de la nación con la satisfacción y alivio que es de suponer, siendo incluso el obispo de la diócesis de las islas entonces, el canario Manuel Verdugo y Albiturría, uno de los que saludaron con más entusiasmo tal decisión gubernativa, tal era el rechazo en que se la tenía en la sociedad ya avanzada de aquellos años.

 

     Abolición de los señoríos. En 1837 se consumó la abolición de los señoríos, pues si bien desde 1811 ya había sido decretada la ley que lo contemplaba por las Cortes de Cádiz, con alguna anulación temporal, no fue cumplimentada definitivamente hasta este año de 1837, y ni aún de forma satisfactoria. En todo caso su puesta en vigor supuso para el pueblo una serie de beneficios, o si se prefiere, una serie de descargos y liberaciones de la presión señorial, viéndose los vasallos libres en parte de los abusos de aquellos privilegiados de la sociedad, entre los que se contabilizaban como más gravosos los derechos de quintos y otras imposiciones tributarias exorbitadas. A partir de entonces, según se decía en esencia, entresacado, del decreto de extinción, “Qedaban incorporados a la nación todos los señoríos jurisdiccionales de cualquier clase y condición”, añadiéndose que “En adelante nadie podrá llamarse señor de vasallos, ejercer jurisdicciones, nombrar jueces ni usar de los privilegios y derechos comprendidos en este decreto”.

 

     Ejecución de un reo

     En 1840, según información contenida en el libro ‘Historia del Puerto del Arrecife’ del historiador canario J. A. Álvarez Rijo, fue ejecutada por fusilamiento la última persona que sufriera en la isla esta clase de muerte. Fue un soldado miliciano llamado Bernardo Cabrera Guarte (¿Duarte?), autor de un robo con asesinato. Añade a esto que treinta y cuatro años antes había sido ejecutada por garrote vil otro hombre de apellido Piña. A tan desagradables escenas –dice el autor– solía acudir a presenciarlas, in embargo, mucho público.

 

     Nuevo caso de hambruna en la isla

     En 1841 se vio sumida la isla en otro caso de hambruna y consiguiente miseria, llegando las autoridades archipelágicas a dirigir un escrito admonitorio a las de Lanzarote al considerarlas permisivas de tal situación y recomendándoles disponer los medios necesarios recurriendo a los vecinos más pudientes para suministrar alimento a los más necesitados.

 

     Creación del Reglamento de Milicias Provinciales de Canarias

     Por Real Decreto de 1844 se creó el citado mando militar en el archipiélago. A Lanzarote le correspondió el denominado Batallón Provincial de Lanzarote, 7º de Canarias, con sus correspondientes mandos y compañías centradas en las principales localidades de la isla.

 

     Arrecife, capital de la isla

     Mientras tanto, la localidad de Arrecife, que ya había alcanzado por estos años suficiente entidad demográfica, iba despegándose a ritmo cada vez más acelerado de la tutela que sobre ella ejercía la vieja capital Teguise. Amparada en sus favorables condiciones de puerto natural y favorecida por su estratégica situación geográfica, Arrecife fue adquiriendo cada vez más importancia como núcleo poblacional en la isla, y en su consecuencia las instituciones públicas se fueron trasladando una tras otra desde Teguise a Arrecife, al tiempo que las de nueva creación instalaban sus oficinas en esta última ciudad directamente. Todo este proceso de emancipación política lo culminó Arrecife en 1847 al obtener en dicho año el grado de centro jurisdiccional del partido judicial formado por las islas de Lanzarote y Fuerteventura y en consecuencia la capitalidad de la isla. Sin embargo hay que hacer constar, por extraño que parezca, que el grado de capitalidad de Arrecife pasó inadvertido historicamente sin que, en consecuencia, se celebrara por la población ningún acto público acorde con tal evento.

     Cuestión interesante es la de elucidar cuál pueda ser el origen del nombre de nuestra ciudad capital. Siempre se ha tenido como un hecho incontrovertible que el nombre lo haya recibido de alguno de los arrecifes que orlan su marina. Pero existen argumentos para pensar que este supuesto no ofrece la solidez suficiente para ser debidamente sostenido. Veámoslo. El nombre Arrecife de este enclave costero de Lanzarote está documentado desde la llegada de la expedición francesa de conquista en 1402, pero los investigadores mejor impuestos en la historia de Canarias aseguran que ya debería existir desde bastante tiempo antes creado por los marinos españoles que frecuentaron la isla a lo largo de la segunda mitad del siglo XIV. Mas según comprobaciones etimológicas se sabe que el nombre común ‘arrecife’ pasó del árabe al español desde los años 80 del siglo XIII sólo con el significado de ‘calzada o camino empedrado’, no adquiriendo el de uso marino actual de ‘escollo, bajo o banco casi a flor de agua’ hasta finales del siglo XV. O sea, que el nombre Arrecife lo ostentó el lugar que hoy ocupa la ciudad capital de la isla, durante un periodo de tiempo de un par de siglos, cuando esta palabra tenía en la lengua española solamente el primero de los significados de ‘calzada o camino empedrado’. En consecuencia los argumentos a favor de un origen del nombre con esta acepción terrestre son muy difíciles de rebatir. ¿Que cuál pudo ser el tal camino empedrado? No es fácil de responder esta cuestión, desde luego. Pero no olvidemos, por ejemplo, que Lanzaroto Malocello estuvo residiendo en la isla por lo que parece un buen número de años, durante los cuales hizo construir por las inmediaciones de Guanapay según todos los indicios una torre o casa fuerte a la que le vendría bien, desde luego, enlazarla al puerto mediante un camino que habría que empedrar en determinados sectores si su cometido era permitir el paso de un carruaje rodado, y uno de esos sectores pudo haber sido precisamente su comienzo desde la orilla del mar, creándose así el nombre del Puerto del Arrecife.

 

     Auge pesquero del Puerto del Arrecife

     A medida que crecía el Puerto del Arrecife, como entonces se le llamaba, se iba incrementando la flota de veleros que en él tenía su base de operaciones, desde la que se desplazaba a faenar a la vecina costa de África, actividad que de siempre ha constituido una importante fuente de ingresos para la isla, y mucho más a partir de estos momentos.

 

     El padre Claret en la isla

     En 1849 estuvo en Lanzarote el padre Antonio María Claret, popularmente llamado ‘el Padrito’, figura relevante dentro del ámbito eclesial, quien con su persuasiva palabra arrastró tras de sí a las masas populares en sus predicaciones en la isla. Sus mejores frutos parece que los obtuvo en el pueblo de Tao valiéndose de los efectos de las últimas erupciones volcánicas visibles en aquella vecindad, que hizo ver como ‘castigo divino’ por no haber cumplido los fieles con las obligaciones para con la Iglesia, tanto desde el punto de vista pecuniario como asistencial.

     Su fama fue tal que llegó a ser arzobispo de Cuba y confesor de Isabel II, siendo canonizado en 1850,  precisamente al año siguiente de haber estado en Lanzarote.

 

     Serie de prestigiosos naturalistas extranjeros que visitan nuestra isla

     Por la década de los cincuenta de este siglo visitaron Lanzarote una serie de prestigiosos naturalistas extranjeros, muestra del interés que nuestra isla despertaba en en el mundo en el ámbito científico por entonces.

     En 1850 estuvo el geólogo Jorge Hartung, quien repitió visita dos años después. Como consecuencia de sus observaciones de campo vio la luz el libro Die geologischen Verhalttuisse, dedicado en parte a Lanzarote.

     Unos cinco años más tarde, por 1855, recaló en nuestra isla otro afamado geólogo, Charles Lyell, en cuyas obras dejó interesantes referencias a nuestra isla.

     En 1859 fue el entomologista ingles Thomas Vernon Wollaston, quien hizo un meritorio trabajo de recolección de insectos, sobre todo de coleópteros, cuyas muestras se conservan en el Brittish Museum de Londres, entidad que subvencionó su desplazamiento a Lanzarote.

     A esta pléyade de ciéntificos interesados en nuestra isla hay que añadir por último al geólogo alemán Karl von Fritsch, quien estuvo en ella por los primeros años de la década de los sesenta haciendo observaciones sobre diversos aspectos de su geológía.

 

     Comienzo de la explotación de la cochinilla

     Por la década de los sesenta del siglo en curso, poco después de haber decaído alarmantemente el cultivo de la barrilla, surge en el agro lanzaroteño otro producto fundamental en la historia económica de la isla, la cochinilla, insecto cuya cría sobre las tuneras se mantuvo con especial pujanza, a causa  de la buena comercialización del colorante que de él se obtenía, durante una veintena larga de años.

 

     Nuevo decaimiento de la economía insular y consiguiente aumento de la emigración

     Con el decaimiento de la explotación de la cochinilla, la disminución en la actividad pesquera, importantes medios de subsistencia de la población insular, y colapsados los recursos agropecuarios a causa de las pertinaces sequías, la producción de la isla no bastaba a subvenir a las necesidades de la población, y así vemos cómo en lo que quedaba de siglo se acentuó en forma angustiosa el consabido éxodo hacia América, hasta el punto de producirse un notable descenso en el número de habitantes de Lanzarote.

 

     Publicación del primer periódico en la isla

     Un hecho eminentemente cultural se dio en la isla en 1860: la publicación de su primer periódico, un semanario titulado “Crónica de Lanzarote”, que causó verdadera sensación entre los ciudadanos, especialmente en los vecinos de la capital. Lo editaba Pedro Medina Rosales, y en el tenían cabida además de las noticias de la propia isla, artículos de variado contenido y comentarios en general. No se sabe con exactitud cuando dejó de publicarse, pero su existencia parece que ocupó la mayor parte de aquel decenio.

 

     Inauguración de los faros de Alegranza y Pechiguera

     El faro de Alegranza, de 4º orden, fue inaugurado en el islote de su nombre el año 1865, y al año siguiente lo fue el de Pechiguera, también de 4º, en el extremo SO de Lanzarote. El primero cumplió una importante misión como faro de recalada de los buques que venían del N y de guía a los que se dirigían al banco pesquero del África fronteriza, en tanto que el de Pechiguera tenía como misión señalizar la entrada O del estrecho de La Bocaina.

    

     Batallón de Reserva número 6

     Con la creación del Ejército Territorial en Canarias en 1866 se pasa a una nueva organización militar y se pone fin al tipo de Milicias existente hasta entonces. A Lanzarote le correspondió el ‘Batallón de Reserva número 6’, constituido con parte de los antiguos milicianos y otros jóvenes reclutados por ley.

 

     Creación de la sociedad de ‘Pesquerías Canario Africanas’

     En 1880 crea la Sociedad de ‘Pesquerías Canario Africanas’ el gallego Ramón de Silva Ferro con instalación en la isla de La Graciosa. De 1882 hay un dibujo inserto en la obra Crocera del ‘Corsaro’, de Enrico D’albertis, cuyos almacenes en aquella islita ostentan sobre la puerta el nombre de ‘Colonia de Quiros’.

     Esta empresa, pese a disponer de abundantes barcos y medios financieros, fracasó al poco tiempo tras la muerte de su organizador.

 

     Visita la isla Enrico D’Albertis

      En este año 1882 visitó la isla un personaje singular, Enrico D’Albertis, conocido por antonomasia como El Capitán, un prohombre adinerado, gran amante del saber y de la investigación científica. En su yate particular el Corsaro recorrió el mundo en largos y arriesgados viajes llevando a bordo algunos científicos que iban recogiendo muestras de minerales, animales y plantas que luego exponía en un museo de su propiedad en Génova llamado el ‘Museo de la cultura del mundo’.

     A Lanzarote la recorrió en gran parte a lomos de camello. Estuvo también en La Graciosa y en Alegranza. En La Graciosa se había construido entonces una factoría en el frontis de cuyo edificio principal figuraba el nombre ‘Colonia de Quiros’, almacén de la empresa ‘Pesquerías Canario-Africanas’ creada por el marino español Ramón de Silva y Ferro, dedicada a la preparación del pescado capturado en aguas africanas para su exportación.

 

     Medidas caritativas dispuestas por el obispo de la diócesis

     En diciembre de 1882 dispuso el obispo de la diócesis José Proceso Pozuelo determinadas medidas para atenuar en lo posible el estado de miseria en que se hallaba Lanzarote. Tales fueron, entre otras, la de disponer el velero ‘Bella Lucía’ para que las personas de menos disponibilidades económicas tuvieran pasaje gratis para desplazarse a las otras islas como medio de mejorar su situación, o de regreso si así conviniera; el transporte a Lanzarote de agua en toneles, hasta 100 pipas en cada viaje, así como el transporte de comestibles donados por personas de Gran Canaria mediante una suscripción abierta por el propio obispo.

 

     Visita la isla Olivia M. Stone

     El 23 de enero de 1884 llegó a lanzarote con su marido Harris Stone, fotógrafo, la experimentada viajera inglesa Olivia M. Stone. Mientras tomaba tierra en Arrecife en la chalupa del vapor francés Vérité, que tocaba en la isla bisemanalmente, descargó en la ciudad una lluvia torrencial como se ven pocas por estas latitudes. El agua –declara la autora– caía como si se estuvieran vertiendo jarras desde el cielo. Había llovido más en este año que lo que lo había hecho en todo lo que iba de siglo, afirma que le dijo el vicecónsul inglés en la isla señor Jhon T. Topham.

     La obra de esta escritora, titulada Tenerife y sus seis satélites, compuesta con los datos recabados durante este viaje al archipiélago, es un documento de gran valor sobre la descripción de las islas y sus habitantes en cuanto a costumbres y datos etnográficos en general respecta. A todas ellas las recorrió cuanto pudo, visitando muchos de sus más recónditos poblados, con lo que pudo hacer un abundante acopio de datos de diversa y variopinta naturaleza que le sirvieron para redactar dicha obra. A Lanzarote la recorrió utilizando el camello como montura y como portador del equipaje. La cantidad de datos que ofrece de la isla es de lo más interesante, presentando un vasto cuadro etnográfico evocador de viejos tiempos.

     Como curiosidad anecdótica digna de reseñar cuenta Olivia que con ellos desembarcó un príncipe sirio embutido en su ropaje oriental tocado con su característico turbante. Pero no se alojó en la fonda con ellos, sino que alquiló una vivienda particular donde era atendido por sus sirvientes, pasándose la mayor parte del tiempo sentado en la ventana fumando. “Aunque aparentemente devoto seguidor de Mahoma, era un hombre singularmente bien educado, que hablaba el francés con fluidez y se mostraba liberal en sus ideas y opiniones”, termina diciendo la escritora sobre tan singular personaje.

     Dice del Puente de las Bolas que le faltaba el rastrillo, hallándose sustituido por unos tablones tendidos de lado a lado.

     Después de recorrer la isla de N a S embarcaron en una barquilla de pesca en el lugar de Rubicón rumbo a Fuertventura.

 

     Instalación del telégrafo

     En 1884 se instaló en la isla el telégrafo mediante un cable que enlazaba con tierra por una playa situada 1 Km al sur de Arrecife que por tal motivo se conoció luego como la Playa de la Caseta del Cable, nombre que posteriormente fue cambiado por el de La Playa de la Concha en imitación de la de San Sebastián por haber levantado en ella un complejo turístico un vasco de aquella ciudad.

     Como es de imaginar la comunicación telegráfica con el exterior supuso para la isla un avance de enorme importancia por su instantaneidad en el recibo y envío de noticias que la ponían al día, manteniéndose en funcionamiento hasta bien entrado el siglo siguiente.

 

     Inauguración del Hospital de Dolores de Arrecife

     En octubre de 1886 entra en funcionamiento un hospital al que se impuso el nombre de Hospital de Dolores.

 

     El muelle de Puerto Naos

     En 1888 se finalizan las obras del muellito de Puerto Naos. Tenía como misión más que nada facilitar el desembarque del pescado de los barcos que faenaban en la costa fronteriza de África.

 

     Nuevas publicaciones periódicas en la isla

     En 1889 vio la luz un segundo periódico titulado ‘El Horizonte’, que al igual que el desaparecido ‘Crónica de Lanzarote’ cubría las actividades propias de estas publicaciones, y al año siguiente (1890) salió el titulado ‘La Legalidad’.

 

     Visita la isla Oscar Simoni

     En 1890 nos honró con su visita el eminente geólogo alemán Oscar Simoni, realizando concienzudos estudios de su especialidad que hicieron que Lanzarote fuera algo más conocida por Europa, especialmente en el ámbito científico.

 

     El castillo de San Gabriel declarado militarmente inútil

     El 27 de febrero de 1895, fue declarado por real orden inútil el castillo en su función militar, dados los avances conseguidos por estas fechas en el campo de la artillería que lo hacían prácticamente ineficaz para tal cometido.

 

     El asesinato de Fajardo

     Este luctuoso suceso, ocurrido exactamente el 6 de septiembre de 1896, produjo una gran impresión en Lanzarote, repercutiendo sus ecos en el archipiélago en general, en parte por la categoría política de la víctima, abogado de profesión, y por otra por lo insólito de estos trágicos acontecimientos en la isla. Fue el autor de su muerte Francisco Díaz Monfort, un modesto hacendado de la isla, y el arma utilizada un revólver. El móvil parece haber sido en principio político, pues Fajardo, que hasta poco antes había pertenecido al partido liberal, se había pasado a los conservadores, y habría de participar en fechas próximas como candidato de este partido para ocupar un puesto de Diputado provincial en contra de sus opositores liberales acaudillados por el influyente político Fernando de León y Castillo, si bien cabe la posibilidad de que el crimen fuera consecuencia de disgustos producto de unas herencias de ciertas propiedades, derivadas de enconadas relaciones familiares existentes entre ambos personajes.

 

     Primer enlace telefónico intrainsular

     Fue en 1897 cuando se tendió por primera vez una línea telefónica en la isla, concretamente entre Arrecife y Haría. Luego, en años sucesivos se fue ampliando la red telefónica hasta poner a todos los pueblos del interior en comunicación entre sí, conectandose la isla finalmente con el mundo exterior.

 

     Datos de Puerta Canseco

     De la obra del pedagogo español Juan de la Puerta Canseco Descripción geográfica de las Islas Canarias, publicada en 1897, extraigo los siguientes datos más importantes sobre Lanzarote por el orden en que los va dando:

     Habitantes de la isla, 16.769. Existe una carretera de 3º desde Arrecife a Yaiza pasando por Tías y otra en construcción desde Arrecife a Haría que pasa por Teguise y Los Valles. La industria se limita a varios talleres de oficios, a la salazón del pescado y a la preparación de alguna cal. En cuanto al comercio, que se ha desarrollado ultimamente, efectúa transacciones de bastante importancia. La agricultura deja mucho que desear por la falta de riego. Buena prueba de esto son las voluminosas sandías, enormes batatas y ricas pasas que se recolectan en concavidades abiertas entre las escorias volcánicas.

     Poblaciones. Arrecife, pueblo comercial, con 3.268 almas. Tiene estación telegráfica, dos escuelas primarias, fondas y tres sociedades de instrucción y recreo. Es cabeza de partido judicial, de distrito electoral y residencia de los jefes de un batallón de reserva, de oficinas subalternas de Puertos francos y de agentes consulares de algunas naciones.

     Teguise, antigua capital de la isla, con 3.484 habitantes. Tiene una escuela de niños y otra para niñas, y una sociedad de instrucción y recreo. Son sus pagos principales Guatiza, con 706 almas; Tiagua, con 307, y Los Valles, con 246.

     Haría, con 3.046 habitantes. Tiene dos escuelas de primera enseñanza y una sociedad de recreo. Son sus pagos principales Mala, con 479 almas y una escuela de niñas, y Máguez, con 495 h.

     Tías, con 2.142 h., con dos escuelas primarias, y otra de niños en el pago de Mácher  que cuenta con 392 almas.

     San Bartolomé, con 1572 h. y dos escuelas primarias.

     Yaiza, cerca de la Montaña del Fuego, que es muy visitada por los extranjeros, con 1.353 almas. Tiene una escuela de niños y otra para niñas.

     Tinajo, con 1597 h. Tiene dos escuelas de instrucción primaria.

     Femés, con 307 h. y una escuela de niños.

 

     El castillo de Guanapay acondicionado como palomar militar

     En 1899 fue acondicionado el castillo de Guanapay como palomar militar mediante orden dictada por el Capitan General del archipiélago el 12 de abril de dicho año, uso que se mantuvo hasta 1913 en que la fortaleza pasó a depender del ayuntamiento de Teguise por proyecto de cesión de las autoridades militares, el cual, sin embargo, quedó sin efecto.

 

     Construcción de la Batería del Río

     Y así llegamos al final de este siglo, ensombrecido a nivel nacional con la guerra hispano-cubana americana, que supuso la independización de la metrópoli de la gran isla antillana, conflicto bélico cuyas repercusiones logísticas alcanzaron también a Lanzarote, pues temerosa España de las represalias que el coloso americano del norte pudiera tomar, se creyó oportuno fortificar el canal de El Río como posible apostadero de una escuadra naval enemiga, para lo cual fueron instaladas unas piezas artilleras en lo alto del Risco de Famara, en el lugar conocido por Atalaya Grande, complementándose esta dotación con la construcción de unos refugios subterráneos, cuyos restos reciben al día de hoy el antonomástico nombre de Batería del Río, obras que se llevaron a cabo en 1898.

 

     Siglo XIX (generalidades)

     Economía. La economía de la isla en esta centuria estuvo como siempre supeditada a la cantidad de lluvia caída. Por lo general el líquido elemento brillaba por su ausencia, con lo que ello suponía de miseria para la población trabajadora. La década de los setenta de este siglo fue calamitosa en este aspecto, llegándose a una crisis de hambre y sed tanto para la gente como para los animales domésticos. Sin embargo en la década siguiente la lluvia se prodigó más, comenzándose además a cultivar la barrilla, que constituyó un rico venero económico por el valor que alcanzaba como productora de sosa, ingrediente necesario en la fabricación de jabón y vidrio en los países que la industrializaban.

     Se exportaban granos, sandías, piedra de cal y algunos otros artículos en grado menor. Importancia tuvo también la producción de aguardiente con la uva cocechada en la isla, extraído mediante las populares ‘estilas’, artilugios instalados para tal fin.

     La demografía de la isla corría parejas, logicamente, con la capacidad productiva alcanzada. Así fue que con el cultivo de la barrilla el número de habitantes creciera a ojos vistas. Según el ‘Compendio Brebe’ de 1776 la isla tenía por esos años de baja productividad una población de unos 8.260 habitantes, de los que unos 1.350 correspondían a Teguise, la capital. Pero ya en la década, que supuso una bonanza apreciable en la agricultura, el número de habitantes ascendió de forma significativa, alcanzándose la cifra de 12.784 que se contabilizan en el censo de Floridablanca.

 

     Emigración. Uno de los capítulos más negros de nuestra historia insular es el que hace referencia a los azarosos viajes en que los habitantes del archipiélago se han aventurado en su afán por alcanzar las soñadas tierras americanas desde el momento mismo en que el Reino de Castilla abriera las puertas de aquel continente, lleno de promesas y esperanzas, a la vieja Europa.

     Hacen legión los canarios, que zafándose de la estrechez del terruño isleño, han dejado su fecunda semilla en aquellas ubérrimas tierras pero, desgraciadamente,  buena parte de ellos,  con menos suerte, sucumbieron en el empeño, dejando sus huesos regados a lo largo de la pelágica senda entremezclados con los de gran número de otros emigrantes procedentes de muy diversas partes del mundo.

     No se ha mostrado Lanzarote mezquina en este fúnebre tributo a la aventura oceánica, siendo muchos los casos de esta índole, verdaderamente espeluznantes, que podrían citarse como ejemplos a través de su historia.

     Es Agustín Álvarez Rijo, el historiador canario quien más prolijamente nos ilustra sobre estas azarosas navegaciones de su época dándonos cuenta de los veleros que cargados de lanzaroteños  marchaban ansiosos de establecerse en el próvido continente americano. He aquí algunos de ellos:

     En los primeros meses de 1810 salió del puerto de Santa Cruz de Tenerife con destino a Buenos Aires una fragata con más de doscientos lanzaroteños a bordo equipada por D. Francisco Aguilar, tinerfeño establecido en Lanzarote.

     Durante el viaje se amotinaron los pasajeros contra D. Francisco, a consecuencia de cuya impresión murió su esposa, y faltando ésta, una niña bebé a la que amamantaba, las cuales fueron enterradas en la isla brasileña de Santa Catarina que les quedaba al paso, terminando el viaje en el puerto uruguayo de Maldonado.

     Otra expedición fue organizada por un tal J. Figuerón, ‘camponés’ del pago de Argana, quien hallándose en Tenerife tuvo ocasión de adquirir un gran bergantín que se ofertaba a buen precio, equipándolo en 1811 con tripulación y pasajeros lanzaroteños, con el que llegaron a Montevideo.

     Otro viaje, del que no se da la fecha, pero que debió ser por estos años, lo organizó en un lugre que trajo de Inglaterra al efecto, D. Policarpo Medinilla, hombre bien conocido en Lanzarote. No se dice cuál fue el número de pasajeros transportados, pero dado el tipo de la embarcación, no pudieron ser muchos. Llegados a Río de Janeiro y enterados de que la guerra civil en el Rio de la Plata continuaba, se desembarcó el pasaje en aquella ciudad brasileña, donde cada cual se las arregló como pudo.

     Otro viaje, llevado a cabo entre 1816 y 18, del que el historiador apenas da detalles, fue el organizado por el piloto arrecifeño Agustín González Brito, quien partió de Lanzarote llevando en su goleta ‘Lorenza’ más de cien pasajeros a bordo rumbo a Montevideo.

     También con destino a Montevideo zarpó en 1822 una balandra inglesa que había sido reparada tras haber encallado en la isla, por D. Antonio Bermúdez y D. Ginés de Castro, con más de 300 pasajeros a bordo. La suerte corrida por esta gente fue atroz, pues siendo excesivo el número de los que iban a bordo, al faltarles el agua al poco tiempo de emprendido el viaje, se vieron obligados a hacer escala en Cabo Verde y Senegal, con tan mala fortuna que contrajeron unas ‘calenturas’ de las que murieron muchos de ellos, incluido el patrón del barco, Manuel Torres. Continuado el viaje sin un experto marino que los guiara perdieron el rumbo y se perdieron en el océano. Providencialmente alcanzó a verlos una fragata de guerra francesa que tras proveerlos de comestibles y agua los condujo a la isla Guadalupe o la Martinica, desde donde pasaron a Puerto Rico los pocos que aún quedaban con vida.

     En 1826 armó otro velero bergantín de nombre ‘Andújar’ un tal Juan Bautista genovés radicado en Lanzarote. En él embarcó con su familia y 200 pasajeros pensando alcanzar Montevideo, pero la suerte les fue adversa y encallaron en una de las islas de Cabo Verde, afortunadamente sin pérdida de vidas humanas. En tan comprometida situación tuvo que fletar allí otro barco en que continuar el viaje, logrando así llegar a su destino.

     Sin embargo, difícil es que podamos encontrar alguno de estos viajes que supere en horror y truculencia al coprotagonizado en 1836 por conejeros y majoreros a bordo del bergatín “Lucrecia”, según nos lo hace saber el historiador canario Alvarez Rijo, al que, para mayor fidelidad documental, transcribimos a continuación al pie de la letra:

     “La más horrorosa y vergonzosa de las expediciones fue la que en el bergantín goleta “Lucrecia” hicieron el año 1836 D. Francisco y D. Antonio Morales, hermanos, vecinos del Arrecife, donde tomaron parte de los pasajeros, y vinieron a recibir la mayor porción al Puerto de Cabras en Fuerteventura. La codicia o la ignorancia les cegó, contratando más de los que cabían en su nave y al ver que en ella ya no había más plazas, picaron los cables, e hicieron vela con quinientos, dejando en tierra, ya los hijos, ya los padres, mujeres o maridos de los embarcados. Redoblándose el dolor y llanto de los unos y otros, no sólo por la improvisada separación, sino por sus terribles resultados, porque  todo habían vendido por equiparse y quedaron pidiendo limosna. Aún así escaparon mejor los abandonados en su ribera nativa. Pero a los de abordo faltaron los víveres, se apuró todo, siendo tanta el hambre que se sortearon e hicieron antropófagos”.

     En este mismo año 1836 marchó otro bergantín nada menos que con 571 pasajeros según el Boletín Oficial. A la altura del archipiélago de las Islas de Cabo Verde se le abrió una vía de agua que los obligó a abandonarlo en la isla de la Sal. Después de permanecer allí cuatro meses pudieron fletar un buque americano en el que prosiguieron el viaje.

     En 1838 partió otro velero de Santa Cruz de Tenerife, de nombre ‘Leonor’, patroneado por Pedro Costa, en el que iban más de 200 lanzaroteños, despachado por un tal Vensano de Génova. A media noche, cerca de Cabo Verde, se desfondó la embarcación, salvándose sólo tres marineros que se aferraron a una lancha medio sumergida, que varó al día siguiente en la Isla de la Sal.

     Los comentados son los casos más conocidos de estos viajes, medio clandestinos algunos, que tenían como punto de destino el Uruguay. Por supuesto que hubo otros, es de suponer que no en corto número, que salieron de forma oculta de las autoridades de la isla con igual destino o a otros lugares de América.

     Otro buque zarpó en 1844 con una expedición organizada por un tal Gil en su bergantín ‘Tritón’ que se hundió frente a Montevideo, muriendo en el accidente una señora

 

     La pesca. Siguió teniendo una gran importancia en la isla, mayor si cabe que en siglos pasados. Siguiendo de nuevo con las noticias de Álvarez Rijo digamos que se pescaba “con cañas, liñas (cordel largo manejado a mano), nasas, tarrayas (especie de esparavel de mallas de alambre), chinchorro (red de arrastre) y ‘levantando charcos’ (o paredes), modalidad esta última ya explicada para el siglo XV.

     Otros animales que eran objeto de captura eran los delfines. Para tal fin se formaban multitudinarias juntas de pescadores que cooperaban entre sí. Oigamos de nuevo a nuestro impagable informante Álvarez Rijo:

     “De tiempo en tiempo hubo aquí otro entretenimiento singular con la pesca o apañada de ‘toninas’. Era uso que el primer barquito que las descubría pusiese una banderita y se presentase delante del puerto, a cuya señal todos los barquitos salían al instante a todo remo, llevando en la proa un hombre armado con una palanca o piedras. Formábanse en media luna, e iban apaleando el agua y arrojando guijarros a dichos peces que son muy tímidos, para obligarles a entrar por la barra del puerto. Conseguido esto les seguían estrechando cada vez más, se amarraban los barquillos unos a otros formando cordón, y ponían también otra lanchita debajo del puente para impedir que se escapasen por allí. En tal disposición esperaban a que bajase la marea, y llegada la hora, entraban dentro del círculo tres o cuatro barquillos de los menores, cada uno con su arpón manejado por un marinero diestro, quien lo lanzaba desde la proa contra la ‘tonina’ que más cerca le quedaba, dándole cuerda como se hace con las ballenas, para que se fuese cansando y desgarrando. Otros hombres iban armados de hachas por la ribera, para luego que dichos peces fatigados del arpón llegaban a la playa darles hachazos hasta acabarlos. Otros de los nadadores más ágiles, con un cuchillo en la mano, se montaban a horcajadas sobre el pez, agarrados con la izquierda del aletón, y con la derecha lo iban acuchillando hasta matarlos.

     De la capa de grasa que tenían –continúa diciendo el historiador– hacían aceite, que era muy limpio y daba buena luz sin humo, y de la carne hacían tasajo para comer.

     Esta modalidad de captura de delfines se venía practicando ya desde los últimos años del siglo anterior. El mayor número de estos cetáceos cogido fue de sesenta, sin especificarse el número de capturas. Hubo otros lances también abundantes, como los ocurridos en 1829 en que se cogieron unos 40 cetáceos, y otro de unos dieciséis en 1831, pero por lo general eran menos las que se capturaban, hasta reducirse a tan pocas que se dejaron de realizar las ‘apañadas’ por improductivas.

 

     Plagas de langosta. Otro de los males que azotaban la isla era la llegada desde África de nubes de langosta, insecto devorador de cuanto verde encontraban donde se posaban.

     Una de estas plagas tuvo lugar en el año 1844.......

 

     Organización militar. Por Real Decreto de 10-II-1866 se reorganizó la disposición de las fuerzas militares en Canarias equiparándola a la existente en España peninsular con reclutamiento forzoso, desapareciendo con ello las viejas milicias territoriales.

     Correspondió a Lanzarote el Batallón de Reserva nº 6, con sede en Arrecife, donde se había establecido también la Comandancia Militar, grupo militar que cambió de nombre en 1904 por nueva organización militar, pasando a denominarse Batallón de Infantería de Lanzarote.

 

     Ejecución de los reos. En este siglo el sistema de ejecución vigente de los condenados a muerte era el garrote vil. En 1804 fue ejecutado en Teguise, la capital entonces de la isla, un tal Viña, a cuyo espectáculo público acudió gente no sólo de aquella localidad, sino también de Arrecife y de otros pueblos de la isla.

 

     Molinos de viento. El gofio, como es bien sabido, es un alimento básico en las Islas Canarias obtenido mediante la molienda de cereales previamente tostados. Uno de los medios más efectivos de molerlos ha sido el molino de viento, esos grandes artilugios consistentes en una torre de mampostería o sólido armazón de maderos en cuya cima se colocan las aspas que volteadas por el viento hacen girar las muelas que proceden a su trituración.

     En Arrecife se instalaron varios de estos molinos entre los últimos años del siglo XVIII Y los primeros de este que estamos historiando. Vuelve a ser J. A. Álvarez Rijo quien con su proverbial capacidad informativa nos ilustra sobre el particular. En el barrio del Lomo, dice, “se construyó un molino de viento desde que hubo vecinos bastantes para poder ejercitarlo, y como no fuese suficiente, seis o siete años después en el de 1804, se fabricó otro, que sucediendo lo mismo, se levantó el tercero en 1812”.

 

     Hijos de la isla destacados.

 

     Betancor Cabrera, José (1874-1950)). Teguise. Literato y periodista que usaba el seudónimo ‘Ángel Guerra’ en sus esritos. Entre sus obras sobresalen las novelas tituladas ‘La Lapa’ y ‘Cariños’. También se dedicó a la política. En su isla natal fue diputado por el partido encabezado por Fernándo de León y Castillo.

 

     Cabrera Felipe, Blas (1878-1946). Nacido en Arrecife. Desde pequeño pasó a vivir a Tenerife con sus padres, donde cursó estudios en el Instituto General y Técnico de La Laguna. Poco después se trasladó a Madrid, donde se licenció en derecho, que pronto aumentó con estudios científicos de la física, en especial del electromagnetismo, especialidad en que fue considerado maestro indiscutible, siendo propuesto incluso para el premio Nobel por Einstein y otras personalidades científicas.

 

     Díaz Suárez, Leopoldo (1894-1966). Arrecife. Poeta inspirado autor del poemario ‘Espontáneas’. Dirigió los semanarios ‘Acción’ y ‘Lanzarote’.

 

     Espínola Vega, Alfonso (1845-1905). Teguise. Licenciado en medicina. En 1878 marchó a Uruguay con su mujer e hijos, país en que desarrolló una labor médica sacrificada y altruista hasta dar su vida por atender a un enfermo grave hallándose él indispuesto, por cuyos méritos recibió de aquella nación honores y homenajes.

 

     Fernández Bethencourt, Francisco (1851-1916). Genealogista de renombre nacional nacido en Arrecife. Pasó a Tenerife en su juventud, donde ejerció de periodista, y de esta isla a la capital de la nación, donde residió la mayor parte del resto de su vida y desarrolló su actividad cultural. Entre sus obras se cuentan ‘Nobiliario y blasón de Canarias’, ‘Diccionario histórico geográfico, genealógico y heráldico de la provincia’, ‘Anuario de la nobleza española’, ‘Historia genealógica y heráldica de la monarquía española y ‘Casa Real y grandes de España’.

     Fue nombrado miembro de la Academia de la Historia y de la Academia de la Lengua Española y de otras instituciones.

 

     Pereira de Armas, Miguel (1839-1908). Arrecife. Fue director de la Escuela de Náutica de Tenerife. Autor de la obra ‘Tipos de mi tierra’, en la que se describen personajes llamativos de Arrecife.

 

     Pereira Galviaty, José (1881-1940). Arrecife. Perito agrónomo. Escribió la obra ‘Notas de Geología Agrícola de la isla de Lanzarote’.

 

     Viera y Viera, Isaac. Yaiza (1858-1941). Escritor y periodista. Viajó por varios países sudamericanos, con estancias breves en algunos de ellos, en los que fue dejando el reguero de su incisivo quehacer priodístico. Retornado a su tierra natal, continuó escribiendo, dedicándose sobre todo a temas costumbristas que desarrolló con especial maestría.

 

     Zerolo Herrera, Antonio Sebastián (1854-1923). Hermano de Elías y de Antonio Sebastián. fue miembro de la Real Academia Española. Licenciado en filosofía y Letras por la Universidad Central de Madrid. Terminó su actuación docente en el Instituto de La Laguna, terminando sus días en Tenerife.

 

     Zerolo Herrera, Elías (1849-1900). Marchó a Tenerife aún muy joven con sus padres cursando la segunda enseñanza en La Laguna. entre sus méritos más notorios figura el de haber fundado la ‘Revista de Canarias’, luego llamada ‘Revista de historia de Canarias’. Colaboró, con otros escritores en el ‘Diccionrio Enciclopédico de la Lengua Castellana’, escribiendo por su cuenta además algunas obras importantes también sobre lingüística y otras materias.

 

     Zerolo Herrera, Tomás (1851-1910). Médico notable enraizado en la sociedad tinerfeña, donde ejercio su profesión con sobrada maestría su profesión, que incluía la práctica de la cirugía. Llegó a publicar incluso algunos libros sobre medicina, incursando también en el género escénico.