HISTORIA DE LANZAROTE, SIGLO XV

28.03.2014 19:48

     La expedición francesa de conquista

     Los acontecimientos se fueron precipitando. La suerte de Titerogaca estaba echada. Apenas alumbraba el siglo XV cuando desembarcó en sus playas la expedición de conquista normando-gascona comandada por Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle, jefes de las respectivas facciones.

     La nave, una panzuda coca, zarpó de La Rochela el 1 de mayo de 1402 con los correspondientes víveres y pertrechos y unas doscientas ochenta personas a bordo según se dice en la crónica, lo que de ser así demuestra que la embarcación era de muy buen porte. Luego de unas turbulentas escalas en los puertos españoles de Vivero y La Coruña, recalaron en Cádiz, donde aumentaron aún más sus tribulaciones, pues a la denuncia de que fueron objeto por parte de unos comerciantes de aquella ciudad a causa de un malentendido, hay que sumar la deserción de gran parte del personal a instigación de un sector mas insidioso de la marinería, quedándoles sólo unas sesenta y tres personas.

     Entre ellas figuraban, aparte de los marinos o soldados que quedaron, los caudillos de la expedición, unas cuantas mujeres francesas que los acompañaban, dos clérigos y un matrimonio lanzaroteño residente en Francia, Alfonso e Isabel, que había sido capturado en una de las tantas razzias sufridas por la isla en años anteriores, cuya misión era la de servir de intérpretes con los nativos.

     Partidos por fin de Cádiz avistaron Lanzarote tras varios días de navegación a comienzos de julio. Luego de un breve fondeo en el estrecho de El Río, brazo de mar que se forma entre Lanzarote y la Graciosa, tuvieron un parlamento con Guardafía en el que acordaron que los europeos protegerían a los indígenas contra los piratas a cambio de permitirles éstos residir en la isla, trasladándose a continuación al sur de la misma, al lugar llamado Rubicón, cerca de Papagayo, donde establecieron su cuartel general construyendo una casa fuerte o torre.

     Restos de sus cimientos fueron exhumados en 1960 por los hermanos Elías y José Serra Ráfols, profesor de universidad el primero y arqueólogo el segundo, en una pequeña eminencia próxima al mar que está a la derecha de la desembocadura del Barranco de los Pozos.

 

     Visita exploratoria a Fuerteventura

     Una vez convenientemente instalados en el nuevo castillo y considerando que tenían así bajo su control a la población nativa, muy diezmada ya por las repetidas incursiones piráticas que se venían produciendo desde años atrás –pues tal como lo manifiesta el propio Le Canarien o crónica francesa de la conquista, “sólo había unas trescientas personas” en la isla cuando ellos llegaron–, pasaron a Fuerteventura con ánimo también de reconocerla para ver la posibilidad de someterla, dejando a cargo del castillo de Rubicón a un joven miembro de la expedición llamado Bertín de Berneval.

 

     Amotinamiento de la marinería y vuelta a España

     Después de varios días de infructuosa exploración de esta otra isla, se declaró una insurrección entre la marinería de la nave, negándose a continuar la campaña y acelerándose por tal motivo el viaje de regreso a Rubicón bajo coacción de los amotinados.

     De nuevo en Lanzarote, decididos éstos a desertar y volverse a España sin dilación, logró sin embargo Bethencourt que lo admitieran con ellos en la nave para que tan pronto como llegara poder enviar a la guarnición que quedaba en la isla armas y provisiones de boca, pues al haberles quitado los rebeldes casi todo lo que habían traído, su situación era sumamente precaria, así como para hacer además las gestiones necesarias en la corte de Enrique III para rendir vasallaje a aquel monarca en nombre de los dos caudillos, como se había convenido verbalmente antes de la partida.

 

     La sedición de Bertín de Berneval

     Bertín de Berneval, citado unas líneas más atrás, en quien los jefes de la expedición habían depositado toda su confianza, resultó ser, sin embargo, un traidor sin escrúpulos. Así, apenas transcurridos unos días de la partida de Bethencourt, consiguió erigirse en cabecilla de una conjura que él mismo había promovido entre aquellos que consideró más proclives a secundarla.

     Para poner en práctica sus aviesos proyectos se le presentó pronto una buena ocasión: la marcha de Gadifer a la Isla de Lobos en una chalupa acompañado de algunos de sus hombres más fieles con objeto de cazar focas para confeccionar calzado con sus recios pellejos. Esta estancia en Isla de Lobos coincidió con la arribada a la isla de un barco español llamado “Tajamar”, cuyo patrón, Fernando Ordóñez, se prestó a las infames proposiciones de Bertín de Berneval, consistentes en que él los restituiría a España a cambio de un buen puñado de isleños que el traidor habría de proporcionarle como compensación en calidad de esclavos.

     Para alcanzar tales indignos fines convocó Bertín a los confiados indígenas a una reunión en el poblado principal de la isla, al que el manuscrito llama la Gran Aldea, los cuales acudieron con el rey a la cabeza sin sospechar que se trataba de una encerrona, siéndole fácil rendir y apresar, bajo la intimidación de las armas, a más de veinte de los infelices nativos entre los que se contaba el reyezuelo Guardafía. Pero mientras eran conducidos atados a la nave, el rey, “como hombre arrojado, fuerte y poderoso –según expresión de Le Canarien– rompió sus ligaduras y se libró de tres hombres que lo custodiaban”, pudiendo darse a la fuga, cosa que logró también su compañero Maji y algún otro, con lo que los embarcados definitivamente en el “Tajamar” fueron veintidós.

     Mientras tanto, habiendo enviado Gadifer, ignorante de lo que pasaba, a uno de sus hombres al campamento de Rubicón en el único bote de que disponían, en busca de víveres, fue éste impedido por los amotinados de cumplir su misión requisándosele la barca, con lo que Gadifer y los demás que lo acompañaban quedaron sin medios de subsistencia, abandonados a su suerte en aquel desolado islote.

     Pero los desmanes de aquellos desalmados, franceses y españoles en cobarde connivencia, sin traba que frenara sus perversos instintos, no paró en la captura de los desventurados indígenas, que quedaban así condenados a una esclavitud que habría de durar el resto de sus vidas, sino que por orden personal de Bertín desvalijaron el almacén del Castillo de cuanto útil contenía, haciendo luego grandes destrozos por pura ruindad en lo que desecharon, culminando tal sarta de torpezas en arrastrar por la fuerza hasta la playa próxima a algunas de las mujeres francesas que habían venido con ellos en la expedición, para forzarlas carnalmente.

     Por más que apelaron los curas a sus sentimientos para que depusieran tan bárbara actitud y les devolvieran el bote con el que poder ir a auxiliar a los que habían quedado desasistidos en Isla de Lobos,  no consiguieron ablandarlos en lo más mínimo, determinándose Bertín finalmente por partir rumbo a Europa y sólo con algunos de sus compinches, pues a otros, valiéndose  de nuevo de traición, los dejó en tierra, los cuales, viéndose cogidos, optaron por aventurarse mar adentro con destino desconocido en un bote que les había quedado.

     Por fortuna para los que habían permanecido en Lanzarote, había recalado por la isla en aquellos mismos días otro velero, español también, llamado “Morella”, al mando de un tal Francisco Calvo, quien demostró ser mucho más humanitario que su colega Ordoñez, pues sin exigir condición alguna se prestó a cooperar en el rescate de Gadifer y los suyos, los cuales se encontraban ya en una situación límite, sobre todo por falta de agua, de la que apenas podían proveerse tendiendo de noche unos lienzos para que absorbieran el rocío que luego chupaban a la mañana siguiente.

 

     La traición de Afche

     Como consecuencia de los violentos acontecimientos que se acaban de relatar se produjo una ruptura total entre los titerogaqueños y los europeos. Al principio lograron los primeros causar algunas bajas a los intrusos, si bien de forma subrepticia, ante lo cual el caudillo galo los requirió para que le entregasen a los culpables, previniéndoles de que de no hacerlo tomaría por su cuenta las represalias que juzgara oportunas.

     Fue entonces cuando se presentó a Gadifer un intrigante personaje de la isla, de nombre Afche, que aspiraba a ceñirse el ‘guapil’ real, para lo cual propuso entregarle a Guardafía como responsable de la muerte de los franceses, pensando que así le quedaría expedito el camino que habría de conducirlo al trono.

     La ocasión no tardó en presentársele. Unos días después mandaba aviso urgente a Gadifer de que el rey iba a celebrar una reunión con los suyos en un ‘palacio’ que estaba en un poblado próximo al Arrecife con el fin de deliberar sobre la estrategia a seguir contra ellos. Partido el francés inmediatamente con veinte de sus soldados llegó al lugar indicado con las primeras luces del alba del día 25 de noviembre del año en curso de 1402, logrando tras tenaz resistencia por parte de los sitiados aprehender al rey en unión de más de treinta de sus hombres. Pero todos fueron puestos acto seguido en libertad a instancias de Afche, con la excepción del reyezuelo y Maji, quien debía ser uno de sus más fieles consejeros, o quizás un pariente próximo suyo.

     Conducidos estos dos personajes al Castillo, fueron atados tan pronto llegaron, con fuertes cadenas para asegurarse de que no pudieran huir, no obstante lo cual Maji no tardó en soltarse por quedarle los grilletes un tanto holgados.

     Pasados unos días vino al castillo Afche para ser investido rey a cambio de la promesa de que todos los naturales habrían de bautizarse, verificándose la ceremonia tal como se había convenido. Fue entonces cuando Guardafía dirigió a Afche, al verlo llegar, la frase “fore troncquenay”, cuyo significado tanto ha intrigado a los berberólogos que se han ocupado del estudio de las lenguas aborígenes, que en el texto se traduce por ‘maldito traidor’, frase que sólo figura en la versión de Le Canarien favorable a Bethencourt.

     Por entonces habían disminuido alarmantemente las reservas de cebada en el campamento, por lo que Gadifer envió a algunos de sus hombres para que trajeran nueva provisión de aquel cereal. Una vez recogido con ayuda de los indígenas, lo depositaron “en un viejo castillo que Lancelot Maloisel había hecho construir tiempo atrás, cuando conquistó el país”, según palabras de Le Canarien. Cuando retornaban a Rubicón les salió al encuentro Afche acompañado de veintidós hombres, fingiéndoles gran amistad. Pero apenas dispusieron de una ocasión propicia se abalanzaron sobre uno de los franceses que se había apartado confiadamente con ellos, intentando eliminarlo, más habiéndose apercibido los compañeros de la víctima de lo que ocurría acudieron rapidamente en su ayuda, pudiendo evitar que lo mataran.

     Aquella misma noche consiguió Guardarfía fugarse de la prisión, y tan pronto como llegó a su morada hizo prender al usurpador Afche y mandó que fuera lapidado y quemado su cadáver.

     Al día siguiente, tan pronto se enteraron los franceses que habían quedado en el ruinoso castillo de Lanzaroto guardando la cebada, del ataque de que había sido objeto su camarada, cogieron a un isleño que estaba con ellos y cortándole la cabeza la expusieron ensartada en un palo que clavaron en lo alto de una montaña próxima de modo que todos pudieran verla y su macabra visión sirviera de aviso disuasorio que frenara el ardor de los más exaltados.

     A partir de este momento se rompieron abiertamente las hostilidades entre ambos bandos, llevando los titerogaqueños siempre las de perder habida cuenta de sus inferiores medios armamentísticos. Uno tras otro, hombres, mujeres y niños, iban siendo capturados o muertos inexorablemente por más que intentaran evitarlo escondiéndose en cuevas o internándose en los más escabrosos y apartados parajes de la isla.

 

     Llega una barcaza con víveres mandada por Bethencourt

     Así transcurrieron largos meses de angustia y desesperanza, viviéndose en la isla en medio de grandes privaciones y constante zozobra, hasta que al fin, en julio del año siguiente de 1403, arribó una barcaza enviada por Bethencourt con algunas provisiones. Por ella pudo enterarse Gadifer de cómo su socio, al llegar a Cádiz, tras apoderarse de la coca, había hecho que los insurgentes fueran ingresados en prisión, si bien la nave, infortunadamente, se había perdido poco después en aquellas costas. Y también, que al recalar en el mismo puerto el traidor Bertín de Berneval con sus secuaces, habían corrido igual suerte que los anteriores al ser denunciados por su corneta Cortille, quien siguiendo instrucciones del jefe gascón se había infiltrado entre los desertores cuando se marcharon de Lanzarote. No así Fernando Ordoñez, quien pudo eludir la acción de la justicia huyendo a tiempo con su cargamento de esclavos hacia los puertos de Aragón. Pero lo que colmó el vaso de su amargura fue el saber de la desleal y personalista actuación de Bethencourt, su asociado y compañero, en lo referente a la regularización jurídica de la empresa de la conquista, pues quebrantando lo concertado entre ambos de que toda la operación habría de llevarse a cabo en paridad de derechos, a la hora de rendir vasallaje al reino de Castilla en la persona de su monarca Enrique III, se había reservado para si, en calidad de rey feudatario de Canarias, todos los títulos y privilegios inherentes a tal dignidad, dejándolo a él totalmente al margen en estos honores y beneficios como si fuera un simple subordinado. Pese a ello Gadifer no mostró su disgusto en los primeros momentos, continuando el cometido que se había propuesto hasta tener ocasión de tratar el asunto personalmente con Bethencourt.

 

     La barcaza gira un viaje de presa por las otras islas

     Tan pronto como fueron echados los víveres en tierra se aprestó la barcaza a zarpar hacia las otras islas en viaje de presa de esclavos con que resarcir gastos, pues con esta condición habían venido, siéndole permitido a Gadifer con unos pocos de sus hombres acompañarlos con objeto de reconocerlas y ver las posibilidades de conquista que ofrecían.

     El viaje duró unos tres meses, y durante el mismo tomaron tierra por este orden, en Fuerteventura, donde capturaron cuatro mujeres; Gran Canaria, en la que intercambiaron con los naturales pequeños objetos tales como anzuelos, agujas y otros utensilios de hierro por sangre de drago, sustancia de gran valor por entonces en los mercados europeos; la Gomera, logrando apresar en ella a un hombre y a tres mujeres; El Hierro, donde la  presa consistió en cuatro mujeres y un niño, y finalmente La Palma,  desde cuya isla volvieron directamente a Lanzarote sin hacer ninguna presa en ella.

 

     Situación crítica en Rubicón

     Mientras tanto en el campamento de Rubicón se estaba padeciendo un hambre terrible, hasta el extremo de que se había producido una gran mortandad entre los prisioneros por falta de alimentos. Y los que permanecían aún en libertad se iban entregando uno tras otro forzados por la insostenible situación creada por la estrategia de tierra arrasada y el constante hostigamiento a que los franceses los tenían sometidos o, cuando no, llevados por el perentorio deseo de reunirse con sus seres queridos que habían sido ya apresados.

     La barcaza abandonó el puerto de Rubicón en viaje de retorno a España el mismo día en que llegó del periplo archipelágico, en la última semana de septiembre, llevando a bordo un comisionado de Gadifer con el expreso encargo de gestionar el envío de vituallas tan pronto como arribara a puerto. Mas el tiempo pasó sin que se tuvieran noticias suyas.

 

     Definitiva captura del rey Guardafía

     El 25 de enero de 1404 marca un señalado hito en la historia lanzaroteña. Cuando las provisiones  que había traído la embarcación enviada por Bethencourt tocaban a su fin, fue capturado definitivamente el rey Guardafía con los últimos dieciocho hombres que aún lo seguían. Con ello quedó extinguido el último foco de resistencia indígena en la isla, dándose por consumada su conquista.

 

     Regreso de Bethencourt

     Al fin, cuando habían perdido las esperanzas de que Bethencourt retornara, agotados ya los pocos recursos alimentarios que habían encontrado en posesión de Guardafía y sus gentes al ser capturados, hizo acto de presencia en la isla el jefe normando el 19 de abril siguiente, después de transcurridos, por lo tanto, unos veinte meses desde el día en que se ausentara rumbo al reino de Castilla. Traía consigo algunos víveres y otros artículos y útiles de uso vario, pero no tropas de refuerzo, que tan necesarias les eran para continuar la campaña de sometimiento del archipiélago que se habían propuesto.

     Con la presencia de Bethencourt en la isla la ruptura entre los dos caudillos entró en su fase activa. Es de suponer que ya tuvieran entonces sus primeras fricciones dialécticas, más lo cierto es que, si fue así, ello no se tradujo por el momento en actitud de enfrentamiento declarado.

 

     Desplazamiento a Fuerteventura con viaje incluido a Gran Canaria

     El hecho de no tardar mucho en pasar Gadifer a la vecina isla de Fuerteventura con ánimo de reducirla, parece confirmar este supuesto. En ella llevó a cabo, por espacio de unos tres meses, una operación de recorrido y tanteo de todo su territorio.

     En el curso de esta estadía en Erbania (nombre aborigen de la isla) aprovechó Gadifer un paréntesis de unos quince días para girar un nuevo viaje de prospección a Gran Canaria acompañado de varios de sus hombres, durante el cual estuvieron a punto de perecer a manos de los indígenas al lograr éstos retener el bote en el que se acercaron a la orilla confiadamente más de lo prudencial.

     Vuelto a Fuerteventura comenzó el gascón a construir una fortaleza en que fortificarse, tal como había hecho su colega ya en otro lugar, lo que comienza a poner de manifiesto las divergencias  antagónicas que los iban separando. En adelante fueron actuando cada vez más por su cuenta, hasta que llegó el rompimiento definitivo.

 

     Gadifer abandona la empresa canaria

     Convencido Gadifer de que se estaban vulnerando sus legítimos derechos e intereses en la empresa de la conquista, resolvió finalmente trasladarse a Castilla en un intento de reinvidicar ante el rey lo que él creía que en justicia le pertenecía (¿por septiembre de 1404?), o sea, tal como habían convenido en un principio, la mitad de cuantos beneficios se lograran. Su rival ya declarado lo siguió temeroso de que las alegaciones del resentido reclamante pudieran menoscabar las prerrogativas que le habían sido concedidas. Pero nada pudo obtener Gadifer. Convencido de la inutilidad de sus esfuerzos y reconociendo su derrota política, optó por desentenderse de aquella aventura que en su momento había constituido la gran ilusión de su vida y regresar a Francia.

     Por su parte Bethencourt se reintegró sin pérdida de tiempo a la campaña de conquista de Fuerteventura, a la que, después de algunas peripecias bélicas con los ‘majoreros’ –sus habitantes–  terminó por someter unos meses más tarde con la rendición de sus dos reyes Guise y Ayose.

 

     El campamento de Rubicón erigido ciudad y obispado de Canarias por bula papal

     Mientras tanto el campamento de Rubicón en Lanzarote, con su castillo, había sido erigido por bula  del papa disidente Benedicto XIII de 7 de julio de 1404 en ciudad y a una pequeña capilla anexa se le concedía el título de catedral con jurisdicción sobre todo el archipiélago. Fue nombrado para ocupar la silla episcopal fray Alonso de Barrameda, pero este obispo, desoyendo las conminaciones que el papa le hizo para que se trasladara a la isla a ocupar su puesto, parece que nunca vino a Lanzarote.

 

     Viaje de Bethencourt de ida y vuelta a Normandía

     Finalizada la conquista de Fuerteventura, determinó Bethencourt hacer un viaje a su patria con objeto de traer hombres y mujeres con los que colonizar las islas sometidas, así como pertrechos y gente de armas que le permitieran proseguir la campaña de conquista de las islas restantes. Dejando como lugarteniente suyo en las islas a un tal Juan Le Courtois, hombre de toda su confianza, salió de Erbania el 31 de enero  de 1405, llegando a Normandía veintiún días después.

     En su tierra natal fue recibido por amigos y familiares con grandes muestras de afecto, dedicándose enseguida de pasados aquellos primeros días de agasajos y salutaciones a reclutar cuantos profesionales de todos los oficios necesarios en las islas le fue posible, en cuya tarea le ayudó de forma especialmente eficaz su pariente Maciot de Bethencourt, que tan destacado papel habría de jugar luego en la historia de Canarias.

     Con unos ochenta hombres, de los cuales una tercera parte aproximadamente llevaban sus mujeres, emprendió Bethencourt el viaje de regreso al archipiélago, arribando a Lanzarote en la tercera decena de mayo de aquel año 1405. Según Le Canarien en la versión favorable al normando, única fuente consultable en adelante sobre estos hechos, el recibimiento en Rubicón fue apoteósico. De allí pasó enseguida a Fuerteventura, donde fue recibido con iguales muestras de admiración.

 

     Viaje de reconocimiento de Bethencourt a las islas insumisas. Ocupación de El Hierro

     A los cuatro meses de estancia en esta última isla decidió Bethencourt efectuar un viaje a las otras aún no conquistadas con objeto de reconocer sus puertos y desembarcaderos más abordables y tantear la potencia militar de su población.

     Este viaje estuvo cuajado de vicisitudes y en él se sufrieron serios descalabros, entre los que destacan la pérdida en Gran Canaria de veintidós hombres y cinco en La Palma en sendos combates con los naturales.

     Antes de abordar Gran Canaria habían sido desviados de la ruta prevista por un fuerte viento hasta Bojador, en la costa africana, donde capturaron varios indígenas y mataron, según se dice, multitud de camellos.

     En este viaje tuvo además lugar la toma de la isla del Hierro, en cuya rendición jugó un papel decisivo un hermano del rey de la isla cristianizado que llevaban con ellos, quien se prestó a persuadir a sus coterráneos para que se entregaran, intercesión que pagó luego Bethencourt esclavizando a la mayor parte de los isleños.

     Para reponer la población extraída de forma tan vil dejó en la isla a ciento veinte colonos de los que había traído de Normandía, escogiéndolos entre los mejor impuestos en las labores agrícolas, repartiendo luego los restantes entre Fuerteventura y Lanzarote.

 

     Regreso a Fuerteventura

     De regreso a Fuerteventura se dedicó a poner en orden todo lo referente a la administración de su incipiente sociedad, tanto en el aspecto civil como en el religioso y militar. Acto seguido pasó a Lanzarote, donde hizo lo propio y distribuyó las tierras entre los colonos europeos y los habitantes autóctonos. Al rey Guardafía, en atención a su pasada jerarquía, lo distinguió con la concesión de su más preciada hacienda que, según Abreu Galindo, fue “el termino y casa de Zonzamas”, lugar que debe identificarse con la zona que lleva en la actualidad ese mismo nombre, en cuyo solar se ubica el célebre Palacio de Zonzamas, que ha sido objeto de interesantísimas excavaciones arqueológicas.

 

     Bethencourt se reintegra definitivamente a su tierra

     Pasado algún tiempo de estancia en las islas decidió Bethencourt retornar de nuevo a su tierra, a cuyo objeto dispuso los preparativos que consideró oportunos, entre los cuales destaca como más importante el nombramiento de lugarteniente suyo en el archipiélago durante su ausencia en la persona de su deudo Maciot. Para este viaje a Francia, que resultó ser definitivo, no se dispone de otra fuente documental que Le Canarien en la versión viciada que compuso el sobrino homónimo del conquistador unos noventa años después de que éste llegara a las islas. Pero es tal el grado de tergiversación a que fue sometido este manuscrito bajo el desmedido afán de atribuir a su tío todo género de méritos y proezas que la crítica moderna lo ha rechazado como prácticamente inaprovechable para extraer de él alguna información útil en la parte que rebasa cronologicamente a la versión G. En el mismo se dice que después de su partida de Lanzarote el 15 de diciembre (¿de 1406?) estuvo unos días en Valladolid parlamentando con el rey de Castilla; que luego pasó a Roma, donde fue recibido por el papa, y de allí a Florencia, cuyas autoridades lo colmaron de atenciones, regresando finalmente desde esta ciudad a su tierra natal vía Paris. Mas todo esto parece pura fantasía del autor y no resiste  minimamente una crítica objetiva y racional.

 

     Maciot de Bethencourt gobernador de las islas

     Ausente del archipiélago Juan de Bethencourt, quedó ostentando la jefatura máxima del señorío, como representante suyo, Maciot de Bethencourt, cuyo grado exacto de parentesco con el conquistador no ha podido aún determinarse, pues en unas crónicas aparece como su sobrino y en otras como su primo, si bien parece tener mayores probabilidades de verosimilitud la primera opción.

     En los años subsiguientes a la marcha del auténtico señor se produce un vacío informativo en la historiografía isleña, en el que apenas afloran algunas vagas y espaciadas referencias. Parece que el gobierno de Maciot fue en un principio muy benigno y del agrado de su pueblo. Por este tiempo vivió con una hija del exrey indígena Guardafía, cuyo nombre, Teguise, sería impuesto a un poblado que habría de ostentar en adelante, hasta mediados del siglo XIX, el título de capital de la isla, el cual, según se dice, se correspondía con la localidad indígena que los españoles llamaron, desde antes de la colonización europea, la Gran Aldea.

     Desgraciadamente, esta mansedumbre con que Maciot iniciara el mando de las islas habría de tornarse, sin que transcurriera mucho tiempo, en una feroz autocracia que ensombreció el resto de su mandato. Si hemos de creer a Abreu Galindo, este radical cambio de conducta en Maciot habría que atribuirlo al hecho de verse libre de la tutela de su tío y a la falta de acatamiento hacia su persona por parte del pueblo una vez muerto Juan de Bethencourt: “Como entendían (los naturales) la poca fuerza del nuevo señor, y el favor y el socorro lejos y dudoso, tomaron osadía para contradecirle. Y concibiendo sospecha Maciot de Bethencourt, comenzó a temer y hacer con el temor malos tratamientos”.

 

     Benedicto XIII nombra nuevo obispo

     En vista de que el obispo Sanlúcar de Barrameda no se trasladaba a la isla para posesionarse de la silla del obispado de Rubicón creado por el papa disidente Benedicto XIII, nombra éste como sustituto suyo a fray Mendo de Viedma en 1417, quien ostentó el cargo hasta 1430 con sujeción a los criterios impuestos por dicho papa.

 

     Traspaso de las islas al conde de Niebla

     En 1418 se produce un evento de gran trascendencia para la historia del señorío de las Canarias: Maciot de Bethencourt, a instancias de su tío, quien se ve obligado a ello por razones políticas que tenían sus raíces en Francia, traspasa las islas a don Enrique de Guzmán, conde de Niebla, de rancio abolengo andaluz. A tal fin vino a buscarlo a Lanzarote para llevarlo a Castilla el hidalgo y experimentado marino Pedro Barba de Campos. La operación de transferencia se llevo a cabo en Sevilla el 15 de noviembre de dicho año, y en ella se estipuló que Maciot continuara en las islas desempeñando el mismo cargo que hasta entonces, si bien, como es natural, bajo la dependencia del nuevo señor don Enrique de Guzmán.

 

     Juan le Verrier nombrado coadjutor del obispado Rubicense

     Un año después es nombrado coadjutor del obispado Rubicense por el papa Martín V afecto a Roma, Juan le Verrier, el capellán de Bethencourt. Tenía por objeto este nombramiento contrarrestar en lo posible la autoridad de fray Mendo de Viedma en el archipiélago, designado, como hemos visto, desde años antes obispo de la diócesis por el entonces papa cismático Benedicto XIII, si bien este obispo no hizo acto de presencia para posesionarse de la silla pontificia hasta 1422.

     La pugna entablada entre los dos papas llevó a Martín V a erigir otro obispado en la vecina isla de Fuerteventura en 1424 que representara a Roma. Pero su vigencia fue corta, ya que fue anulado en 1430, poco después de que falleciera el antipapa Benedicto XIII en su retiro de Peñíscola, siendo aceptado a partir de entonces en las islas como obispo legítimo fray Mendo de Viedma.

 

     Fallecimiento de Juan de Bethencourt

     Poco después, en 1425, muere en su tierra natal, Normandía, el conquistador de la isla Juan de Bethencourt. Sus restos reposan en la iglesia de Grainville la Teinturiere.

 

     Los las Casas y su intervención en Canarias

     Mientras tanto se habían estado gestando en la metrópoli unos acontecimientos que habrían de tener gran repercusión en el futuro histórico de las Canarias: un gentilhombre sevillano llamado Alfonso de las Casas había logrado en 1420 del rey de Castilla Juan II la concesión de conquista de las islas aún insumisas de Gran Canaria, Tenerife, La Palma y La Gomera, alegando ciertos derechos prioritarios dimanantes de antiguas incursiones llevadas a cabo en el archipiélago por antecesores suyos. Con ello se creaba una situación de intereses encontrados entre la familia de los Las Casas de un lado, representada de hecho en la persona de Guillén, hijo de Alfonso, y el conde de Niebla del otro.

     A partir de este momento la intromisión de Guillén de las Casas en el archipiélago fue casi constante, excediéndose en las atribuciones que la concesión real le confería, pues no satisfecho con intervenir en las islas citadas a que sus derechos se contraían, no perdía ocasión de inmiscuirse también en Lanzarote y las otras ya colonizadas, dando lugar con ello a frecuentes y perturbadores incidentes.

 

     Nuevos traspasos de la isla

     Cansado don Enrique de Guzmán, conde de Niebla, de esta conflictiva situación, en la que el propio monarca decantaba sus preferencias por Guillén de las Casas, se determinó a la postre a desentenderse de las islas traspasándolas a su rival en 1430, si bien haciendo la salvedad de dejar a Maciot la de Lanzarote en calidad de señorío privativo suyo en razón de los derechos que el francés tenía adquiridos en el archipiélago.

     Sin embargo Guillén de las Casas no se avino en un principio a cumplir con esta condición, por lo que apresó a Maciot con su mujer Teguise, presumiblemente aquí en Lanzarote, y los confinó en El Hierro, de donde pudieron escapar a los pocos días con la ayuda de un navío portugués amigo que los llevó a Madeira. De esta isla pasó Maciot sin pérdida de tiempo a la corte castellana, donde consiguió que le fueran reconocidos en 1432 dichos derechos de propiedad, dejándosele ya entonces la isla de Lanzarote en pleno usufructo, como señor titular de ella, si bien con la reserva expresa de que si algún día se decidiera a enajenarla, tendrían prioridad de adquisición Guillén de las Casas o sus herederos.

 

     Cambios de obispo

     En 1431 falleció el obispo fray Mendo, sucediéndole en el cargo el mismo año fray Fernando Calvetos, quien continuó la política proteccionista hacia los indígenas iniciada por su predecesor. Producto de estos humanitarios desvelos fue la promulgación de unas bulas papales que condenaban taxativamente la práctica de la esclavitud en las islas, prohibición que era no obstante infringida por los señores feudales cuantas veces se les presentaba la ocasión. Pero este prelado murió a su vez pocos años después, en 1436, ocupando su vacante fray Francisco de Moya, cuya conducta, por el contrario, fue motivo de escándalo, pues lejos de velar por que se cumplieran las normas dictadas por sus predecesores en favor de los naturales, se dedicó él mismo al comercio de esclavos, por lo que fue destituido de sus funciones hacia 1447 y nombrado en su lugar don Juan Cid.

 

     Maciot transfiere la isla al prócer portugués don Enrique el Navegante

     Viendo Maciot de Bethencourt gradualmente menoscabada su autoridad en Lanzarote por la prepotente intervención de los señores feudales castellanos propietarios de las otras islas (Guillén de las Casas hasta 1445 y Fernán Peraza en adelante), optó por ceder a las reiteradas propuestas de su amigo el prócer lusitano don Enrique el Navegante para que le vendiera Lanzarote, cosa que hizo finalmente en 1448.

     Consumada la transacción se trasladó Maciot a la isla de Madeira, donde fijó su residencia, en tanto que se posesionaba de Lanzarote en nombre de don Enrique su valido Antâo Gonçalves, quedando en ella como gobernador.

     En cuanto a la relación de Maciot de Bethencourt con la princesa aborigen Teguise se sabe que tuvo con ella una hija natural llamada Inés Margarita que contrajo matrimonio con el súbdito francés Jean Arriete Prudhomme (apellido castellanizado luego en Perdomo), matrimonio que quedó en Lanzarote cuando Maciot se estableció en Madera. Con otra mujer, cuyo nombre se desconoce, tuvo otra hija que casó con Rui Gonçalves da Cámara, hijo del descubridor de Madera.

 

     Expulsión de los portugueses

     El mando de los portugueses fue apacible y contemporizador al decir de las crónicas. Sin embargo, los isleños, bien fuera por hallarse algo soliviantados con la administración extranjera que se les imponía u obedeciendo secretas instrucciones de la corte de Castilla como quieren algunos, es lo cierto que hallaron modo de expulsar a los portugueses de la isla en una acción sorpresiva apenas transcurrido un año y medio de haber sido ocupada por aquellos.

     A continuación nombraron gobernador interino a Alfonso de Cabrera hasta tanto se recibieran órdenes concretas de Castilla sobre lo que debía hacerse. Éstas no tardaron en llegar plasmadas en una cédula real que reconocía en principio a Fernán Peraza como propietario de la isla. Pero mientras el pretenso señor justificaba sus derechos de propiedad fue la isla puesta en situación de “secuestro” por el monarca, a cuyo efecto invistió de los poderes necesarios a su escribano de cámara Juan Íñiguez de Atabe, quien luego de unas infructuosas embajadas a la corte portuguesa para quejarse de la provocativa actitud adoptada por el infante don Enrique, quien lleno de despecho acosaba constantemente a las islas, se trasladó a Lanzarote en 1450 para hacerse cargo de su gobierno.

 

     Muerte de Fernán Peraza. Sus herederos

     Poco después, en 1452, fallece Fernán Peraza, quedando como heredera del señorío de las Canarias su hija Inés, casada con Diego García de Herrera, de linajuda familia.

     Dos años más tarde se resuelve a favor de este matrimonio el expediente de propiedad de la isla. Mas pese a la cédula real confirmatoria del dictamen, los lanzaroteños se resistían a cumplirlo con la esperanza de pasar a depender directamente de la Corona. Por fin, tras ser conminados a ello, se resolvieron a acatar las órdenes del rey (ya entonces lo era Enrique IV) en 1455, tomando posesión de la isla el apoderado de los señores, Adrián de Benavente.

 

     El matrimonio Herrera-Peraza en Canarias

     Llegaron a sus posesiones feudales los nuevos señores Inés Peraza y su marido Diego García de Herrera en 1456. Apenas el nuevo señor consorte pisó tierra canaria, puso todo su empeño y energías en realizar cuantas incursiones depredadoras pudo en las islas aún inconquistadas, sin renunciar incluso a someterlas, objetivo este, empero, que nunca logró a pesar del esfuerzo con que acometió la empresa.

 

     Antón Guanche

     Fruto de estas correrías fue la captura en Tenerife del niño Antón Guanche cuando estaba entretenido en un charco a la orilla del mar con los pececillos que en él había, algo alejado de su padre, seguramente en 1457, cuyo natural gracejo y despierto carácter celebraron los cronistas de la época y le granjeó en Lanzarote, donde  residió unos siete u ocho años, la general simpatía.

     Pasado este período de adoctrinamiento fue este pintoresco personaje reintegrado a su isla natal, donde habría de jugar un destacado papel en la catequización de sus coterráneos, especialmente los del menceyato de Guímar, de donde procedía. En esta tarea de conversión jugó destacada influencia la “providencial” aparición en aquellas playas de la imagen de la Virgen de la Candelaria, que tanto impresionó a los sencillos guanches, cuya aparición ya he explicado cómo ocurrió.

     Mucho dio que hablar en las islas por entonces el portentoso caso protagonizado por la celestial señora cuando fue traída a Lanzarote “contra su voluntad” por Sancho de Herrera, hijo de los señores de Canarias, hasta el punto de conseguir con sus prodigiosos desplantes volviéndole la espalda a los fieles que la devolvieran a sus dueños originarios tinerfeños, de cuyo peregrino suceso nos da cumplida cuenta en su conocida obra Historia de nuestra Señora de la Candelaria el padre Espinosa.

 

     Construcción de la torre de Gando por Diego de Herrera

     Entre las añagazas de que Diego de Herrera se valió para irse introduciendo ladinamente en las islas insumisas figura como más digna de ser reseñada la construcción de fortines o torres en ellas a los que fingía dedicar a funciones religiosas o de cualquier otra índole pacífica, como fue el caso de la célebre “casa de oración”, en Gran Canaria. Se erigió este edificio, previo pacto con los insulares sobre su uso, por 1458, exigiendo los canarios como garantía de su fiel cumplimiento la entrega de una treintena de niños, hijos de los nativos de Lanzarote y Fuerteventura, para retenerlos en calidad de rehenes.

 

     Diego de Silva ataca a Lanzarote

     En el año 1459, ya construido por tanto el ficticio eremitorio en Gran Canaria, tuvo lugar la violenta irrupción del capitán lusitano Diego de Silva en los dominios de los nuevos señores feudales de Canarias. Este feroz asalto portugués, en que se atacó a la población y sus propiedades con especial saña, ha de encuadrarse en el contexto de las irreprimibles ansias del Reino de Portugal por apoderarse de alguna de las islas del archipiélago, deseo sin duda avivado como consecuencia del desairado desenlace que había sufrido con la ocupación de Lanzarote por aquella nación al ser expulsados sus súbditos de la isla pocos años antes. Fue precisamente nuestra isla la primera en recibir el encarnizado embate de las huestes de Silva, viéndose obligados los propios señores a poner a buen recaudo sus personas buscando refugio en los más recónditos recovecos de Famara. De Lanzarote pasó el portugués a Fuerteventura, repitiendo en esta isla los mismos desmanes y saqueos, para terminar descargando el ímpetu de sus furibundos ataques en Gran Canaria, donde redujo la recién construida torre de Herrera adueñándose de ella.

 

     Otros relevos en el episcopado de Rubicón

     En 1459 tuvo lugar un nuevo relevo en la silla episcopal rubicense, pues habiendo fallecido su titular don Juan Cid, vino a ocupar su puesto el obispo Roberto, quien cesó en ese mismo año, siendo sucedido por Diego López de Illescas. Fue este último pontífice el que acompañó a Diego de Herrera a Gran Canaria cuando se construyó la torre de Gando que se acaba de comentar, así como  a la erigida pocos años después en Tenerife de la que se hablará a continuación.

     Este obispo se mantuvo en el puesto hasta 1468, año en que continuó ocupándolo fray Martín de Rojas hasta 1470 en que lo cedió a su vez a fray Juan de Sanlúcar, del que pasó a Juan de Frías en 1477, el último obispo de Rubicón, pasando en adelante la sede del obispado a la isla de Gran Canaria una vez conquistada.

 

     Herrera toma ‘posesión’ de Tenerife

     Fue en 1464 cuando se realizó la “toma de posesión” de esta isla por Herrera, un acto puramente simbólico, sin efectividad práctica alguna, en el que tomaron parte los nueve menceyes tinerfeños, si bien totalmente ignorantes del significado legal que los cristianos pretendían atribuirle, complementándose luego la operación con la edificación de una pequeña torre en el puerto de Añaso, la actual Santa Cruz. Pero este otro edificio disfrutó de una corta existencia al ser destruido pocos años después por los guanches descontentos con la abusiva conducta de sus ocupantes.

 

     Diego de Silva se casa con la hija mayor de los Herrera-Peraza

     Dos años más tarde, como fruto de las presiones diplomáticas ejercidas por el gobierno español ante la corte de Portugal, restituyó Diego de Silva la fortaleza de Gran Canaria a sus primitivos dueños, concertándose entonces entre ambas partes, como feliz remate de las paces alcanzadas, el matrimonio del aguerrido capitán luso con doña María de Ayala, hija mayor de los señores de las islas. La unión fue acompañada de sustanciosa dote, celebrándose la boda hacia el año 1468, quedando Silva en el ínterin ocupando el cargo de alcaide de la torre de la discordia en nombre de sus futuros suegros.

 

     Demolición de la torre de Gando

     Sin embargo hacia 1470, o quizás 71, se produjo la toma y subsiguiente demolición de esta torre –o por mejor decir de un almacén anexo a ella– a manos de los canarios, cansados ya de los constantes abusos que la guarnición a ella afecta cometía en sus propiedades e incluso en sus mujeres, muriendo en la contienda más de cincuenta hombres de Herrera y hechos prisioneros otros muchos.

 

     El caso de la princesa Tenesoya

     Viéndose impotente Diego de Herrera para tomar por las armas las islas insumisas se dedicó a llevar a cabo asaltos furtivos con unos barcos de poco porte llamados carabelones. Así fue cómo habiendo desembarcado de uno de ellos por estas fechas en las costas de Gáldar unos tripulantes, sorprendieron bañándose a la orilla del mar a una joven llamada Tenesoya, sobrina del guanarteme de aquella banda de la isla de Canaria llamado Egonaiga, al que los cristianos añadieron el aditamento de ‘El Bueno’ por el benevolente comportamiento que había tenido con Diego de Silva tiempo atrás, a la cual apresaron en unión de dos ayas de edad que la custodiaban. Con tan valiosa presa partieron rumbo a Lanzarote, donde fue debidamente agasajada al saberse su regio rango, por Doña Inés Peraza y su marido. Tal fue el trato que recibió de los señores de las islas que incluso llegó a desposarse con un nieto de Maciot de Bethencourt, de su mismo nombre.

     Cuentan que ya casada con Maciot, Tenesoya se prestó a fingir, con el riesgo que ello entrañaba para su persona, reintegrarse a su isla a petición de su tío a cambio de la devolución de más de cien prisioneros cristianos que éste tenía en su poder. Pero una vez logrado el trueque volvió ella a embarcarse pocos días después en una nave convenida que la esperaba de noche para llevarla de nuevo a Lanzarote.

     Este episodio dio lugar al conocido romance que dice:

     Estándose bañando con sus damas

de Guanarteme el Bueno la sobrina,

tan bella que en el mar enciende llamas,

tan blanca que a la nieve más se empina...,

salieron españoles de entre ramas

y, desnuda, fue presa en la marina.

 

     Alzamiento popular contra los señores

     El descontento entre los vasallos por el trato que recibían de sus señores iba creciendo de día en día. Entre estos despóticos actos se cuentan las levas de que eran objeto, que suponían la muerte lejos de sus hogares para muchos de ellos al ser embarcados en contra de su voluntad por sus ambiciosos señores en peligrosas empresas militares realizadas en las islas no conquistadas; las presiones tributarias a que veían sometidos sus esmirriados bolsillos, y la terrible zozobra que invadía el ánimo de los padres cuyos hijos se encontraban en poder de los canarios en calidad de rehenes.

     En 1476 llegó la situación a un punto tan crítico que los oprimidos habitantes de Lanzarote no soportaron por más tiempo tan agobiante situación y se alzaron contra sus señores con la pretensión de pasar a depender directamente de la Corona. Con tal motivo se produjeron grandes tumultos y actos de violencia en Teguise que tuvieron como consecuencia la muerte de algunas personas.

     Dos isleños de los más resueltos, Juan Mayor y Juan de Armas, en quienes el pueblo había delegado sus poderes, partieron hacia la corte cargados de documentos a presentar sus quejas ante los soberanos, pero fueron apresados en tierras peninsulares por un hijo de los señores de las islas que los despojó de la documentación que llevaban.  

     La represión dominical en la isla a esta insumisión fue feroz. Mientras Diego de Herrera se embarcaba a su vez rumbo a España para contradecir las reivindicaciones populares, la señora propietaria, doña Inés Peraza, hacía ahorcar barbaramente en Lanzarote a varios de los sediciosos más destacados, logrando otros escapar de una muerte segura huyendo precipitadamente a la vecina isla de Madeira.

     Mientras tanto, en Gran Canaria, Pedro Chimida, alcaide de la torre de Gando, que a la sazón se hallaba prisionero de los canarios en unión de otros cristianos, se las compuso tan habilmente para persuadir a sus captores de que debían reconciliarse con Herrera, que incluso logró que se trasladara a Lanzarote una embajada compuesta por un grupo de notables de la isla en representación de los guanartemes, culminándose esta misión de paz con la devolución por ambas partes de cuantos prisioneros tenían del bando contrario.

     Cuando los alzados que se encontraban en Madeira, entre los que descollaba por su inteligencia y férrea voluntad un tal Pedro de Aday, tuvieron noticia de este feliz desenlace, quisieron reintegrarse a su isla creyendo tener expedito el camino. Pero los señores, llenos de ciega soberbia, se opusieron tajantemente a este regreso, negativa imprudente que movió a los expatriados a proseguir viaje hacia el reino, decisión que resultó para ellos sumamente positiva, pues gracias a su intercesión ante la justicia lograron la liberación de los compañeros que habían sido hechos prisioneros en el ínterin por los esbirros de Herrera en la Península.

     Llegados estos representantes del pueblo a presencia de los monarcas les hicieron una detallada exposición de los hechos y les manifestaron los deseos de los vecinos de Lanzarote de pasar a depender directamente de la Corona. Pero la reacción de sus católicas majestades se redujo a promulgar unas ambiguas cédulas de protección a favor de ambas partes como primera medida, ordenando a continuación la apertura de una información con objeto de esclarecer la situación jurídica en que se encontraban Lanzarote y demás islas del señorío, nombrando a tal efecto juez pesquisidor que entendiera en el caso al caballero sevillano Esteban Pérez de Cabitos, quien ocupó los meses de enero a abril de 1477 en hacer acopio de cuantos documentos y testimonios relativos al caso pudo.

     El dictamen final de este famoso expediente le fue encomendado a tres expertos consejeros reales, quienes emitieron su veredicto unos meses después. En él se reconocía el derecho del matrimonio Peraza-Herrera a las cuatro islas cristianizadas de Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Hierro, pero la Corona se reservaba, previa indemnización pecuniaria a los señores, la conquista de Gran Canaria, Tenerife y La Palma  por considerarse que los mismos no disponían de los medios materiales suficientes para reducirlas.

 

     Los lanzaroteños apresan una carabela portuguesa

     A principios de este mismo año 1477 se apoderan los vecinos de Lanzarote por su cuenta de una carabela portuguesa, mas los señores, aprovechando la turbia situación creada por sus vasallos rebeldes y prevalidos de su autoridad, les requisaron por la fuerza la embarcación y el cargamento que llevaba, apropiándose sin miramientos de todo ello.

 

     Casamiento de la segunda hija de los señores de Canarias

     Por estas fechas tuvo lugar el casamiento en nuestra isla de la segunda hija de los señores de Canarias, doña Constanza Sarmiento, con Pedro Fernández de Saavedra, de prestigiosa familia andaluza, unión que había sido concertada previamente en Castilla.

 

     Fundación de la Torre de Mar Pequeña

     Viendo Diego de Herrera frustradas sus iniciativas de conquista dentro del archipiélago dirigió inmediatamente sus miras hacia los territorios del continente africano fronterizos a Canarias. Desde el mismo año de 1478 siguiente a aquel que tantos contratiempos había costado al señorío, cuando la Corona emprendía la conquista de Gran Canaria, se plantó el intrépido caballero en la vecina costa de África, construyendo en el lugar denominado Mar Pequeña –con toda seguridad el actual Puerto Cansado– una torre o fortaleza desde la cual organizar correrías e incursiones tierra adentro.

     Poco después tuvo ya ocasión Herrera, acompañado de su joven yerno, de medir sus armas en tierra africana en defensa de su nuevo fortín al enfrentarse al jeque de aquella región, Aioaba, quien le puso sitio con gran despliegue de fuerzas, viéndose no obstante obligado pronto a batirse en retirada ante la presión de las tropas de refuerzo enviadas prestamente desde las islas.

 

     El longevo Juan Camacho

     En los años subsiguientes a la fundación de esta fortaleza se produjo la sorprendente defección del moro Helurgurt, más conocido en la historiografía isleña por Juan Camacho, nombre que tomó del caballero cristiano que lo apadrino al bautizarse. La fama de este pintoresco personaje, que compartió su vida entre Lanzarote y Fuerteventura, le viene tanto de su enorme longevidad, pues vivió ciento cuarenta y seis años según el historiador Abreu Galindo, como por el pérfido proceder que mostró hacia su propio pueblo, pues desde el mismo instante en que se pasó al bando cristiano se ofreció incondicionalmente a servir de adalid en cuantas cabalgadas quisieran realizar en Berbería, siendo en buena parte, pues, el responsable moral de la esclavización de un crecido número de sus hermanos de raza.

     Sobre la longevidad que Abreu Galindo atribuye a este pintoresco personaje puede que haya algo de exageración, pues el año de su nacimiento no se conoce con exactitud. Lo que sí se sabe es que cuando se pasó a los cristianos en 1479 se dice que tenía 30 años de edad y que murió el año 1591, de modo que aún restándole diez años al lapso comprendido entre esas dos anualidades, su edad hubiera sobrepasado todavía los 130 años, longevidad suficiente para causar profunda admiración. Por si fuera poco hay testimonios creíbles que dicen que hasta no muchos años antes de morir se comportaba fisicamente como un hombre de mediana edad, caminando totalmente erguido y corriendo incluso con gran agilidad. Pero la guinda del pastel de su biografía la pone la afirmación de que un par de años antes de morir se casó con una mujer de unos veinte años de edad en la que engendró un hijo. Si bien sobre este último hecho portentoso de su capacidad procreadora a tal edad se han dicho muchas frases irónicas.

 

     Último obispo rubicense

     El último obispo con residencia oficial en Lanzarote fue don Juan de Frías, quien fue nombrado para ocupar la diócesis Rubicense en 1479. Fue él quién consiguió que se trasladara unos años más tarde (1485) la sede del obispado a Gran Canaria, en cuya conquista se dice que tomó parte personalmente como un soldado más.     

 

     Arribada forzada a lanzarote de un numeroso grupo de indígenas grancanarios     

     En 1480, Pedro de Vera, jefe de las fuerzas de ocupación de Gran Canaria, temeroso de la existencia en la isla de indígenas varones adultos que pudieran dificultarle sus maquinaciones en la isla, intenta deshacerse de cuantos pueda. Para ello embarcó en dos buques más de cien de estos isleños con la excusa de emplearlos en la conquista de Tenerife, pero con la intención real de trasladarlos a la España continental. Mas advertidos éstos al día siguiente de navegación del engaño por el rumbo que los barcos tomaban, amenazaron con amotinarse y morir todos hundiendo las naves si era preciso. Ante tal drástica reacción tomaron rumbo los barcos hacia Lanzarote, a la altura de cuya isla se encontraban, donde fueron desembarcados, terminando los guanches por avecindarse en ella. Pero dada la política belicista por que se regía el señorío de los Herrera, muchos de ellos perdieron la vida en años siguientes en proyectos de ocupación o incursiones en tierras africanas organizadas por los señores.

 

     Problemas de los señores con los diferentes estamentos sociales

     Diego García de Herrera, señor consorte de la isla de Lanzarote y demás islas de su territorialidad dominical tuvo serios problemas con los diferentes estamentos sociales: sus propios súbditos, el jefe de las tropas de conquista de Gran Canaria y el clero.

     Gran Canaria supuso un atractivo irresistible para la gente de Lanzarote por las bondades que su fertilidad ofrecía. Atraídos por el reclamo que sobre ellos ejercían estas condiciones, añadido el descontento reinante por el trato abusivo que los señores de la isla ejercían sobre ellos con las exageradas exacciones tributarias a que eran sometidos y las trabas que se les oponían para poder transmigrar a aquella isla, se produjo un movimiento de deserción que iba en aumento para lograr pasar a ella. Ante tal situación los señores se vieron obligados a recurrir a sus majestades los Reyes Católicos para que impidieran este drenaje demográfico. Mas los monarcas se limitaron a expedir una cédula el 2 de diciembre de 1483 impidiendo que los emigrantes llevaran consigo su ganado, debiendo venderlo antes en la isla, lo que suponía un serio freno a su salida de ella.

     En cuanto a lo referente a la conducta de Pedro de Vera, el jefe de las tropas de conquista de Gran Canaria, quien engreído de su posición realenga se creía investido de suficiente autoridad como para inmiscuirse en asuntos dominicales, causando al matrimonio Herrera-Peraza continuos problemas, los monarcas dictaron otra cédula con fecha 22 del mismo mes y año intimando al referido capitán de sus tropas a no interferir en adelante en competencias que correspondían a los señores feudales.

     Con respecto al clero se da el caso de que es con la llegada del obispo Juan de Frías a la silla rubicense cuando toma auge el litigio entre el señorío y la Iglesia sobre los tributos a pagar, comenzando ésta por exigir los diezmos y respondiendo aquél que el obispo debía pagar los quintos como un ciudadano más, ambos estamentos apoyados en sus respectivos máximos valedores, el civil y el eclesiástico encabezados por la corona y el papado. Sobre ello dictaron los Reyes Católicos otra cédula con fecha 7 de septiembre de 1484 ordenando a unos y otros a cumplir con las leyes existentes sobre el particular. Sin embargo en años sucesivos hubo modificaciones en la aplicación de las leyes a cumplir por una y otra parte, continuando la situación con altibajos a favor o en contra de uno u otro bando.

 

     Un navío con fuerzas militares destinadas a la conquista de Gran Canaria naufraga en Arrecife

     De una flotilla portando refuerzos para la conquista de Gran Canaria, que había partido de San Lúcar de Barrameda compuesta por cinco unidades, fue forzada por una tormenta a desviarse hacia Arrecife una de las naves que portaba parte de la infantería, con tan mala fortuna que terminó por naufragar en sus costas a causa del mal tiempo reinante, aunque afortunadamente, sin pérdida de vidas humanas. Diego de Herrera atendió y agasajó lo mejor que pudo a los náufragos e incluso puso a su disposición dos embarcaciones que tenía en el puerto, en las que pudieron continuar al poco rumbo a su destino.

 

     Apresamiento de una carabela surta en Arrecife por un barco pirata francés

     Por 1497 fue capturada en Arrecife por un buque corsario francés una carabela que portaba un valioso cargamento destinado a la Torre de Mar Pequeña en Berbería, desapareciendo con la nave con rumbo desconocido sin saberse más de ella.

 

     Siglo XV (generalidades)

     Leyes y costumbres. En este siglo se sufrió, con respecto a la población indígena, un cambio radical en todos los órdenes de la vida. En el campo sociológico el cambio fue total. Pero si bien es cierto que con la nueva situación creada los ‘majos’ o nativos se vieron libres de ser sometidos a esclavitud, tuvieron por contra que doblegarse ante las leyes y costumbres de los invasores, perdiendo progresivamente su idioma, su religión y sus hábitos y formas de vida ancestrales, viéndose obligados a adoptar las leyes, vejatorias en muchos casos, que los vencedores les impusieron.

 

     Producción. En los sistemas de producción los avances fueron notables, tanto en el ámbito de la agricultura como en el de la ganadería, no sólo a causa de las nuevas técnicas empleadas en su ejecución, sino también por las nuevas especies de plantas cultivables y animales domésticos introducidos, mejorándose por otra parte cuantitativamente la productividad pesquera.

     Gran valor tuvo la orchilla, liquen productor de tinte, si bien es cierto que sus grandes beneficios revertían sobre todo en los mandatarios de la isla; la gente llana del pueblo tenía que contentarse con el pago del trabajo de recolectarlo, a veces exponiendo peligrosamente la vida al descolgarse por los precipicios en que crecía.  

     También alcanzaron gran valor las conchas marinas del género ‘ciprea’, que adquirieron una alta cotización por el aprecio de que gozaban entre algunas tribus senegalesas que las usaban como monedas, con las cuales las comercializaban.

 

     Habitación. Las viviendas se fueron mejorando. De las reducidas ‘casas hondas’ (viviendas semienterradas) y ‘casillas’ (simples cabañas) que construían los ‘majos’, se fue pasando a las casas más amplias y cómodas de tipología europea.

 

    Alimentación. La alimentación básica del isleño era el ‘gofio’, artículo heredado de los aborígenes, consistente en cebada tostada y molida, que amasaban con agua, leche o miel. También lo hacían de trigo y en menor cantidad con el centeno tras la introducción de estos granos por los europeos.

     A esto hay que añadir la carne, sobre todo de cabra, el animal doméstico predominante en la isla, bien fuera fresca o en la modalidad de cecina (‘tocineta’ se le ha llamado en Canarias), que solían comerla asada, y en menor cantidad la de oveja y cerdo. De la cabra obtenían además la leche y el queso, la leche al natural, cocida o convertida en la modalidad llamada ‘leche mecida’. Todavía a principios del siglo pasado era habitual el consumo de este producto en Lanzarote. Yo llegué a tomarlo invitado por el buen amigo Guillermo Medina Cáceres, quien la obtenía mediante un rudimentario sistema, agitando la leche en un envase cerrado. Su confección tradicional consistía en llenar un odre hecho con el cuero enterizo de una cabra al que llamaban ‘fol’, con la leche ordeñada de varios días, colgarlo mediante una cuerda del techo de una habitación y balancearlo entre dos personas pasándolo de una a la otra el tiempo necesario hasta conseguir la separación entre el líquido o leche mecida propiamente dicha y la parte sólida o grumos que se formaban, que llamaban ‘manteca de ganado’. 

     Debe ser esta ‘leche mecida’ la que se dice que tomaba ordinariamente el célebre moro converso, que alcanzó la prodigiosa edad de ciento cuarenta y seis años (¿), Juan Camacho.    

     El pescado, tan abundante y variado de siempre en sus aguas, se consumía desde luego, no sólo fresco sino también salpreso o seco en ‘jareas’ (abierto a lo largo), y asimismo formaban parte de su alimentación animales de caza, aves sobre todo.

 

     El agua. La obtenían recogiendo la de lluvia en simples charcos más o menos impermeabilizados, o en unos toscos depósitos llamados ‘maretas’, carentes de techo o cobertura, que fueron perfeccionados y aumentados en número y capacidad a medida que el crecimiento de la población lo exigía, y también en aljibes construidos al estilo europeo. Había en la isla pocos manantiales naturales, contándose entre los más productivos las fuentes de Famara, Maramajo, Elvira Sánchez, Safantía, Gusa y Temisa, en el macizo norte, y las de Femés y los pozos de Rubicón en el sur, cursos de agua que apenas subvenían a necesidades elementales.

 

     Pesca y caza. A los sistemas de pesca primarios heredados de los indígenas prehispánicos se sumaron los más perfeccionados introducidos por los europeos. Los anzuelos de metal, por ejemplo (aunque ya algo conocidos por los nativos por trueques hechos ocasionalmente con los extranjeros que los visitaban), y demás artes de pesca, como las redes, supusieron un avance notable en la actividad pesquera.

     Las referencias etnohistóricas más antiguas sobre el modo que tenían los isleños de Lanzarote de capturar los peces se reducen prácticamente a lo que sobre el particular nos dice, de forma extremadamente escueta, fray Juan de Abreu Galindo: ”Eran grandes nadadores, y a palos mataban los peces”, con la agravante de que la noticia se da referida conjuntamente a las islas de Lanzarote y Fuerteventura, sin saberse a ciencia cierta si ha de aplicarse a las dos o a cuál de ellas.

     Tomás Arias Marín de Cubas, un autor bastante más tardío, sin aclarar esta ambigüedad, concreta un poco la cuestión al dar a entender que la muerte de los peces a palos se efectuaba después de acorralarlos en cercos de pared de piedra (“son grandes nadadores y pescadores, hacen corrales y le matan a palos en el agua”).

     Esta técnica de capturar los peces mediante el cierre de pequeñas ensenadas o rincones remansados de la costa con paredes de piedra desnuda ha gozado, por cierto, de gran arraigo y tradición en la isla. Todavía, ya avanzado el siglo pasado, había gente no demasiado vieja que lo vieron poner en práctica. Los peces pasaban por encima de la pared a pleamar, cuando el nivel de las aguas sobrepasaba la altura de la misma, especialmente de noche, y luego, al descender la marea, entretenidos en el interior con algo de engodo* que se les echaba, quedaban imposibilitados de salir, pudiendo ser cogidos facilmente al quedar el lugar en seco o formando charcos someros. También me han contado que en lugar de hacer que los peces pasaran por encima de la pared, se dejaba un hueco en la misma para permitirles la entrada, que podía ser luego cerrado a voluntad mediante una compuerta de madera o hierro.

     El Charco de San Ginés fue tradicionalmente un lugar paradigmático en esta práctica, en cuyo ámbito existió uno de estos artificios de pesca. Oigamos al respecto a nuestro informante por excelencia de datos históricos de nuestra isla en el siglo XIX Álvarez Rijo:

     “El Charco de San Ginés se halla atravesado de una pared de piedra seca...de modo que lleno el mar pueda pasar un poco más alto de dicha pared. Entonces entran los peces y descuidados se quedan  dentro aprovechando las ‘hurruras’ de la ribera. Baja el mar saliéndose por entre los agujeros de la piedra seca, pero como el pescado ya no puede hacer lo mismo, se queda en seco y lo recogen en canastas”.

     Otro sistema de pesca que pudiera tener un origen prehispánico en Lanzarote, es el que se ha venido denominando en la isla tradicionalmente envenenado* o embroscado*. Consistía en el inficionamiento de los charcos, en particular los grandes en que suelen meterse peces de mayor tamaño, con látex de higuerilla* o tabaiba salvaje (Euphorbia obtusifolia), sustancia de propiedades cáusticas que mata o asfixia a los peces afectándoles las branquias sin mermar en nada su comestibilidad luego de enjaguados convenientemente en agua limpia. Basta con tirar en el charco trozos de esta planta en cantidad suficiente, que inmediatamente trasmiten al agua el abundante jugo lechoso de que están henchidos, para que a los pocos minutos queden los peces atontados en las orillas o flotando en la superficie inanimados, a merced de quien quiera cogerlos con la mano, si bien hay algunas especies que tienen tendencia a caer hacia el fondo. Esta planta es aún abundante en la isla, precisamente en las zonas próximas a la costa, y parece que lo fue mucho más en tiempos pasados.

 

     Vegetación. En la isla no había árboles de gran corpulencia, salvo palmeras y algún otro vegetal arbóreo de menor corpulencia, como el olivo salvaje o ‘acebuche’, el tarajal y la sabina, pero estaba por contra llena de matorrales euforbiáceos repletos de látex llamados ‘tabaibas’ e ‘higuerillas’ (que se acaban de comentar), así como de otras diversas clases más propias para usar como leña. La hierba, por su parte, crecía profusamente si la tierra había sido convenientemente regada por la lluvia, dando unos pastos excelentes para el ganado, e incluso algunas especies que podían ser consumidas por el hombre.

 

     Música y danzas. De la música y danzas heredadas de nuestros antepasados los ‘majos’ apenas se sabe algo. Es, como siempre, quien nos ilustra sobre el particular fray Juan de Abreu Galindo. Lo poco que sobre ello dice no puede ser más lacónico, y lo da además conjuntamente con la isla de Fuerteventura, lo que hace pensar que lo que dice se refiera a tiempo posterior a la conquista, cuando ya, debido al trasiego de gente habido entre ambas islas las costumbres entre ellas se habrían unificado o bien porque en efecto fueran iguales, lo que parece menos probable. Estas son sus palabras: “Eran los naturales de estas dos islas, Lanzarote y Fuerteventura...grandes cantadores y bailadores. La sonata que hacían era con pies, manos y boca, muy a compás y graciosa”. Como se ve no hace mención de que se acompañaran de algún instrumento musical por muy elemental que fuera.

     Es de suponer que tales bailes fueran decayendo pronto en la práctica folclórica de la isla suplantados por otros de procedencia europea.

 

     Medicina. La medicina era la propia usada entonces en Europa mezclada con la que practicaban los indígenas. Se empleaban como medicamentos más usuales heredados de los ‘majos’ las plantas y la llamada manteca de ganado. A ésta se la conservaba un prolongado tiempo en vasijas para que cogiera mayor efectividad, según se decía.