HISTORIA DE LANZAROTE, SIGLO XVII

28.03.2014 19:44

Calamitosa entrada del nuevo siglo

     El siglo XVII hizo su entrada en la isla de Lanzarote con un diabólico presente: la introducción en ella, procedente de Tenerife, del terrible azote de la peste negra, a cuyo puerto de Garachico había llegado traída desde el levante español por dos navíos españoles. Como es de suponer, su presencia causó entre la población una tremenda alarma, mas parece que su propagación no llegó a extenderse mucho, desapareciendo en un corto lapso.

     Pero por si este terrible mal no bastara para alterar la apacible vida de sus 1.215 habitantes (según el último recuento poblacional que se había hecho), el año siguiente de 1603 trajo una total sequía que aparte de no permitir la menor siembra fue causa de la muerte de la mayor parte del ganado, dejando la isla sumida en la mayor miseria.

 

     Resurgimiento de antiguos contenciosos

     Por esta época resurgió el viejo contencioso de los quintos entre los señores y los vasallos, que venía arrastrándose desde mucho tiempo atrás, a cuyo pago, al menos en cuantía tan abusiva, aspiraban éstos a sustraerse, asunto que alcanzó su punto álgido por entonces en 1608 con el secuestro de las rentas del señorío por el fiscal del Consejo de Hacienda.

     También el entablado entre las casas de Lanzarote y Fuerteventura desde la desmembración del señorío a la muerte de doña Inés Peraza, el cual era consecuencia de los afanes de dominio jurisdiccional de una isla sobre la otra, que se avivó unos años después del anterior, habiendo sido pieza fundamental de discordia en esta ocasión la islita de Alegranza, comprada por la casa de Fuerteventura en 1613.

 

     Mengua de las arcas del señorío

     Como consecuencia de la mala administración de la marquesa viuda, la salud económica del señorío iba debilitándose a ojos vistas, situación que se agravaba con la aparición de cuantiosas deudas contraídas por el extinto marqués años antes, que urgía liquidar ante el apremio con que actuaban los acreedores en la primera década del siglo.

 

     Incidentes navales en aguas de la isla

     Mientras tanto la actividad pirática no decrecía en torno a nuestra isla. Así, por los años terminales de la primera década del nuevo siglo y primer quinquenio de la segunda, sin conocerse las fechas exactas, se registran tres hechos de esta naturaleza de cierta importancia: el de un galeón español que se vio precisado a buscar protección en sus puertos huyendo de unos piratas que lo perseguían; el ocurrido un año después en el que los lanzaroteños tuvieron modo de apoderarse de un navío inglés que llevaba apresada una barcaza cargada de azúcar, al haber fondeado confiadamente demasiado cerca de tierra en el litoral de la Bufona, y el del galeón español que perseguido por unos piratas se vio obligado a separarse de la flota en que venía y acogerse a las costas de la isla, donde fue socorrido por los isleños echando en tierra las valiosas mercancías que portaba, dando lugar así a que finalmente arribaran sus naves compañeras y pudiera continuar con ellas el viaje.

 

     Contencioso sobre la isla de Alegranza

     Se produjo este contencioso sobre la isla de Alegranza con la casa de Fuerteventura en el año de 1613 por compra hecha a la viuda de Hernando Ramos, su propietaria por herencia, por parte de don Andrés Lorenzo, señor consorte de aquella isla. A tal transacción de compraventa la marquesa tutora de Lanzarote doña Mariana Enríquez Manrique de la Vega, considerando aquella islita parte integrante de su estado, se opuso con todas las energías que pudo a su secesión. Pero de nada le valió el empeño, pues la justicia terminó por dar la razón al comprador majorero por sentencia dictada por la Real Audiencia al año siguiente

 

     Sir Walter Raleigh en Lanzarote

     Las acciones navales precedentes fueron el preludio de dos grandes desembarcos que se produjeron poco después. La primera de estas expediciones abordó nuestra isla en 1617, y su resonancia histórica hay que atribuirla más a la talla militar de su personaje central, sir Walter Raleigh, que a los males que causó. A este renombrado marino, que había partido desde Inglaterra en viaje hacia el Nuevo Mundo con la recomendación expresa de su monarca de no interferir en las posesiones españolas, no se le ocurrió otra cosa, apenas alcanzada Lanzarote, que echar sus hombres en tierra, una nutrida tropa que soliviantó, como no podía ser menos, a los recelosos isleños. Si bien parece ser que en principio el desembarco no abrigaba intenciones hostiles, lo cierto es que con ello se creó una situación tensa y embarazosa, y luego de unas escaramuzas tuvieron los ingleses que abandonar la isla sin haber podido abastecerse de víveres como pretendían.

     Por esta y otras intromisiones realizadas ulteriormente en el mismo viaje en posesiones españolas del Caribe, fue decapitado por la justicia sir Walter Raleigh a su vuelta a Inglaterra.

 

     La gran invasión berberisca de 1618

     Al año siguiente al del paso de sir Walter Releigh se vería Lanzarote flagelada por la última de las grandes invasiones piráticas que registra su historia. En mayo de 1618 caía sobre la isla una nube de soldados berberiscos salidos de las entrañas de treinta y seis galeras que habían fondeado sigilosamente por los Ancones amparándose en la oscuridad de la noche, al mando de las cuales venían los jefes de mar Solimán y Tabac. Estas tropas, compuestas por unos tres mil infantes conducidos en tierra por el caudillo Mustaf, ocuparon prestamente la capital, Teguise, y luego de saquearla bárbaramente apoderándose de cuantas cosas de valor encontraron, así como de las imágenes religiosas que pudieron con objeto de sacar de ellas provecho vendiéndolas en Argel a los padres trinitarios, prendieron fuego a sus edificios principales dejándola convertida en una gigantesca hoguera, perdiéndose además en estos incendios toda la documentación depositada en sus archivos. La gente, como siempre, huyo aterrorizada en busca de cobijo en las grutas y lugares más recónditos e inaccesibles, máxime teniendo en cuenta que el Castillo de Guanapay se hallaba prácticamente desguarnecido de artillería. Sólo en la Cueva de los Verdes fueron capturadas cerca de mil personas mediante traición del escribano Francisco Amado, quien habiendo sido apresado por los piratas, cediendo a falsas promesas de sus captores respecto al trato que habría de dispensárseles a él y a su familia, puso en conocimiento de los sitiadores la existencia de la entrada secreta por donde se proveían de noche de alimentos y agua, terminando por salir la gente de su escondrijo famélica y macilenta ante la afirmación del traidor de que los piratas habían abandonado ya la isla, siendo lo cierto que los esperaban apostados fuera de su mirada en las inmediaciones para echárseles encima, como así lo hicieron. Los infelices prisioneros, hombres, mujeres y niños, fueron trasladados seguidamente a las galeras que se hallaban fondeadas en el puerto de Arrecife, y con tan preciosa carga humana a bordo izaron velas las naves el día 18 del mismo mes de mayo.

     Pero el viaje hacia el cautiverio tuvo terribles cuadros de negras tintas. Con ánimo de aumentar la presa, en lugar de dirigirse directamente hacia su lugar de procedencia, desviaron los piratas su rumbo en demanda de la isla de La Gomera, en la que lograron hacer acopio de unos cautivos más. Ya entonces, de esta isla, bordeando la de La Palma, enfilaron finalmente la proa hacia su puerto de destino, Argel. Mas, advertidas las autoridades españolas de lo que estaba sucediendo lograron interceptar la flota argelina cuando se disponía a atravesar el estrecho de Gibraltar logrando hundir a algunos barcos y haciendo embarrancar a otros, que fueron luego quemados –¡si bien con las terribles consecuencias que ello entrañaba para los que iban en ellos!–, de tal forma que sólo diecisiete de las treinta y seis naves enemigas lograron escapar a la masacre.

     La isla, como es fácil imaginarse, quedó sumida en un deplorable estado de desolación y lágrimas, con el hundimiento para muchos en la más absoluta pobreza. De los prisioneros, algunos pudieron ser rescatados después de un cautiverio más o menos largo, otros jamás pudieron regresar a sus hogares por falta de recursos económicos de sus familiares para redimirlos de la esclavitud, y los más fueron muertos o se ahogaron en la zona del Estrecho de Gibraltar durante el ataque a que fueron sometidos por los barcos de guerra españoles.

     Según parece, el señor de Lanzarote y su madre se hallaban ausentes en Madrid cuando esta magna irrupción berberisca tuvo lugar, si bien algunos autores opinan que estaban en la isla y que se refugiaron en el Cortijo de Inaguadén, tesis ésta muy difícil de sostener por razones obvias.

     Fue en este cortijo de Inaguadén (a Iguadén quedó reducido el nombre luego, y así sigue llamándosele en la actualidad al lugar que ocupó, hoy cubierto de lava petrificada) donde se tomaron luego decisiones importantes para la administración del marquesado dado el estado de ruinas en que quedó Teguise, la capital. Así, en julio de ese año fue nombrado por los señores de la isla desde Madrid, Diego de Brito y Lugo, Gobernador Lugarteniente en todo su estado, quien a su vez nombró en agosto como Alcalde Mayor y juez ordinario de Lanzarote, al capitán Rodrigo de Barrios Leme.

 

     Don Agustín el segundo contrae matrimonio. Otros sucesos

     En 1622, encontrándose don Agustín el segundo en la capital del reino, se casa, o por mejor decir, lo casan, con doña Luisa Bravo de Guzmán, viuda de aristocrática familia sin hijos, permaneciendo en aquella urbe hasta 1626 en que les nació un hijo varón que fue llamado como él mismo y su padre, Agustín de Herrera y Rojas, regresando entonces a sus dominios de Lanzarote solo, isla que se hallaba por entonces sumida en la indigencia y en la enfermedad a causa de una plaga de langostas que había destruido gran parte de los sembrados y una epidemia de tifus que tenía a sus habitantes con el corazón en vilo.

     También contaban mucho por estos años los abordajes piráticos furtivos que se producían de vez en cuando en el archipiélago. Así, en este de 1622 o en el siguiente, fueron apresados por uno de estos barcos piratas unos lanzaroteños que fueron sorprendidos en las riberas de la isla, los cuales, afortunadamente, fueron luego liberados en Gran Canaria ante la enérgica oposición que les presentaron las tropas de aquella isla al intentar los piratas cometer en ella igual acción depredadora.

 

     Viene a la isla el obispo. De nuevo el tifus

     En 1626 viene a Lanzarote el obispo don Cristóbal de la Cámara y Murga. Habiendo inspeccionado  los templos de la isla encontró que la ermita de San Marcial de Rubicón, primitivo obispado de Canarias, estaba “perdida y maltratada de herejes”, por lo que dejó dispuesto que fuera construida una nueva a dos leguas tierra adentro, en el lugar de Femés.

     En este mismo año volvieron a darse en la isla algunos casos de tifus que produjeron una gran alarma entre sus habitantes.

 

     Mueren el segundo y el tercer marqués

     Escasos años después, en 1631, se produce el óbito del segundo marqués de Lanzarote, con lo que el marquesado pasa a su pequeño hijo bajo la tutela de su madre, doña Luisa Bravo de Guzmán. Mas el infante heredero apenas sobrevivió a su padre en un año, quedando extinguido con él el linaje de los Herreras en el señorío de Lanzarote, del que él hacía la séptima generación.

     Con la desaparición de este último don Agustín de Herrera y Rojas, el señorío fue diluyéndose en continuas e intrincadas sucesiones, viviendo además sus titulares, casi permanentemente, en la Península, contentándose con mantener en la isla un administrador o apoderado que velara por sus intereses. Al mismo tiempo, aquella autoridad casi omnímoda que el señor ejerciera antaño sobre sus vasallos fue decayendo gradualmente con el paso del tiempo hasta desaparecer por completo en 1811 en que fue abolido el régimen de señoríos de España, si bien ya desde mucho antes había quedado reducida a una expresión casi puramente nominal.

 

     Desembarco de unas embarcaciones moras

     En julio de 1634 desembarcaron dos lanchas de moros unos hombres por el lugar de la costa conocido por el Pozo de Juan de Ávila, al SE de la isla, próximo a Playa Quemada, seguramente con el propósito de hacer aguada además de aprovechar para ejercer el consabido pillaje. Pero mal les salió la intentona a los berberiscos, cuyo número no consta, pues fueron apresados por un grupo de isleños que los acorralaron y prendieron como esclavos apoderándose además de todas sus pertenencias. Estos esporádicos desembarcos piráticos se producían normalmente mediante el empleo de una pequeña flotilla de dos o tres unidades cuyos tripulantes daban lugar luego a los consiguientes combates con los isleños, en los que como era de esperar se producían las correspondientes bajas de una y otra parte.

 

     Visita la isla el Capitán General de Canarias acompañado del ingeniero Próspero Casola

     En 1636 estuvo en Lanzarote el Capitán General de Canarias y Presidente de la Real Audiencia Íñigo de Brizuela y Urbina acompañado del ingeniero militar Próspero Casola, oriundo de Italia. Este técnico visitó sus dos castillos, el de Guanapay y el del Puerto del Arrecife, de los que trazó sendos planos, y dejó por escrito su parecer sobre el modo de fortificar la villa de Teguise, que era rodearla en cuadro con gruesas murallas, proyecto que disentía del expuesto en el siglo anterior por su coterráneo Leonardo Torriani.

     Era entonces señor territorial de Lanzarote Fernando Arias y Saavedra y Gobernador de las Armas Juan Perdomo Leme.

 

     Paso inesperado por Lanzarote del Capitán General de Canarias

     En 1639 pasó por Lanzarote de vuelta de Holanda, a donde había sido llevado por una embarcación de ese país, de forma fraudulenta, el nuevo Capitán General de Canarias don Luis Fernández de Córdoba. En efecto, hallándose esta superior autoridad en Garachico dispuesto a pasar a la isla de La Palma, y de ella a las demás para visitarlas oficialmente, recaló a aquel puerto un buque de guerra que decía ser napolitano, el cual se ofreció desinteresada y amablemente a llevarlo a aquella isla. Pero una vez a bordo lo tomaron como prisionero y lo llevaron a Amsterdam. Mas afortunadamente para el Capitán General las propias autoridades holandesas reprobaron la conducta del capitán del barco, que fue depuesto de su cargo y castigado severamente, siendo restituido don Luis a sus islas convoyado por varios navíos de guerra holandeses. Durante este viaje de retorno, hizo escala en Lanzarote el 28 de octubre del mismo año, aprovechando para hacerle la visita oficial que tenía prevista, llevándose sus habitantes un susto mayúsculo al ver la isla abordada por tan poderosa escuadra. De allí pasó a Fuerteventura, finalizando su periplo en Tenerife.

    

     Hereda el señorío la marquesa tutora. Sus maridos tercero y cuarto

     Al quedar vacante la propiedad del señorío por fallecimiento del tercer marqués de Lanzarote en 1632 en edad infantil surgieron varios aspirantes que se disputaron su posesión, miembros en su mayoría de diversas ramas de la antigua familia Herrera-Peraza desgajadas de este tronco primario desde varias generaciones atrás.

     Recayó finalmente este derecho, por auto judicial dictado en 1640, en la propia marquesa tutora doña Luisa Bravo de Guzmán, en cuya consecución influyó de forma decisiva su tercer marido, don Juan de Castilla y Aguayo, un aristocrático caballero sólidamente instalado en la corte, con quién había contraído matrimonio a poco de enviudar del segundo marqués don Agustín de Herrera.

 

     Nuevo desembarco pirata

     Otro desembarco pirata documentado en nuestra historia insular fue el que llevaron a cabo en ese año de 1640 tres navíos marroquíes por el puerto de Arrecife. En él tuvo la desgracia de haber sido abatido de un certero balazo el Sargento Mayor y Juez Ordinario de la isla Juan Tomás de Garza.

     También en 1640 dejó un amargo eco histórico en Lanzarote el ignominioso asunto de la esclavitud. En ese año llegó una nave procedente de Sao Tomé (Angola) portando gran número de esclavos, muchos de los cuales fueron vendidos en la isla.

 

     Llegan a Lanzarote un grupo de soldados expulsados de Madera

     En los albores del año 1641 llegan a Lanzarote un grupo de unos sesenta soldados españoles que se hallaban de guarnición en Funchal, capital de la isla de Madera, que habían sido violentamente expulsados poco antes por sus habitantes, quienes secundaron ardorosamente la independencia de Portugal de España representada en la figura del duque de Braganza, luego Juan IV de portugal. Contaban aquellos infantes que todos los ciudadanos de la isla apoyaban sin reserva la separación de Portugal de la metrópoli española y que habían anulado totalmente la autoridad que España venía ejerciendo en la isla.

     Estos soldados pasaron a continuación a la isla de Gran Canaria por orden del Capitán del archipiélago don Luis Fernández de Córdoba.

 

     Los señores ven menguada su autoridad por decisión real

     En 1647 se dictaminó por cédula real de 2 de febrero de ese año que los señores no disfrutaran en adelante de la capacidad de nombrar los cargos superiores militares de sus islas, cuya designación se reservó el rey para sí a propuesta del Capitán General de las islas. Esto supuso una merma más en sus prerrogativas y atribuciones, lo que añadido al hecho de su absentismo residencial iba aliviando en cierta manera la opresión que su autoridad ejercía sobre el pueblo.

 

     Muere don Juan de Castilla señor consorte de Lanzarote

     Por 1650, después de haber girado varias visitas a su feudo lanzaroteño y haber sido el gran valedor de su mujer, la auténtica señora de Lanzarote, con su influencia en la corte, rindió su alma a la Parca don Juan de Castilla y Aguayo.

 

     Nuevo enlace matrimonial de la marquesa

     No habiendo perdido aún las esperanzas doña Luisa de tener un hijo a quien dejar sus cuantiosos bienes, contrajo nuevo enlace matrimonial, por cuarta vez, siendo su nuevo marido otro linajudo caballero afincado asimismo en la corte, llamado don Pedro Paniagua Loaysa de Zúñiga, de quien, con gran pesar de su parte, tampoco logró descendencia.

 

     Desvalijamiento por los propios lanzaroteños de un navío arribado a la isla

     Tal ocurrió en 1658 cuando el buque Nuestra Señora del Monte estaba siendo carenado en el lugar llamado Cangrejos [en La Tiñosa hay una playa de este nombre], al ser hurtado a mansalva de artículos alimenticios que portaba, lo que demuestra la situación de extrema necesidad en que se encontraba sumida la población de la isla.

 

     Plaga de langosta

     En 1659, en el mes de octubre, invadió a todo el archipiélago, no siendo Lanzarote la menos afectada, una terrible plaga de langosta procedente del vecino continente africano, que no dejó sin devorar nada para ellas comestible, sumiendo a las islas en una miseria absoluta al no tener la gente alimento suficiente con que sustentarse. Los perniciosos efectos de esta nube de voraces insectos se dejaron sentir hasta por lo menos el año 1662. Dice Fray José de Sosa que después de haber consumido hasta las duras hojas de las palmeras, la corteza de los árboles y hasta las sábilas (‘Aloe vera’, el súmmun del amargor), al no encontrar ya nada con que alimentarse, terminaron por comerse unas a otras.

 

     Muerte de la marquesa y sucesivos herederos del señorío

     La defunción de la marquesa doña Luisa, de nuevo enviudada, tuvo lugar el 24 de noviembre de 1661, con lo cual, no habiendo dejado heredero directo al señorío y marquesado de Lanzarote éstos pasaron a su sobrino don Fulgencio Bravo.

     Tampoco este caballero dejó descendencia a su muerte, ocurrida hacia 1680, heredando entonces el señorío, o lo poco que de él iba quedando, don Juan Francisco Duque de Estrada, sobrino también de la difunta marquesa.

     Llegado este caballero a Canarias hizo ostentación de autoridad de su cargo conquistando con su proceder y alcurnia la amistad de lo más granado de la sociedad isleña. Pero por más que hizo por granjearse el respeto y confianza de la clase popular y de las autoridades no obtuvo ningún resultado positivo, viéndose obligado a regresar a la Península dejando al frente de sus posesiones como administrador a don Gabriel del Vadillo, dependiente suyo.

 

    Reconstrucción del castillo de San Gabriel

     En 1666 fue reconstruido este castillo practicándosele una amplia y profunda reforma que lo dejó en condiciones normales de operatividad después de los desperfectos sufridos durante el ataque de Morato Arráez de 1586 que lo habían inutilizado. Consistieron dichas obras en construir las paredes de distribución de las habitaciones de obra de fábrica, en tanto que los techos se hicieron en bóveda a base de cantos labrados al efecto. También se elevaron las cortinas o paredes exteriores aumentando con ello la altura de los parapetos, se enlosó la plataforma o azotea, se construyó una escalera interior para subir a la misma y se dotó de un aljibe, una mazmorra y unas garitas.

     Fue, por cierto, a partir de este año cuando se comenzó a denominar a la fortaleza, que hasta poco antes se le había llamado de ‘Nuestra Señora del Socorro’ y de siempre el castillo de Arrecife, con el nuevo nombre de San Gabriel, según se cree en honor de don Gabriel Lasso de la Vega, Capitán General de las islas en aquellas fechas, bajo cuya égida se llevó a efecto la reconstrucción.

 

     Hereda el marquesado el hijo de don Juan francisco

     Tras el fallecimiento de don Juan Francisco en 1696 recae el título de marqués de Lanzarote con sus estados en su hijo don Manuel Duque de Estrada, quien lo ostentó hasta su muerte acaecida ya entrado el siglo siguiente, en 1717.

 

     Epidemia de tabardillo

     Según el religioso fray José de Sosa, que se encontraba en la isla predicando, en 1673 se declaró en la isla una epidemia de tabardillo (tifus) “de que murieron muchos, pues hubo aldehuela que se quedó sin gente”.

     Añade el padre Sosa que la forma de curarse la gente común del pueblo de estas enfermedades era valiéndose de unos pedernales muy afilados que llamaban ‘tabonas’ (herramienta de origen preeuropeo) con los que se sangraban aliviando así la dolencia y logrando a veces la curación.

 

     Visita la isla el obispo

     En 1678 visitó la isla el obispo de la diócesis Bartolomé García Jiménez, ejerciendo en ella los menesteres de su competencia.

     Pero lo curioso de esta venida del obispo a Lanzarote no fue lo que hiciera en la isla, sino lo accidentado del viaje que efectuó para visitarla. Existe una carta de su secretario, que lo acompañaba, dirigida al arzobispo de Sevilla, en que se cuenta la odisea por la que pasó su Ilustrísima hasta alcanzar la isla de Fuerteventura, que para mejor entendimiento del lector trascribo a continuación extractando sus partes más importantes y actualizando la ortografía:

     “De Canaria pasamos a las islas de Fuerteventura y Lanzarote, y nos embarcamos el 2 de noviembre de dicho año, y a pocas horas de embarcados se levantó tal tempestad de viento, truenos, relámpagos y agua, que parecía se había suelto todo el infierno y que nos quería tragar el mar, hasta que fue Dios servido cesase el temporal, y quedó el mar tan en calma que siendo el viaje ordinario de 12 horas de Canaria a Fuerteventura tardamos tres días naturales en coger la primera de ellas, que por aquella parte está despoblada y muy distante del puerto principal. Y aquella noche la pasó mi santo padre en bien desacomodada cueva; y habiéndonos vuelto a embarcar al otro día para mejorarnos de paraje y coger algún puerto más cercano de población, habiendo navegado todo el día sólo nos mejoramos una legua, y volvimos a saltar en tierra, en donde ni había cueva, y como se pudo se hizo una mala choza con unas velas del barco para que estuviese el obispo algo resguardado del frío y sereno. Allí estuvimos dos noches y un día, y al otro vino el carruaje a buscarnos, que se componía de camellos”.

     De Fuerteventura pasaron a Lanzarote, “habiéndose hecho en una y otra misiones de grandes frutos espirituales”, retornando a Gran Canaria en enero siguiente.

    

     Profunda miseria en Lanzarote y Fuerteventura

     Por 1684 se encontraban Lanzarote y la isla hermana de Fuerteventura sumidas en una profunda miseria, sin granos con que alimentarse a causa de los malos inviernos habidos y por efecto de una terrible plaga de langosta africana que devoró todo lo vegetal que aún quedaba, sin escatimar siquiera la corteza de los arbustos y árboles.

     Fueron providenciales para estas islas las medidas tomadas por el recientemente nombrado Capitán General de Canarias don Félix Nieto de Silva, quien con gran sentido de la responsabilidad hizo traer trigo del extranjero y de la Península, aplacando así, al menos en parte, la grave situación existente.

 

     Siglo XVII (generalidades)

     Poco hay que reseñar históricamente de la centuria que nos ocupa aparte de los sucesivos y anodinos cambios de titular al frente del señorío, si no es mencionar de pasada el constante peligro que se cernía sobre los pasajeros y tripulaciones de los barcos que tenían que navegar por estas aguas debido a los frecuentes abordajes piráticos de que eran objeto y, sobre todo, el estado de profunda miseria en que se hallaba sumida la población de la isla como consecuencia de las exacciones a que era sometida y las sequías, plagas de langosta y otras calamidades naturales que esquilmaban sus producciones, todo lo cual, unido al endémico absentismo de los señores y la progresiva pérdida de atribuciones jurisdiccionales que iban sufriendo, daba pie a los oprimidos vasallos para mostrarse cada vez más reacios a satisfacer los onerosos tributos que aquellos les imponían, terminando esta tensa situación con un recrudecimiento del secular pleito de los quintos, que culminó en los últimos años del siglo con la incautación gubernativa de las rentas del señorío.

 

     Demografía. la población total de la isla a la entrada de este siglo era de 1.215 habitantes según estimación hecha en 1605. Este bajo nivel de población se mantuvo durante toda la mitad del siglo debido a los males de diversa índole que azotaban la isla, pero ya entrados en la segunda mitad el aumento de habitantes fue significativo al haberse mejorado gradualmente las condiciones económicas. Así vemos que en el año 1676 se había triplicado la población de principios de siglo, y en 1688 llegó incluso a cuadruplicarse, acercándose a los 5.000 habitantes, la mayoría de los cuales se concentraba en la capital, Teguise.

 

     Alimentación. En el renglón gastronómico hay que reseñar la introducción en la isla de la papa. Había llegado este tubérculo al archipiélago, concretamente a Tenerife, traído por don Juan Bautista de Castro hacia el año 1622, y de aquella isla pasó poco después a las demás del archipiélago. Tanto agrado y aceptación tuvo entre la clase trabajadora y más necesitada que no tardó en formar parte importante del ‘condumio’ de los isleños en unión del gofio y el pescado sobre todo.

     Poco después, a mediados del siglo, llegaría el millo (maíz), un cereal que al afianzarse su cultivo sin tardar mucho, habría de significar un artículo de consumo de primera necesidad, sobre todo convertido en gofio.

 

     Medicina. La medicina seguía las mismas pautas del siglo anterior, con muy pocas innovaciones.