CUÁNDO Y CÓMO SE POBLARON LAS ISLAS CANARIAS

Agustín Pallarés Padilla (LA PROVINCIA, 30-III y 1, 2, 3, 4 y 5-IV-1975).

El tema del poblamiento de las Islas Canarias ha sido motivo constante, tanto en las altas esferas profesionales como en el plano inferior del amateurismo científico, de metódicos y profundos estudios, así como de conjeturas más o menos aventuradas y a veces singularmente peregrinas.

El amplio margen cronológico asignado a la localización del arribo de la oleada, o según se ha venido admitiendo más comunmente, oleadas diversas de pobladores llegados al archipiélago, se extiende desde algunos milenios antes del nacimiento de Cristo hasta bien entrado el cómputo de nuestra era. Pero en términos generales, la fijación más o menos exacta de una datación de esas inmigraciones ha sido empresa considerada como un problema poco menos que insoluble.

Sin embargo, después de haber sometido la cuestión a un concienzudo examen integral o de conjunto, en la medida en que nuestras relativamente restringidas posibilidades bibliográficas nos lo han permitido, hemos llegado al pleno convencimiento de que no puede existir otra explicación que la que de este estudio se deriva.

Hemos de comenzar reconociendo paladinamente que, en realidad, ya habían tenido los estudiosos desde hace tiempo a su disposición, sin que se hubieran percatado de ello, una serie suficientemente completa de piezas componentes de este sugestivo rompecabezas histórico-científico, de suerte que ahora nos ha bastado a nosotros colocar cada una de ellas en su lugar correspondiente para que el complejo mosaico final, aunque imperfecto e inacabado en algunas de sus partes integrantes a causa de deficiencias informativas, luzca no obstante desplegado con la suficiente amplitud panorámica como para permitir su correcta interpretación.

Estamos sinceramente persuadidos de que la razón primordial que ha influido hasta ahora en entorpecer el discernimiento de la exacta exégesis de los hechos no ha sido otra que la falta de un espíritu ecléctico en el planteamiento resolutivo del problema. En efecto, en nuestra opinión se han cargado exageradamente las tintas en determinados aspectos parciales de la cuestión, especialmente en aquellos de carácter arqueológico, hasta el punto de desvirtuarlos por distorsión, repercutiendo de rechazo este efecto en menoscabo y detrimento de la eficacia documental de otros testimonios de naturaleza varia, que debidamente aprovechados se han evidenciado de un valor altamente verificativo.

En el extenso estudio analítico que aquí emprendemos nos proponemos llevar a cabal término, en cuanto ello nos sea posible, la reconstrucción de ese mosaico símil, utilizando las piezas de genuino valor argumentativo y desechando o puliendo aquellas que muestren algún defecto o inexactitud, de forma tal, que una vez finalizada la operación de ensamblaje, el correcto engarce de las diferentes partes entre si presente un cuadro sinóptico o conjunto armónico ante cuya contemplación se disipen para siempre las dudas y confusiones que hasta el momento habían interferido su correcto enfoque.

Presentaremos con tal objeto una recopilación tan amplia y exhaustiva como nos sea posible de datos y argumentos de todo orden: históricos, antropológicos, etnográficos, lingüísticos, arqueológicos, etc. etc., debidamente seleccionados, que hemos podido entresacar de antiguos textos clásicos de reconocida garantía histórica así como de las obras de los más prestigiosos especialistas en las diversas disciplinas que afectan al tema, complementando y avalando finalmente estos parciales testimonios con deducciones y razonamientos personales de la más contundente lógica.

Y ya, una vez formulado este conveniente preámbulo explicativo del planteamiento que hemos dado al proceso de esclarecimiento del problema, pasemos sin más dilatorios ambages a exponer el punto medular de la cuestión, es decir, a declarar, en respuesta directa al título que encabeza este trabajo, en qué momento histórico y bajo qué especiales circunstancias se produjo el poblamiento de estas islas.

Pues bien, ese trascendental evento, de importancia capital para la vida histórica de nuestro archipiélago, podemos fijarlo, sin que nos sea posible por el momento precisar la fecha con mayor exactitud, en el periodo de tres siglos comprendido entre la erección por el imperio romano de la provincia ultramarina de Mauritania (42 p. C.) y la adopción del cristianismo como religión oficial de esta nación (313 p. C.).

Fundamentamos este aserto en la noticia que registran la mayor parte de nuestros antiguos cronistas en la que se narra la deportación de la que fueron víctimas por parte de los dominadores romanos, ciertos elementos indígenas pertenecientes a la citada provincia de Mauritania rebeldes a la autoridad metropolitana.

Aunque no sea precisamente su inceptor, veamos sin embargo la versión que de tan singular suceso nos brinda la pluma siempre autorizada del patriarca de las antigüedades canarias, el impagable P. Abreu Galindo, no solamente por su reconocido prestigio en el campo de la protohistoria del archipiélago sino por ser además uno de los más perspicuos preconizadores de la noticia y el que la relata con más lujo de detalles y mayor extensión. He aquí sus palabras:

Dejadas alteraciones y opiniones que acerca de la venida de los naturales de estas islas hay, de donde

hayan venido, la más verdadera es que los primeros que a esta islas de Canaria vinieron fueron de África, “de la provincia llamada Mauritania, de quien estas islas son comarcanas, al tiempo de la gentilidad, “después del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. En la librería que la iglesia catedral de Señora Santa “Ana de esta ciudad real de Las Palmas tenía, estaba un libro grande, sin principio ni fin, muy estragado, en “el cual, tratando de los romanos, decía que, teniendo Roma sujeta la provincia de África, y puestos en ella “sus legados y presidios, se rebelaron los africanos y mataron los legados y los presidios que estaban en la “provincia de Mauritania; y que, sabida la nueva de la rebelión y muerte de los legados y presidios en Roma, “pretendiendo el senado romano vengar y castigar el delito e injuria cometida, enviaron contra los “delincuentes grande y poderoso ejército, y tornáronla a sujetar y reducir a la obediencia. Y, por que el delito “cometido no quedase sin castigo, y para escarmiento de los venideros, tomaron todos los que habían sido “caudillos principales de la rebelión y cortáronles las cabezas, y otros crueles castigos; y a los demás, que “no se les hallaba culpa más de haber seguido el común, por no ser destruidos, por extirpar en todo aquella “generación, y que no quedasen descendientes donde sus parientes habían padecido y no fuesen por “ventura causa de otro motín, les cortaron las lenguas, porque do quiera que aportasen, no supiesen referir “ni jactarse que en algún tiempo fueron contra el pueblo romano. Y así, cortadas las lenguas, hombres y “mujeres y hijos los metieron en navíos con algún proveimiento y pasándolos a estas islas, los dejaron con “algunas cabras y ovejas para su sustentación. Y así quedaron estos gentiles africanos en estas siete islas, “que se hallaron pobladas”.

Con la transcripción de este documento hemos colocado la piedra angular del edificio argumentativo o pivote sobre el que gira toda la cuestión: la primera pieza, en fin, del apasionante rompecabezas o mosaico que constituye el tema del poblamiento de las Islas Canarias.

Según se infiere por el contexto del pasaje transcrito, Abreu Galindo llegó a leer la noticia directamente del viejo libro que menciona (un tratado de historia al parecer) o, cuando menos, debió disponer de una copia fiel y fidedigna de la misma.

(Nota del periódico)

UN DECISIVO PERIODO DE TRES SIGLOS:

DEL AÑO 42 AL 313 DE LA ERA CRISTIANA

Todos los detalles del historiador están

perfectamente concatenados y resisten el

análisis científico


 

No comprendemos, francamente, por qué la noticia ha sido tan menospreciada, tachándosela de fabulosa y restándosele todo valor histórico positivo. Cierto que existen las mistificaciones históricas, pero son casos muy raros y, por lo general, su misma apariencia artificiosa suele determinar tarde o temprano su delación. Esta, por el contrario, tiene todos los visos de ser real; no vemos en verdad por qué no habría de serlo. Ello se desprende claramente de la pormenorización de los detalles, todos perfectamente concatenados y coherentes, y de su compatibilidad a grandes rasgos con la realidad histórica romana de la época en que se desarrolla el suceso. El propio P. Galindo le adscribe un elevado valor documental, como se ve. Y de la probidad profesional de este autor no cabe dudar, aunque su obra, cosa naturalmente ajena a su voluntad, haya sufrido frecuentes interpolaciones. ¿Y quien podría estar interesado en montar una ficción de tal calibre, y con qué finalidad? Decididamente, rechazamos categóricamente cualquier maquinación de este tipo; a pesar de la incomprobación de sus raíces históricas hay que convenir a fuer de objetivos en que ese carácter de meticulosidad en los detalles que define a la noticia presupone por si solo un bien fundado aire de verosimilitud a su favor, impresión que viene refrendada por la coincidencia que en sus puntos básicos guardan los distintos cronistas que la registran, algunos de ellos, a mayor mérito, de forma autónoma, interesante particularidad esta que aumenta considerablemente las probabilidades de autenticidad en su haber.

Por otra parte, y esto es muy de tener en cuenta, esa clase de deportación punitiva no tiene nada de fantástica. Los cartagineses, coetáneos como se sabe de los romanos, tenían ya la costumbre de aplicarla en provecho propio, en forma significativamente análoga a la empleada con los pobladores canarios. Oigamos si no al etnólogo italiano Attilio Gaudio ilustrándonos sobre el particular: “Este era, en efecto, uno de los procedimientos preferidos de los cartagineses, el de crear bases de apoyo para su navegación y para las colonias instaladas en las nuevas tierras descubiertas u ocupadas, a fin de prevenir la partida por mar de la comunidad desembarcada o un descubrimiento por parte de otras potencias marítimas competidoras, como los griegos y los etruscos. El único medio conocido era el de enviar al otro lado del Estrecho súbditos indígenas que vivían en el interior del estado cartaginés, es decir africanos del Sahara y del Atlas, de los que ciertas tribus salteadoras y guerreras entorpecían además sensiblemente el comercio caravanero cartaginés”.

Posiblemente copiaran los romanos de esta costumbre cartaginesa la ley que llamaron “Deportatio in insulam”, establecida por Augusto, la cual, como su nombre indica, consistía justamente en confinar al reo a perpetuidad en una isla solitaria.

Dos datos han llegado a nuestro conocimiento que nos martillean insistentemente el cerebro embargándonos de una tenaz premonición por su sorprendente coincidencia con cuanto acabamos de exponer: una noticia encontrada en el Espasa que dice refiriéndose a los bereberes que el emperador Maximino se llevó por la fuerza en 297 parte de la población indígena, y el hallazgo hace algunos años en aguas de la Graciosa de dos ejemplares de ánforas romanas que han sido fechadas por los expertos precisamente entre los siglos II y IV de nuestra era. ¿Estarán acaso estos hechos relacionados con la célebre deportación?

A todo esto podría añadirse como factor determinante del ulterior proceso cultural guanche el desmoronamiento del imperio romano ocurrido justamente a raíz del acontecimiento que nos ocupa, circunstancia esta que provocó la subsiguiente situación mundial causante del aislamiento de las Canarias del resto del mundo civilizado al echar sobre ellas el más denso velo del olvido hasta su redescubrimiento largos años más tarde en la baja Edad Media.

A pesar de cuantas razones anteceden no se nos esconde, claro está, que pecaríamos de ingenuos si pretendiésemos establecer como definitivamente resuelto tan complejo problema apoyándonos simplemente en este aislado y de cualquier modo precario texto, por muy bien intencionados que sean nuestros deseos en darlo por válido, sin antes consolidarlo convenientemente con las indispensables pruebas complementarias. Por ello, una vez sentada esta base inicial constituida por el episodio matriz de la cuestión, iremos, según habíamos prometido, cerrando y estrechando inexorablemente el cerco de las pruebas a su alrededor, refutando sistematicamente una por una cuantas objeciones parezcan oponérsele, demostrando así la falacidad de las apreciaciones de sus detractores y lo equivocado de su argumentación hasta despejar cualquier duda que pueda albergarse en el ánimo escéptico del lector.

Reconozcamos sin embargo, antes de proceder a la presentación de las correspondientes pruebas, que dentro del enmarque de verosimilitud fundamental que preside a la noticia, se encuentra indudablemente algún que otro pormenor intrascendente susceptible de rectificación, como pueda serlo, pongamos por caso, la razón alegada por el autor para el corte de lengua a que fueron sometidos los infelices bárbaros, ya que, como es fácil advertir, la amputación de ese órgano no habría de privarlos totalmente del habla. Más bien nos inclinamos por creer con Thomas Nichols que tal mutilación les fuera infligida como castigo de tipo religioso por haber blasfemado, como este autor nos dice, contra los dioses romanos.

Así pues, entrando de lleno en materia digamos que el texto galindiano que estamos sometiendo a juicio presenta los cuatro siguientes extremos principales a confirmar en orden a refrendar su veracidad histórica: el origen bereber de los guanches; su procedencia intracontinental; el poblamiento monógeno del archipiélago, y la cronología de la invasión.

La ascendencia bereber del pueblo guanche (aplicado este gentilicio a los habitantes de las siete islas, naturalmente), y consecuentemente su unidad de origen, es una realidad tan palmaria e incontrovertible, comprobada hasta la saciedad en forma absolutamente indubitable mediante estudios de toda índole (antropológicos, lingüísticos y sociales, hasta incluir los más sutiles métodos de laboratorio que van desde el examen de las impresiones dermopapilares y tipos de haptoglobina hasta el análisis serológico con el fin de determinar la proporción de los grupos sanguíneos) que puede ser considerada como un virtual axioma, aceptado unanimemente por todos los especialistas, lo que nos exime de insistir o profundizar más en esta faceta del problema.

Bien que Abreu Galindo no hace mención expresa del lugar de la Mauritania donde se desarrolló el episodio que describe, y aparte de la información directa en tal sentido del profesor italiano Attilio Gaudio (“Siempre en el cuadro de posibilidades relativas al poblamiento forzado de las Islas Canarias, ciertas tradiciones indígenas, que los historiadores españoles han recogido, pretenden que unas tribus saharianas se habrían rebelado contra la autoridad del Senado y habrían sido deportadas a las Islas Canarias”), que no sabemos de donde la sacó, del contexto de su escrito se infiere con absoluta garantía, que los deportados, por su implícito desconocimiento de la navegación, debían ser forzosamente de tierra adentro.

Y si bien es cierto que esta procedencia intracontinental de los pobladores canarios no puede probarse con la misma rotundidad que en el caso de su ascendencia bereber, que acabamos de exponer, no es menos cierto que la mayor parte de los indicios, tanto los históricos referidos a la ocupación romana de aquella comarca noroccidental africana (Victor Chapot, miembro del Instituto de Francia: “Desde el reinado de Augusto en el país fue permanente el estado de guerra. Entre los pueblos sublevados, citan sobre todo a los gétulos, cuyo nombre designa en general, gentes de las altas mesetas y de las comarcas del Sahara”. El mismo autor: “Bajo Maximino las exacciones de un procurador amotinan a los campesinos”.), como los culturales relativos a la civilización guanche (sociedad esencialmente ganadera y agrícola de los aborígenes canarios), las relaciones epigráficas (profesor Serra Rafols: "Las inscripciones con letras tifinagh de la isla del Hierro y de La Palma enteramente análogas según Marcy y Monod (y en otro tiempo Feiderbe) a las de todo el Sahara"), y las afinidades encontradas en los enterramientos tumulares (el arqueólogo español señor Fusté Ara: "Es importante subrayar que estas construcciones funerarias", dice al hablar de los enterramientos canarios, "se han comparado repetidas veces con las que en el N. de África, especialmente al Sur de Marruecos y en el desierto del Sahara, han sido atribuidas a la civilización bereber preislámica") apuntan ostensiblemente hacia el binomio Atlas-Sahara en lugar de señalar una localización costera de los colonizadores fronteriza al Archipiélago Canario, como parecería razonable esperar de seguirse una línea de probabilidades de invasión más dogmática por así decirlo.

A las precedentes atestiguaciones podría sumarse otra de índole filológica, enunciada por el catedrático de la Universidad de La Laguna don Juan Alvarez Delgado la cual, aunque no pueda decirse que haga referencia concreta a una localización interna del país, es digna de tenerse en cuenta por señaIar cuando menos una situación oriental mogrebí más próxima al Atlas sahariano y alejada por tanto de las costas continentales comarcanas a nuestro archipiélago. Dice así: "Georges Marcy partía de la hipótesis, a la que dice le condujeron sus estudios bereberes, de que el guanche de Canarias era un dialecto oriental del bereber. Nosotros, que hemos sostenido que esto debe ser objeto de tesis (no de hipótesis) podemos afirmar hoy que por distinto camino hemos llegado a similar conclusión, porque si no podemos aún decir que sea el guanche un dialecto bereber precisamente, es innegable que se halla entre el grupo oriental de dialectos bereberes y el egipcio, más cerca de aquéllos que de éste".

Y no estaría de más, antes de proseguir, señalar aquí la circunstancia, con objeto de evitar equívocos, de que puesto que la dominación romana no alcanzó prácticamente a la región sahariana subyacente al Atlas por la zona occidental atlántica, el Atlas sahariano implicado en el caso que nos ocupa ha de ser identificado necesariamente con el que sufrió los efectos de la invasión romana, o sea el oriental.

Sería por otra parte conveniente puntualizar aquí, para aclarar conceptos, que la semántica del término "bereber" no es esencialmente racial sino más bien lingüística o quizás culturológica, según nos hace saber, por ejemplo, el antropólogo señor Fusté Ara en el siguiente párrafo: "Es necesario hacer observar que el único significado preciso que según Bousquet tendría la palabra bereber es exclusivamente lingüístico, y por esta razón sería más conveniente sustituirla por la de berberófono".

Viene esto a colación porque, como es sabido, tanto en el pueblo guanche como en sus ancestros bereberes, vinculados por el común denominador lengua, se han distinguido dos tipos raciales básicos que guardan entre ambas comunidades una estrecha afinidad y. proporción, lo cual viene a demostrar, en consonancia con el episodio de los sediciosos exiliados que esas variedades étnicas que conformaban la raza guanche pudieron haber pasado a las islas ya mezcladas sin necesidad por tanto de tener que exigirse, como tradicionalmente se ha venido sosteniendo, una invasión aparte para cada tipo humano, ni siquiera en el supuesto de que cada uno de esos tipos comportara el desarrollo de sendas culturas, como parece haber sido el caso en algunas de las islas del archipiélago, especialmente en Gran Canaria.

De hecho el fenómeno de una convivencia bicultural se da con frecuencia en muchos pueblos primitivos, en los cuales, a menudo la misma diferenciación racial suele entrañar una correspondiente división en castas matizadas por costumbres y normas propias.

Así nos lo da a entender la profesora Schwidetzky en su libro sobre antropología canaria cuando manifiesta refiriéndose a esa dualidad cultural coexistente en las islas: "Pero una rigurosa limitación no es posible tanto en relación antropológica como espacial. Es completamente improbable que las dos esferas separables correspondían simplemente a uno u otro de los dos polos de tipos, que consecuentemente una primera oleada de colonizadores estableció la base cromañoide, cubierta posteriormente por una oleada mediterránea. Más bien todos los grupos de inmigrantes habrán estado indistintamente entre los dos polos de tipos y se habrán distinguido cuantitativamente en la expresión, distribución y combinación de características antropológicas". Y resume más adelante al tratar de las dos culturas neolíticas norteafricanas identificables la una con el tipo cromañoide y la otra con el mediterráneo: "Consecuentemente, la existencia de dos culturas corresponde a la de dos tipos humanos; y la polaridad de los dos tipos es la misma que en el caso de los primitivos canarios".

El lector recordará que ya nos hemos pronunciado sobre el poblamiento monógeno del archipiélago. Para nosotros es indudable que no hubo sino una sola oleada invasora, si por oleada hemos de entender una inmigración integrada por un determinado número de individuos, aunque no necesariamente grande, por primera vez, en la que se constituiría por multiplicación la población inicial del archipiélago. Pero con posterioridad a este estado demográfico masivo así creado, no aceptamos ninguna otra oleada en el sentido amplio que este término encierra. Sí, con toda probabilidad, aún excluyendo los últimos siglos de ocupación guanche en los que se registran como es sabido infinidad de estos casos, el arribo de alguna que otra nave aislada cuya tripulación pudiera haber impreso en la civilización indígena un mínimo de su impronta cultural.

Esta teoría de la oleada única que nosotros abrazamos con tanta convicción descansa fundamentalmente en los dos firmes pilares siguientes: la consabida unidad de origen del pueblo guanche y su desconocimiento de la navegación.

Por otra parte, esta idea del poblamiento efectuado de una sola vez la comparten en los tiempos modernos bastantes eruditos basándose en la aludida exacta correlación étnica observada entre las dos comunidades bereber y guanche. Citemos sólo como ejemplos más relevantes al etnólogo italiano Attilio Gaudio y al profesor de la Universidad de Rabat Georges Marcy. El primero manifiesta, "Las sepulturas preislámicas norteafricanas, iguales a las canarias, nos revelan un detalle antropológicamente sorprendente: los tipos humanos cuyos despojos mortales se han exhumado eran exactamente los tres tipos raciales clasificados por Verneau en su examen de los cráneos canarios. Ello podría, pues, significar que esos tres tipos se encontraban ya mezclados en la capa étnica viviente en la edad neolítica y que no sería necesario atribuir forzosamente a uno de ellos, o a cada uno aisladamente y sucesivamente el poblamiento de las Islas Afortunadas". Por su parte Marcy declara: "El profesor, J. Pérez de Barradas resumía en 1938 el balance de la investigación antropológica en las Canarias: es posible admitir como hipótesis modernas de trabajo que los tres tipos indicados (se alude a los tres tipos humanos principales señalados por los antropólogos en la antigua población de las Islas) corresponden efectivamente a migraciones de pueblos venidos de la costa atlántica de Marruecos (hombres afines del Cro-Magnon), del Sahara (bereberes) y del Sur (negroides); o bien –y como se puede deducir de los estudios de Bertholon y Chantre sobre Argelia y Túnez–, que estos tres tipos representan en el fondo simples variedades del tipo bereber."

Sin embargo, a nuestro juicio no es éste, con serlo mucho, el argumento de mayor peso que puede alegarse en apoyo del poblamiento único. Existe otro, el anautismo o ausencia de navegación en el pueblo guanche, cuya fuerza probatoria nunca será valorada lo bastante, el cual, por cierto, curiosas paradojas de la lógica, se halla en estrecha interdependencia con uno de los aspectos más objetables del episodio de los africanos desterrados: la aparente incongruencia que a primera vista supone la finalidad que pudieran perseguir los romanos al tomarse la inexplicable molestia de transportar a los rebeldes hasta tan apartadas tierras habida cuenta de lo expeditivo que les hubiera resultado eliminarlos in situ.

En efecto, sabido es el misterio que siempre ha constituido con relación al poblamiento de las Canarias la total ignorancia náutica de sus primitivos habitantes, ignorancia sobre la cual no existe la menor duda. Todos los investigadores modernos sin excepción se muestran acordes en este punto, conclusión a que se ha llegado tanto por los testimonios directos o tácitos de los primeros cronistas, como mediante la acción arqueológica.

Pues bien, siendo así, la pregunta cae por su propio peso: ¿como se explica entonces que habiéndose tratado de unos invasores marineros hayan abandonado la práctica de la navegación de forma tan radical y absoluta, apenas desembarcados, sin dejar rastro perceptible de ella? Porque ni siquiera cabe por su absurdidad pensar, como alguna vez se ha insinuado, que tal abandono se produjera de forma poco menos que automática ante las adversas condiciones reinantes en las aguas del archipiélago. Las naves que cruzaron el océano desde el continente hasta las islas debieron ser capaces de navegar entre ellas. Y sería irrisorio pensar que cada isla hubiera sido colonizada por separado, directamente desde África, y que una vez alcanzada hubieran abandonado los colonizadores inmediatamente las embarcaciones que hasta allí los llevaron. Por otra parte, es indiscutible que una técnica tan consustancial a la cultura de un pueblo como esta de la navegación requiere bastante tiempo para extinguirse; un período previo de transición, más o menos largo, que permita una gradual adaptación al nuevo sistema de vida pastoril y labrador adoptado.

Nunca se insistirá demasiado sobre estos razonamientos máxime cuando, como en el caso presente, concurra la circunstancia agravante de tratarse de un archipiélago compuesto nada menos que de siete islas habitadas y a la vista unas de otras. Y si encima de tan abrumadores argumentos negativos se pretende admitir además el arribo de otras oleadas invasoras más, independientes entre sí, o sea, dar por válida la repetición de lo inconcebible, entonces caeremos en el colmo de la insensatez.

Y sin embargo, por increíble que esto parezca, a pesar de todo este apabullante cúmulo de poderosas razones, lo cierto e indubitable es que a más de las contundentes pruebas aportadas por la historiografía isleña y otras de naturaleza arqueológica, como pueda ser la ausencia de espinas de peces pelágicos en los detritos de los yacimientos canarios, existe por doquier clara evidencia de la inexistencia de navegación entre los guanches en todo tiempo. Tal por ejemplo, por no citar más que una, el desconocimiento de la cebada en algunas de las islas, particularmente en Fuerteventura, a pesar de las inmejorables condiciones que sus campos reunían para cosecharla y su proximidad a Lanzarote donde tan intensivo cultivo de este cereal se hacía, circunstancia esta que implica, necesariamente la falta de contactos entre ambas Islas.

Y si todo lo que antecede fuera poco, parece existir la certidumbre de que en el neolítico, supuesta época de la primera oleada invasora, tampoco se conoció la navegación en el Norte de África. Así nos lo hace saber el erudito berberólogo francés Mr. Marcy, al decir: "Parece seguro que la navegación no ha sido practicada por los habitantes del Moghreb en tiempos neolíticos".

¿A qué nos conduce entonces tal situación? Indefectiblemente a la única explicación posible, apuntada o intuida ya como insoslayable por algunos estudiosos, a saber, que los guanches, desconocedores ya en su patria de origen de la práctica de la navegación debieron ser traídos a las islas por otros pueblos navegantes y en ellas abandonados, o sea, ni más ni menos que lo que en la noticia dé Abreu Galindo se dice.

Veamos sólo un par de autorizadas opiniones al respecto. Don Elías Serra Ráfols catedrático de la Universidad de La Laguna: "Hay quien conjetura que los primitivos canarios fueron simplemente traídos a bordo de naves de pueblos marítimos que desembarcando el pasaje, no se ocuparon más de las islas así pobladas. Se hace difícil concebir el objetivo de semejante operación y suponer que los transportados no tuviesen una comunidad cultural con sus patronos". No hace falta decir que las objeciones que el señor Serra opone quedan perfectamente explicadas con las circunstancias que se dan en la noticia medular de este estudio. El etnólogo italiano Attilio Gaudio: "Nos encontramos en presencia de un doble misterio: el de los medios empleados para llegar del continente hasta las islas, y el de una vida sedentaria en las islas sin que haya sido hecha ninguna tentativa para salir al mar”.

"Esto hace pensar en principio que los antiguos habitantes de las Canarias, al menos los primeros, ignoraban totalmente el arte de la navegación y de la construcción naval; lo que podría explicarse por un origen continental, sedentario y terrestre de un pueblo que sacado por la fuerza de su tierra natal, habría sido embarcado en barcos extranjeros y prácticamente ‘deportado’ a estas Islas lejanas. La historia clásica puede quizás ayudar a justificar esta suposición".

Véase, pues, cómo encaja aquí admirablemente aquella condición de apariencia absurda que entrañaba la rara decisión tomada por los romanos de traer en sus naves a los africanos sediciosos hasta las Islas Afortunadas confiriendo por tanto a la noticia su más sólido carácter de historicidad.

Para confirmar temporalmente, de manera absoluta e inequívoca, la noticia de los deportados, no disponemos ciertamente de ningún dato preciso histórico ni científico que pueda ayudarnos en esta dirección. Pero sí existen infinidad de pruebas y testimonios que, aunque no señalen de forma concreta y exacta el período de tiempo correspondiente al desenlace del episodio de los africanos narrado en aquel documento, circunscriben no obstante la cronología del poblamiento canario a época en muchos casos coincidente con la ocupación romana del África septentrional o, cuando menos, la retrotraen a tiempos relativamente recientes, protohistóricos e incluso históricos de esa región norteafricana.

De lo que no puede haber ya la menor duda, desde luego, es de la caducidad de la teoría tan contumazmente mantenida hasta hace escasos años sobre un remoto poblamiento neolítico de las Islas Canarias, que algunos llegaban a remontar incluso al paleolítico superior. En el estado actual de la investigación esa postura ha quedado totalmente obsoleta y es de todo punto insostenible.

Esas innumerables pruebas a que acabamos de hacer alusión más arriba demostrativas de un poblamiento tardío del archipiélago, pueden dividirse en tres grupos: históricos, filológicos y arqueológicos en general.

Disponemos entre las primeras de un documento en particular precioso, incomprensiblemente subestimado hasta ahora por los estudiosos, el cual, aunque visiblemente menguado en extensión con respecto al original, y seguramente alterado en puntos secundarios, conserva no obstante aún intactos los suficientes elementos de juicio que permitan obtener de él conclusiones sólidas y valiosísimas con miras a ratificar el fin que perseguimos.

Nos referimos al extracto que Plinio el Viejo hace en su ingente obra "Historia Naturalis", de los escritos de Juba II de Mauritania, en donde este rey describe los resultados de la expedición que envió a explorar las Islas Afortunadas un par de decenios antes del inicio de la era cristiana.

Dice así: "Juba averiguó de las Afortunadas: se hallan situadas hacia el Mediodía y casi al Poniente, a “625 mil pasos de las Purpurarias, navegando 250 hacia el Norte-Poniente, y luego 375 mil pasos hacia el “Naciente.

La primera llamada Ombrion no tiene vestigios de edificios; tiene en las montañas un estanque y árboles “semejantes a la férula de los que se extrae agua, amarga de los negros, y agradable al paladar de los “blancos.

Otra isla se llama Junonia y en ella sólo hay un pequeño templo levantado en piedra.

Cerca de ella hay otra del mismo nombre, pero menor.

Luego está Capraria, llena de grandes lagartos.

A la vista de ellas está Nivaria, que toma su nombre de sus nieves perpetuas y de sus nieblas.

Próxima a ella la llamada Canaria por sus muchos perros de gran tamaño, de los cuales se llevaron dos “a Juba. Se ven aquí vestigios de edificios.

Abundando todas con árboles y aves de todo género, ésta produce muchas palmas datileras y piñones. “Hay mucha miel. En los riachuelos se crían los esturiones y el papiro. Se hallan infestadas por los animales “podridos que son arrojados a ellas continuamente".

Creemos ocioso señalar aquí, para comenzar, el hecho de que no existe historiador competente que ponga en tela de juicio la autenticidad fundamental de este documento, ni que no puede tampoco caber duda alguna en cuanto concierne a su identificación con nuestro archipiélago bien que puedan encontrarse ciertas contradicciones en la distribución que se hace de las islas. Baste simplemente aducir como pruebas inconcusas, sin necesidad de recurrir a otras muchas secundarias que de su contexto se infieren los nombres de las dos islas principales, Canaria y Nivaria. El primero por su pervivencia hasta nuestros días a través de los siglos, y el segundo por su alusión a la exclusiva o cuando menos destacada e inequívoca característica nívea de Tenerife, sin confusión posible con cualquier otra isla de esta zona del Atlántico.

Sentada esta indispensable premisa, sometamos el documento a consideración.

Hemos de confesar antes que nada nuestro profundo estupor ante la postura tan generalizada según la cual se pretende que de la lectura del texto pliniano se infiere la existencia de una población humana en las islas al tiempo de la visita de los comisionados de Juba. Creemos firmemente que se comete un grave error. ¿En qué se basan los adeptos a tan inconsistente teoría para sustentarla? Según propia manifestación, por inaudito que pueda parecer, en los citados vestigios de construcciones y aquel pequeño templo, con toda seguridad semiderruido, que se encontraron, ni siquiera en todas sino sólo en algunas de las islas.

De verdad que no se concibe una forma de razonar más falta de sentido común. Un dato como este tan positivamente revelador de la inexistencia de habitantes en semejante lugar, se tergiversa de tal forma que se acaba por darle un significado diametralmente opuesto al que en realidad tiene. ¡Porque, señores, si en una isla no se encuentran sino vestigios de edificios, lo único que eso demuestra, indiscutiblemente, es que allí hubo ciertamente seres humanos, pero al mismo tiempo que ya no los hay!

Y convendría resaltar el hecho, para disipar erróneas interpretaciones, que debido a la específica misión exploratoria de la expedición, las islas debieron ser total y detenidamente reconocidas, de suerte que no cabe en modo alguno la posibilidad de que les hubiera pasado desapercibida a los expedicionarios la presencia de indígenas en ellas. Que la estancia en cada una de las islas debió ser lo suficientemente prolongada como para permitir una minuciosa exploración de su territorio, tal como demandaba el motivo que allí los llevó, se desprende además claramente de ciertos pormenores y particularidades que de ellas se relatan. Por ello, la simplista explicación de que a la vista de los intrusos forasteros los atemorizados isleños habrían huido hacia el interior para refugiarse en los lugares ocultos y más inaccesibles, peca de infantil ingenuidad y carece por tanto de toda validez probatoria ya que, aparte de poderse calificar esta contingencia como de altamente improbable, aún cuando así hubiera ocurrido, los visitantes no habrían podido por menos de tropezarse con las viviendas y demás construcciones propias de toda comunidad humana por primitiva que sea, lo cual, huelga decirlo, es obvio que no ocurrió.

Pero hay más todavía, y esto sí que me ha dejado verdaderamente perplejo e intrigado, incapaz de encontrarle una respuesta satisfactoria. Presten mucha atención a lo que el capitán inglés George Glas, autor hace más de dos siglos de una obra histórica sobre nuestras islas, copiada en gran parte del manuscrito inédito de Abreu Galindo, nos manifiesta textualmente: "Plinio dice, "No hay habitantes en las Islas Afortunadas". Y en otro lugar dice, "En Canaria hay vestigios de edificios, lo cual testifica que estuvo anteriormente habitada".

Como se ve, no parece tratarse de meras deducciones que Glas sacara por su cuenta de los textos de Plinio que conocemos; sino de citas precisas y concretas que hace de este autor.

¿Qué pensar de esto? ¿Dónde pudo obtener Glas estas citas del célebre naturalista romano que desbordan de forma tan categórica como inaudita los límites comparativamente vagos del pasaje de Plinio referido a las Afortunadas conocido por la investigación moderna? ¿Es que acaso el escritor inglés dispuso de un texto, ya desaparecido, más completo y explícito que el que se conserva en la actualidad?

Toda esta serie de interrogantes nos la planteamos con la natural extrañeza por no haber encontrado jamás la más mínima referencia a tan extraordinario testimonio en ninguna de las publicaciones especializadas que han pasado por nuestras manos.

George Glas, preciso es reconocerlo, da en todo momento la impresión de ser un narrador fidedigno y ponderado, por lo que consideramos improcedente imputarle cualquier género de mixtificación tendenciosa, máxime cuando en el capítulo que consagra a este asunto no pretende desarrollar personalmente ninguna teoría especial preconcebida.

En otro orden de cosas, aquellos escasos restos de extinguidos asentamientos humanos detectados en las islas no tienen nada de enigmáticos. Lo extraño, quizás, habría sido el no encontrarlos. De todos es de sobra conocida la pléyade de naciones marítimas del Mediterráneo cuyos osados navegantes pulularon durante la antigüedad clásica por sus aguas, algunos de los cuales, de acuerdo a noticias que nos han sido transmitidas desde aquellos lejanos tiempos, rebasaron el estrecho de Gibraltar y se internaron en la inmensidad del océano Atlántico. Aunque sea de todo punto imposible discernir lo que de verídico o falso puedan dichas noticias encerrar, se tiene sin embargo por incontestablemente cierto que algunas de aquellas naves abordaron el archipiélago canario, pudiendo incluso haber establecido alguna que otra pequeña colonia de duración efímera con el objetivo, presumiblemente, de explotar sus productos naturales.

De cualquier modo, tales visitas debieron ser sumamente esporádicas, aunque lo suficientemente efectivas como para dejar huellas de su paso, como las que aún eran visibles a la llegada de los expedicionarios de Juba. El pequeño templo hallado en Junonia Mayor, por ejemplo, pudo haber sido muy probablemente obra de los cartagineses, en honor de una de cuyas diosas recibiría la isla este nombre.

Hemos dicho antes que, aunque incomprensiblemente dada la serie de decisivos argumentos en contra que aquí presentamos, existe modernamente una tendencia mayoritaria a interpretar el texto de Plinio como prueba de que las Canarias se hallaban en aquel entonces habitadas. Pero no todos, afortunadamente, comparten tan peregrina opinión. Entre los discrepantes figuran honrosas excepciones, representadas en algunos casos por relevantes personalidades en el campo de las ciencias así como cronistas de vieja solera y reconocida competencia que han marcado destacados hitos en la historiografía isleña, manifestándolo unos abierta y directamente y en forma tácita o sobreentendida otros. Veamos algunos de estos interesantísimos puntos de vista.

El profesor Werner Vycichl, eminente berberólogo austriaco, se manifiesta reiteradamente a su favor. Refiriéndose a las denominaciones que se asignan a cada isla en aquel texto, declara: "Los nombres están tomados de rasgos naturales característicos de las islas, lo que indica, que éstas, en tiempos de Juba II, estaban probablemente deshabitadas, pues no cuenta nada de sus habitantes, sino sólo de ruinas". Lo mismo opina el profesor Giese: "La expedición encontró las islas despobladas, pero existían allí aún restos de habitaciones anteriores". Por lo que atañe a los historiadores, podríamos citar entre los más representativos, aparte de Abreu Galindo en el propio episodio que estamos estudiando, a Leonardo Torriani, pero muy especialmente, por la forma categórica en que se define sobre el particular, al antedicho capitán Glas, ya que afirma rotundamente: "Es evidente que los libios no vinieron a las Islas Canarias hasta después que Plinio hubo escrito su Historia Natural; pues él nos dice que aquellas islas estaban entonces deshabitadas".

Aparte de este pasaje de Plinio, a nuestro juicio decisivo delimitador de fechas, existe otro cuyo valor documental, aunque no sea comparable ni con mucho al precedente, no es sin embargo de despreciar por cuanto significa por similar incidencia corno ratificador de aquél con relación al estado de despoblamiento de las islas: la aportación de Posidonios por mediación de Estrabón con la narración de los viajes de Eudoxio de Cícico, que supone un granito de arena más en favor de nuestra teoría.

Este célebre navegante griego, que vivió en el siglo II antes de Cristo, zarpando del puerto de Cádiz se aventuro océano abajo hasta rebasar algo las latitudes de nuestro archipiélago. Al regreso desembarcó en "una isla deshabitada, donde había grandes bosques que halló en su camino”. En opinión de muchos esta isla, según todos los indicios, debía tratarse de una de las Canarias más importantes, pues tomó nota de su destacada posición con el propósito de colonizarla más adelante, propósito que, según se desprende del propio texto, no llegó a realizar a pesar de sus deseos.

Y, detalle curioso, en esta noticia se habla del riesgo que corrió Eudoxio de ser desterrado a una isla desierta por las autoridades mauritanas, país a donde se dirigió en demanda de ayuda para su proyecto, por considerar aquellas autoridades que con tal proceder se inmiscuía en asuntos que podían poner en peligro la seguridad del reino, amenaza que atestigua la vigencia de que gozaba por aquellas épocas la referida pena.

Tampoco debería pasarse por alto la situación de rebeldía casi constante de las tribus bereberes mal que bien sometidas por los romanos en la provincia de Mauritania, registrada en cualquier tratado de historia relativa a esta comarca y época, como circunstancia propiciatoria de un suceso como el que estamos tratando y posible indicio cronológico del poblamiento.

Y si bien, como hemos visto, los testimonios históricos demostrativos de un poblamiento reciente no se caracterizan precisamente por su abundancia, en menor número aún existen, por no decir ninguno, que acrediten lo contrario, pues el único que en algún momento se pudo tomar en consideración en este sentido aquel, en que Plutarco refiere la intención del general romano Sertorio de pasarse a vivir a las Afortunadas huyendo de la corrupción del mundo civilizado, en el cual se hace mención de sus bárbaros habitantes, ha terminado por caer en total descrédito por su falta de solidez histórica.

Agotados por nuestra parte los argumentos de índole histórica probatorios del poblamiento tardío (sin duda susceptibles de mayor efectividad indagando en más profundas fuentes escritas de información) procedamos seguidamente a la presentación de las pruebas científicas dando paso en primer lugar, según el plan previsto, a las filológicas.

Bien que de esta naturaleza no dispongamos más que de una, la consideramos sin embargo sumamente interesante. Fue formulada por el berberólogo austriaco Werner Vycichl en los siguientes términos: "En el dominio del bereber hay una sola lengua que presente en el desarrollo del artículo rasgos semejantes: el egipcio. Supongo que el impulso para el uso del artículo procedería de los egipcios. Es de suponer que el artículo se hizo entre los bereberes usual, cuando el contacto con Egipto se hizo más íntimo". Tras una razonada serie de argumentos filológicos, se pregunta el autor: "¿En qué época alcanzó la ola del articulo bereber al Marruecos del Sur Y a Río de Oro? En todo caso después del nacimiento de Cristo. Yo supongo que la emigración a las islas, en masa, tuvo lugar sólo bajo la influencia de la presión árabe".

De aquí puede colegirse que la fecha de adopción del articulo por los bereberes de la región del Atlas sahariano oriental, lugar de supuesta procedencia de los deportados, adelantándola en un par de siglos por su mayor proximidad a Egipto, encaja perfectamente con la época de romanización del Noroeste africano.

Y con lo hasta ahora expuesto llegamos finalmente a la parte más crítica y controvertida de todo el problema en cuanto atañe a su potencialidad como factor determinante cronológico del poblamiento de las Canarias, objeto incluso de debate en algunos congresos, que es la faceta arqueológica de la cuestión.

Recordará el lector cómo ya habíamos llamado la atención al comienzo de este trabajo sobre el uso errado que de esta ciencia, por demás interesante, valiosa y efectiva en su capacidad fechadora de culturas se había venido haciendo tradicionalmente debido a aquel obcecado empeño en buscar remotos paralelismos con civilizaciones excesivamente apartadas de la guanche en el tiempo y en el espacio.

A este respecto no nos sustraemos a la tentación de transcribir unas declaraciones, aunque sólo sea en resumen, por cuanto de comedida, ponderada y moderadora ha significado siempre la cátedra del inmarcesible profesor don Elías Serra Ráfols, destacado renovador e impulsor de los estudios arqueológicos canarios, quien puso una nota admonitoria en el "V Congreso Panafricano de Prehistoria y de Estudio del Cuaternario" celebrado en Tenerife en 1963, según consta en las correspondientes actas, que traducimos del francés: "Por lo que respecta a las culturas canarias", dijo, "permanecemos sumidos en conjeturas e indicios. Si en parte tiene la culpa de esto la insuficiencia de nuestro conocimiento de esas mismas culturas insulares, existen sin duda otras razones: el aislamiento de cada fenómeno cultural canario en particular y del conjunto de éstos como complejo etnográfico, se debe también, seguramente, a la falta de conocimiento arqueológico del continente africano. El mejor conocimiento de las culturas mediterráneas había permitido tender más lazos de conexión con éstas que con las de África. Hasta aquí, y por esa razón, hemos pensado más bien en el origen mediterráneo no africano de las culturas canarias, cuando menos las que representan entre ellas un nivel superior".

Luego de enumerar algunas de esas espurias relaciones culturales, termina el señor Serra diciendo: "La arqueología africana es joven todavía, pero es, por añadidura, casi desconocida por nosotros; así pues, nada tiene de extraño que no encontremos relaciones más numerosas y sobre todo más probatorias".

Efectivamente, esto es correcto. Triste es reconocerlo, pero es lo cierto que la única base sobre la que se venía sustentando la teoría de un poblamiento prehistórico del archipiélago no ha sido otra que la de la existencia de una serie de módulos culturales del pueblo guanche que guardaban una aparente analogía o afinidad tipológica con los de las civilizaciones extraafricanas del neolítico y otros estadios culturales arcaicos. Pero ese argumento, por sí solo, como están demostrando en la actualidad solventes arqueólogos y hombres de ciencia en general, no basta para sancionar tal teoría definitivamente. De otro lado, las culturas norteafricanas antiguas, antepasadas de la cultura guanche, han sido en efecto objeto de escasos estudios y son por tanto mal conocidas. Se ha apuntado además la posibilidad, que a la luz de nuevas Investigaciones va tomando cada vez más cuerpo, de que el pueblo bereber, de cuya paternidad sobre el pueblo guanche no existe, como se ha repetido, la menor duda, obedeciendo a particulares circunstancias geográficas e idiosincrásicas y otros factores específicos determinantes, permaneció culturalmente estancado durante largas centurias sin experimentar apenas evolución técnica alguna.

André Aymard, profesor de la Sorbona, refiriéndose a los bereberes dice: "El más feroz tradicionalismo les ataba entonces como ahora a sus tradiciones materiales y morales”, y Víctor Chapot, miembro del Instituto de Francia, aludiendo a los cultos importados por los romanos en Mauritania: "Esta devoción tenía un aspecto puramente oficial; los indígenas no se ofuscaban por ella y aún mostraban, una profunda indiferencia por los nombres de las divinidades, aunque a veces pudieran dar a sus señores cierta ilusión acerca de sus sentimientos aproximándose a los ídolos latinos. Pero los que preferían, aun bajo nombres latinos, eran de naturaleza esencialmente púnica con rasgos de influencia egipcia. Y los ritos estaban arraigados con una tenacidad singular; la obstinación de los bereberes en este aspecto aparece bien clara en las costumbres funerarias. Antes, mientras y después de la dominación romana, estas gentes siguieron fieles a la práctica de la Edad de la Piedra cuyos útiles manejan siempre, pedernales tallados y hachas planas de piedra pulimentada; levantan todavía tumbas megalíticas que recuerdan el menhir, en horno cilíndrico cubierto de una ancha losa; los etnólogos señalan estas supervivencias hasta el siglo XIX". El mismo escritor: "La lengua de los romanos no había eliminado ni en los últimos días los dialectos anteriores; se hablaba todavía el púnico, y el llamado líbico era el idioma corriente de los nómadas".

Al pasar luego a las Canarias en los primeros siglos de la Era Cristiana, sus componentes se hallaban todavía en un grado de atraso material comparable en cierto modo al que presentaban los pueblos del neolítico. Una vez en las islas, la falta de materia prima adecuada para la fabricación de sus útiles e instrumentos y la prácticamente nula influencia cultural recibida del exterior acabaría por degradarlos al estado de barbarie en que fueron encontrados por los europeos en la baja Edad Media.

Afortunadamente, el giro de ciento ochenta grados imprimido en los últimos años al enfoque del problema está permitiendo ya la recogida de los primeros frutos positivos con miras a una datación del poblamiento canario más racional y acorde por ende con los datos históricos aquí expuestos. Todo ha comenzado a discurrir dentro de los cauces de rigor científico exigidos, desde el momento en que la investigación arqueológica ha vuelto sus ojos hacia el norte bereber africano, región que había sido incomprensiblemente postergada en beneficio de otros países que en todo caso no tendrían más que una relación indirecta con la primitiva cultura de nuestras islas.

Han marcado la pauta en esta nueva y acertada dirección algunos investigadores galos encabezados por los señores Lionel Balout, Georges Souville y Georges Camps, inteligentemente seguidos, muy especialmente, por el arqueólogo español don Manuel Pellicer Catalán, quien ha llevado además a cabo interesantísimos estudios e indagaciones personales que se encuentran resumidas en su crucial artículo "Elementos Culturales de la Prehistoria Canaria", publicado en "Revista de Historia Canaria", núm. 169, editada por la Universidad de La Laguna, del que nos tomaremos la libertad de entresacar algunas preciosas citas con que respaldar la tesis que aquí venimos propugnando.

Comencemos entonces sin más dilación con el análisis sistemático de los elementos más caracterizados enmarcados en el cuadro general de la ciencia arqueológica en sus varias vertientes, epigráfica, antropológica, etnográfica, etc., en cuanto concierne a su particular y positiva capacidad datadora del momento en que se produjo el poblamiento humano de las islas Canarias.

Como elemento fechador de la época preconizada por nosotros, la escritura epigráfica es uno de los más contundentes por su segura afinidad con los caracteres líbicos empleados en el norte de África en tiempos de la romanización o siglos inmediatos. Así, el profesor Pellicer Catalán dice después de formular algunas consideraciones sobre la relación existente entre el bereber y las lenguas indígenas canarias: "...lo mismo que las inscripciones rupestres del tipo de las del Julan en el Hierro, identificables con la escritura líbica, esa escritura de las inscripciones numídicas de la época púnica y romana en el N. de África, supervivientes en los Tifinagh de los Tuareg".

En cuanto a los grabados, la tendencia moderna es a orientarlos asimismo hacia igual época. La misma personalidad científica nos ilustra en este sentido diciendo: "El tipo de grabados a base de espirales, laberintos, círculos, serpentiformes, etc., de La Palma, El Hierro, Gran Canaria y Lanzarote, ha sido relacionado con la edad del bronce atlántico de Portugal, Galicia, Bretaña, Islas Británicas y Escandinavia por Martínez Santa Olalla y su escuela, por Pericot que los fecha en el 1800 - 1500 a. C., por Sobrino y otros".

"Realmente, las analogías son tentadoras, pero bastante inexplicables en este respecto. Yo personalmente, después de mis prospecciones por África y después de haber visto lo publicado y lo inédito, me inclino de nuevo hacia el Sahara. Allí tenemos también estrechos paralelos".

Después de enumerar algunos lugares del noroeste de África donde se han hecho hallazgos de esta índole, los cuales por su evidente parentesco con los canarios aconsejan desechar la remota edad del bronce atlántico, termina afirmando el autor: "Estos grabados africanos con predominio de la espiral se sitúan en la fase cuarta de Mauny, en el grupo líbico-bereber, con una cronología que va del 200 a. C. Al 700 p. C.".

A otras representaciones de figuras humanas esquematizadas de Gran Canaria les resta el ilustre investigador todo valor paleoarqueológico por corresponder, según acredita la técnica empleada en su ejecución, amén de otras pistas, a época histórica muy reciente.

De la famosa Cueva Pintada de Gáldar nos dice: "Sus motivos ligan al Archipiélago con las decoraciones del mundo bereber actual".

Y termina resumiendo esta parte de su estudio en los siguientes términos: "Es decir, existen argumentos de peso para pensar que el arte rupestre canario no hay que remontarlo al viejo horizonte del bronce atlántico o mediterráneo, sino más bien al Africa noroccidental desde finales del primer milenio a. C. hasta un momento muy reciente".

Creemos por nuestra parte que estas declaraciones del señor Péllícer son suficientemente explícitas y no requieren por tanto ninguna otra aclaración. Lo que sí pensamos que no estaría de más añadir es que en el supuesto incluso, poniendo las cosas en un extremo muy poco probable, pero no imposible, de que estos grabados o letras hubiera que relacionarlos forzosamente con determinada cultura atlántica u otra cualquiera ajena a la bereber, aún así, ello no interferiría de forma categórica en un sentido negativo o contrario a la teoría del poblamiento moderno, puesto que siempre cabe la explicación nada descabellada de la llegada a las islas de algún navío de esas regiones que dejaran tales signos rupestres.

Una curiosa práctica ritual de la antigua población norteafricana se ha revelado como una de las más firmes pistas del poblamiento reciente: la costumbre que aquellos indígenas tenían de extraerse algunas piezas dentarias.

Véase la reacción que el profesor francés M. Balout experimenta ante la postura de indiferentismo que la investigación canaria ha adoptado frente a tan decisiva y concluyente prueba: "Estoy sorprendido y hasta desconcertado, de que ninguno de los antropólogos que han estudiado los guanches no hayan, que yo sepa, evocado el problema planteado por la ausencia de avulsión dentaria. Yo he intentado demostrar que la avulsión de los incisivos del maxilar superior era general, en los dos sexos, entre los iberomauritanos, “que la avulsión de los incisivos de la mandíbula Inferior era un rito capsiense aplicado a las mujeres, que en “el neolítico estos ritos conjugados se imponían a todas las poblaciones del Mogreb, y que habían desaparecido totalmente en las inhumaciones protohistóricas.

Ningún caso de mutilación dentaria ha sido señalado en las Canarias.

La generalización de esta mutilación en el Mogreb y su ausencia en las Canarias me parece una constatación de las más importantes. Ella llevaría a la conclusión de que, si los primeros canarios vinieron de África, no lo hicieron antes de los tiempos protohistóricos."

Su compatriota G. Camps abunda en el mismo parecer: "Todos los hombres de Mechta, incluso los más recientes y sobre todo estos últimos, han practicado la avulsión de los incisivos; ahora bien, esta mutilación es totalmente desconocida entre los guanches. En Africa del Norte la avulsión deja de practicarse después del Neolítíco: ¿hay que deducir de esto que fue después del Neolítico cuando los hombres del tipo Mechta pasaron a las Canarias?".

El señor Pellicer se une a este coro de inconformes planteándose las siguientes consideraciones: "En África del Norte los tipos "Mechta" practican la avulsión dental en ambos sexos, y los mediterráneos sólo en el sexo femenino, de una manera persistente hasta el momento del tránsito a la protohistoria, es decir, hasta ya bien entrado el primer milenio a. C. Por lo tanto, resulta difícil creer que estas poblaciones desembarcasen en Canarias en un momento en que en África se practicaba la avulsión. Parece, en consecuencia, prudente opinar que los cromagnoides, esa supuesta primera oleada, desembarcasen en un momento a partir de la protohistoria. Pongamos por ejemplo hacia la mitad del primer milenio a. C."

Otra costumbre ritual norteafricana antigua que conduce asimismo indefectiblemente hacia un poblamiento tardío, aún con mayor precisión cronológica que la anterior a favor de la noticia que defendemos, por establecer una más estrecha identificación de la ocupación bereber del archipiélago con la romanización de aquella parte del continente, es la típica posición que se hacía adoptar a los difuntos al enterrarlos.

A este respecto, el señor Pellicer manifiesta, haciéndose eco del francés M. Balout: "Un argumento de Balout que prueba el tardío poblamiento de Canarias se basa en la posición de los cadáveres en los enterramientos. Está demostrado a través de centenares de casos que las poblaciones epipaleolíticas y neolíticas del Mediterráneo y del Noroeste africano se inhumaban siempre en posición de decúbito lateral y encogidos, prosiguiendo este rito durante la protohistoría e incluso con la llegada de los púnicos, para cambiar de rito con la presencia romana a fines del primer milenio y continuar con la islamización. Entonces, si en Canarias no existe este rito funerario de la posición en decúbito lateral y encogido, excepto en un individuo de un enterramiento de la Gomera por razones quizás accidentales, hemos de concluir en que los enterramientos canarios que conocemos, cronológicamente habría que situarlos a partir del momento de la romanización del Norte de África, es decir, a partir de finales del primer milenio, instante en que pudo tener lugar una fuerte penetración, si no es la primera. Incluso el ocre o rojo funerario de que están impregnados los huesos de los esqueletos norteafricanos hasta la protohistoria, no se da en Canarias, a pesar de la existencia del almagre en las islas."

La momificación, según el señor Pellicer, nos suministra también una buena pista de datación reciente por la época de su incorporación a las prácticas de inhumación canarias.

Así manifiesta, luego de comentar lo improcedente de relacionar la momificación canaria con la egipcia dinástica debido a su lejanía, y de hacer notar la ausencia de esta práctica en el noroeste de África en el neolítico y su posterior aparición en tiempos mucho más recientes: "Por lo tanto, ateniéndonos a los hechos, hemos de confesar la tardía introducción, en Canarias de este rito en la segunda mitad del primer milenio".

El tipo de vivienda, trogloditismo incluido, que algunos han tomado como elemento comparativo con que establecer cronologías, no es de utilidad en el caso particular de las Canarias debido a la peculiar naturaleza del terreno. Así lo declara el expresado arqueólogo señor Pellicer Catalán en las líneas que siguen, con cuyo contenido nos identificamos plenamente por su aplastante lógica: "La habitación del canario prehispánico en cueva indujo a pensar en viejos arcaísmos y a establecer comparaciones con culturas del neolítico de las cuevas. El hábitat en cueva no tiene ningún significado cronológico para seguir la pista a una cultura, ya que su existencia se debe más bien a la geología; por eso precisamente son menos abundantes en Lanzarote y Fuerteventura que en las otras islas. Las comparaciones mediterráneas a través de cuevas artificiales que Tarradell propone, a nuestro juicio no son viables. Entre estas cuevas son de destacar las famosas de Cuatro Puertas en Gran Canaria, donde puede observarse a simple vista el efecto de los instrumentos metálicos que las tallaron".

En otro lugar, discrepando de las desfasadas cronologías establecidas hasta ahora, añade: "Quien no “conoce la formidable pervivencia del megalitismo y derivados norteafricanos (Barzinas y Chuchets “bereberes), tiene que mirar necesariamente a las islas mediterráneas y a la Europa atlántica de hace 4.000 “años".

Otro de los más autorizados representantes de la nueva escuela arqueológica francesa que investiga los orígenes de las culturas norteafricanas, es el profesor Georges Souville. El nos habla de las relaciones cronológicas que pueden obtenerse de la comparación entre los betilos guanches y los bereberes en los términos siguientes: "Existen betilos en el archipiélago; esos monumentos religiosos o funerarios, sin adornos, o llevando sólo algunos dibujos esquemáticos, están muy extendidos en África del Norte, al final del neolítico y durante los tiempos protohistóricos".

El doctor Pellicer por su parte nos ilustra sobre los enterramientos colectivos declarando, después de referirse a los hallados en las islas: "Esta circunstancia precisamente ha inducido a algunos autores a ver en “el eneolítico mediterráneo un horizonte análogo. No me parece convincente querer relacionar con el megalitismo mediterráneo del 2.000 a. C. los túmulos con enterramientos colectivos del Agujero de Gáldar, fechados por el C. 14 en el año 1082 p. C.+ – 60 y con fuertes paralelismos con las "barzinas" saharianas preislámicas tardías".

Respecto a la cerámica, las deducciones cronológicas que de este elemento cultural aborigen pueden lograrse, debido a la heterogeneidad tipológica que lo caracteriza, no son, en verdad, de las más exactas y concluyentes. De cualquier modo, puede asegurarse hoy por hoy, sin temor a equívoco, que por lo menos ninguna de las teorías formuladas hasta ahora sobre su remoto origen neolítico o anterior, puede sostenerse incólume ante los nuevos elementos de juicio aportados por la investigación más reciente.

Expongamos en este sentido sólo algunas parciales opiniones, como muestra, referentes a esta actividad industrial, emitidas por destacados eruditos. El reiteradamente mencionado paladín del poblamiento reciente, señor Pellicer Catalán, decía en 1969: "Los escasos y pobres estudios de la cerámica canaria han llevado a buscar orígenes y cronologías peregrinas. Baste pensar en los trabajos sobre las asas vertederos que, procedentes del Elam, hace unos 6.000 años, llegan a Canarias y viajan rumbo a América, o en las teorías sobre la cerámica a la almagra y embetunada del III milenio a. C. en el Mediterráneo, estilos que todavía persisten en el norte de Africa. ¿Por qué se relaciona la cerámica impresa e incisa de La Palma con el neolítico inicial del Mediterráneo (V milenio a. C.), o con el Bronce atlántico (1.000 a. C.)?”

Este mismo autor en el trabajo a que hemos hecho alusión al principio de la parte arqueológica de este escrito, del que hemos tomado la mayoría de sus citas, se extiende más largamente sobre el tema de la cerámica manifestando entre otras cosas lo que sigue: "No trataré aquí de presentar una descripción de cerámica, sino mas bien de hacer unas reflexiones sobre sus posibles orígenes y cronologías. En general, se ha tendido a buscar paralelismos en el Mediterráneo, como siempre, mejor conocido que el noroeste africano."

El fondo cónico de los vasos de Tenerife, la Gomera, el Hierro y Fuerteventura, a pesar de que existen en el neolítico mediterráneo, lo tenemos, como igualmente sus decoraciones incisas, en el litoral marroquí, en el Sahara y Mauritania, desde el neolítico hasta una fecha de la protohistoria e incluso con perduraciones posteriores".

Después de explicar otros paralelismos encontrados, especialmente de unos que parecen relacionar la cerámica de La Palma con viejas culturas portuguesas, continúa diciendo el señor Pellicer: "Ante estos argumentos habría que pensar en una vieja colonización atlántica de La Palma, en el segundo milenio a. C., si no tuviéramos otros términos de comparación más recientes y más próximos en el Sahara y en la costa occidental africana, desde el Senegal hasta Ghana".

Luego continúa más adelante: “Las asas-vertederos que Martínez Santa Olalla relacionó con el neolítico mediterráneo y muy especialmente con Chipre, hay que confesar que en la protohistoria norteafricana están presentes, momento y lugar que habría que aceptar para señalar su cronología y origen. El vertedero, presente en el túmulo de Gáldar del siglo XI p. C., prosiguió quizás hasta después de la conquista".

Como complemento a estas interesantes reflexiones del profesor Pellicer sobre la cerámica en general, veamos a continuación lo que nos dice el etnólogo italiano Attilio Gaudio con referencia a la cerámica basta de Lanzarote y Fuerteventura: "Este tipo de cerámica es característico de la época neolítica. En África del Norte esta alfarería ha sido encontrada en las sepulturas megalíticas. Hoy se encuentra casi la misma fabricación neolítica entre algunas tribus bereberes de Argelia".

Otro indicio cronológico interesante es el que se deriva del bico en las vasijas, a cuyo respecto el arqueólogo francés M. Souville nos hace saber: "Las vasijas de bico no aparecen en África sino en la época “protohistórica".

Y para cerrar lo relacionado con esta industria, digamos con el berberólogo austríaco Werner Vycichl que "Tampoco es un rasgo tan arcaico la falta del torno de alfarero: los kabilas modernos moldean aún a mano sus vasijas".

En cuanto a los molinos de mano giratorios podemos decir que nos hallamos ante uno de los útiles aborígenes más sugestivos en lo que atañe a su capacidad datadora de la ocupación bereber de nuestras islas, ya que coincide con la romanización norteafricana.

Después de haber sido informados por un miembro del "Institut de Hautes Etudes Marocaines" de la similitud existente entre los molinos de mano bereberes y canarios, los señores Serra Ráfols y Diego Cuscoy, en un artículo firmado conjuntamente, se hacen perplejos la siguiente reflexión: "Pertenece, pues, a la época histórica. ¿Qué nos sugiere esto para la datación del conjunto ergológico de la cultura canaria de que esos molinos formaban parte integrante y tan uniformemente difundida? Se ha hablado ligeramente de una cultura canaria paleolítica, de una civilización neolítica de las islas que se ha agrupado con algunos de los conjuntos establecidos para el vecino continente y la península hispánica. Pero cuando por primera vez parece que uno de sus bienes constitutivos puede ser fechado, hay que bajarlo a "tiempos históricos", a la romanización”.

El señor Pellicer puntualiza las precedentes apreciaciones con las siguientes palabras, aunque creemos sinceramente que en esta ocasión se excede en sus cálculos cronológicos con respecto al paso de este instrumento a las islas: "En el Sahara, es muy probable que el molino circular penetrase en época romana imperial tardía, de lo que podemos deducir que su presencia en Canarias debe datar de un momento ya bien entrada la era cristiana o más bien medieval".

Este mismo autor asigna a la introducción de las estatuillas encontradas en las islas una fecha sumamente reciente dentro de la evolución cultural guanche. Así dice: "Atendiendo a la circunstancia de los hallazgos, los idolillos canarios deben corresponder a la etapa final de las culturas prehispánicas, pues aparecieron algunos en la Cueva Pintada de Gáldar, acompañados de cerámicas tardías, y en la Cueva de los Ídolos de Fuerteventura, junto con una placa decorada con un motivo de evidente tradición islámica".

Las pintaderas, causa por otra parte de tanta polémica en cuanto se refiere a su uso, resulta ser también un buen motivo fechador del poblamiento reciente del archipiélago. Oigamos, como tantas otras veces, la docta palabra del señor PeIlicer rechazando en primer lugar las pretendidas relaciones directas de este objeto con antiquísimas civilizaciones extraafricanas: "Es Imposible relacionar las pintaderas con lo oriental, lo neolítico ligur y danubiano o con lo americano, a no ser remota e indirectamente". Luego de formulada esta aseveración, termina por asignarles por ilación la siguiente cronología al declarar que "...los motivos decorativos son idénticos a los utilizados por los bereberes desde la protohistoria hasta la actualidad".

El utillaje confeccionado por los primitivos canarios a base de materia pétrea hizo pensar automáticamente a los arqueólogos, sin pararse en mayores reflexiones, en una relación directa de esta técnica con la neolítica mediterránea.

Tal juicio se está evidenciando modernamente como excesivamente precipitado. En la actualidad la ciencia arqueológica se está planteando serios interrogantes sobre la manifiesta disparidad tipológica que se observa, no digamos ya, con la producción del neolítico mediterráneo, en el que apenas si se piensa en los momentos presentes como estadio predecesor inmediato de la cultura guanche, sino, lo que es mucho más extraño, en razón de su calidad de lugar de procedencia de la población insular, hasta con la del neolítico norteafricano.

Efectivamente, el ilustre científico inglés Mr. Zeuner hacía en 1963 en Tenerife, en la asamblea del "V Congreso Panafricano de Prehistoria y de Estudio del Cuaternario", ante fenómeno tan singular, la siguiente declaración: "No se habría encontrado un mayor número de elementos comparativamente tempranos y sofisticados si imaginamos que vino a las islas una cultura en pleno uso del metal sin conocimiento del trabajo de la piedra".

Llama también la atención sobre este particular, en los siguientes términos, el señor Souville ya citado: “Puede comprobarse la escasez de la ‘industria lítica’ en las islas, aunque la materia prima se encuentre en ellas en relativa abundancia. La piedra tallada se reduce generalmente a lascas o a piezas poco típicas; nada corresponde a los ricos conjuntos del Mogreb desde el paleolítico inferior hasta el neolítico, a las facies particulares del Ateriense, del Capsiense, o del Iberomauritano. Ninguna de las piezas que figuran en las publicaciones que he podido consultar o los objetos que he podido examinar en los museos canarios corresponde a la industria tallada del Neolítico norteafricano".

En cuanto al señor Pellicer, con su siempre objetivo y ponderado parecer, se expresa respecto a este especial apartado de la arqueología canaria, del modo que a continuación transcribimos: "La industria lítica canaria desconcierta por su rusticidad, pobreza y monotonía. Naturalmente hay que hacerse cargo de la materia prima que la naturaleza ofrece en el Archipiélago, como basalto y obsidiana de muy mala calidad y de muy difícil talla. No están claras las relaciones culturales establecidas ante tan singular industria. La industria lítica canaria, por su atipismo, no es relacionable con el exterior. Este atipismo y rusticidad podría explicarse por dos causas: la material, tratándose de una materia prima de mala calidad para ser trabajada, y la eficiente, por tratarse de grupos humanos llegados a las islas en un momento de la protohistoria en que las técnicas de la industria lítica habían perdido ya su tradición, según Balout".

Con las extravagantes concepciones cimentadas sobre los concheros en estas islas se ha alcanzado el clímax de las aberraciones interpretativas en la arqueología canaria. Un hecho tan anodino en su propia práctica como el de alimentarse de mariscos, sin significación cronológica especial alguna, a menos, naturalmente, que se distinga de los demás de su misma clase por alguna peculiaridad "sui generis" que lo haga inequivocamente identificable, se utiliza para inferir por analogía peregrinas dataciones que se han remontado a las más oscuras edades de la prehistoria de la humanidad. Porque mucho habríamos de equivocarnos si, al igual que ocurrió a los deportados magrebíes, cualquier otro grupo de personas abandonadas a su merced en una isla desierta donde la lapa constituyera una conspicua fuente de alimento, ya fueran de origen marinero o de lo más recóndito del interior de un continente, no terminaban indefectiblemente, bien fueran ellos mismos o sus descendientes sin que pasaran muchas generaciones, arrancando dichos moluscos con puntiagudos trozos de roca para comérselos, dejando en torno a las fogatas encendidas para su cocción los correspondientes hacinamientos de conchas.

Así no tiene nada de extraño que el señor Pellicer se limitara a declarar concisamente al tratar este extremo: "Los concheros con sus ‘pics’ hicieron pensar en el mesolítico europeo, en el asturiense y en los kiokenmondingos nórdicos, sin tener en cuenta que el guanche del siglo XV pudieran gustarle los mariscos, arrancados de la roca con picos de basalto y de obsidiana”.

Llegamos finalmente al remate definitivo del problema, al golpe de gracia asestado al moribundo espectro del poblamiento prehistórico canario por la ciencia pura, la que desarrolla sus actividades dentro de los límites estrictos de las paredes del laboratorio, a los resultados, en suma, obtenidos mediante el análisis radiactivo del carbono 14. De las varias mediciones que se han efectuado empleando este método sobre restos orgánicos del archipiélago, especialmente de Gran Canaria y Tenerife, ninguna, según podía preverse, ha rebasado en antigüedad el siglo III de nuestra era; la mayoría arrojaron resultados muy posteriores a esta fecha.

Y llegados a este punto nada nos resta ya que agregar a lo hasta aquí expuesto. Nosotros, fieles a la palabra empeñada, hemos recompuesto de forma bien visible y fácilmente interpretable el rompecabezas del poblamiento de las Islas Canarias colocando cada una de las piezas en su lugar correspondiente. La ciencia y la investigación histórica tienen ahora la última palabra como seguras corroboradoras de la fecha aquí preconizada, y a su inapelable veredicto final nos atendremos en la total convicción de su juicio favorable.