CONSIDERACIONES SOBRE EL GENTILICIO 'GUANCHE'

28.03.2014 20:05

(Publicado en el diario LA PROVINCIA de Las Palmas el 12-IX-1986)

Siempre se ha tenido por incuestionable que la aplicación del gentilicio ‘guanche’, (de guan, hombre, y chinech, Tenerife, según la etimología más aceptada) se circunscribió en origen exclusivamente a la isla de Tenerife para designar a sus habitantes prehispánicos y que luego, mucho tiempo después de la conquista, bien entrado ya el siglo pasado, se hizo extensivo a todas las islas del archipiélago al ponerlo en circulación en los medios literarios el sabio francés radicado en Canarias Sabino Berthelot,

de donde pasó luego al ámbito popular, por lo que desde entonces se ha considerado normal aplicarlo tanto al conjunto de todas las islas colectivamente, como a cualquiera de ellas por separado, al referirnos a sus primitivos habitantes o a sus cosas.
Sabino Berthelot lo usó ya en sentido general en su obra ‘Misceláneas canarias’, la cual se publicó por primera vez en 1839, y aunque declara expresamente algún tiempo después en otra de sus obras, ‘Antigüedades canarias’, que este término es aplicable solamente a los antiguos habitantes de Tenerife, dice a continuación textualmente (cito por la edición de 1980) “…que después se ha generalizado para designar a todos los aborígenes de Canarias”, pareciendo dar a entender implícitamente que la tal generalización, en contra de lo que se ha pretendido reiteradamente hasta ahora, no fue obra suya.
Existe una cita muy antigua de esta palabra, ligeramente alterada en la forma, ‘gaanchos’ usada como gentilicio referida a los naturales de Lanzarote y La Gomera en un texto que data presumiblemente del siglo XIV, llamado en las esferas historiográficas ‘El documento Almeida’ por insertarlo este autor portugués en su obra ‘Historia de Portugal’ editada en 1925, pero, desgraciadamente, hay poderosas razones para pensar que el tal documento es apócrifo (V. ‘Revista de Historia Canaria’ de julio-diciembre de 1961, El redescubrimiento de las Islas Canarias en el siglo XIV, pág. 234, por E. Serra Ràfols).
Parece que con la voz ‘guanche’ ha ocurrido algo semejante a lo de su homóloga ‘canario’, pues si bien este adjetivo debió usarse en principio sólo para designar las cosas de la isla que desde los comienzos de la era recibió el nombre de Canaria, se ha venido no obstante aplicando por extensión desde tiempos muy antiguos a todo lo relativo a nuestras islas, tanto en forma individualizada como para el archipiélago en general.
Y recalco lo de parece, con que inicio el párrafo precedente, porque a la vista de las razones que pasaré a exponer seguidamente se han suscitado en mi ánimo serias dudas respecto a la legitimidad de ese pretendido exclusivismo del término ‘guanche’ para la isla de Tenerife. ¿Cómo explicar si no la existencia en esta isla de Lanzarote de varios topónimos en cuya composición entra la voz ‘guanche’, que según concienzudas indagaciones que he llevado a cabo son conocidos por la gente del pueblo llano desde tiempo inmemorial?
Se me dirá que lo más probable es que tales topónimos deben obedecer a reminiscencias dejadas por indígenas de Tenerife traídos a Lanzarote en los tiempos de la caza de esclavos. Y ciertamente, no se puede descartar sin más esa posibilidad. Pero ocurre que apenas se profundiza en la cuestión surgen argumentos que parecen contradecir abiertamente tal hipótesis, cuales son las circunstancias de emplazamiento de los topónimos de referencia, ya que todos se encuentran situados en parajes muy apartados de los centros de población en que se supone que habrían de residir los esclavos capturados en otras islas para un adecuado control por parte de sus amos. Además, la mayor parte de estos lugares corresponde a yacimientos tenidos por aborígenes, pues en ellos se encuentran los típicos vestigios de la vieja cultura material titerogaqueña, consistentes en la característica cerámica de tosca factura, las conchas de moluscos de que tanto se alimentaban aquellas gentes (lapas, burgaos y ‘canadillas’ sobre todo), e incluso multitud de lascas de basalto afiladas, presumiblemente los ‘tafiagues’ o cuchillos de piedra de que nos hablan los antiguos cronistas. Tal acontece con varios de estos lugares enclavados en pleno Malpaís de la Corona conocidos por los lugareños de las localidades próximas como La Cueva del Guanche, El Lajío de los Guanches, La Cueva de los Guanches y Las Casas de los Guanches.
Cierto que en Lanzarote existe también el gentilicio ‘majo’ para designar a sus primitivos habitantes, bien garantizado además por la tradición oral, mas a la vista de los argumentos hasta aquí invocados a favor de su sinónimo ‘guanche’ cabría pensar en la posibilidad de que ambos hayan coexistido, entrañando cada uno de ellos sendos matices semánticos.
Conviene señalar a este respecto que el número de topónimos que en Lanzarote llevan una u otra forma, ‘guanche’ o ‘majo’, es sensiblemente el mismo, lo cual resulta un tanto ilógico si aceptáramos como cierto que el gentilicio ‘guanche’ se refiere sólo a los naturales de Tenerife, pues es evidente que los cautivos tinerfeños traídos a Lanzarote nunca pudieron haber sido tantos como para equipararse numéricamente a los propios habitantes de esta isla, como parece quedar reflejado en esta equilibrada proporción de topónimos portadores de ambas voces.
En cuanto a la incidencia del término ‘guanche’ en la toponimia de las restantes islas del archipiélago que pudiera servir de apoyo a esta pretendida pancanariedad, o cuando menos uso común a algunas de ellas, ha llegado a mi conocimiento el caso, bastante significativo por cierto, del indígena herreño Ferinto, acaecido en el siglo XV, quien acosado según la tradición por sus perseguidores cristianos salvó en su huida, de un prodigioso salto, un profundo abismo, lugar que en honor a tal proeza ha conservado desde entonces el nombre de El Salto del Guanche.
Cabría esperar además en lógica compensación que existieran también en Lanzarote otros lugares cuyos nombres hicieran alusión a los habitantes prehispánicos de las restantes islas del archipiélago, de las cuales se trajeron también, por supuesto, cautivos a Lanzarote, y esto, curiosamente, apenas ocurre, pues sólo conozco los casos de el Morro del Majorero, próximo a San Bartolomé, y el lugar llamado El Herreño, en la costa de Mala.
En consecuencia, de la serie de argumentaciones expuestas hasta aquí hay que convenir en que si bien las mismas no permiten afirmar de manera tajante y definitiva un uso generalizado a nivel de archipiélago, o a varias islas, del adjetivo ‘guanche’ anterior a la época de la conquista, debería admitirse cuando menos que ese pretendido exclusivismo en la aplicación a la isla de Tenerife queda en entredicho hasta tanto no se encuentre una explicación plausible a la cuestión planteada por los conflictivos topónimos de Lanzarote y El Hierro comentados.