HISTORIA DE LANZAROTE, SIGLO XVI

28.03.2014 19:45

Fallecimiento de los señores. Hereda el señorío Sancho de Herrera

     En el año 1485 falleció Diego García de Herrera, siguiendo igual suerte ocho años más tarde, o sea en 1503, su mujer, la señora propietaria.

     A la muerte de doña Inés Peraza recae la dignidad de señor de Lanzarote, por herencia, en el hijo tercero del matrimonio, Sancho de Herrera, pues si bien la propiedad territorial de la isla se hallaba constituida en régimen mancomunado con la de Fuerteventura entre varios de los hermanos, fue él quien ostentó desde este momento y hasta su óbito, la potestad señorial efectiva.

     Además de Sancho de Herrera, al que se adjudicaron cinco partes de doce en la renta y jurisdicción de Lanzarote y Fuerteventura con los islotes, eran herederos mancomunados a estas dos islas orientales, sus hijas doña María de Ayala, casada con Diego de Silva, que llevó cuatro partes, y doña Constanza Sarmiento, mujer de Pedro Fernández Darias de Saavedra, que llevó tres.

 

     Abandono de la torre de Santa Cruz de Mar Pequeña por el señor de Lanzarote

     Poco después de la muerte de Doña Inés, hallándose la isla al mando de su hijo Sancho de Herrera, fue abandonada la torre de Santa Cruz de Mar Pequeña en Berbería por resultar su mantenimiento muy costoso para las arcas del señorío, pasando este enclave africano a partir de entonces a depender de la Corona.

 

     Construcción de una torre sobre el volcán Guanapay

     En los primeros decenios del gobierno de Sancho de Herrera, sin que sea posible una mayor precisión cronológica, se construyó la torre cuadrada que destaca en el centro del Castillo de Guanapay, próximo a Teguise. Su función se reducía a servir de puesto de vigía desde donde alertar contra posibles desembarcos furtivos, con una mínima capacidad de servir de resguardo de forma provisional a algunos de sus propietarios.

 

     Creación de la Audiencia de Canarias

     En 1526 se crea por orden real, con sede en la ciudad de Las Palmas y jurisdicción sobre todo el archipiélago canario, la institución de orden jurídico llamada la Audiencia de Canarias. Con ello se evitaba que los ciudadanos tuvieran que desplazarse a la Península, con lo que ello suponía de gastos dispendiosos y problemas de viaje para resolver sus pleitos y cuestiones legales más importantes.

 

     Desembarca en la isla Nicolás Federmann

     El 25 de octubre de 1529 toma tierra en Lanzarote por la zona de Rubicón el explorador alemán al servicio de España, Nicolás Federmann con el propósito de hacer aguada. Cuando intentaban recogerla de unos pozos de aquella comarca se vieron sorprendidos por un grupo de moriscos que soliviantados al verlos los atacaron vigorosamente arrojándoles piedras que les causaron algunas heridas, siendo apresado él con algún otro acompañante y confinados en una cueva de las cercanías. 

     Federmann logró sin embargo mandar un mensaje a las autoridades de la isla poniéndolas sobre aviso de la situación en que se encontraba, y a los pocos días el propio Sancho de Herrera mandó unos milicianos que los liberaron, encontrándose en Arrecife, a donde habían sido llevados, con su embarcación que los esperaba en aquel puerto, zarpando luego sin otra dificultad.

 

     Sancho de Herrera socorre a los portugueses

     En 1533, siendo Sancho de Herrera de edad avanzada (91 años), envió refuerzos de socorro a la plaza portuguesa de Santa Cruz de Cap de Gue, próxima a Agadir, al ser atacada por los moros para liberarla de los cristianos usurpadores. Con la mayor premura atendió el anciano señor de Lanzarote la petición de ayuda que le fuera transmitida por un barco portugués llegado a Lanzarote al efecto, saliendo inmediatamente un grupo de sesenta soldados lanzaroteños acaudillados por el propio gobernador de la isla Pedro de Cabrera, logrando rechazar el furibundo ataque de los africanos.

 

     Suceso naval ocurrido en aguas de Lanzarote

     Por los años de 1532 a 1534, según Antonio Rumeu de Armas en su magna obra Piraterías y ataques navales contra las Islas canarias, se dio próximo a Lanzarote un suceso naval que tocó a la isla tangencialmente. Un buque corsario francés logró rendir, tras enconado combate, a un navío español a bordo del cual iba el gobernador de la isla de Cubagua, licenciado Francisco de Prado, quien resultó herido en el combate. Los piratas, condolidos al fin por los cuantiosos daños ocasionados a la embarcación, decidieron desembarcar a la tripulación en Lanzarote con la destacada figura del gobernador en cuestión a la cabeza.

 

     Muerte de Sancho de Herrera. De su heredera y su marido Pedro Fernández de Saavedra

     Sancho de Herrera falleció en el año siguiente de 1534. No mucho más de lo que se lleva dicho se sabe de las vicisitudes por que pasara la isla durante el tiempo en que dirigió sus destinos. Parece ser que continuó con el mismo brío las acciones depredadoras que había iniciado su padre en África, pero no se conocen sus pormenores.

     Había casado con doña Violante de Cervantes, de la que no tuvo descendencia, pero sí engendró una hija en su concubina Catalina Dafía (descendiente de Guardafía, el último rey indígena de Lanzarote), a la que se le impuso el nombre de Constanza Sarmiento, que fue la sucesora del señorío.

     Esta Constanza Sarmiento casó con Pedro Fernández de Saavedra el mozo, nieto del de igual nombre anteriormente citado, primo segundo suyo por línea paterna, ya que el padre de éste, Fernán Darias de Saavedra, señor de Fuerteventura, era hijo de su tía, también del mismo nombre, mencionada más arriba.  

     De este matrimonio entre Constanza Sarmiento y Pedro Fernández de Saavedra nació el famoso Agustín de Herrera y Rojas, que luego alcanzara los honoríficos títulos de conde y marqués de Lanzarote.

     Este Pedro Fernández tuvo además con una amante de nombre Iseo de León tres hijos más, llamados Diego, Francisco y Juana, que llevaron el mismo apellido Sarmiento los tres, más otro hijo con una morisca de Lanzarote, al que se impuso el nombre de Juan de Saavedra.

 

     El caso de las mujeres desembarcadas desnudas en la isla por unos piratas

     El 14 de enero de 1537 zarpó del puerto de San Lúcar de Barrameda una flota mercante española compuesta por trece naos y una carabela portando a bordo, además de la correspondiente mercancía, un buen número de pasajeros. Seis días después de iniciado el viaje un violento temporal dispersó a las naves, de las cuales ocho lograron mantenerse unidas continuando así la ruta prevista, si bien con la comprensible inquietud de ignorar la suerte de sus otras compañeras. Días más tarde, cuando navegaban las naves agrupadas próximas a Lanzarote, divisaron en el horizonte otras embarcaciones. Llenos de alegría, pensando que fueran algunas de sus compatriotas descarriadas por el vendaval se encaminaron presurosos a su encuentro, pero sólo cuando se encontraban cerca de ellas cayeron en la cuenta de que se trataba de unos navíos de guerra franceses, nación que se encontraba entonces en guerra con España y tenían por misión precisamente asaltar los barcos españoles que hacían la carrera de Indias. Integraban la flotilla francesa un galeón, dos naos y una carabela, al frente de la cual iba como comandante un tal “monsieur Bnabo” según transcripción del nombre que se hace en los documentos españoles que registran el episodio. La reacción inmediata de los atacados al advertir el error fue huir a la desbandada. Sin embargo tres de los barcos, la carabela llamada El Espíritu Santo, a cuyo mando iba el maestre Nicolao de Nápoles, y dos de las naos, de nombre desconocido, pilotadas por Mateo de Vides y Blas Gallego, fueron rendidas por los corsarios galos. Los restantes barcos lograron eludir la persecución amparándose en la oscuridad de la noche que acababa de caer. Otro de los galeones, el gobernado por Juan Gallego, que había sido tocado en la refriega, se vio obligado a refugiarse en el puerto de Arrecife.

     Mientras tanto los franceses habían retenido para sí las dos naos apresadas, pero al ser demasiada la gente que iba en ellas pasaron un cierto número de pasajeros a la carabela y la abandonaron a su suerte en medio del océano, la cual, afortunadamente, pudo regresar a España sana y salva.

     Después de esto los franceses se mantuvieron varios días merodeando por aguas del archipiélago con la presa a bordo intentando incluso apoderarse de unas naves que se hallaban surtas en el puerto de Santa Cruz de la Palma, cosa que no lograron. Ante el fracaso sufrido en esta isla regresaron a Lanzarote, donde lograron capturar la nao de Juan Gallego anteriormente refugiada en el puerto de El Arrecife.

     Fue entonces, a continuación de estos hechos, cuando se produjo el curioso suceso que da título a esta entrada, el de echar en tierra, completamente desnudas, a las mujeres que habían apresado días antes, salvo dos doncellas que se reservaron para sí y unas cuantas religiosas.

     No se dice en los documentos que hablan del caso en que lugar de la isla se produjo este desaguisado, mas yo pienso que debió ser en el lugar que hoy lleva el nombre precisamente de Punta Mujeres, posiblemente a causa de este hecho, pues este nombre figura en el mapa que Torriani inserto en su conocida obra Descripción de las Islas Canarias una cincuentena de años después de ocurrido el suceso.

     Finalmente los corsarios pasaron a El Río o canal que se forma entre Lanzarote y La Graciosa a ensañarse con otra embarcación que se hallaba fondeada allí. Realizado esto se propusieron dirigirse de nuevo hacia La Palma, pero tanta codicia les supuso su perdición, pues alertadas las autoridades archipelágicas de lo que estaba ocurriendo mandaron sin pérdida de tiempo a unos buques de guerra que los atacaron con brío logrando rendir a la nave capitana con su enigmático comandante Bnabó, con lo que pudieron ser liberadas las dos mancilladas doncellas con otros cuarenta pasajeros más y varios religiosos de ambos sexos.

    

     Visita la isla el obispo

     El 28 de mayo de 1544 llegó a la isla en visita pastoral el obispo de la diócesis alonso Ruiz de Virués, permaneciendo varios días tomando las decisiones y medidas pertinentes sobre los temas de su competencia. Ocupaba entonces el cargo de beneficiado o vicario en la isla Bartolomé García y Gaspar de Armas.

     Como ocurría con todas las visitas de un prelado a la isla, su presencia fue recibida con muestras de entusiasmo y respeto.

 

     Muere Pedro Fernández de Saavedra

     La dirección de Lanzarote por este segundo Pedro Fernández de Saavedra como señor consorte, duró sólo once años (1534-1545), pues habiendo llegado a oídos del emperador Carlos V el eco de su arrojo en las frecuentes correrías que llevaba a cabo en tierras de la vecina Berbería para capturar esclavos, le encomendó una arriesgada misión militar en aquellas regiones consistente en sofocar unas concentraciones navales moras que se preparaban para atacar las Canarias, en la que perdió la vida.

     Se conoce esta batalla en la historiografía de Canarias, que tuvo lugar el 7 de julio de 1545, con el nombre de Tafilet, que era el del lugar donde desembarcaron. Tras haber reunido Pedro Fernández en Lanzarote las fuerzas que él consideró suficientes, partió de Arrecife con destino al lugar en conflicto. Una vez arribado al mismo echó su gente en tierra logrando capturar por sorpresa al jefe de la comarca con su familia. Ante tal hecho, sus súbditos contraatacaron con la máxima energía para impedir que fueran embarcados, lanzándose sobre las fuerzas invasoras con inusitado coraje. En la refriega acertaron a alcanzar con un dardo a Pedro Fernández que lo hirió de muerte, cayendo con él otros destacados mandos militares que intentaron protegerlo, viéndose el resto de las fuerzas obligados a ganar como pudieron sus embarcaciones con la máxima premura sin darles tiempo siquiera a recoger los cadáveres.

 

     Agustín de Herrera y Rojas, señor de Lanzarote

     Fue a la muerte de su padre, Pedro Fernández de Saavedra, cuando hizo acto de presencia en la historia insular, al ser jurado señor de la isla por sus vasallos aún en edad infantil (había nacido en 1536), su hijo don Agustín de Herrera y Rojas, galardonado más adelante por Felipe II, como ha quedado dicho, con los títulos nobiliarios de conde y marqués.

     El periodo de su gobierno constituye unos de los capítulos más pródigos en acontecimientos de la historia lanzaroteña, tanto por las sonadas incursiones que protagonizó en África, en las que obtuvo gran número  de esclavos, aventajando  con mucho  en este género de ‘hazañas’ a sus mayores, como por los cruentos ataques piráticos a que la isla se vio luego sometida, en especial como represalia por parte de aquellos hostigados pueblos berberiscos una vez que hubieron alcanzado el suficiente poderío militar, e incluso por los comentarios a que dio lugar en su vida privada a causa de sus amores clandestinos, sus excentricidades y las enconadas rencillas familiares que enturbiaron los últimos años de su existencia, particularmente los pleitos que sostuvo con su yerno Gonzalo Argote de Molina.

 

     Muerte de doña Constanza Sarmiento, madre de don Agustín de Herrera y Rojas

     Murió esta señora en 1549, cuatro años después que su marido Pedro Fernández de Saavedra, pasando a depender la tutela de su hijo el futuro conde-marqués de Lanzarote, don Agustín de Herrera y Rojas, a la abuela materna del niño Catalina Da Fía, de ascendencia ‘maja’, como ha quedado dicho.

 

     Incursión combinada de los piratas Francisco ‘El Clérigo’ y ‘Cachidiablo’

     Ya en 1551, todavía adolescente el nuevo señor, pues no pasaba de los catorce años de edad, fue asaltada la isla por una expedición pirática francoturca comandada por Francisco el Clérigo, más conocido en la historia por “Pata de palo”, y por “Cachidiablo” hijo, a quienes presentó cara don Agustín pese a su extremada juventud. Empero, dada la superioridad ofensiva de los atacantes, pues desembarcaron casi 600 hombres de los que más de la mitad eran arcabuceros, Lanzarote no pudo evitar ser sometida a un cruel saqueo, en particular su capital Teguise, que tuvo que ser abandonada por sus habitantes, algunos de los cuales no tuvieron tiempo de huir y fueron capturados.

 

     Conversión de la torre de Guanapay en fortaleza

     Luego de esta experiencia marcial, y vista la necesidad de disponer en la isla de una fortaleza que cubriera con cierta garantía cuando menos las más perentorias exigencias de estas construcciones, se resolvió don Agustín a añadir a la torre de Guanapay algunas cámaras más y otros aditamentos que mejoraran su capacidad defensiva y cumpliera la función de refugio a lo más granado de la clase social  de la isla.

 

     Conflictos del mercader inglés Thomas Wyndham en Lanzarote

     De regreso de unas operaciones comerciales realizadas en el África fronteriza a Canarias, concretamente en el puerto de Safí, en 1552, hizo escala en Lanzarote el mercader inglés Thomas Wyndham en su barco el ‘Lion’. En nuestra isla tuvo el británico serios problemas con sus habitantes sin causa aparente, producto seguramente de la mal interpretada alarma que produjo su presencia en la isla al ser confundido con un conspirador. Tan mal proceder ejercieron con él los lanzaroteños que terminó por presentar sus reclamaciones ante Felipe II, por mediación del cual obtuvo una indemnización por los daños que se le habían ocasionado.

 

     Nuevos desembarcos franceses

     También en este año 1552, en el mes de septiembre, desembarcaron en la isla 150 hombres de armas dos galeazas francesas. Los isleños fueron socorridos con toda premura por fuerzas llegadas desde Gran Canaria que lograron poner en fuga a los atacantes causándoles cuarenta bajas mortales aparte de otros miembros de la expedición que se ahogaron cuando pretendían huir. Abandonaron además los vencidos cuantiosas armas en el campo de batalla, dejando también como botín dos pataches, embarcaciones de gran utilidad bélica entonces, que los canarios añadieron a sus efectivos navales. Don Juan López, que mandaba la flota canaria, continuó la persecución de los franceses y al pasar frente a una ensenada de Lanzarote encontró tres carabelas abandonadas, de las que se hizo cargo, logrando ahuyentar al enemigo de aquellos contornos.

     De nuevo en diciembre del mismo año otra escuadra francesa compuesta por cinco navíos de alto bordo, después de llevar a cabo diversos ataques a naves españolas en pleno océano, desembarcó también su gente en nuestra isla internándose tierra adentro. Llegados a Teguise la saquearon inmisericordemente, ganando de nuevo sus barcos sin apenas oposición.

 

     Matrimonio de don Agustín con doña Inés Benítez de las Cuevas

     En 1553 contrae don Agustín matrimonio, casi adolescente, con doña Inés de Ponte, hija del Alcaide del castillo de Adeje, de la que no alcanzó descendencia.

 

     Deserción de los moriscos Juan y Hernando Felipe

     Habían sido tantos los moriscos capturados en la vecina costa de África por los señores feudales de Lanzarote que llegaron los de esta raza a constituir mayoría en la isla, dándose el caso de que se produjeran intentos de fuga de vez en cuando hacia sus tierras de origen. Entre éstos destaca por la condición adinerada de los protagonistas del episodio las de los hermanos Juan y Hernando Felipe, quienes en 1554 abandonaron la isla con sus familias y varios acólitos que se unieron a la empresa para retornar a Berbería, su primitiva patria.

 

     Enfermedad de peste en la isla

     Según el historiador Juan Núñez de la Peña, en 1554 “hubo enfermedad de peste” en la isla de Lanzarote y en la de Fuerteventura, traída de la isla portuguesa de Madeira, sin añadir ningún otro dato más aclaratorio sobre los efectos de tan terrible mal, cuyos ramalazos se dejaban sentir de tiempo en tiempo en la isla con sus terribles consecuencias.

 

     Actuación depredadora de don Agustín en África

     Por los años de 1556 a 1569, e incluso más adelante, desplegó el inquieto señor de la isla don Agustín de Herrera y Rojas en las tierras africanas próximas al archipiélago, todo el ardor ofensivo que lo dominaba. Se dice que en esos años llevó a cabo en esos territorios al menos catorce incursiones depredadoras contra los árabes que la poblaban, lo que da como resultado una por año, obteniendo con ellas pingües ganancias con la captura de esclavos y rapiña obtenida. 

     Lo curioso de estas razzias es que en ellas solía participar un buen número de moriscos lanzaroteños integrados en las tropas, haciendo incluso algunos de ellos de adalides contra sus propios coterráneos.

     Hay que hacer notar, sin embargo, que en contrapartida estas cabalgadas trajeron luego como consecuencia la reacción encarnizada de los piratas marroquíes al tomar como objeto de sus represalias a la isla de Lanzarote por la insolente conducta del señor de la isla con los pobladores de aquella región.

 

     Amores clandestinos de don Agustín

     Hacia mediados de la década de los sesenta, transcurridos más de once años de matrimonio con doña Inés de Ponte sin sucesión, sitúan los biógrafos de don Agustín el inicio de los turbulentos amores que mantuvo con doña Bernardina de Cabrera y Bethencourt, una dama de noble linaje algo pariente suya casada con un genovés llamado Teodoro Spelta que murió por entonces en sospechosas circunstancias producto, según se supuso, de estas relaciones amorosas clandestinas.

     Tres meses después de morir Teodoro Spelta dio a luz doña Bernardina una niña a la que se impuso el nombre de Juana de Herrera, a la que don Agustín tuvo siempre como hija suya legítima aunque fuera concebida en vida aún del genovés, así como a otra engendrada también con su amante dos años después de haber enviudado ésta, a la que se llamó Constanza, ambas aceptadas también como hijas virtuales por la marquesa doña Inés.

 

     Creación de la parroquia de Haría

     En 1565 se creó la parroquia de Haría. Para ello fue enviado por el Cabildo Catedral de Las Palmas en calidad de Visitador a Lanzarote, en julio de ese año, el licenciado Fruto Acetuno con la misión de estudiar la posibilidad de crear ayuda de parroquia en este lugar de Haría basándose en lo acordado en el recién celebrado concilio de Trento sobre la conveniencia de creación de parroquia en lugares muy apartados de la capital del correspondiente municipio. Se hallaba en estas condiciones el pueblo de Haría por lo alejado que se encontraba de la capital Teguise, dificultando a sus fieles el cumplimiento de sus deberes religiosos y viéndose obligados, entre otras incomodidades, a transportar a los difuntos a lomos de camellos o burros hasta el cementerio de Teguise, por lo que el licenciado Acetuno tomó la decisión de crear una ayuda de parroquia en dicho término, siendo puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación. Entre esas medidas figuraba la de proveerla de sacerdote asignándole el correspondiente sueldo, la construcción de un cementerio y la dotación de pila bautismal.

     En la época de su creación como parroquia contaba ya Haría con más de 50 vecinos. En 1776, según el Compendio brebe y famosso, el número de vecinos había ascendido a 177. Olive, en 1860, le asigna 2.233 habitantes. Puerta Canseco (1897), 3.046. Delgado Marrero (1929), 4.227, y el Censo de la población de España de 1940, 4.873 hab.

     Haría se tiene como nombre aborigen, pero no he visto ninguna interpretación del mismo por el bereber. En textos antiguos, salvedad hecha del aportuguesado ‘Faría’, se solía alternar su inicial entre la /h/ y la /j/, letras que entonces se pronunciaban del mismo modo, y así, con este sonido aspirado, lo siguen articulando hasta hoy gentes de edad avanzada, tal como lo han venido oyendo por tradición de sus antepasados, sobre todo en su gentilicio ‘jariano’.

     Pertenecen al municipio de Haría los siguientes poblados:

 

     Máguez. Al N de la capital municipal, en el valle de su nombre. Su ermita está dedicada a Santa Bárbara.

     Se cita como aldea desde el año 1730 en un escrito enviado por las autoridades de la isla a la Real Audiencia de Canarias poco después de manifestarse los primeros volcanes de la erupción del siglo XVIII, en el que se le asignan 19 vecinos. Según Ruiz Cermeño, en la década de los setenta de ese mismo siglo tenía ya 53 vecinos y 71 de acuerdo al Compendio brebe y famosso de 1776, población que se había elevado ya a 495 habitantes a finales de la centuria siguiente, tal como lo consigna J. de la Puerta Canseco.

     En documentos antiguos lo normal era escribir el nombre con /s/. Fue en siglos más recientes cuando se empezó a escribir preferentemente con /z/ como se hace ahora. Lo procedente, desde luego, habría sido escribirlo con /s/ por las razones ya aducidas para estas palabras de origen guanche, de ser ese el caso de ésta, como parece serlo.

     Wölfel lo incluye en el corpus de voces aborígenes de su Monumenta, pero no lo somete a interpretación alguna pese a su clara relación morfológica con otros nombres guanchinescos.

 

     Guinate. También ocupa un valle, situado unos 3Km al N de Haría capital, al que da nombre, abierto por el lado en que cae hacia el Risco de Famara.

     P. de Olive, en 1860, dice que en este lugar había entonces una casa de labranza.

     Este nombre tiene todos los visos de ser aborigen. F-P. de Luca, dice en su obra Notas de etnolingüística canaria, que Guinate se puede asociar, como hipótesis a considerar, con el plural bereber ‘igennaten’, que tiene, según él, el significado de ‘los cielos o los celajes’, y añade: “La expresión ‘celajes de viento’ se utiliza popularmente en Tenerife y en otras islas para indicar la disipación de las brumas en los altos montañosos”, interpretación que encaja perfectamente con lo que ocurre en este elevado valle norteño.

     La patrona de este pago de Haría es Nuestra Señora de Lourdes.

 

     Ye. Nombre breve como una ráfaga afirmativa el de este caserío situado al pie del volcán La Corona por su lado N. Lo he oído pronunciar por gente campesina y pescadora de edad Yen, y Eyen se escribe refiriéndose a una dehesa en un documento de 1643 que transcribe F. Bruquetas de Castro en su obra Nombramientos y títulos de la isla de Lanzarote (1641-1685).

      Se venera en él a San Francisco Javier.

 

     Tabayesco. A la entrada del Valle de Temisa, encaramado en las estribaciones de la pendiente rematada por La Peña de La Pequena (sic) se encuentra el caserío de Tabayesco, cuyo nombre tiene todos los visos de ser de origen majo*.

     Se tiene como claro nombre guanche. Àlvarez Delgado cree que significa ‘montaña o zona rocosa’ basándose en taba, ‘peñasco’, en tanto que el profesor Wölfel aunque encuentra buenos paralelos en diferentes ramas del bereber, algo imprecisos (‘tierra cenagosa o pantanosa de los bordes de los ríos’, ‘ribera’ y ‘erial’), no sabe cuál de ellos aplicarle.

     Su población ha seguido un proceso un tanto descendente en número de habitantes, pues mientras en 1730 (documento de Simancas de diciembre de ese año) tenía 6 vec., en 1772 (Información de Ruiz Cermeño) sólo llega a 5., y cuatro años después (Compendio brebe y famosso) quedaba reducida a 3 vec. En cuanto a P. de Olive (1860), da sólo, como de costumbre, el número de edificios, que eran 11.

     Es su patrona Nuestra Señora de Candelaria.

 

     Órzola. Pueblo de pescadores y puerto de enlace con La Graciosa, situado en el extremo N de la isla.

     Tiene una barriada a algo más de 0.5 Km hacia el S a la que le dicen Las Casas de Arriba por hallarse a más altura tierra adentro.

     Madoz (1845) dice que en este lugar había 2 cortijos, mientras P. de Olive, unos pocos años mas tarde (1860), le asigna 7 edificios y 4 chozas.

     En cuanto a su nombre, Álvarez Delgado se inclina por considerarlo un vasquismo. Yo tengo sin embargo la intuición de que su origen pudo haber sido italiano, y que le sería impuesto en honor de alguna nave genovesa de ese nombre, como se cree que fue el caso de Alegranza, a los que sumaría los de Montaña Clara, por Santa Clara (que es como fue el nombre original de este islote), título de una santa italiana, y también el de La Graciosa, nombre que considero muy apropiado para una embarcación. Hay que tener en cuenta que en italiano Órsola, con /s/ en lugar de /z/, que es además cómo se escribió el nombre de este lugar en siglos pasados, equivale al castellano Úrsula, nombre que ostentó también una virgen bien conocida en los anales hagiográficos siglos antes de la recalada por estas islas de los genoveses.

 

     Punta Mujeres. Caserío también costero en el litoral de naciente, un poco por encima o N del de Arrieta, al que ya está casi unido.

     Fue el germen de este pequeño poblado el establecimiento a principios del siglo pasado de un par de familias que se hicieron unas chocitas de piedra seca para dedicarse a cultivar unas parcelas de tierra, cuidar unas cabras y pescar ocasionalmente.

     Fue en 1930 cuando se construyeron las salinas, que ocuparon una superficie de 43.900 m2 entre cocederos* y tajos* (depósitos en que se ponía a evaporar el agua del mar para convertirla en sal), llegándose a alcanzar una producción óptima de 840 Tm al año. Ello supuso la ocupación de un grupo de operarios para atenderlas que aumentó algo la población del lugar. Más adelante algunos vecinos de Haría y Máguez comenzaron a cogerle gusto al lugar con sus remansadas calas en las que construyeron unas casitas en que pasar temporadas de veraneo y descanso, aumentándose luego el vecindario gradualmente al compás del desarrollo turístico que la isla iba adquiriendo hasta llegar a la expansión que ha alcanzado en nuestros días.

     No se sabe cuál haya podido ser el origen de su nombre en cuanto a su segundo componente respecta. Entre sus residentes más antiguos circula la creencia de que le viene de los picachos o rocas enhiestas que se encuentran en el extenso saliente costero que está por fuera de donde se asienta el pueblo, en los que la fantasía popular cree ver figuras de mujer. Pero en mi opinión esto es una simple entelequia del vulgo. Baste saber que el nombre figura ya consignado por Torriani en el mapa que acompaña a su conocida obra histórica escrita hacia finales del siglo XVI, colocado precisamente por esta zona de la isla.

     Una posible explicación del origen del nombre, más consistente a mi modo de ver, es la siguiente: En 1537 se sabe que fueron echadas en tierra por este litoral un grupo de mujeres completamente desnudas, por unos piratas franceses que las habían apresado en una nave de Indias española unos días antes. Tal suceso, naturalmente, habría sido un caso tan sensacionalista como para dejarle grabado a pepetuidad el marchamo de su nombre. 

     En cuanto a lo de punta hay que suponer que en un principio se le diera esta denominación geográfica al destacado saliente que ahora llaman El Bajo* de Punta Mujeres.

     Su ermita está dedicada a Nuestra Señora del Pino.

 

     Arrieta. Pago de Haría situado en la costa E de su término municipal, un poco al S de Punta Mujeres. El Compendio Brebe y Famosso de 1776 lo califica de “puertecillo de poca consideración”, y lo llama Arriete, de lo que cabe deducir que no formaba aún poblado. Con la misma grafía figura tanto en el mapa de Francisco Coello como en el Diccionario de P. Madoz, autores coetáneos, de mediados del siglo XIX. En la obra de Pedro de Olive (1860) se le asigna una casa y cuatro chozas. A comienzos del siglo pasado, el geólogo español E. Hernández-Pacheco describe el lugar al visitarlo con las siguientes palabras: “El poblado se compone de unas cuantas casuchas de pescadores alineadas a la orilla del mar”. En la actualidad, con el desarrollo turístico insular, se ha constituido en un núcleo poblacional de varios cientos de habitantes.

     Parece ser que el nombre deriva del de Arriete Prudhomme, apellido castellanizado luego en la forma Perdomo, personaje de la época del dominio francés en la isla, de quien se dice que casó con una hija de Maciot de Bethencourt y la princesa maja* Teguise.

     Es su patrona Nuestra Señora del Carmen.

 

     Mala. Fuera ya de la península que constituye la mayor parte del municipio, hacia el SE de ella, se encuentra el pueblo de Mala. Figura en el mapa con que acompaña Torriani su Descripción, si bien aplicado a un punto de la costa próxima al pueblo. El documento de Simancas de 29-XII-1730 dice que tenía 14 vecinos, lo que equivale a unos 60 habitantes en números redondos. El obispo Dávila y Cárdenas en sus Sinodales (1737) le da 26 vecinos. Sin embargo José Ruiz Cermeño, en su descripción de Lanzarote, compuesta treinta y cinco años más tarde (1772), rebaja el vecindario a 21 familias. En el Compendio Brebe, de 1776, se dice que tenía 18 vecinos. Olive le atribuye 59 edificios; y De la Puerta Canseco, (1897), 479 habitantes.

     El nombre Mala, a pesar de su fisonomía española, es muy posible que sea un guanchismo. En apoyo de este supuesto está el próximo volcán Tinamala, nombre indiscutiblemente guanche, en el cual, como se ve, se halla inserto. Pero no he encontrado ningún estudio de interpretacíon sobre el mismo que ofrezca una mínima coherencia. Algunos han pretendido un origen francés con el significado de valija del correo, pero esto no parece posible dado que esta palabra fue introducida en esa lengua cuando ya se sabe que existía en Lanzarote desde mucho antes.

     Se caracteriza Mala paisajísticamente, al igual que le ocurre al vecino pueblo de Guatiza, por las numerosas huertas* de tuneras que la rodean, en las que se cría la cochinilla.

 

     Felipe II concede el título de conde a don Agustín

     En 1567 le concede el monarca Felipe II al señor de Lanzarote don Agustín de Herrera y Rojas el título de conde de Lanzarote como recompensa por los relevantes servicios prestados y méritos contraídos en su ejecución militar, en especial con sus correrías e intrusiones en el África fronteriza a Canarias.

     Tal concesión nobiliaria fue tomada por su pariente el señor de Fuerteventura, Gonzalo de Saavedra, como un golpe bajo humillante para su honor por considerarse tan merecedor de la misma como don Agustín, llegando incluso a llevar a cabo determinadas gestiones en altas instancias de Castilla para lograr su invalidación, viéndose obligado finalmente, sin embargo, a acatarla por provisión legal.

 

     Aciaga visita a Lanzarote del obispo de la diócesis

     Encontrándose en enero de 1568 en Lanzarote el obispo de la diócesis Bartolomé de Torres, se sintió repentinamente atacado de una enfermedad grave, hasta el punto de decidirse a hacer el testamento antes de embarcarse. Su aprensión no lo engañaba, pues apenas unos días después, de vuelta en Gran Canaria, fallecía en aquella capital.

 

     Ataca la isla el pirata Calafat

     En septiembre de 1569 se produjo un nuevo desembarco pirático en la isla, esta vez protagonizado por el afamado corsario moro Calafat, quien al frente de unas diez galeras había partido del puerto marroquí de Salé unos días antes portando unos 600 hombres de combate divididos en siete banderas, los cuales se apoderaron facilmente del puerto de Arrecife con su fortaleza. La tropa desembarcada se internó sin pérdida de tiempo tierra adentro, encontrándose en principio con la oposición de las fuerzas guiadas por el propio flamante conde de Lanzarote que, aunque logró dar muerte con sus milicias a unos cincuenta enemigos, no fue capaz de impedir que los marroquíes terminaran por apoderarse de Teguise la capital, viéndose obligado don Agustín debido a la superioridad numérica de los asaltantes a refugiarse en el castillo de Guanapay con su gente. Dejados a su libre albedrío cometieron los invasores cuanto daño pudieron en la isla durante casi el mes de permanencia que estuvieron en ella, culminando su actuación con la cuantiosa presa de unos doscientas cautivos, entre los cuales figuraban doña Sancha de Herrera, prima hermana del conde y esposa del Gobernador de la isla Diego de Cabrera Bethencourt y un hijo de ambos.  Luego de campar por sus respetos con su numerosa tropa a lo largo y ancho de la isla cometiendo toda clase de tropelías, reembarcó de vuelta a su tierra la flota sin impedimento alguno.

 

     Don Agustín de Herrera y Rojas compra unas participaciones de la isla

     El estado conjunto de Lanzarote y Fuerteventura, aunque administradas las dos islas por diferentes manos, estaba compuesto por doce partes indivisas, de las cuales cinco correspondían al señor de Lanzarote y tres al de Fuerteventura, lo cual era causa de serios problemas competenciales en su administración. Esta conflictiva situación se inclinó en 1570 aún más a favor del representante de Lanzarote don Agustín de Herrera y Rojas en perjuicio del de Fuerteventura, isla regentada entonces por su primo Gonzalo de Saavedra, al comprar el primero en dicho año a doña Sancha de Herrera su sobrina y al conde de Portalegre Diego de Silva seis dozavos de jurisdicción del señorío que éstos retenían como primitivos herederos, quedando así el repartimiento en la proporción de once a tres a favor de don Agustín.

 

     Dádivas de don Agustín

     Al tiempo que el señor de Lanzarote acrecentaba su poder administrativo en esta isla y en la de Fuerteventura con la compra de las participaciones de jurisdicción referidas, llevado de su carácter desprendido y dadivoso iba donando a sus vasallos, aunque por lo general de los de más alto nivel social, cuando no emparentados con él, algunas redituables propiedades y cargos importantes de la isla. Entre estas donaciones da Viera y Clavijo las siguientes: La Isla de Montaña Clara a Juan de León Monguía, su mayordomo; la de Alegranza a Diego de Cabrera Leme, su Gobernador; La Graciosa al Cabildo de Lanzarote para propios; el oficio de escribano público del ayuntamiento y de la guerra a Francisco Amado; la vara de alguacil mayor a Arriete de Bethencourt; el término del Jable a Pedro Clavijo Lavado; el de Tenésara a Juan de León; el de Emine a Pedro Díaz; la aldea de Montaña de Flores a Luis de Ayala; el territorio de Ye a Marcial Martín, y otras más.

 

     El caso de la pella de ámbar gris

     Tal desprendimiento y generosidad con sus propiedades no era óbice sin embargo para que alguna vez se propasara en el ejercicio de su autoridad en la isla ejerciendo por contra algunos actos abusivos con sus vasallos, como por ejemplo el rigor con que cobraba los impuestos que tanto malestar produjo entre los ciudadanos. Un caso concreto fue el ocurrido cuando habiendo hallado varada en la costa una gran pella de ámbar gris –producto excretado por los cachalotes–, un vecino de la isla llamado Lucas Gutiérrez Perdomo (descendiente directo por cierto de Guardafía el último rey aborigen de la isla), prevalido don Agustín de su superior rango jerárquico pretendió quedarse con el hallazgo pagándole a su vasallo una cantidad irrisoria por él. Mas éste sabiéndose víctima de un despótico atropello recurrió ante las altas magistraturas de la nación consiguiendo fallo favorable que obligaba a don Agustín a indemnizarlo según justipreciación judicial, para cumplimentar lo cual tuvo que darle, en palabras del impagable Viera y Clavijo, nada menos que “la Vega de Tahíche, parte de la Dehesa de Ye y del cortijo de Inaguadén con otros territorios”, lo que prueba el altísimo valor que esta droga alcanzaba en aquellos lejanos tiempos.

 

     Desembarco del pirata Dogalí

     El creciente temor desatado en la isla hacia las invasiones piráticas, se vio tristemente confirmado dos años más tarde con el desembarco el 21 de septiembre de 1571 de otro corsario no menos afamado y temible que el anterior y de la misma nacionalidad, el llamado Dogalí alias ’El Turquillo’. Sus fuerzas eran también abrumadoramente superiores a las isleñas, pues se componían de 400 hombres de combate que venían a bordo de siete galeras, de modo que la oposición que en un principio le presentara don Agustín no fue óbice para que se cometieran de nueve toda suerte de actos de vandalismo, incluido el incendio de la iglesia de Teguise, arrojando además esta incursión un saldo de un centenar largo de cautivos. Después de haber saciado su sed de venganza abandonó El Turquillo la isla con destino a su tierra el 7 de octubre siguiente.

     Consecuencia de esta insostenible situación fue que Lanzarote quedara casi despoblada al abandonarla la mayor parte de sus moradores en busca de islas más seguras, Gran Canaria y Tenerife sobre todo, y que Felipe II prohibiera de momento las cabalgadas en Africa a los canarios con objeto de intentar aplacar las iras de los berberiscos.

 

     Dos nuevos ataques navales

     En el año siguiente de 1572 sufrió la isla dos nuevos ataques navales, esta vez franceses, uno en abril, en el que los atacantes echaron en tierra setenta hombres, pero cuya tentativa les resultó fallida, pues las milicias isleñas dirigidas por el conde lograron dar muerte nada menos que al caudillo que las dirigía y capturar veinte soldados, obligando al resto a reembarcarse precipitadamente; y otra en el mes siguiente, esta vez compuesta por cuatro naos que desembarcaron 300 hombres que se internaron tierra adentro, pero que al ser hostilizados sin descanso por las milicias regresaron a sus naves sin causar daño.    

 

     Ampliación del castillo de Guanapay y construcción del de San Gabriel

     El Castillo de Guanapay, que después de su primera fase  de ampliación había quedado con la suficiente capacidad defensiva como para servir cuando menos de refugio con ciertas garantías de protección, fue mejorado de nuevo después de estos últimos ataques piráticos, agregándosele entre otras cosas, dos cubelos, uno en cada esquina más saliente del edificio, obras proyectadas y dirigidas por el capitán del primer presidio de las islas Gaspar de Salcedo, quien vino a Lanzarote a tal fin comisionado por la Real Audiencia de Canarias en 1571.

     Fue también este técnico el que fijó las directrices por las que habría de llevarse a efecto la construcción del castillo de San Gabriel en Arrecife, cuya edificación se llevó a término con gran celeridad.

     La nueva fortaleza se construyó entre 1572 y 1576 sobre la parte más elevada del islote entonces llamado de Fuera, que a partir de ese momento cambió su denominación por la de El Islote del Castillo.

     En esta primera fase la fortaleza se redujo a un edificio de planta cuadrada de poco más de 11 m de lado, con un baluarte en cada esquina de los denominados en punta de diamante. Su estructura exterior se hizo a base de mampostería y cantos labrados, con la plaza de armas o azotea rodeada de un muro o parapeto muy bajo, de apenas tres pies de altura, en tanto que la distribución interior de los diferentes compartimentos era de madera.

     El acceso a la fortaleza desde tierra firme se efectuaba en aquellos primeros años tomando en primer término el muellito que la enlazaba con el Islote de Tierra, que era el que sirve de apoyo en la actualidad al Puente de las Bolas, en tanto que la distancia de unos 100 m que hay entre este islotillo y el del castillo, había que salvarla a pie cuando aquel tramo quedaba en seco por la bajada de las mareas, o valiéndose de un bote cuando las aguas lo cubrían.

 

     De nuevo es atacada la isla por una flotilla francesa

     Transcurrido un decenio de relativa calma, no exento empero de sobresaltos cada vez que se avistaba una vela, cundió de nuevo el pánico al hacer acto de presencia en Arrecife en marzo de 1581 dos poderosos navíos de 100 y 150 toneladas, con una tripulación compuesta entre ambos de unos cien hombres, cuyos propósitos no se intuían nada tranquilizadores. Resultó ser también francesa, y venía comandada por los capitanes Le Testu y La Motte.

     Luego de desvalijar unas embarcaciones que se hallaban en el puerto con diferentes artículos a bordo, se internaron en la isla con desigual suerte, pues aunque lograron cometer algún que otro acto de pillaje, terminaron por ser rechazados por las milicias mandadas por el conde que mientras tanto se había hecho fuerte en el castillo de Guanapay, desde el que pudo observar que la tropa que avanzaba no era muy numerosa, saliendo entonces con sus milicias y rechazándolos hasta el punto de verse obligados a reembarcar apresuradamente.

 

     Don Agustín es nombrado Capitán General del archipiélago de Madeira

     Por esta época alcanzó don Agustín de Herrera sus más altas cotas de prestigio como estratega, por lo que Felipe II lo nombro en marzo de 1582 Capitán General del archipiélago de Madeira, recién sometido a la corona de España como consecuencia de la anexión de Portugal. Llegó el conde al puerto de Funchal el 29 de mayo de ese año, llevando consigo unos 170 soldados reclutados entre los de su propia milicia, más un resto que llegó poco después, con los que se alcanzó un total de 264 milicianos, cuyos gastos de mantenimiento corrieron todos a su costa. Don Agustín se mantuvo en este cargo hasta agosto de 1583 en que a petición propia, preocupado por el estado de su isla de Lanzarote, fue relevado por decisión real, por Juan de Aranda.

     Al abandonar Don Agustín Lanzarote, y en vista de la indefensión en que la misma quedaba tras su ausencia, comprendiéndolo así el monarca Felipe II, dio órdenes al Capitán General de Andalucía para que fueran enviados a Lanzarote inmediatamente un cuerpo de tropa que garantizara la seguridad de la isla.

 

     Argote de Molina entra en relación con el conde de Lanzarote

     Fue en este año de 1582 cuando el genealogista sevillano Argote de Molina trabó conocimiento con el conde de Lanzarote y su familia. Resulta que este personaje era poseedor de un buque llamado San Antonio que la esposa de don Agustín, doña Inés de Ponte, tomó a su servicio para desplazarse entre las Islas Canarias y la de Madera, mediante acuerdo establecido por su marido don Agustín con su armador el citado personaje andaluz, lo que sirvió de lazo de amistad en un principio y estrecha relación familiar luego al contraer matrimonio el sevillano con la hija de aquéllos Constanza de Herrera, pero que, paradojicamente, habría de terminar a la larga en funestas consecuencias.

 

     Don Agustín es promovido a marqués por Felipe II

     Como consecuencia sobre todo de los servicios prestados en la defensa y dirección de la isla de la Madera fue don Agustín de Herrera y Rojas promovido a marqués por Felipe II el 1-V-1584.

    

     Francis Drake en aguas de Lanzarote

     En 1585, en plena psicosis de invasiones piráticas, contemplaron los lanzaroteños, llenos de mortal zozobra, la presencia en aguas de la isla de la formidable escuadra del archifamoso almirante inglés sir Francis Drake, quien, afortunadamente, se limitó a pasar de largo sin detener su marcha, en demanda de tierras americanas.

 

     Boda de Constanza, segunda hija del marqués

     Un acontecimiento social de gran relevancia, esta vez celebrado en Lanzarote, fue la boda de doña Constanza de Herrera, de diecisiete años de edad entonces, hija segunda del marqués de Lanzarote habida de su concubina doña Bernardina de Cabrera (su esposa legítima, doña Inés de Ponte, no le dio hijos), con el mencionado autor sevillano Gonzalo Argote de Molina Provincial de la Hermandad de Andalucía, de casi cuarenta años, que se  celebró  el 25 de julio de 1586 en Lanzarote con gran pompa y esplendor. Doña Constanza recibió de parte de su padre, además de la correspondiente dote, que ascendía a 10.000 ducados, el mayorazgo de los bienes del marquesado, el título honorífico de condesa con la jurisdicción de Fuerteventura, más 100 fanegas de tierra cultivable, unos esclavos y otros bienes.

     Como consecuencia de este matrimonio, Argote de Molina, imbuido de ansias nobiliarias, comenzó a aplicarse el título de conde consorte, del que no dejaba de hacer ostentación cada vez que la ocasión se le presentaba, inmiscuyéndose además en la administración de Fuerteventura cuantas veces pudo con el avieso propósito de humillar a los señores de aquella isla.

 

     La sonada invasión de Lanzarote por Morato Arráez

     Apenas habían transcurrido cinco días del feliz evento de esta boda cuando se vio Lanzarote sorprendida por el desembarco de la gente del corsario argelino Morato Arráez, la más sonada acometida pirática de cuantas registran los anales de nuestra isla por los acontecimientos a que dio lugar.

      Partido Morato Arráez del puerto marroquí de Salé con siete galeras se presentó ante Lanzarote la noche del miércoles 30 de julio de ese año 1586, y amparándose en la oscuridad tomó tierra con todo sigilo con sus tropas por la Caleta de Los Ancones, en la actualidad, Puerto Moro por conservar su nombre la impronta del histórico suceso, de la que parte hacia el interior de la isla en dirección a Teguise, si bien en estado muy borroso, el conocido aún por gente baquiana que he llegado a tratar, como Camino Moro.

     La turba morisca desembarcada, compuesta por 600 soldados distribuidos en cinco banderas, se dirigió sin pérdida de tiempo, acaudillada por el propio Morato Arráez, hacia la capital de la isla Teguise, a la que saquearon sin piedad, aprisionando en ella una veintena de personas. Mientras tanto las naves se habían trasladado al puerto de Arrecife, en el que prendieron veintidós cristianos más, y se apoderaron de un buque de la flota de Indias portador de abundantes artículos de consumo que se hallaba allí averiado. Luego de tomar el castillo de San Gabriel matando a su artillero y capturando a  once hombres componentes de su guarnición, y haber sometido su interior, construido de madera, al fuego, se dirigió Morato Arráez de nuevo hacia Teguise con el propósito de rendir el castillo de Guanapay, en el que se había refugiado lo más granado de la población. Al común de la gente no le quedó otro recurso que correr a esconderse en grutas y riscos, particularmente en la Cueva de los Verdes, que siempre constituyó un seguro baluarte en estos casos de emergencia. El castillo de Guanapay soportó los primeros embates de los atacantes defendiéndose con energía, muriendo en la refriega 26 soldados de los moros y sólo 12 de los cristianos, pero con la importante baja del alcaide Pedro de Cabrera Leme, viéndose sin embargo a la postre obligados éstos a abandonarlo, para lo cual aprovecharon un descuido de los sitiadores amparándose en la oscuridad de la noche.

     Durante el asedio sufrido por el castillo brillaron con luz propia dos jóvenes moriscas llamadas Ana Cabrera y Juana Pérez quienes, al caer muerto el alcaide y habiéndole prendido fuego a la puerta de entrada los piratas, secundadas por otras mujeres, tomaron la decisión de apagarlo por su cuenta y riesgo taponando el vano de la puerta con cascotes que obtuvieron desmantelando unas garitas próximas. Dicha puerta se hallaba a unos cuatro metros de altura sobre el suelo y en ese entonces había que alcanzarla valiéndose de una escalera de mano por no haberse construido aún la meseta escalonada donde se apoyaba el puente levadizo.

     Viéndose burlado el pirata con la huida de los refugiados del castillo se dirigió hacia la Cueva de los Verdes, manteniéndola cercada durante tres días sin resultado positivo alguno, viéndose obligado al final a abandonar el intento.    

     A pesar de los desesperados esfuerzos de don Agustín por poner a salvo a sus deudos más allegados, no pudo evitar que fueran apresadas por la gente de Morato Arráez su esposa y su hija, quienes hallándose ocultas en una cueva llamada de Tesa fueron delatadas por unos siervos despechados. (Tesa es una zona que se extiende al norte del pueblo de Tías con una montaña de ese nombre, pero por más indagaciones que he hecho no he podido identificar ninguna cueva así llamada, ni allí ni en ningún otro lugar de la isla). Sí logró poner a salvo a su hija adulterina Juana embarcándola rumbo a Gran Canaria en un barco de su fiel vasallo Juan Gopar.

     Tampoco pudo don Agustín entrar en tratos con el pirata para concertar un rescate pese a los intentos que hizo en este sentido valiéndose de la mediación de su hermanastro Juan de Saavedra.

     No obstante este terrible contratiempo, tras unos días de angustia e incertidumbre pudieron las citadas señoras ser rescatadas gracias al arrojo y buenos oficios de Argote de Molina, quien habiendo advertido la presencia de unos miembros de las tropas argelinas que se hallaban en las cercanías de la Cueva de los Verdes, logró apoderarse de algunos de ellos, a los  que envió vestidos con marlotas de tela de oro a Morato Arráez, quien en justa reciprocidad envió a Argote un cristiano de los que había cautivado “con una saeta de mi arco por seguro que viniese a mis galeras”. Aprovechando este ofrecimiento del pirata, en un temerario acto de arriesgada diplomacia, se presentó el sevillano el lunes 18 de agosto en la galera capitana permaneciendo a bordo hasta el jueves 21 del mismo mes, en cuyo lapso acordó con el Arráez el rescate de la marquesa y el de su mujer y 20 cristianos por el precio de 11.000 ducados pagados por la condesa y los veinte cristianos y 9.000 ducados por la marquesa que habrían de ser entregados por el marqués en fecha convenida, quien, como garantía dio por rehenes a su hermano Francisco Sarmiento y a su vasallo Marcos de San Juan, quienes se prestaron a ello, siendo firmado entre ambos al final un tratado de paz sancionado por la firma de ambos.  

     Como colofón de este pacto se acordó llevar a efecto una tregua que habría de durar hasta el fin del año siguiente de 1587, durante la cual se comprometía el pirata a no intervenir en las islas de Lanzarote y Fuerteventura ni él ni sus correligionarios norteafricanos, permitiendo al propio tiempo que tanto el conde como el marqués tuvieran vía libre para ir a Marruecos con la total seguridad de no ser intervenidos en sus personas o pertenencias, para cumplir con los pagos pendientes.

     En el cortijo de Inaguadén, destacada propiedad del señorío, se había producido una sublevación provocada por esclavos renegados, muchos de los cuales actuaron de adalides de los argelinos, insurrección que se repitió en otras localidades de la isla con similares consecuencias, lo que supuso la captura de un gran número de cristianos. La algarada de los moriscos fue general. Por doquier se veían isleños, antes aparentes cristianos y ahora transmutados en moros luciendo sus típicas vestimentas y adoptando nombres árabes.

     La flota argelina zarpó del puerto de Arrecife y se dirigió hacia el norte fondeando en La bahía de Arrieta para surtirse de agua en el pozo allí existente. En el ínterin unos cuantos hombres subieron al Valle de Haría, donde hicieron buen acopio de provisiones de boca, terminando por simple ruindad, como habían hecho ya en otros lugares de la isla, por incendiar las eras y destruir cuanto pudieron de las cosechas, sin dejar de capturar al propio tiempo otro buen número de cristianos.

     Al cabo de un mes de ocupación de la isla, con el jugoso rescate obtenido por las dos señoras, varios centenares de cautivos a bordo,  más una buena cantidad de moriscos renegados y el botín en especies conseguido, izó velas la poderosa flota argelina, desapareciendo en el horizonte de vuelta a su tierra.

     Mientras tanto, con la colaboración de embarcaciones de otras islas se había podido evacuar buen número de personas aprovechando la oscuridad de la noche, con lo que Lanzarote quedó de nuevo casi despoblada.

     Consecuencia de esto sería en buena parte el que al año siguiente el censo de población sólo contabilizara unas 600 almas en la isla. Teguise, por ejemplo, la ciudad capital de la isla quedó entonces  tan mal parada, según testimonio de Torriani, que de las alrededor de 120 casas que poseía sólo eran habitables la mitad.

 

     Incidentes ocurridos en Fuerteventura a la esposa e hija del marqués durante su evacuación a Gran Canaria

     Tal era el estado de pánico que reinaba en la isla a raíz de este desembarco protagonizado por Morato Arráez, que apenas Argote de Molina hubo liberado a las dos señoras del cautiverio en que se encontraban, se apresuró a embarcarlas con destino a Gran Canaria, más con tanta mala suerte que la chalupa en que iban se vio obligada a hacer escala en Fuerteventura por habérsele abierto una vía de agua.

     Pero el señor de aquella isla, don Gonzalo de Saavedra, que desde tiempo atrás estaba resentido con su pariente lanzaroteño don Agustín de Herrera por celos nacidos de la concesión real de los títulos de conde y marqués y otros asuntos de mutua discordia, en lugar de socorrerlas y suministrarles lo necesario para que pudieran continuar el viaje, descargó sobre las desvalidas damas todo el encono que tenía acumulado, abandonándolas a su suerte. Menos mal que un viejo vizcaíno que se encontraba en la isla se compadeció de ellas y tras atenderlas en lo que pudo las acompañó en la embarcación hasta su destino.

     Este desalmado comportamiento del señor de Fuerteventura fue luego motivo de represalias por parte de don Agustín y especialmente de su yerno Argote de Molina, haciendo éste, amparándose en la amistad que le profesaba el Capitán General de Canarias don Luis de la Cueva, lo indecible por inmiscuirse en el gobierno de aquella isla amparándose en ciertos derechos que tenían sobre ella.

 

     Viene a Lanzarote el notario de la inquisición

     A finales de este aciago año 1586 se presentó en la isla el notario de la inquisición Juan Martínez de la Vega con objeto de embargar las propiedades de los moriscos que desertaron con Morato Arráez. Después de una permanencia en la isla de sesenta días logró hacer acopio de 400 ducados para las arcas de la institución que representaba.

 

     Cédulas expedidas por el monarca Felipe II destinadas a Lanzarote

     Alarmado el monarca ante el ataque de Morato Arráez procuró dictar algunas medidas para reforzar militarmente las islas mediante cédulas fechadas el 20 de mayo de 1587. En una nombraba al ingeniero italiano Leonardo Torriani para que visitara las fortalezas y determinara cómo reforzarlas o la conveniencia de construir otras. En la segunda designaba a los sargentos mayores de cada una de las islas, correspondiéndole a Lanzarote el alférez Francisco Peñalosa, y en la tercera se anunciaba el envío de abundantes provisiones de guerra para ser distribuidas entre las siete islas.

 

     Reparación del castillo de Guanapay

     Pasados dos años de esta terrible incursión pirática, o sea en 1588, ausente su suegro de la isla en aquellos momentos, emprendió por indicación del Capitán General de Canarias Luis de la Cueva y Benavides, cumpliendo éste a su vez órdenes del monarca Felipe II, la reparación de los desperfectos sufridos por la fortaleza a manos de los referidos piratas, llegando incluso a poner en él unas piezas de artillería de diferentes calibres que, por lo visto, no llegaron a montarse.

 

     Erección del convento de Miraflores

     En ese mismo año 1588 se echan los cimientos, por decisión también de Gonzalo Argote de Molina, del convento que había propuesto Sancho de Herrera desde 1534 dedicado a la hermandad de San Francisco. Pero en lugar de construirlo en Famara como había dejado dicho este señor de Lanzarote, lo hizo levantar en Teguise, en el lugar llamado de Miraflores, del que tomó su nombre.

     Las obras continuaban a buen ritmo en 1596, y aneja al edificio del cenobio se había construido una buena huerta para aliviar con sus productos el sostenimiento de los monjes.

 

     Casamiento de Juana la hija bastarda del marqués

     En este año 1588 contrae matrimonio la hija mayor bastarda del marqués de Lanzarote con un hidalgo portugués de la isla de Madeira llamado Francisco Achioli de Vasconcelos. La boda se celebró con gran pompa y boato en Funchal, la ciudad capital de la isla.

     Por cierto que en aquella ciudad profesaba entonces como monja la madre de la desposada, lo que fue causa de emotivas remembranzas para su padre el marqués.

 

     Muerte de la marquesa doña Inés y nuevas nupcias de don Agustín

     En mayo de 1588 fallece en el Cortijo de Iguadén la marquesa doña Inés, y unos meses más tarde, en noviembre del mismo año, contrae nuevas nupcias su viudo, el marques de Lanzarote, en Madrid, con doña Mariana Enríquez Manrique de la Vega. Esto supuso un golpe fatal para las ambiciones hereditarias de su yerno Gonzalo Argote de Molina por el temor de que naciera de este matrimonio un descendiente con derechos prioritarios a la herencia del marquesado, por lo que desde ese momento comenzaron a enturbiarse las relaciones entre ambos.

     Así se da el caso de que Argote procurara resarcirse días después de las deudas contraídas con su suegro, que ascendían nada menos que a 13.340.272 maravedíes.

 

     Argote de Molina es nombrado Jefe de las Armas de Lanzarote y Fuerteventura

     El recién nombrado Capitán General de Canarias Luis de la Cueva concede a Argote de Molina, a quien lo unía una estrecha amistad, en ese mismo año de 1589 el cargo de Jefe de las Armas de Lanzarote y Fuerteventura, lo que le facilitó inmiscuirse aún más en las decisiones gubernativas de esta isla en detrimento de la autoridad que venían ejerciendo sus señores los Saavedras, sus irreconciliables enemigos. Pero a tan alto grado llegó la intromisión de Argote en los asuntos políticos de Fuerteventura que los señores de esta isla recurrieron por mediación de sus influyentes parientes los Duques de Lerma ante el monarca Felipe II ordenando éste por decreto de 16 de junio de 1590 al Capitán General de las islas que comunicara a Argote de Molina el cese inmediato en sus manejos en fuerteventura.

 

     Ataque sorpresivo contra unas naves inglesas que se hallaban en El Río

     También en este año 1589 sucedió el caso del ataque por el marqués de Lanzarote o su yerno Argote de Molina –pues no se ha podido determinar documentalmente cuál de los dos personajes protagonizó el hecho–, a una flotilla inglesa de cuatro naves que se hallaba fondeada en El Río cuyos tripulantes estaban construyendo una galera de catorce remos por banda en La Graciosa. Fuera el que fuese de los dos personajes, lo cierto es que se presentó allí sorpresivamente con un nutrido grupo de milicianos matando un buen número de ingleses y haciendo huir al resto precipitadamente, apoderándose luego del barco en construcción.

     Dicha embarcación le fue regalada al Capitán General de Canarias don Luis de la Cueva, lo que hace pensar que el protagonista del hecho fuera Gonzalo Argote de Molina, quien se la donaría quizás como agradecimiento por el título de Jefe de las Armas que aquél le había otorgado.

 

     Percance ocurrido a una nave isleña con un buque inglés

     Apenas zarpada del puerto de Arrecife en 1590, sin otra precisión de fecha, una carabela lanzaroteña portando trigo con destino a la isla de Madera, llevando a bordo a Sancho de Herrera y Ayala, primo del Marqués de Lanzarote, fueron detenidos por un navío inglés de alto bordo que los obligó a retornar a Puerto Naos para tratar allí de su rescate, no quedando a los insulares otro remedio que compensar a los británicos con abundantes especies para que los dejaran en libertad.

 

     Regresa el marqués con su nueva esposa

     En los meses iniciales de 1591 regresó de Madrid con su nueva esposa doña Mariana Enríquez de la Vega el marqués de Lanzarote don Agustín de Herrera y Rojas, lo que fue motivo del rompimiento declarado de relaciones con su yerno Argote de Molina. Tan extremadas se manifestaron estas hostilidades entre los dos personajes que el marqués llegó a denunciar a Argote a la Inquisición a los pocos días de su llegada por unas declaraciones herejes de aquél contra dogmas religiosos, a lo que respondió éste meses más tarde con la publicación de unos versos burlescos contra su suegro, lo que le costó ser encarcelado en Las Palmas por unos días.

 

     Continúa la reparación del castillo de Guanapay

     Cuando el presupuesto prevenido por Argote de Molina para las obras de reparación del castillo de Guanapay se hallaba gastado en más de la mitad, hallándose ya en su isla el marqués llegó a Lanzarote en los meses subsiguientes al retorno de don Agustín, el Capitán General de Canarias acompañado del obispo de la diócesis Fernando Suárez de Figueroa y el ingeniero italiano Leonardo Torriani, que se encontraba al servicio de la corona, quien fue puesto por aquella máxima autoridad archipelágica al frente de la parte de las obras que quedaban por ejecutar según el remanente del presupuesto ofrecido por Argote, si bien, y esto hay que tenerlo bien presente para deshacer entuertos historiográficos, realizando el trabajo de acuerdo a los planos y proyectos de construcción que habían sido dispuestos previamente por el Capitán General, es decir, que en absoluto se llevaron a efecto, como algunos han venido dando por hecho, las directrices y recomendaciones que el técnico italiano expone en su conocida obra Descripción e historia del reino de las Islas Canarias.

     Existe a este respecto un documento clave que demuestra lo que acabo de decir. Se trata de una carta de pago otorgada por Argote de Molina en la que se dice, hablando del dinero a invertir en los trabajos de reparación del castillo, que “se han gastado y distribuido en la dicha obra guardando las órdenes y trazas –entiéndase ‘trazados’ y ‘planos’– que su señoría del señor Presidente dejó al dicho Leonardo Torriani para la fábrica del dicho castillo”.

     No se sabe cuál fue la magnitud de esas obras, pero por lo que se puede colegir de la subsiguiente historia del castillo no pudieron ser muy importantes, y debieron circunscribirse a reparar sólo parte de los desperfectos que Morato Arráez había ocasionado en su intervención en la isla. Prueba de que no se repararon todos los daños hechos a la fábrica del edificio dejándolo en condiciones de operatividad es que en 27 de mayo de 1606 expidió Felipe II una real cédula conminando a los señores de Lanzarote a reparar los castillos de la isla dado el estado de indefensión en que los había dejado Morato Arráez en 1586.

     También hay que reseñar como noticia historiable en este año el nombramiento de Sancho de Herrera y Ayala como alcalde Mayor de Lanzarote.

 

     Desembarco de unos corsarios ingleses

     Las aguas del archipiélago seguían siendo frecuentadas por naves enemigas. A comienzos de 1593, concretamente el 1º de marzo, se produjo en nuestra isla el desembarco por la zona de Arrecife, de unos corsarios ingleses pertenecientes a la corona británica que venían a bordo de dos poderosos navíos bien armados con una dotación de más de 100 hombres cada uno, el ‘Pleasure’ capitaneado por William Harper y el ‘Mary Fortune’. El objetivo primario de estos buques era apoderarse de un barco portugués surto en este puerto. Con este objetivo arriaron tres botes en los que embarcaron cuarenta soldados mandados por el propio Harper que tomaron tierra en sus proximidades. Las fuerzas lanzaroteñas que acudieron a hacerles frente guiadas por el Capitán de Infantería de la isla Lucas de Belmar tendieron a los ingleses una añagaza haciéndoles creer que se retiraban, revolviéndose contra los invasores de improviso con tanto ímpetu que lograron dar muerte a seis acosando al resto sin descanso y apresando a otros seis, entre los que se contaba el propio jefe de la flotilla Harper, ahogándose algunos más en su apresurada huida por reembarcar. Mientras tanto, el capitán de la otra nave, al ver que los lanzaroteños se dirigían hacia ellos reembarcaron a toda prisa, manteniéndose la nave mientras tanto a la vista de Arrecife.

     Enterado don Agustín de Herrera de lo que estaba ocurriendo partió presto de Teguise acompañado del Regidor y Capitán Juan Martel Peraza de Ayala, pariente suyo, y un número conveniente de milicianos, encontrándose en el camino con las fuerzas que llevaban apresados a los seis ingleses, tras lo cual dio orden de que fueran encerrados en su palacio y prosiguió su camino hacia Arrecife. Llegado a esta localidad y ante el temor de que los ingleses hubieran capturado algún isleño, hizo enarbolar bandera de rescate, a lo que contestaron los ingleses que solamente tenían con ellos un prisionero portugués, al que dejaron libre sin dilación.

     Con esto se dieron sin más por terminadas las conversaciones, quedando en poder de los lanzaroteños el capitán Harper, el contramaestre del ‘Mary Fortune’ y cuatro marineros entre los que figuraba un tal Edward Stride ya conocido en Lanzarote, que terminó ingresando en las cárceles de la inquisición en Las Palmas.

     Los buques ingleses se mantuvieron durante todo el día frente a Arrecife, dirigiéndose en la mañana del día siguiente hacia el sur de la isla, donde tomaron tierra de nuevo en la costa de Rubicón.

     Como mezquino colofón a esta incursión naval británica por parte de sus autores hay que consignar la demolición que llevaron a cabo de la humilde ermita de San Marcial de Rubicón, otrora catedral de Canarias, aprovechando el desamparo en que se encontraba en aquellos desolados parajes, a la que apenas dejaron algunas paredes en pie luego de arramblar con todo el maderamen del techo, desapareciendo acto seguido de las aguas de la isla.

     Ocupaba el cargo de Alcalde Mayor de la isla en este año Fernando de Cabrera Betancor.

 

     Desembarco de otra flotilla inglesa

     Apenas cuatro meses después del anterior ataque naval inglés, en julio de ese año 1593, repite intento de incursión en la isla otra armadilla de igual nacionalidad, en esta ocasión integrada por tres unidades que lograron desembarcar también por Arrecife un grupo de hombres que tomaron rapidamente por asalto el castillo allí construido, en el que se parapetaron para proteger el acercamiento a tierra de varias lanchas suyas para apoderarse de un navío español que se encontraba en el puerto.

     Se hallaba en ese momento en Arrecife el primo del marqués Sancho de Herrera Ayala, quien con la ayuda de los marineros del barco y unos doce hombres del lugar, atacó a los intrusos con denodado ímpetu, a arcabuzaso limpio, logrando reducirlos y hacerles seis prisioneros, huyendo el resto a la desbandada hasta ganar sus embarcaciones no sin antes ahogarse en su precipitado empeño otros veinte, desapareciendo a continuación los barcos enemigos de la vista de Lanzarote.

 

     Desembarco de una flotilla berberisca en Arrecife

     Este año 1593 fue prodigo en intervenciones piráticas en la isla, pues aparte de las incursiones ya comentadas hubo otra, ésta de origen berberisco, mandada por el arráez Jabán, compuesta por siete galeotas y varios bergantines y dotada de una tropa de 600 hombres. Menos mal que sus damnificaciones se redujeron a someter en Arrecife al fuego algunos edificios o instalaciones portuarias, entre los que se contaba la iglesia de San Ginés, y también la madera recibida poco tiempo antes para ser utilizada en la reparación del castillo de Guanapay.

     Donde sí causaron severos daños fue en Fuerteventura, a cuya isla pasaron a continuación derrotando de forma humillante a las fuerzas oficiales mandadas a la isla por el Capitán General Luis de la Cueva desde Gran Canaria para hacerles frente. A consecuencia de este desastre militar fue depuesto el expresado jefe máximo del archipiélago, volviéndose al estado en que este cargo se hallaba con anterioridad.

 

     Nace un heredero al marquesado y fallece la mujer de Argote de Molina

     Los negros presagios que embargaban a Argote de Molina no tardaron mucho en hacerse realidad: en 1594 a los seis años de matrimonio, da a luz doña Mariana un niño, circunstancialmente en la isla de la Madera, en la que hizo escala cuando se dirigía hacia Madrid, que automaticamente se convierte en el heredero legítimo del marquesado de Lanzarote. A este funesto revés para sus aspiraciones nobiliarias hubo de sumar el desdichado caballero andaluz la muerte, poco después en el mismo año, de su esposa, doña Constanza de Herrera, dejándole tres hijos, todos en minoría de edad.

 

     Litigios entre Argote de Molina y su suegro

     La hostilidad de Argote de Molina hacia su suegro a causa del hijo concebido por aquél en su nueva esposa doña Mariana con la legitimidad de heredero del marquesado se manifiesta ya de forma incontenida, enzarzándose ambos en enconados litigios por deudas, entre las que figuraba la dote matrimonial de doña Constanza, aún sin percibir en su integridad, y otros diversos motivos.

 

     La flota de Francis Drake pasa de nuevo frente a Lanzarote

     De nuevo, en 1595, la imponente flota de Francis Drake se pasea majestuosamente por las inmediaciones de nuestra isla, sin que afortunadamente la cosa pasara, como diez años antes, de un susto mayúsculo.

 

     Muere Gonzalo Argote de Molina y sus hijos

     El atribulado Argote de Molina no sobrevivió mucho tiempo a tantos disgustos y tensiones emocionales, y así fue cómo rindió tributo a la muerte en 1596 en la ciudad de Las Palmas, medio desquiciado mentalmente y sumido en la más espantosa ruina a causa de los costosos pleitos que había sostenido con su suegro en reivindicación de los derechos de sus hijos, infelices criaturas que fenecieron pronto a su vez en Sevilla por efecto de una virulenta epidemia que azotó por entonces a aquella urbe, donde residían con unas tías suyas.

 

     Fallece el primer marqués de Lanzarote y lo sucede su hijo

     Pero la parca había cogido gusto a la familia y no tardó mucho en emplazar al propio jefe o patriarca, don Agustín de Herrera y Rojas, lo que ocurrió en los primeros meses de 1598.

     El segundo marqués de Lanzarote, su hijo de igual nombre y apellidos, fue jurado heredero del señorío por sus vasallos representados en la persona del gobernador de la isla Sancho de Herrera y Ayala, recién nombrado Capitán General de la isla, pariente suyo, a poco del fallecimiento de su padre y hallándose bajo la tutela de su madre, doña Mariana Enríquez Manrique de la Vega, siendo esta señora, de carácter enérgico y autoritario, quien llevo de hecho la administración de la isla, no sólo mientras duró la minoridad de su hijo el segundo marqués sino durante todo el tiempo en que vivió, pues este pobre hombre carecía totalmente de voluntad e iniciativa propia y estaba enteramente dominado por su madre.

     En este año, el 28 de agosto, confirma doña Mariana a Sancho de Herrera y Ayala en el cargo de Teniente de Capitán General de Lanzarote, nombrándolo además Gobernador y Juez de apelaciones de esta isla y Fuerteventura.

 

     Viene a Lanzarote la hija primogénita del marqués

     A la muerte de su padre se trasladó a Lanzarote procedente de Madera, con objeto de resolver sus derechos hereditarios sobre el Estado del marquesado, Juana, la hija primogénita del marqués, acompañada de su marido el portugués Francisco de Achioli.

     En un principio su trato con la marquesa viuda discurrió en términos amistosos, pero esas buenas relaciones se fueron enfriando paulatinamente hasta desembocar en una verdadera batalla dialéctica de infundios y calumnias, hasta llegar a pretender la viuda que Juana no era hija de don Agustín sino de Teodoro Espelta y afirmar ésta que el segundo marqués no podía ser hijo del primero por hallarse entonces incapacitado para procrear por impedimentos fisiológicos inherentes a su edad (¿).

     Pero está claro que a la voluntariosa dama que regía los destinos de Lanzarote se le daban mejor los procesos judiciales que la administración de sus bienes, y así fue cómo salió victoriosa de aquellas virulentas contestaciones al darle la razón la ley. Y si bien esta enconada querella tuvo más adelante diversos brotes y recrudecimientos, nunca llegó a alterarse el dictamen legal favorable a la marquesa viuda.

 

     Desembarco del conde de Cumberland

     Poco después tuvo lugar otra de las ofensivas navales que más huella han dejado en la historiografía lanzaroteña, la efectuada por George Clifford, conde de Cumberland, renombrado marino inglés, quien al mando de una formidable escuadra compuesta por dieciocho velas, echó sus efectivos en tierra por la bahía de Puerto Naos en abril de 1598. Enseguida se dirigieron hacia Teguise, la capital, creyendo encontrar en ella al que se suponía acaudalado marqués de Lanzarote, del que pensaban obtener un suculento rescate ignorantes de que había dejado de existir poco antes. Se encontraba al frente de la isla entonces Sancho de Herrera y Ayala, primo del primer marqués, quien poco pudo hacer para evitar el daño infligido a la isla por los asaltantes.

     La marquesa doña Mariana con su hijo el segundo marqués se hallaba entonces en Madrid. Los vecinos de la Villa, alertados a tiempo de la invasión, corrieron como de costumbre en estos casos a esconderse en cuevas y riscos, dejando desamparados tanto al pueblo como al castillo de Guanapay, del que los asaltantes se llevaron doce piezas de artillería que encontraron desmontadas.

     Luego de unos días de saqueo, seguidos de una orgía general a causa de la ingestión del abundante vino malvasía que encontraron, del que incluso se llevaron una buena provisión de barricas, siguieron tranquilamente su itinerario hacia las Américas.

 

     Pasa ante Lanzarote la escuadra de Van der Does

     El 25 de junio del año siguiente de 1599 desfiló frente a las costas de Lanzarote en impresionante formación las más de setenta unidades de gran porte de la escuadra holandesa mandada por Pieter Van der Doez. Los habitantes de la isla presenciaron con el alma en vilo tan imponente despliegue naval temiendo un desembarco. Pero la expedición tenía ya fijado de antemano su lugar de destino. Este fue, como es sabido, la hermana isla de Gran Canaria, que entonces sufrió la más pavorosa invasión militar que registra su historia.

 

     La marquesa tutora cede unos cañones del castillo de Guanapay al cabildo de Gran Canaria

     Por si fuera poca la deficiencia artillera en que quedó la isla a consecuencia del despojo de cañones llevado a cabo por la gente del conde de Cumberland, todavía la marquesa doña Mariana tuvo la malhadada ocurrencia de ceder a las autoridades de Gran Canaria en 1599 varios de los mejores cañones que aún quedaban en el castillo de Guanapay, entre ellos el conocido por el ‘Barraco’ por su gran calibre, decisión que tanto revuelo habría de levantar en años sucesivos por la grave imprudencia que tal acto supuso, hasta el punto de valerle a aquella señora una severa admonición del rey Felipe II años después mediante cédula de 27 de mayo de 1606 en que la conminaba a fortificar la isla por su cuenta haciendo uso de la parte de los quintos destinados por ley a tal fin. Sin embargo, aunque doña Mariana intentó recuperar los cañones cedidos al Cabildo de Gran Canaria, pasaron los años sin lograr su objetivo, y los castillos de la isla siguieron tan arruinados como ella los dejó.

 

     Siglo XVI (generalidades)

     Población. De los moriscos residentes en la isla, es decir, los esclavos capturados en Berbería y sus descendientes, dice Torriani que han aumentado tanto que las tres cuartas partes de los isleños son moros contando los de segunda y tercera generación, agregando que aunque estén bautizados son reticentes en sus costumbres y pensamientos, tendiendo a practicar las de su tierra africana de origen, mostrándose además reacios a luchar contra sus correligionarios cuando la isla era asaltada por ellos. A esto añade que “eran gente flaca y ligerísima. Combaten a pie con la lanza, y a caballo con el dardo y la adarga. No tienen miedo a los arcabuces; al contrario, con frecuencia ocurre que desembarcando allí corsarios a proveerse de agua y carne, dos de estos hombres asaltan a varios de ellos y los matan. Suelen soportar grandísimos trabajos y cansancio. Son muy afectuosos y cuidan muy bien a los que alojan. Llevan barba larga y se afeitan la cabeza. Tienen la tez aceitunada y muy buena y limpia dentición”.

 

     Las cabalgadas en África. Las cabalgadas o incursiones en el África fronteriza a Canarias desde Lanzarote para cazar esclavos se comenzaron con cierta entidad en tiempos de diego García de Herrera, y al morir éste la continuaron sus descendientes en este siglo que estamos glosando.

     Sobre estos moriscos capturados en el África fronteriza a Canarias hay que consignar el hecho, aparentemente paradójico, de que se dieron casos de gente de esta condición que se vinieron a la isla por sí mismos. Además, los berberiscos en general, bien fueran venidos a Lanzarote por propia voluntad o por haber sido capturados, y sus descendientes, formaron luego parte mayoritaria de las tropas de asalto en África, que solían estar compuestas, hasta en sus mandos, de 200 a 300 hombres de pelea, llegando incluso ellos mismos a apresar a sus familiares más allegados, por lo que además eran muy bien remunerados.

     Aparte de esclavos, de los que se obtenían los más importantes beneficios, se rapiñaban o se intercambiaban en estas cabalgadas artículos de diversa valía, como ámbar gris, cueros y otros, sin faltar, por supuesto, el ganado cabrío y sobre todo el camellar, realizándose además sustanciosos rescates con esclavos prendidos con anterioridad o incluso en la misma expedición, a veces canjeados ventajosamente en número por esclavos negros.

 

      Producción. También nos informa Torriani sobre los productos de Lanzarote: “La isla –dice– produce todos los años infinita cantidad de cebada y de trigo que llevan a vender a España a Madera y a las otras islas. Posee abundancia de cabras, ovejas, cerdos, bueyes y camellos e infinitas gallinas, conejos y pardelas. Tiene buena raza de caballos berberiscos y muchísimos asnos. No tienen más agua de beber que la que recogen cuando llueve en pequeñas charcas que llaman maretas, la cual es excelente, sana, limpia y muy ligera por estar descubierta y agitada por los vientos. En Famara, en Rubicón y en Haría hay algunos pozos con agua gruesa y salobre, de mal sabor, la cual, cuando faltan las lluvias dan al ganado.

 

     Alimentación. La alimentación básica del insular continuaba siendo el gofio de cebada y trigo y la carne de los animales ya citados para el siglo pasado.

     El pescado era, desde luego, un artículo presente con frecuencia en la mesa del lanzaroteño, y otro tanto cabe decir de los mariscos.

     En lo que a la caza respecta hay que hacer constar que ocupaba lugar preferente entre los mamíferos el conejo (también introducido por los europeos), y entre las aves la pardela, en aquel tiempo mucho más abundante que ahora, ave marina de carne muy apreciada de siempre en la isla, a la que hay que añadir, en mucho menor medida, la avutarda y alguna otra especie más.

 

     Vegetación. La vegetación continuaba en esencia siendo la misma del siglo anterior salvo el añadido de alguna que otra especie que iba siendo introducida.

 

     Dunas movedizas. Un fenómeno curioso que se daba en la zona de El Jable era el de las dunas movedizas. Sobre ellas dice Torriani: Del norte hacia el sur, empezando desde Famara, la ataviesan montículos de arena, los cuales son llevados por el viento septentrional. Este desplazamiento dunar ha sido constante en la isla en esta zona. Hasta bien entrado el siglo pasado podían verse aún con cierta frecuencia. Yo mismo recuerdo, por los años cuarenta, de tener que desviarse el coche en que iba de una de ellas que estuvo un par de días interceptando el paso de los vehículos a la salida de Arrecife hacia Tías. Luego han desaparecido, no sé por qué, pues el argumento de la construcción de la carretera que baja de San Bartolomé, con sus bordillos, no lo veo suficientemente justificado.

 

     Salubridad. El mismo Torriani dice sobre este particular: En esta isla la gente vive mucho tiempo, sin notar enfermedades de cuidado ni tener necesidad de médico para curarse. Pero en caso de sufrir algún resfriado se curan ellos mismos con un cuchillo candente, golpeando ligeramente con el filo el lugar dolorido.    

 

     Organización militar. Con anterioridad a la creación de las milicias en Lanzarote, las fuerzas de combate se reclutaban simplemente entre los hombres aptos para la lucha, pero este sistema de captación de soldados fue organizado luego de una manera oficial, constituyéndose las milicias insulares, ya debidamente organizadas y preparadas para la defensa y ataque en las ocasiones necesarias, siendo dirigidas por grados militares superiores que solían ostentarlos personas de categoría social alta.

     Hay que reconocer que en todo caso su organización era muy pobre y deficiente. Los soldados ni siquiera llevaban uniforme, aunque sí los mandos, e incluso tenían que adquirir por lo general el armamento personal (arcabuz, mosquete o fusil, espada y pica) por sus propios medios, armas que debían conservar y guardar en sus propias casas. En cuanto a ejercicios de entrenamiento debían realizarlos una vez a la semana dirigidos por sus mandos. Por lo demás, para subvenir a sus necesidades, ejercían sus profesiones normales de labranza, de artesanía o la que fuera.

 

     Autoridades civiles. La autoridad civil máxima la encarnaba el señor de la isla, quien ejercía sus funciones de forma poco menos que omnímoda. Por debajo de él se hallaba el entramado concejil, ayuntamiento o cabildo, regido por el Alcalde Mayor y los Regidores, elegidos por el propio señor jurisdiccional.

 

     Organización eclesiástica. La figura máxima de la isla en el estamento religioso era el vicario o beneficiado, dependiente del obispo de la diócesis, siguiendo a nivel inferior los sacerdotes a él subordinados. Luego existían las hermandades monacales, de las que hubo dos, los franciscanos y los dominicos.