HISTORIA DE LANZAROTE, SIGLO XVIII
Reacción popular ante la implantación de las oficinas de aduana en la isla
Entró el nuevo siglo en la historia de nuestra isla arrastrando los mismos males de penuria y miseria producto de la sequía, agravados estos hechos naturales por enfermedades, como la fiebre amarilla en 1701, y los problemas económicos y administrativos que la venían aquejando en el que acababa de expirar, males a los que buen número de sus habitantes procuraba sustraerse emigrando hacia el Nuevo Mundo en busca de un mejor porvenir, causándose con ello la consiguiente regresión o, cuando menos, estancamiento en la demografía insular.
Susceptibilizados como estaban los lanzaroteños contra el pago de los impuestos, y habida cuenta de las penurias por que atravesaba la isla, se comprende perfectamente la violenta reacción que experimentaron ante la decisión del Ministerio de Hacienda de instalar las primeras oficinas de aduanas en la isla. Fue tal la animadversión del pueblo hacia el funcionario nombrado para regentarlas que el buen hombre tuvo que disfrazarse de fraile para poder escapar de las iras del populacho, tragicómico incidente que tuvo lugar en 1714. Mas pese a esta primera impulsiva reacción, apaciguados los ánimos, no tardaron los ciudadanos en cumplir con la ley y acatar la orden gubernamental.
Hereda el marquesado doña Leonor, hija de don manuel duque de Estrada
Al fallecimiento de don Manuel Duque de Estrada en 1717 heredó el marquesado su hija doña Leonor. La posesión del marquesado por parte de esta señora duró muy poco tiempo, pues falleció el 22 de septiembre de 1718 y además sin sucesión, con lo que se originó otro enconado pleito sucesorio, del que salió triunfante el pretendiente al mismo don Manuel Mazán de Castejón marqués de Velamazán, según dictamen judicial de 29 de diciembre de 1729.
Tuvo gran resonancia social durante el breve mandato de doña Leonor aquella sonada alteración del orden público a causa de la tenaz oposición de las autoridades lanzaroteñas a que fueran intervenidos los caudales de las rentas del señorío por el oidor de la Real Audiencia de Canarias señor Morrondo, caudales que se hallaban embargados por decisión judicial y que venían siendo empleados para atender determinados gastos públicos perentorios, turbio asunto que logró recomponerse tras repetidos tiras y aflojas.
El caso del patache holandés
Habida cuenta del número de casos de eco histórico sobre la presencia de naves en el canal de El Río habrá que convenir en que dicho fondeadero debió ser muy concurrido en la época de la navegación a vela, pues es lógico suponer que la cantidad de estadías de barcos que han quedado sin registrar documentalmente tiene que haber sido mucho mayor que las conocidas.
De tales casos se conocen varios, como se ha visto, en que al tratarse de naves entonces enemigas de la nación española, fueron rendidas o puestas en fuga por los isleños empleando la astucia y el asalto por sorpresa.
Uno de los más paradigmáticos en ese sentido fue el acaecido en el año 1724, pues parece talmente sacado de las páginas de una novela de audaces aventuras. Los hechos ocurrieron de la siguiente manera: En octubre de ese año echó anclas en El Río un patache holandés cargado de ricas mercancías que había sido apresado días antes por un corsario argelino no lejos de las costas inglesas. Al mismo habían sido transbordados, con el encargo de dirigirse a Argel, catorce argelinos y tres renegados cristianos que formaban también parte de la tripulación. Eran estos tres renegados un siciliano llamado Ignacio Amoroso (que por cierto venía ejerciendo de arráez o piloto), un mallorquín cuyo nombre era Sebastián Romaguí y un griego del que las fuentes históricas que relatan el suceso no consignan ni el nombre ni el apellido.
El arribo de la embarcación no era normal. Obedecía en realidad a un plan fraguado por los tres europeos, quienes habiendo decidido reintegrarse a la sociedad cristiana se valieron de engaño para desviarse hacia nuestro archipiélago haciendo creer a los argelinos que estas islas eran de pertenencia francesa, país con el que Argel se hallaba entonces en paz.
Una vez anclado el patache en el Río fue desembarcado en Bajo el Risco el mallorquín Sebastián Romaguí, quien se puso en contacto sin pérdida de tiempo con un militar de alto rango de Lanzarote llamado don Rodrigo Peraza que a la sazón se hallaba residenciado en el pueblo de Haría, a quien puso en antecedentes de lo que habían planeado, pidiéndole ayuda para llevarlo a buen término. Comprendiendo este señor la propicia ocasión que se le brindaba en bandeja para obtener una buena presa hizo los preparativos pertinentes con la mayor diligencia y se encaminó acto seguido hacia Bajo el Risco, presentándose ante los corsarios argelinos fingiéndose francés. A continuación, usando de corteses modales, logró convencer a los principales componentes de la tripulación argelina para que aceptaran ir a su casa al tiempo que lograba dejar en la nave un buen número de los suyos. De este modo, entre las acciones coordinadas de los que quedaron a bordo y la de ellos en la lancha que los conducía a tierra, no le fue difícil a don Rodrigo, sobre todo después de haber herido de muere al pirata que se sentaba a su lado con su propio sable, que logró arrebatarle por sorpresa, hacerse dueño de la situación.
A lo dicho hay que añadir que según cuentan las crónicas, aquellos preciados artículos de que la nave iba cargada, sirvieron para incrementar las arcas, no precisamente de quienes expusieron sus vidas en tan arriesgado lance, sino las del Coronel de las Armas de Lanzarote don Pedro de Brito y las del Capitán General de Canarias el conde de Vallehermoso.
Creación de la parroquia de Yaiza
Obedeciendo a las mismas razones de lejanía que había ocurrido con la ayuda de parroquia de Haría, con respecto a la central de Teguise, fue creada en 1728 la parroquia de Yaiza, siendo entronizada como patrona de la misma la Virgen de los Remedios.
Para proveer a la construcción del templo parroquial donaron algunos de sus vecinos más pudientes sendos predios cultivables. Habido el dinero entró en acción el clero, disponiéndose su erección por el prelado de Canarias Vicuña y Zuazo, finiquitándose la construcción de la iglesia en los umbrales del siglo siguiente.
Ya existía como aldea en el mapa de Torriani (década de los 80 del siglo XVI), es de suponer que con poco vecindario. Su historial demográfico es como sigue: Sinodales del obispo Dávila (1735), 210 vecinos; Ruiz Cermeño, en 1772, 76 vec.; Censo de Aranda (1769), 1367 habitantes.; el compendio brebe y famosso de 1776, 104 vec.; en 1843 (Millares Cantero, A., 1982), 804 hab.; Censo de 1860, 1576 hab.; De la Puerta Canseco, en 1897, 1.353 almas; el A B C de las Islas Canarias, de 1913, 1347 hab.; El Censo de la población de España de 1940, 1439 hab.
El nombre de este pueblo es de evidente rango aborigen, un caso consumado por lo tanto de empleo indebido de /z/ por /s/. En cuanto a su interpretación, Wölfel dice renunciar a buscar paralelos bereberes a causa de lo difícil de armonizar la /y/ inicial con sonido de esa lengua de origen.
No es cierto, en absoluto, que se sepa por documentos antiguos que fuera nombre de una princesa de la isla, ni siquiera que haya sido un patronímico.
Son sus pagos:
Uga. A poca distancia hacia el E de la cabeza del municipio, cuyo patrono es San isidro, se encuentra el pueblo de Uga.
Esta localidad ya debió existir como centro poblacional desde años antes de la venida de Torriani a Lanzarote, pues lo recoge en el mapa que hizo de la isla, si bien ubicándolo en una posición anómala con respecto a su vecina Yaiza, errores en que incurrió con otros muchos pueblos que incluyó en dicha carta.
En el documento de 29-XII-1730 de los legajos de Simancas se le adjudican 38 vecinos, lo que equivale a algo menos de 200 almas. En 1772, el ingeniero militar José Ruiz Cermeño, en la relación que dejó escrita con ocasión de su venida a la isla, le asigna 34 vecinos, descenso poblacional que pudiera obedecer al éxodo de los isleños subsiguiente a las terribles erupciones de los años treinta de aquella centuria. Madoz, sin embargo, a mediados del siglo siguiente, le señala en su Diccionario sólo 24 vecinos, unos 120 habitantes en números redondos, sin que se sepa, salvo que se deba a error, a qué atribuir este acusado retroceso en el número de habitantes del pueblo. No obstante, sólo unos diez o quince años después, P. de Olive nos dice que el número de vecinos había aumentado hasta los 437, cuyas familias se alojaban en 31 casas terreras y 68 chozas.
Uga es, sin duda alguna, nombre guanche. Parece ser, en opinión de diferentes autores versados en estas lenguas, que su significado tiene el valor de 'pradera verde' o algo así, ya que es voz afín a la palabra bereber Tuga en la que se encuentra el artículo fusionado, a la que se le atribuye esa acepción. No existe, por otra parte, dato documental alguno que ofrezca la menor base para considerarlo un antropónimo femenino prehispánico, como algunos pretenden.
Las Casitas. Se encuentra este pequeño caserío a la entrada del Valle de Femés.
Su existencia es muy antigua. Se cita desde el siglo XVII, junto con otros pueblos de esta zona sur de la isla, en un documento que se conserva en la iglesia de Yaiza.
Con respecto al número de habitantes que ha tenido a lo largo de su historia sabemos que J. Ruiz Cermeño (1772) le asigna 21 vecinos. El ‘Compendio brebe y famosso de 1776’, 29. P. Madoz (1850), 55. P. de Olive (1860) dice que tenía 35 casas.
Femés. Al final del mismo valle está Femés, que ya fue municipio independiente entre 1818 y 1953. En este pueblo se venera, el 7 de julio, a San Marcial, santo patrono de la isla.
He aquí un breve resumen del desarrollo poblacional del pueblo a través de los siglos: El documento de Simancas de 29-XII-1730 le da 41 vecinos. J. Ruiz Cermeño (1772), 30. El Compendio Brebe...de 1776, 28. Madoz dice que tiene ”30 casas medianas de labranza y una iglesia, y le asigna “91 v. y 326 almas”. En el Diccionario de P. de Olive (1860) figuran para Femés de 160 a 180 almas repartidas entre 55 casas y chozas. J. de la Puerta Canseco (1897), le da 307 habitantes.
Fechas señaladas en el devenir histórico de este pueblo son las siguientes: Entre 1637 y 1640 se entroniza en su iglesia, que se había acabado de construir por entonces, la imagen del patrono de la isla, San Marcial, que en 1629, según todos los indicios, había sido depositada en Maciot procedente de la primitiva iglesia de San Marcial de Rubicón por orden del obispo de la Cámara y Murga dada durante su visita pastoral a la isla en ese año, sede que desde entonces ha conservado la imagen.
El nombre Femés tiene todas las trazas de ser preeuropeo, pero qué pueda haber significado en esa lengua indígena no se sabe. Wölfel, por ejemplo, dice no encontrarle paralelos bereberes. Lo que sí me ha llamado la atención es que tanto el valle de Femés como el próximo a él paralelo de Fenauso, algo parecidos en características y dimensiones, comienzan por la misma sílaba...
La Degollada. Caserío de pocas casas situado al final del Valle de Fenauso, al pie del volcán de La Atalaya por su lado N y al lado de La Montaña del Cabo por su costado de naciente.
El ingeniero militar José Ruiz Cermeño en su informe de 1772 le asigna 7 vecinos y Pedro de Olive en 1860 dice que tiene 86 habitantes.
El nombre lo toma de la ‘degollada’ (nombre dado en la isla a un collado o puerto) que se forma entre las dos montañas citadas, junto a la cual se encuentra.
Maciot. De pocas casas también, espaciadas por debajo de Femés en la gran rinconada que se forma entre El Pico de la Aceituna y Pico Redondo por el lado E y La Atalaya y La Caldereta de Maciot por el del N, se ubica Maciot.
Se supone que su nacimiento fuera consecuencia de haber construido allí Maciot de Bethencourt una casa cuando ya se encontraba al mando de Lanzarote, la cual sería el centro habitacional que dominaría el territorio que entonces, al parecer, llevaba por nombre La Dehesa de Tagaciago, que le habían donado los vecinos de la isla, territorio que debía abarcar buena parte de la extensa zona conocida aún en la actualidad por Rubicón. Hasta no hace muchos años podían verse todavía los restos de lo que parece haber pertenecido a un edificio de cierta magnificencia, que posiblemente pudo haber sido la casa de Maciot.
Sería también a este lugar a donde se trasladaron temporalmente las imágenes y demás adminículos dedicados al culto pertenecientes a la primitiva ermita de San Marcial de Rubicón a causa del estado de desvalimiento en que se encontraba ante las profanaciones de que era objeto por parte de los piratas, traslado que se efectuó por orden del obispo de la diócesis de Canarias Cristóbal de la Cámara y Murga con ocasión de su visita a la isla en 1629, pues la iglesia de Femés, heredera de la advocación de este santo, no se había construido aún.
A mediados del siglo XIX, según Madoz, esta aldeílla no tenía más de media docena de casitas, que ya habían duplicado su número unos años después, como nos lo hace saber el padrón municipal de 1866-67, a lo que siguió un ligero decrecimiento poblacional por los años ochenta siguientes según refleja P. de Olive en su Diccionario.
El nombre correcto del caserío debe ser este de Maciot, el de su fundador, que es en la actualidad el oficial, pero tradicionalmente, en documentos del pasado, se ha escrito Mación las más de las veces, así como con /s/, Masión, tal como se continúa pronunciando en nuestros días por la gente llana del pueblo.
Las Breñas. Se encuentra a unos 4 Km al SO de la cabecera municipal asentado sobre terrenos escabrosos, de donde indudablemente debe provenirle el nombre.
J. Ruiz Cermeño (1772) le asigna 20 vecinos; El Compendio brebe y famosso de 1776 aumenta este vecindario en uno más; P. Madoz (1845-50) dice que “Tiene 30 casas malas y dispersas”, y P. de Olive (1860) aumenta este número de viviendas a 46.
Su ermita se encuentra bajo la advocación de San Luis Gonzaga.
La Hoya. Está situado junto a las salinas de Janubio, un poco por encima, al N.
Se trata de un pequeño caserío de unas pocas casas. Según el padrón parroquial de 1821, La Hoya tenía entonces 34 almas; en 1860 P. de Olive (1860) dice que poseía cuatro edificios, y en 1877 contaba con 48 habitantes.
Playa Blanca. Nacida como incipiente puerto pesquero en el siglo pasado se ha convertido en la actualidad en un emporio turístico de la costa S de la isla.
El nombre de este lugar es antiguo de siglos. Ya se cita con esta denominación en un mapa de la isla trazado por el ingeniero militar Alejandro de los Ángeles hacia 1767. Debió nacer del acusado contraste que sus claras arenas presentaban con las de las playas próximas a uno y otro lado, la de Ásife al naciente y las de La Campana y Bajo Montaña por el poniente, de gravilla de color gris oscuro las dos primeras y de arena rojiza la última.
El pueblo de Playa Blanca, que ha tomado el nombre de ella por desplazamiento metonímico, inició su desarrollo demográfico en los comienzos del siglo pasado con pescadores procedentes de las aldeíllas de Papagayo y Berrugo, a los que se fueron agregando sucesivamente otros de Corralejo y Tostón en Fuerteventura y algunas familias más de los pueblos vecinos de Femés y Las Breñas.
Luego de un crecimiento poblacional lento pero continuado, favorecido por el embarque por su bahía de la sal de Janubio y el aumento sustancial que le supuso la creación de las primeras plazas hoteleras, tuvo como causa motor definitiva de su despegue demográfico la construcción del puerto en sus aledaños, el cual, además de su primaria función pesquera se constituyó enseguida como puente de las comunicaciones marítimas con la isla de Fuerteventura.
En la actualidad, el topónimo, que en principio se circunscribía a la playa de arena, no muy grande por cierto, y las casas de los pescadores de barquillos, se ha expandido territorialmente con la construcción de varios hoteles y múltiples apartamentos turísticos hasta cubrir una superficie urbanizada de más de 3 Km2.
Es su patrona, como no podía ser menos, la Virgen del Carmen.
Problemas con la línea sucesoria del señorío
Con la prematura muerte de doña Leonor en 1718 quedó rota por segunda vez la línea sucesoria del señorío, declarándose nueva contienda legal por la consecución de su título y estados, siendo obtenido once años después, en 1729, por don Manuel de Castejón, marqués de Velamazán, quien pronto intentó, tal como habían hecho sus predecesores, rescatar las rentas incautadas por el Estado, sin tampoco conseguirlo.
Sequía extrema y consiguiente hambruna. Primeros avisos volcánicos
Por los años 20 de este siglo, debido a la pertinaz sequía reinante, la situación de la clase trabajadora era verdaderamente extrema, pues al no llover no se obtenían granos, artículo imprescindible para el consumo humano, ni se podía mantener a los animales. No había nada que comer. Así se mantuvo la situación durante varios años. En un documento manuscrito de esa época se cuentan al respecto cosas espeluznantes. En él puede leerse que “el año antecedente del 1721 fue en esta isla muy estéril, de extrema necesidad, que muchas familias enteras murieron de hambre, comían suelas de muladares, y una madre anduvo con un hijo muerto en los brazos muchos días solo por alcanzar la limosna que se le daba al chico”.
Por si todo esto no bastara para obstaculizar la superviviencia de la gente, el 25 de octubre de 1722 un furioso huracán barrió al archipiélago, no siendo Lanzarote la menos afectada. Hundió embarcaciones que estaban en los puertos, derribó edificios y los pocos sembrados que había fueron arruinados en su mayoría.
Pocos años después se comenzaron a sentir de forma intermitente los temblores de tierra que culminaron en la gran conflagración volcánica que en aquel siglo sumió a la isla en una profunda consternación y continua zozobra durante un desesperante quinquenio.
Emigración hacia América
Incapaz de soportar por más tiempo tantas adversidades, mucha gente abandonó la isla en busca de un porvenir más halagüeño. Familias enteras marcharon hacia América, algunas de las cuales dejaron huella indeleble en aquellas tierras de promisión, tanto en el continente sur, donde contribuyeron de forma destacada a consolidar la fundación de Montevideo en 1729, como en el del norte, en que hicieron otro tanto en 1730 con la ciudad de San Antonio de Texas, en territorios pertenecientes entonces a España, cuyos descendientes conservan incólume hasta nuestros días el orgullo de su origen canario.
Los que marcharon a Uruguay lo hicieron en el velero ‘San Marcial’ Fueron ciento cincuenta personas de treinta familias. De entre todas ocupa lugar preeminente la familia Herrera, que ha dado a aquella nación hijos ilustres, uno de los cuales, José de Herrera y Obes, llegó a ostentar el cargo de Presidente de la República. Además de haber dado figuras relevantes en el campo de la política, como es el caso de éste además de otros, también los hubo que florecieron en el arte, la literatura y en otras actividades culturales.
Los que tuvieron su destino en la parte norte del continente estaban compuestos por las siguientes familias: Juan Leal Goraz y Lucía Catalina Hernández Rodríguez, con cinco hijos; Juan Curbelo y Gracia Perdomo Umpiérrez, con otros cinco; Juan Leal, hijo del anterior, y Lucía Acosta, con cuatro; Antonio Santos e Isabel Rodríguez, con cinco; Juan Cabrera y María Rodríguez, con tres; Juan Rodríguez Granadillo y María Rodríguez Robaina, con cinco, y Lucas Delgado y María Melián, con cuatro.
De Lanzarote partieron hacia el puerto de Santa Cruz de Tenerife, de donde zarparon el día 27 de marzo de ese año 1730 con destino al puerto de Veracruz vía La Habana, de cuya ciudad mejicana alcanzaron por tierra su destino final, el presidio (guarnición militar) de San Antonio de Béxar en Tejas, fundando allí la ciudad de ese nombre. El equipaje de cada familia se reducía a una caja con los más imprescindibles útiles y una buena cantidad de gofio ensacado. El buque que los transportaba era el Santísima Trinidad, de 183 toneladas, de capacidad más bien exigua para la cantidad de pasajeros que iban a bordo, lo cual fue motivo de ciertas quejas y perturbaciones. De más está decir que el viaje, tanto el marítimo como el terrestre, consistió en una arriesgada odisea en la que perecieron algunos de los expedicionarios.
Desde un principio fue alma máter de la expedición por su edad, carácter determinado y otras cualidades que lo adornaban, Juan Leal Goraz (falto, por cierto, del ojo izquierdo), nacido en 1676, labrador y edil del ayuntamiento de Teguise.
Autoridades máximas de la isla al comienzo de las erupciones
Al tiempo del comienzo de las erupciones volcánicas ocupaban los puestos de máxima responsabilidad de gobierno en la isla, las siguientes personalidades: Por parte del estamento civil, el Alcalde Mayor Melchor de Arvelos, dependiente directamente de la Real Audiencia de Canarias; por parte militar, el Gobernador de las Armas o Sargento Mayor, Pedro de Brito, sujeto a la autoridad del Gobernador General de Canarias, y por el ramo eclesiástico, Ambrosio Cayetano de Ayala, Vicario de Lanzarote.
Inicio de la erupción del siglo XVIII
El 1º de septiembre de 1730 se inician las erupciones volcánicas que habrían de convulsionar el suelo de la isla durante unos cinco años. Tales erupciones están consideradas como uno de los mayores fenómenos de esta naturaleza de cuantos se hayan conocido en nuestro planeta en época histórica, tanto por su duración como por el volumen de materiales eyectados, habiendo sido numerosos los caseríos, cortijos y campos de cultivo que desaparecieron cubiertos por un ardiente sudario de lava y arenas que se les echo encima en arrolladora avalancha.
El documento que con mayor extensión y más pormenorizadamente describe el cataclismo es el Diario que el entonces cura de Yaiza don Andrés Lorenzo Curbelo, testigo presencial del suceso, si bien sólo en sus primeros dieciséis meses, compuso con los datos que iba recopilando a medida que se desarrollaban los acontecimientos. Mas preciso es reconocer que a pesar de tratarse de un testimonio ocular, o cuando menos, es de suponer, de información personal suministrada en parte por otros testigos también presenciales, las versiones que de él se conocen –pues el original se ha perdido– no son muy fiables. Los numerosos fallos o errores que en él se cometen deben tener como causa en primer lugar la descuidada traducción que del manuscrito original hizo el geólogo alemán Leopold von Buch, que dice haberlo encontrado en Tenerife, manuscrito que insertó en su obra Physicalische Beschreibung der Canarischen Inseln publicada en 1825; en segundo lugar las incorrecciones cometidas a su vez en otra traducción sacada de esta alemana vertida al francés por el Ingeniero de Minas C Boulanger, que figura en su obra Description physique des Ils Canaries de 1836, y en tercer lugar otros errores más cometidos en una tercera traducción hecha al español por el geólogo español Eduardo Hernández-Pacheco de la versión francesa, que incluyó en su obra Estudio geológico de Lanzarote y de las isletas canarias, que vio la luz en 1909, versión esta última que ha sido practicamente la única utilizada modernamente por los historiadores y volcanólogos que se han ocupado del estudio de esta erupción.
Para obviar en la medida de lo posible esos defectos producto de la triple traducción he optado por valerme en el presente trabajo de la versión primera alemana, que como es natural tiene que estar más libre de irregularidades por hallarse más próxima al original del cura, a la cual he sometido a una traducción al español lo más fiel y exacta posible.
De todas maneras hay que reconocer que aún esta versión menos viciada por haber sufrido sólo una traducción contiene también lamentables errores e inexactitudes, detectables al ser esos errores cotejables en algunos casos con los mismos hechos que figuran en otros documentos oficiales conocidos, de primera mano, mucho más fiables por tanto.
Entre estos otros documentos que aparte del Diario del cura han supuesto unas piezas documentales de gran valor para esclarecer, en parte al menos, el desarrollo de este proceso eruptivo, figuran una serie de legajos que se custodian en los archivos de Simancas compuestos por sendos escritos cruzados entre las autoridades lanzaroteñas y las archipelágicas durante los años de las erupciones, incluyendo los eclesiásticos, y unos cuantos más de variada índole y fechas cercanas a las erupciones.
Para evitar interpretaciones erróneas sobre los nombres que aquí se dan, hay que tener presente que la toponimia que utilizo en este trabajo no es la obsoleta de la cartografía militar, cuajada de errores, sino la actualizada por el que esto escribe recogida en el nuevo mapa de la isla editado por GRAFCAN.
No es difícil imaginar el estado de perplejidad y asombro que creó en la isla la apertura del primer volcán. Una muestra de esta reacción nos la da el historiador canario J. A. Álvarez Rixo en este pequeño pasaje de su obra Historia del Puerto del Arrecife: “Que a día 1º de septiembre tan luego como se oyeron los primeros estampidos en Teguise no sabían a qué atribuirlo, y despacharon algunos soldados de a caballo que entonces había en su milicia para que reconociesen el peligro, los cuales volvieron en la noche a toda brida haciendo incomprensible y espantosa relación porque no tenían antecedente de estos fenómenos, ni los caballos se mostraron dóciles para aproximarse. Finalmente la llegada de los asombrados moradores de aquel desdichado suelo, la aldea de Chimanfaya, a 3 leguas O de la Villa, aclaró todo”.
Primer volcán
La erupción, como es normal en estos casos, estuvo precedida de fenómenos anunciadores de su apertura durante algunos años, consistentes en temblores de tierra o ruidos subterráneos, e incluso, por terremotos, en ocasiones bastante violentos.
Los volcanes surgieron a favor de una gran fractura tectónica arrumbada de ONO a ENE, de unos 14 Km de longitud en tierra firme medidos entre sus conos volcánicos extremos, El Quemado a poniente y Montaña Colorada a naciente, pasando de la veintena el número de bocas de emisión que surgieron a lo largo de esa fractura que dejaron el resultado topográfico del correspondiente cono o montaña.
En cuanto a la fecha de su comienzo no existe duda alguna. Se sabe incluso, con bastante aproximación la hora en que comenzó. Fue entre nueve y diez de la noche, más próximo por lo que parece a la última de las horas, según se declara en alguno de los referidos documentos. Así, en el Diario del cura podemos leer: “El 1 de septiembre de 1730, entre 9 y 10 de la noche, se abrió repentinamente la tierra a dos millas de Yaisa, cerca de Chimanfaya”, y en el Libro de Recuerdos de la catedral de Canarias que “El 1 de septiembre de 1730 reventó un volcán (...) a las diez de la noche poco más o menos, en el lugar de Chimanfaya por la parte de arriba, un tiro de mosquete de la cilla donde se recogían los granos decimales”, e igual fecha se da en otros escritos de la época. El historiador canario Pedro Agustín del Castillo, que escribió muy pocos años después del suceso, da incluso el nombre del día de la semana, que, según dice, fue el viernes.
También está bastante bien determinada la situación del cono o montaña que se formó en primer término con el inicio de las erupciones. Por determinadas observaciones y deducciones obtenidas por geólogos de reconocida solvencia en la volcanología de Lanzarote, entre ellos el propio von Buch, debe tratarse con toda probabilidad del conocido hoy por La Caldera de los Cuervos, enclavado en pleno mar de lava moderna a unos 3 Km al NO de Conil, desviado, por cierto, de la alineación general 1 Km al S de la misma.
“Ya en la primera noche –continúa el ‘Diario’– se formó una montaña de considerable altura de la que salieron llamas que se mantuvieron durante dieciocho días [19 se dice en otros documentos más fiables] sin interrupción. Pocos días después –prosigue– se abrió una nueva sima, probablemente al pie del cono volcánico recién formado, y una arrolladora corriente de lava procedente de ella se precipitó sobre Chimanfaya, sobre Rodeo y sobre una parte de Mancha Blanca”, recorrido que supone una distancia de algo más de 3 Km.
A esto añade von Buch por su cuenta: “Esta primera erupción tuvo lugar por tanto al E de La Montaña del Fuego, a cosa de medio camino entre dicha montaña y El Sobaco”, lo que efectivamente coincide grosso modo con la situación del citado volcán de La Caldera de los Cuervos. Y continúa: “La lava corrió sobre los pueblos hacia el N, primero rápida como el agua, luego con más dificultad y despacio como la miel. Pero el 17 de septiembre se levantó con un ruido atronador una roca enorme surgida de las profundidades de la tierra que obligó a la corriente de lava a dirigirse hacia el NO y ONO en lugar de seguir hacia el N”.
Llegados a este punto hay que hacer las siguientes aclaraciones: En primer lugar hay que rectificar esa fecha 17 del día en que surgió la roca, puesto que la misma, como es lógico, tuvo que ser anterior al día 11 que se da más adelante para unos hechos acaecidos entonces, fecha esta más digna de crédito. Y efectivamente así lo hace constar Hernández-Pacheco en su versión del manuscrito, en la que le asigna el día 7, seguramente pensando, dada la incongruencia que ello suponía, que el /1/ del 17 habría sido un error de escritura. De todas formas, aunque este acortamiento en días pueda ser cierto no es seguro que necesariamente fuera el día 7 el verdadero, pues cualquier otro anterior al 11 puede, naturalmente, ser válido.
En cuanto a la afirmación que hace von Buch refiriéndose a la roca salida de las profundidades de la tierra de “que no se veía surgir de la lava nada que se pareciera a una roca sólida”, hay que decir que tal aseveración no es cierta, pues existe enclavada precisamente en el campo de lava que se extiende frente a la abertura que da acceso al interior del cráter de este volcán una voluminosa roca, bien visible a distancia, que tiene todos los visos de ser el trozo de pared que lo cerraba por aquel lado más bajo, el cual tras ser desgajado por la presión del magma que pugnaba por salir fue arrastrado hasta aquella posición por la impetuosa corriente de lava que se derramó por el portillo así formado. Es posible que su desprendimiento coincidiera con el “ruido atronador” que dice von Buch haberse oído, ruido que de haber sido real procedería de otro efecto de la actividad volcánica como otros muchos que hubo y no a causa del desgajamiento de la roca.
Sobre este segundo vertido de lava que se desvió hacia el NO y ONO añade von Buch: “La lava alcanzó entonces, con mayor velocidad, los pueblos de Macetas [error de escritura por Maretas] y Santa Catalina, situados en el valle, a los que destruyó”, y continúa: “El 11 de septiembre se renovó la fuerza de la corriente de lava. De Santa Catalina cayó sobre Maso, quemó y cubrió totalmente la aldea y se precipitó luego como una catarata de fuego en el mar con un ruido horrible durante ocho días seguidos. Para terminar diciendo: Los peces flotaban muertos en cantidad indescriptible sobre la superficie de las aguas o eran arrojados a la orilla moribundos. Luego todo se calmó y la destructiva erupción pareció haber terminado”. El largo de esta colada tuvo que ser, por lo tanto, de unos 13 Km.
Otro escrito, una carta enviada por las autoridades de Lanzarote a la Real Audiencia el 17 de octubre, cita como afectados por este primer volcán a los pueblos que siguen: “Chimanfaya, Rodeo, Mancha Blanca la grande, parte de Las Jarretas, Buen Lugar, Santa Catalina con su iglesia, y Mazo”. De ellos hay uno que no figura en los textos ya comentados, que es el de Las Jarretas. Por lo visto estaba próximo al volcán en cuestión, es decir, La Caldera de los Cuervos, pero algo desviado hacia el O del mismo, y tenía, según las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas, 7 vecinos o familias.
No se conoce con exactitud la ubicación de los pueblos o caseríos aquí mencionados al no haber quedado apenas restos de edificios visibles o algún otro vestigio de ellos, pero por determinados datos, en especial topónimos existentes similares a sus nombres y otras deducciones derivadas de documentos antiguos, se puede tener una idea aproximada de dónde se encontraban algunos de ellos. En el número de habitantes también hay algunas noticias que los dan de forma aproximada en versión de vecinos o familias, cantidad de habitantes extraíble de un coeficiente de 4’5 personas. A continuación va una relación de los mismos con esos y algunos otros datos por el orden en que fueron desapareciendo:
Chimanfaya quedó destruido por la lava a las veinticuatro horas de reventar el volcán, según algunos escritos oficiales de la época, y no “a los pocos días” como dice el Diario del cura.
Debe ser nombre aborigen, pero no he encontrado nada esclarecedor sobre su significado. Wölfel, aparte de confundirlo con Timanfaya, se debate en conjeturas confusas, y de otros especialistas no he encontrado nada aprovechable.
Este pueblo debió encontrarse un poco hacia el N del volcán de La Caldera de los Cuervos, quizás a poco más de medio Km de distancia del mismo, pues la cilla de los diezmos del pueblo se dice que estaba a un tiro de mosquete del volcán, y eso equivale a unos 600-700 m.
Su población, según las Constituciones Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas, era de unos 24 vecinos.
El Rodeo debería estar próximo a la montaña actual de ese nombre, por su lado de naciente, pues por el otro estaba Santa Catalina. Su población era sólo de 4 vecinos.
Mancha Blanca estaba repartida en dos núcleos poblacionales, Mancha Blanca la Grande y Mancha Blanca Chiquita. Parece que se encontraban a cosa de un par de kilómetros al S de la Mancha Blanca actual, en el gran campo de lava que se extiende hoy al resguardo de las montañas de los Rostros y Coruja, Mancha Blanca Chiquita a nivel, por lo que parece, un poco más elevado, pues apenas fue alcanzada por la colada de lava que destruyó a la Grande, de 44 vecinos.
Buen Lugar, con su ermita de San Juan, se encontraba un poco al N de Santa Catalina.
Maretas, si hemos de dar crédito al obispo Dávila y Cárdenas, se trataría de un cortijo, pues en sus Sinodales le asigna sólo un vecino. Su situación era, por lo que parece, casi contigua a Buen Lugar.
Santa Catalina fue el pueblo que dejó más recuerdos de cuantos fueron destruidos por este primer volcán, quizás por la devoción que su patrona despertaba. El número de sus vecinos ascendía a 42, y su situación está bastante bien fijada por la montaña de su nombre, no muy alta, que se yergue a poniente y próxima a la de el Rodeo, de la cual no podía distar mucho, además de por lo dicho sobre La Caldera de la Rilla de haberse formado encima mismo del pueblo, como se verá más adelante.
Maso fue el último, dada su situación, de los pueblos destruidos en esta ocasión por la lava, la cual una vez que lo arrasó continuó discurriendo pendiente abajo hasta ganar la costa, acrecentando incluso la superficie de la isla por aquel lado en una cierta extensión con el derrame lávico que se introdujo en el mar.
Su localización exacta no es fácil de fijar. Lo que sí parece probable a juzgar por los topónimos que han quedado y algunos datos o referencias documentales conocidos, es que debió existir un territorio bastante amplio conocido con este nombre de Maso que se extendería entre la Montaña de los Miraderos y la gran Caldera Blanca con una prolongación hacia el NO, pero en qué punto del mismo se hallaba el pueblo de su nombre no se ha podido determinar con exactitud, si no es que tenía algunas casas desperdigadas por allí. Esos datos o referencias serían, además de lo que se lleva dicho, la existencia en él de La Montaña de Maso y El Mojón de Maso (un mogote rocoso), distante de la montaña un par de Km en dirección NO; un documento del año 1646 en que se dice que el pueblo de Maso “pertenece al término del Miradero” (lugar este aún conocido en la actualidad), y otro de 1723 en el que se sitúa a la aldea de Maso “al S de los charcos de Montaña Bermeja”, que no puede ser otra que la conocida desde tiempo inmemorial con el complemento onomástico ‘de los Betancores’, situada en solitario en medio del mar de lava, 1 Km al NO del citado Mojón de Maso, cuyos charcos no podrían encontrarse muy lejos de ella, y finalmente el mapa de los archivos de Simancas, que lo coloca hacia el extremo de poniente de todos los pueblos destruidos, no muy lejos de la costa de ese lado de la isla. El conjunto de estos topónimos y demás datos expuestos configuran un territorio de unos 5 Km de largo y 2 a 3 de ancho que sería conocido en conjunto con el nombre de Maso a secas, o término de Maso o algo semejante. Al S, o más bien SO, del gran volcán de Caldera Blanca, en ese extenso campo de lava petrificada que cubre en la actualidad lo que en su tiempo fue La Vega de las Flores, sitúa por tradición al caserío de Maso gente vieja de Tinajo. Yo supongo que esta opinión popular no debe hallarse muy descaminada, y que sería, efectivamente, por allí donde el pueblo debería hallarse, o al menos su casco más concentrado, a poniente del gran volcán de su nombre y SO de Caldera Blanca.
Este primer volcán próximo a Chimanfaya se extinguió definitivamente el día 19 del mismo mes de septiembre, según se acredita en algunos documentos de la época.
Surgen simultaneamente dos nuevos volcanes. Sus efectos
A este primer volcán, después de un periodo de calma de tres semanas, siguieron otros dos que reventaron el mismo día, el 10 del mes siguiente de octubre, a las cinco de la tarde ambos, uno que se abrió muy próximo a Santa Catalina y otro del lado de Maso. El escrito de Simancas del 17-X-1730 enviado por las autoridades de Lanzarote a la Real Audiencia de Canarias, que parece describirlos con más claridad, dice de ellos:
“De presente ha reventado otro volcán en diez del corriente [y no 18 como dice el Diario] a las cinco de la tarde con poca diferencia, distante tres cuartos de legua del primero, con la circunstancia de haber abierto dos bocas, la una de la otra a tiro de buen mosquete apartadas, muy cerca la primera de la iglesia quemada de Santa Catalina y la otra de Mazo, echando por ésta tanto fuego y arenas que a distancia de tres y cuatro leguas se siente la incomodidad que obra en la vista y el daño que hace en los tejados y tierras, pues se sabe que la Vega de Tomar [error por Tomaren], que es el corazón de la isla, las vegas del pueblo con que confina y otras muchas de particulares, con los lugares de Testeina, Guagaro, Conil, Masdache, Cuatiz [debe ser Guatisea], Calderetas y San Bartolomé con sus distritos se hallan ya tan perdidos por lo que han subido dichas arenas que las tierras están incapaces de cultivo y labor, los aljibes y maretas sin agua y perdidas totalmente las acogidas, las casas casi tapiadas, los pajeros trabajosos; el cual estrago también se toca en la Geria Baja, la Vega del Chupadero y parte de Uga. Dichas arenas han cubierto no sólo las vegas, tierras y lugares expresados sino también todo lo montuoso y términos de los ganados mayores y menores; porque hasta los pájaros y conejos con las inmundicias de ratones y otros animalillos andan vagos por encima de dichas arenas sin tener de qué alimentarse, siendo todo lo insinuado nada en comparación del dolor que causa el lloro y lamento de hombres, mujeres y niños, que se ven a rigores del ingrato elemento despojados de sus propiedades y expuestos en los campos a la inclemencia de los tiempos con sus personas y sustentos, buscando simas incultas para alojarse en ocasión tan incómoda como la presente a boca del invierno; con cuyos motivos, precisados de necesidad tan urgente, han ocurrido a este Cabildo los desamparados, instando sobre que los dejemos salir para las otras islas y sacar sus granos, a que hemos acordado participar a V.S. por medio de aviso que despachamos al Exc. Sr. Comandante General de estas islas, a quien expresamos lo mismo, y los continuos temblores que no cesan en toda la isla, porque continuamente está palpitando, con el horror del fuego que subsiste. Y para consuelo de estos pueblos hemos determinado detener los barcos que se hallan arribados; porque esperamos que V.S. con la brevedad posible determine para sosiego de alguna inquietud que se va reconociendo, que no tome cuerpo”.
Determinar cuáles fueron estos dos volcanes no es fácil. Pero tomando como base lo que dicen los escritos de Simancas, el que mejor se acomoda a la información que en ellos se da, el próximo a Santa Catalina creo que no hay duda en identificarlo con el conocido en la actualidad con el nombre de La Caldera de la Rilla, nominado en el mapa militar por error La Caldera de Santa Catalina, con toda probabilidad por confusión con la montaña de igual nombre, que está casi contigua a ella por su lado N, innominada en el referido mapa militar. En tanto que el segundo, el del lado de Maso, pudiera ser, pues no veo otro posible, el del Lomo Enchumbado, que es la parte inferior del cono conocido ahora por La Montaña del Señalo conjuntamente con la parte superior troncocónica que se formó con posterioridad en una segunda erupción.
Aunque estas deducciones parecen bastante coherentes, lo que no se comprende muy bien, sin embargo, es que se diga en dichos documentos que este último volcán se hallaba “muy cerca” de la aldea de Maso o que incluso lo dé como “contiguo” a aquel pueblo uno de ellos, ya que dicha aldea, como hemos visto más atrás, tenía que encontrarse bastante alejada de él, cuando menos a varios kilómetros de distancia, si no es, repito, que por allí hubiera algunas casas de ese pueblo apartadas.
Fueron, pues, estas dos bocas de emisión las que eyectaron la ingente cantidad de lapillis que cubrieron un área de varios kilómetros a su alrededor, terminando luego con la emisión de estos materiales de proyección aérea la boca de Santa Catalina hasta extinguirse, mientras que la de Maso siguió emitiendo, aunque, por lo que parece, sólo lava. Así consta en el documento de Simancas de 8 de noviembre de 1730 enviado por el Gobernador de las Armas de Lanzarote a la Real Audiencia cuando se refiere a los dos volcanes conjuntamente, considerándolos como uno solo, al decir: “...que aunque estuvo sosegado parte de la noche del día 25 del pasado y casi todo el día y noche del 26, revivió echando el mismo fuego y arenas que antes. Y corrió cinco o seis días hasta que se apagó el fuego de la boca grande que abrió inmediata a Santa Catalina, quedando la otra contigua a Mazo en su ser, largando por ella en distintos brazos barrancos de fuego, los que haciendo notable daño por donde pasan terminan en el mar”. Ello explicaría que a pesar de estar recubierto exteriormente este cono volcánico de La Rilla con una gruesa capa de lapilli negro, no contenga nada de este material en el interior de su cráter, pues de haber provenido dichas arenas de otra boca de emisión próxima tendrían que haber caído también dentro del mismo, lo que demuestra que las arenas o lapillis finales tuvieron que ser eyectadas por él.
A este mismo volcán se refiere el manuscrito del cura de Yaiza, o por mejor decir, la defectuosa traducción que de él hizo el geólogo L. von Buch, con las siguientes palabras: “El 18 [error por el 10] de octubre se formaron tres nuevas aberturas inmediatamente sobre la calcinada Santa Catalina que arrojaron densas nubes de humo con las que se esparció por los alrededores una increíble cantidad de lapilli, arena y cenizas”. Como se ve, este texto sólo menciona al volcán próximo a Santa Catalina, o Caldera de la Rilla, sin decir nada del de Maso, y asignándole tres bocas, confirmándolo, eso sí, como el último en expulsar las ingentes cantidades de lapilli, coincidiendo en ello con el escrito de Simancas que se acaba de comentar.
El Diario del cura prosigue: “El 30 de octubre se calmó todo, pero sólo dos días después, el 1 de noviembre, brotaron de nuevo humo y cenizas, continuando así sin interrupción hasta el 20. El 27 fluyó una colada con increíble velocidad pendiente abajo, alcanzó el mar el 1 de diciembre y formó una isleta alrededor de la cual yacían muertos los peces. El 16 de diciembre la lava, que hasta entonces se había vertido en el mar, cambió de curso. Se dirigió más hacia el SO, alcanzó a Chupadero y quemó el 17 todo el lugar. A continuación devastó la fértil Vega de Uga, sin extenderse más allá”.
El caso de los animales muertos por emanaciones letales surgidas de las arenas volcánicas caídas
Uno de los sucesos más llamativos causados por este volcán –si no es que corresponde al otro del par o a efecto de ambos– fue aquel curioso fenómeno de la muerte, el 28 de octubre, de algunas reses vacunas y otros animales de menor tamaño asfixiados por unas emanaciones pestilentes desprendidas por las arenas volcánicas humedecidas por la caída de unas gotas de agua en la zona de La Geria, Chupadero y lugares aledaños que produjo un cierto temor entre la gente de la comarca y de la isla en general. El Diario del cura de Yaiza dice al respecto: “El 28 de octubre, después de haberse mantenido la actividad volcánica en igual estado durante diez días, cayó muerto el ganado de toda la comarca asfixiado por las emanaciones pestilentes que caían en forma de gotas”, entretanto que una comunicación enviada por la Junta de Gobierno establecida en Lanzarote para atender las necesidades creadas por la erupción, a la Real Audiencia de Canarias, declara: “se murieron repentinamente las reses vacunas que transitaban por Las Gerias y Chupadero, lo que se atribuye al subido olor a azufre que vaporiza la tierra por unos que llaman jameos, los que algunos de esta Junta y muchas otras personas han cruzado a pie y a caballo sin que se haya sentido el más leve accidente”.
Creación de una junta en Lanzarote para atender los problemas producidos por los volcanes
El 31 de octubre de 1730 la Real Audiencia de Canarias crea en Lanzarote una junta que se ocupe de los problemas producidos por los volcanes que estaban afectando a la población de la isla. La formaban el Alcalde Mayor Melchor de Arvelos Betancourt y Spínola; los Regidores Francisco Nantes Betancourt y Felipe Amaro Ferrer; el Vicario Ambrosio Cayetano de Ayala; el Gobernador de las Armas Pedro Brito Betancourt, y los señores Melchor de Llarena y Ayala y Bernardo Cabrera Betancourt como “hombres de honra y conciencia”.
Confección de un mapa sobre las erupciones volcánicas
Por el mes de octubre o noviembre de 1730 trazó un ‘pintor’ enviado a Lanzarote por el Gobernador de las Armas de Fuerteventura un mapa de Lanzarote en el que se señalan los efectos causados por entonces en la isla por los volcanes. Aunque adolece de defectos de ubicación de algunos de los pueblos y del trazado general de la isla, no deja sin embargo de ser un valioso documento para deducir algunas conclusiones de lo que ocurrió entonces.
Tiene dos leyendas: Una en que se relacionan los pueblos destruidos por la lava, que dice: Lugares consumidos del fuego: Masso, S. Catalina, Maretas, Chimanfaya, Jarretas, Tingafa, Peña Palomas, Mancha Blanca, Mancha Blanca Pequeña, y Rodeo; y otra en que se dan los dañados por las arenas o lapillis, en la que se lee: Lugares perdidos con la arena: Chupadero, Jerias, Conil, Masdache, Calderetas, S. Bartolomé, Mosaga, Lomo de San Andrés, y Tao.
El complejo cortijero o pequeño caserío de Maretas, que aquí se menciona por primera vez, parece ser que se hallaba por las inmediaciones de Santa Catalina y Buen Lugar, y Tíngafa debía encontrarse cerca de la montaña de su nombre, hoy llamada Tinga, probablemente hacia el SE de ella.
Situación de la isla a causa de los volcanes al finalizar 1730
En comunicación de las autoridades de la isla a la Real Audiencia de fecha 29-XII-1730 se hace la siguiente exposición del estado en que se encontraba la isla como consecuencia de la devastación producida por los volcanes: El fuego de los volcanes ha quemado el lugar de Chimanfaya, la Vega de Rodeo, la de Mancha Blanca la Grande, la de Santa Catalina con su iglesia, Buenlugar, Las Jarretas, el malpaís de Santa Catalina y el término de Diama, todo con casas y edificios, fábricas, pajeros, tierras labradías, aljibes y maretas, sin que haya quedado uno. Quemó también, dentro de la Vega y lugar de Tíngafa algunas tierras labradías y tres aljibes. Entullaron las arenas todos los conductos y acogidas de los aljibes y maretas de los lugares de La Vegueta, Yuco, Tiagua, Tao, Cercado, San Bartolomé, Calderetas, Montaña Blanca, Mosaga, Lomo de San Andrés, Conil, Masdache, Asomada, Guagaro, Testeina, Nazaret, Tahíche, Sonsamas, Gerias, Mancha Blanca Chiquita, Inaguadén, Fiquinineo, Peñapalomas, los de Las Jarretas que no quemó el fuego y parte de los de Tíngafa. Entulló asimismo la arena todas las tierras labradías en que hacían sus siembras los vecinos de los lugares arriba expresados que recibieron daño en los conductos para las aguas de sus aljibes y maretas dejando dichas tierras incapaces de cultivo, y solo les quedó alguna tenuidad de poco útil para la futura manutención. Quemó el fuego en la jurisdicción de Yaisa el lugar de Mazo y la Vega de Chupadero, con casas, eras, pajeros, tierras labradías, aljibes, maretas y todas las demás fábricas que tenían con las huertas de Vegueta Honda y lo labradío de la Vega Vieja de Uga. Quemó los términos de la hoya de Juan de la Mar, el de Tegurrame, el de Termesana, el de Buenburro, el de Ságamo y el de Granzo con el de las Horquetas, con las muchas y estimables maretas y aljibes, huertas y tierras labradías de gran correspondencia que había en dichos términos. Quemó la Vega de Villaflor, la Vega Nueva, a Guatizelo, el Bardito y la Vega de Boiajo. Y dentro del lugar de Yaiza, que está a la frente de algunos brazos que ha echado el fuego del volcán, que hasta hoy arde, como también lo está dicha Vega de Uga, ha quemado dos o tres casillas.
Sigue a éste otro escrito, de igual fecha (29-XII-1730), cursado también entre las mismas autoridades, en que se dice:
“Consta en lo presente haber [en la isla] 4.977 personas; 17.468 fanegas de trigo; 65.013 fanegas de cebada blanca; 5.603 de cebada romana, y 514 de centeno, de las que haciendo calculaciones nueve a diez mil fanegas, y de siete fanegas de trigo o dieciocho de cebada blanca al año para el sustento de cada persona con el consumo que hay de ella con las bestias de servicio para la leña, agua, paja y otros menesteres. En cuanto al punto de que se haya de mantener y conservar en esta isla dichos vecinos, deliberando se haga extracción de alguna cantidad de los granos expresados nos precisa decir a Vuesa Señoría no ser compatible con dicha manutención y conservación, y que sólo en el caso de permitir la salida de cuatrocientos vecinos con sus familias fuera dable. Y el que también se pudiesen extraer hasta 20.000 fanegas de dichos granos precisa decir a Vuesa Señoría que con mucha incomodidad se podrán conservar en la isla cuando más 600 vecinos, y que los 400 que no pueden mantenerse en ella, necesariamente han de correr parte a esa isla y parte a la de Tenerife, Palma, Hierro y Gomera, porque restringirlos a que salgan sólo para Fuerteventura es poner aquella isla en grande aprieto”.
A esto añade el escrito: “Todavía existe el volcán hasta hoy abierto por la última boca junto a Mazo, y corriendo fuego por distintos brazos tan caudaloso como si fuera el Betis, aunque con la diferencia de que si en las aguas de éste navegan leves maderos, en las llamas que vomita el dragón infernal de fuego corren promontorios graves de peñas encendidas”.
La situación más o menos aproximada de los nuevos poblados afectados por estos dos volcanes, que terminaron por desaparecer bajo sus lavas, era la siguiente:
Guagaro, una aldehuela que se encontraba, por lo que parece, algo al N de Las Vegas de Tegoyo y SO de la montaña de Testeina. Según las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas tenía 5 vecinos.
El Chupadero, que este era su nombre íntegro, estaba próximo y a poniente de la montaña de su nombre, a cosa de un par de Kilómetros al NE de Uga. Desde antes de las erupciones se sabe que ya constituía un núcleo poblacional, y que que en este lugar había una fuente. ¿Sería ésta la que le da nombre por ser muy reducida?
Peña Palomas, lo mismo con respecto a la montañeta de su nombre, por su lado N o NO. Tenía en 1733 (obispo Dávilas) 18 vecinos.
Buen Lugar, con su ermita de San Juan, estaba algo al N de La Montaña de Santa Catalina, o quizás debajo de alguno de los volcanes de Pico Partido, Caldera Escondida o el Señalo. Debería ser entonces un simple caserío de poco vecindario.
Termesana, que debería hallarse en las inmediaciones del volcán de su nombre, situado a unos 3 Km al NNO de Yaiza, a trasmano, en territorio abierto, apartado de otros pueblos. Esta aldea debió ser arrasada por las lavas de Caldera Rajada, volcán que desarrolló su actividad eruptiva en la segunda mitad del año 1731, si no es que fue destruida por alguna de Las Calderas Quemadas.
De su densidad de población no he logrado alcanzar ninguna información, sólo que ya existía como pueblo siglo atrás.
Con respecto al nombre hay que decir que si bien entre las generaciones modernas predomina la forma Tremesana a causa de los mapas y libros en que figura así por error, la gente iletrada, no influenciada por la lectura, que lo ha aprendido por tanto de sus mayores por transmisión oral, dice preferentemente Termesana. Así lo he oído pronunciar a viejos informantes de Yaiza, con los que he tenido especial cuidado al comprobarlo, y se consigna en documentos manuscritos de siglos pasados.
La cita más antigua que conozco de este topónimo, si bien referida en este caso al pueblo, es la que trae el mapa de Torriani, en el que parece estar escrito Tenemozana. Del siglo XVII existen varios documentos, de los que sólo conozco referencias transcritas en caracteres impresos y no copias manuscritas originales, en los que se menciona una aldea de nombre más o menos parecido en diferentes versiones (Teremosana, Tenemosana, Tenemesana). Por otro lado, en un documento original, de 1785, se menciona a una tal “Tomasa Álvarez Termesana, vecina de Teguise, hija de Francisco Termesana Gutiérrez, difunto, y nieta de Melchor Termesana Curbelo, vecino que fue de Teseguite”. ¿Significa esto que el apellido fue tomado de la localidad así llamada o que por el contrario era un apellido que dio nombre a la localidad y por ende a la montaña? Por lo que sabemos, los ejemplos de esta clase conocidos en nuestra isla no son raros. Tenemos por ejemplo los casos de Bilbao en La Geria, Munguía en Tao, Chimida en un par de sitios y algunos más.
Sobre cuál pudo haber sido el significado de esta voz en el idioma aborigen –si es que se trata de una palabra preeuropea tal como su morfología parece sugerir– es tema que queda por dilucidar. El berberólogo austriaco D. J. Wölfel piensa que pueda ser ‘lugar de la cebada’ por la unión de las palabras ‘tene’, lugar, y ‘mozana’ por ‘tamozen’, cebada, pero J. Álvarez Delgado rechaza de plano estas conclusiones y se dedica más que nada a refutar a Torriani por la forma en que escribe el nombre, mientras C. Díaz Alayón hace un comentario general de estas disquisiciones lingüísticas considerando los pros y los contras (‘Comentario toponímico de Lanzarote...”, en Anuario de Estudios Atlánticos, 1988).
Posteriores a estos dos volcanes son los de color rojizo que hay en esta zona de varios kilómetros en torno a ellos
Para efectos al menos de cronología, ya que algunos pretenden que son muy anteriores a estas erupciones, conviene puntualizar que todos los conos volcánicos enclavados en una zona de al menos una media docena de kilómetros de radio, que ofrecen coloración rojiza y no el negro del lapilli por él arrojado, tienen que haberse formado, por simple deducción lógica, con posterioridad a este de La Caldera de la Rilla, es decir, que pertenecen a esta erupción del siglo XVIII, si bien no se conoce el orden que siguieron en su formación. Entre ellos habría que contabilizar los del grupo de las Montañas del Fuego, el del Valle de la Tranquilidad, La Caldera del Corazoncillo, Montaña Encajada, La Montaña de las Junqueras, Pico Partido, El Señalo y La Montaña de Maso.
Escrito del vicario al obispo sobre unos volcanes
Poco después, el 15-II-1731, el vicario de la isla escribe al obispo de la diócesis: En carta del 16 del pasado enero di aviso a V.S. de lo sucedido hasta dicho día, en el cual cesó el volcán que subsistía ardiendo; y el día 20 del mismo mes reventó otro distante de aquél medio cuarto de legua, en el paraje donde era la aldea de Maso, y este ha abierto otras tres bocas que forman distintas montañas. Y estos han aumentado las ruinas de los antecedentes, porque han arrojado muchísima arena que a los lugares de La Geria, Guagaro, Conil, Masdache, Testeina y San Bartolomé los han acabado de perder totalmente; de nuevo han estragado la Vega de Temuime, los lugares de Yaiza, Uga y Tíngafa con los territorios, términos y sembrados de aquellas comarcas y aún ha alcanzado el daño a toda la costa del Puerto y a la de Teseguite.
Aunque estos datos sean más fiables por razones obvias que los del ‘Diario’ del cura de Yaiza que, como se ha explicado ya, contiene muchas inexactitudes a causa de las defectuosas traducciones de que fue objeto, lo cierto es que resulta muy complicado con la información que suministra el escrito, intentar encontrar una explicación coherente de la situación real que ocupaba sobre el terreno ese nuevo volcán de tres bocas. No obstante, al decirse que se había abierto “en el paraje donde era la aldea de Maso” se podría pensar en algunas de las bocas que se abrieron próximas a la Montaña de Timanfaya por su lado N.
La isla en estado crítico extremo a causa de los volcanes
De unos días después (19-II-1731) hay un escrito de las autoridades de la isla a la Real Audiencia, en que se dice entre otras cosas, lo siguiente: “El mes pasado se dio cuenta a Vuesa Señoría de haberse apagado el volcán que reventó el 10 de octubre, que abrió nueva boca el día de San Sebastián [20 de enero] en el lugar que había quemado de Maso. Y ahora se nos ofrece participar a Vuesa Señoría la total ruina y el atraso en que ha puesto la isla y la va dejando dicho volcán con las muchas bocas que ha abierto, ardiendo unas y apagándose otras de nuevo, y reventando, echando las más tantas arenas que a lo labradío y montuoso que había quedado en Uga, El Tablero, Temuime, parte de Femés y del Valle de Fenauso, Yaiza, la Vega de Machín, los términos de Guerma y los comarcanos de Montaña Blanca de Perdomo, Tenésara, Chimida, Tajaste, y todo el lugar de Tíngafa, Tinajo, sus contornos y términos, está incapaz de dar ni un pie de pan, ni una sola hierba ni rama para los ganados, porque todo se halla perdido, y lo consumieron dichas arenas, aunque ha sobrevenido el temporal de agua, viento y fuego que se armó la noche del día de ceniza tan recio que nos parecía, según la batalla de dichos elementos y los gandes y continuos temblores de tierra que el cielo había decretado consumir esta isla, como quedaron destruidos y consumidos los sembrados, por cuyos estragos debemos decir a Vuesa Señoría que si hasta aquí se esperaba que estos habitadores se podrían mantener con las sementeras y criaciones, aunque con mucha moderación, ya hoy nos hallamos desengañados de no ser posible, porque cosecha no la esperamos, ganados no hay términos, ni parajes con que mantenerlos, porque nos precisa poner en la consideración de Vuesa Señoría que esta isla o se ha de abandonar o la hemos de conservar: lo primero lo tenermos por de servicio, atendiendo al cumplimiento de nuestra obligación, y al encargo que se nos ha hecho, y a las consecuencias de poderla señorear enemigos de la Corona, sitiarse en ella, formar un puerto franco de donde con gran facilidad sean invadidas esa y las demás islas, o perseguidas de corsarios turcos y de otros en que se pueden esperar considerables daños no sólo a los vecinos de las siete sino a toda la Monarquía por lo importante que es el dominio de ellas para la seguridad del paso a la América, y otras circunstancias.
Explicación a un aparente contrasentido
El lector avisado habrá caído en la cuenta de que si hemos de tomar al pie de la letra lo que se dice en estas últimas entradas de que hubo grandes expulsiones de arena de algunos volcanes con posterioridad a la extinción del volcán de La Rilla, que habíamos considerado como el último en arrojar las nubes de lapilli que cubrieron a su alrededor una extensa área de varios kilómetros de extensión, tal supuesto quedaría invalidado al tener que haber caído material de tal naturaleza en su interior. Pero lo cierto es que tal cosa no ocurrió. El interior del cráter de ese volcán está practicamente libre de los lapillis que lo circundan en esa vasta extensión. Mientras sus laderas exteriores se hallan cubiertas de una gruesa capa de lapilli negro bien granado con piedras escoriáceas del mismo color entremezcladas, su fondo muestra un abombamiento rocoso de color rojizo exento de tales materiales, cruzado a lo largo por una grieta que parece imitar el gráfico de un rayo o una raíz de planta. Eso demuestra por simple lógica que después de él no pudo haber ningún otro volcán que emitiera en mucha cantidad ese lapilli negro en esta zona concreta, pues de haber sido así tendría que haber lapilli en su interior en cantidad bien apreciable. Pienso que las pretendidas caídas de material de proyección aérea de que se habla en esos textos no alcanzaron, ni con mucho, la intensidad y profusión que en ellos se dice, o que, quizás tal material consistió más que nada en ceniza que luego haya podido ser diluida por la lluvia a lo largo de los años.
Furioso vendaval
Por si no bastara con la acción de los volcanes para asolar la isla, el día 7 de febrero cuando éstos se hallaban en plena actividad eruptiva se abatió sobre Lanzarote un terrible vendaval que la dejó sumida en el más desolador de los estados. Veamos la narración que de tal suceso trae el mismo escrito que se acaba de transcribir del Beneficiado don Ambrosio de fecha 15-II-1731, fenómeno que también se menciona, como puede comprobarse, en el de las autoridades de la isla a la Real Audiencia:
Sobrevino un furiosísimo viento la noche del día 7 del corriente que asoló de tal manera los sembrados que nada ha quedado útil en la isla ni se deja ver que haya habido sementera, y al tanto las hierbas las consumió: por lo que la mucha agua que hubo aquel día llevó gran parte de los sembrados: conque, no sólo estamos sin esperanza de la cosecha que esos rinconcillos pudieran rendir, sino también se experimenta gran mortandad de los ganados por la falta que tienen de verde. El referido viento no tan sólo aniquiló los yerbajos y sembrados, sino también destrozó muchos pajeros y en algunos no dejó ni vestigios de la paja ni del grano. En el Puerto de Naos se perdieron el barco ‘Andora’ [bergantín enviado a Lanzarote por el obispado para llevar grano a Gran Canaria] y el de Bartolomé de Torres, y en el Puerto del Arrecife estuvieron en gran peligro los barquillos que allí había, cosa de que no hay memoria en los nacidos de que en dichos puertos por viento hayan peligrado embarcaciones. Pero el temporal fue tan horroroso que fue mucho que no se llevase también las casas”.
Se abre otro volcán
Según el ‘Diario’ del cura, el 7 de marzo [de 1731] se elevó otro cono que vertió lava en el mar al N de Tíngafa, la cual fue destruida. A esto sigue la siguiente reflexión personal de von Buch: “El cono se levantó casi exactamente siguiendo la dirección E-O a medida que se iba abriendo la fractura en el subsuelo durante la erupción, proporcionando así cada vez más fáciles salidas hacia el O.
En primer lugar hay que tomar esta noticia con cierta cautela dados los fallos observados en el manuscrito de que procede, y caso de darla por buena hay que reconocer que identificar a este volcán por lo que en el escrito se dice es tarea poco menos que imposible. Lo único que se puede aceptar como más probable es lo que dice von Buch de que, según su criterio, seguía hacia poniente en la alineación de volcanes que se iban abriendo y que tendría que estar hacia el S del pueblo de Tíngafa destruido por sus lavas. ¿Pero cuál pudo haber sido este cono volcánico de los de formación reciente que hay por allí? Existe como punto de referencia la Montaña Tíngafa [otro nombre de clara procedencia guanche, hoy reducido a Tinga, pero cuya montaña era todavía conocida por personas de edad avanzada de Tinajo por los años ochenta en que yo investigaba sobre el terreno la toponimia lanzaroteña, en esta forma íntegra esdrújula Tíngafa], de formación antigua, cerca de la cual debía hallarse el pueblo. A juzgar por una cita de un documento antiguo que dice “...seis fanegas de tierra que tengo en la parte que dicen El Miradero, las cuales lindan con el camino real que va de Tíngafa a Maso...”, parece probable que esta aldea se encontrara próxima y hacia el segundo cuadrante de la montaña de su nombre, un poco al N del conjunto de Pico Partido, o más bien de Caldera Escondida, pues en esta situación podría quedar más o menos alineada con uno de los montículos llamados Los Miraderos y Maso, y que en consecuencia el nuevo volcán fuera ese de Pico Partido en su segunda erupción o el adjunto de Caldera Escondida que se acaban de citar.
Nuevos volcanes
A lo dicho añade von Buch: “Nuevos cráteres y montañas surgieron el 20 de marzo [de 1731] a media legua de distancia hacia el N, más distantes siempre siguiendo la alineación, que ardieron y causaron daño hasta el 31 de marzo.
Aquí habrá que cambiar la frase “hacia el N” y dejarla en ‘hacia el O’, que era la dirección de apertura que seguía la fractura tectónica.
El 6 de abril –prosigue– incrementaron su furia y continuaron hasta el 13 con una corriente incandescente que discurrió oblicuamente sobre el campo de lava hacia Yaisa. El 23 se derrumbaron al mismo tiempo ambas montañas (habrá que interpretar por este ”ambas” que eran dos los volcanes que se abrieron el día 20 de marzo) con horribles crujidos, y el 1 de mayo todo parecía haberse extinguido. Pero reventó de nuevo el 2 de mayo a un cuarto de legua más lejos. Una nueva montaña se elevó y nueva lava amenazó a Yaisa. El 6 de mayo cesó totalmente esta erupción y pareció que la serie de erupciones de este mes había llegado a término.
Quizás esté refiriéndose con todos estos volcanes a algunas de las bocas de las cuatro Calderas Quemadas y a La Montaña del Valle de la Tranquilidad.
Nuevas noticias del Vicario de Lanzarote al obispo sobre las erupciones
En carta de fecha 7-VI-1731 participa el vicario de Lanzarote Ambrosio Cayetano al obispo de la diócesis: Iltmo. Sr. En cumplimiento de mi obligación doy cuenta a V.S. cómo habiéndome avisado el Teniente de Parroquia de Yaiza el día 9 de mayo [de 1731] próximo pasado que el fuego del volcán corría con mucha velocidad por aquellos distritos, y que nuevamente había reventado otro de tres bocas más cercano al lugar, las cuales largaban mucho fuego; que por temor estaba en ánimo de pasar a su Majestad Sacramentado a la Ermita de San Marcial. Al día siguiente me puse en camino y pasé a dicho lugar, habiendo visto y reconocido el fuego que corría en río por la Vega y casas de la Villa Flor que están en las orillas del lugar, no cesando la tierra de palpitar”.
“Y habiendo dicho misa el Teniente Cura de repente se apagaron los volcanes y enfrió el fuego que corría, que verdaderamente lo atribuyo a milagro de la Virgen de los Remedios; y todos lo creemos así porque corría con tanta velocidad, que hicimos juicio que cuando llegara a mediodía estuviera en medio del lugar. Pero el día 14 a horas del sol puesto volvió a reventar el volcán en una de las montañas que había hecho distante del lugar de Yaiza y corría por encima del Mal País al mar sin que ofendiese el lugar y estuvo ardiendo hasta el día 30 que se apagó a media tarde, y habiendo cesado de forma que ninguna de las montañas ni Mal País jumeaba estábamos con el consuelo que no volvería a reventar más, pero el día 4 del corriente a la oración volvió a reventar otro nuevo volcán cercano a la Ermita de San Juan con cuatro bocas que arrojan mucho fuego, y se ha cogido el lugar de Tíngafa, en donde había más de cuarenta vecinos, y por ahí está corriendo hasta la fecha de ésta, pero no ha perecido nadie ni se han perdido granos algunos, pero nos tememos que acometa al lugar de Tinajo, así que corre por cuatro barrancos por ser mucho el fuego como por tener corriente a dicho lugar”. ¿Pico Partido, El Señalo, Caldera Escondida o quizás Las Calderas Quemadas?
En cuanto a Villaflor todo apunta a que debía ser un minúsculo caserío situado, más o menos al N de Yaiza, no muy lejos de este pueblo.
Datos según versión de L. von Buch hasta el final de su Diario
El 4 de junio [de 1731] –prosigue von buch– se abrieron tres bocas a la vez, siempre con las mismas sacudidas, crujidos y llamas, las cuales sumieron la isla en el más completo terror. Esto se produjo una vez más en las cercanías de Tingafaya [sic], aproximadamente donde se encuentra ahora la Montaña del Fuego. Las aberturas se reunieron muy pronto en un único cono muy alto. Una corriente de lava salió de debajo y llegó hasta el mar. Pudiera tratarse de Pico Partido o de La Montaña del Señalo.
Tingafaya debe ser una deformación de Tíngafa inducida por Timanfaya, nombre este que aunque producto también de un error por Chimanfaya se ha creído modernamente auténtico y ya en tiempos de Von Buch gozaba de plena vigencia en escritos y documentos. El geólogo alemán, poco ducho en la toponimia de la isla, asimilaría instintivamente a Tíngafa con Timanfaya y registró en la forma Tingafaya lo que en el original del cura Curbelo decía Tíngafa. En esta forma desfigurada Tingafaya, pasó a la versión francesa, de la que terminó por traducirlo Hernández-Pacheco en Timanfaya pensando que esta sería su forma correcta.
En cuanto al pretendido interludio de calma eruptiva comprendido entre el 6 de mayo y el 4 de junio de 1731, el mismo queda contradicho, como hemos visto, por el Vicario de Lanzarote en la carta del 7-VI-1731 transcrita en la entrada anterior al decir: “El día 4 del corriente, a la oración, volvió a reventar otro volcán cercano a la Ermita de San Juan con cuatro bocas que arrojaban mucho fuego y se ha cogido el lugar de Tíngafa en donde había más de cuarenta vecinos y por allí está corriendo hasta la fecha de éste”.
¿Cuál fue este volcán de nueva aparición? ¿Alguna boca de La Montaña de Maso, de Pico Partido, de Las Montañas del Fuego, la del Valle de la Tranquilidad? Sólo se pueden hacer vagas conjeturas, pues con los datos disponibles no es posible llegar a una conclusión plausible.
Continúa Von Buch: El 18 de junio se formó un nuevo cono en medio de los que se levantaban entre las ruinas de Mato [error por Maso], Santa Catalina y Tingafaya [de nuevo se incurre en el mismo error con este nombre]; probablemente la misma montaña que todavía ahora llaman el Volcán [esto responde a un malentendido del geólogo alemán, pues aquí nadie del pueblo llano ha llamado nunca ‘volcán’ a una montaña. Volcán* a nivel popular es el campo de lava solidificada] del cual salió la corriente de lava que fluyó hacia el NE (¿?). Un cráter lateral arrojó cenizas y relámpagos en cantidad, y de otro sobre Mazo ascendía mientras tanto un vapor blanco que hasta ahora no había sido visto.
Al mismo tiempo, al final de junio de 1731, se cubrieron las riberas y playas de la parte occidental de la isla con una increíble cantidad de peces moribundos de las más diversas clases y algunos de formas nunca vistas. Hacia el NO [desde Yaiza] se veía salir del mar mucho humo y muchas llamas con tremendas detonaciones [efecto de volcanes submarinos sin duda] y por todo el mar de Rubicón, es decir, por la costa O, se observaba lo mismo. Los peces y las piedras pómez flotaban alrededor.
En octubre y en noviembre unas erupciones no menos intensas llenaron de angustia a los habitantes de la isla. El 25 de diciembre de 1731 se sintieron los más fuertes temblores de tierra de los dos violentos y turbulentos años transcurridos, y el 28 de diciembre salió del cono que se había levantado una corriente de lava hacia Jaretas [Las Jarretas], quemó la aldea y destruyó la capilla de San Juan Bautista cerca de Yaisa”. Evidentemente se trata de otro San Juan y no del Evangelista ya comentado próximo a Tíngafa.
Aquí termina el texto del Diario del presbítero Andrés Lorenzo Perdomo, cura de Yaiza. Lo que sigue es un añadido del geólogo Von Buch producto de una información errada, que no sé por qué razón se ha considerado siempre como parte integrante del manuscrito del cura.
Este añadido reza como sigue: “Entonces perdió la gente toda esperanza de que nunca la isla pudiera recuperar la calma y se marchó con su párroco para Gran Canaria.
De hecho –continúa diciendo– las conmociones duraron todavía cinco años completos sin interrupción, y no fue antes del 16 de abril de 1736 que las erupciones acabaron. Durante este tiempo parecen haber retrocedido a su lugar de inicio repetidamente, pues no fue antes de este tiempo que el bello Valle de Tomara [error por Tomaren], situado en el extremo SE [NE en todo caso], fuera destruido, quizás no antes del año 1732 o del 1733, y luego, no antes, siguió la corriente incandescente desde el antedicho valle varias millas hacia abajo hasta muy cerca de Puerto Naos.
A esto hay que decir que no es cierto en absoluto que la gente se marchara con su párroco huyendo de Lanzarote. El cura Curbelo sí salió de la isla, después de haber solicitado la renuncia al curato de Yaiza, para atender unos asuntos personales, pero lo hizo con autorización de sus superiores, regresando a la isla en junio del año siguiente de 1732.
Como hemos visto, resulta practicamente imposible fijar valiéndose de los vagos e imprecisos datos que este texto suministra, la situación de los diferentes conos que iban surgiendo en el curso de la erupción.
Pero la actividad volcánica continuó aún por espacio de varios años más. Para este periodo posterior al contenido del Diario, las noticias documentales son empero muy escasas, conociéndose sólo algunos detalles de poca relevancia histórica. Veámoslo.
Formación del conjunto de las Montañas del fuego
Según J. C. Carracedo y E. Rodríguez (Lanzarote, la erupción volcánica de 1730) la apertura de estos volcanes debió producirse a principios de 1732: “La actividad volcánica –dicen– se concentra en un área relativamente reducida en el entorno de la Montaña de Timanfaya, con un primer estadio predominantemente explosivo –en el que se forman varios conos de cínder imbricados–, modificándose posteriormente a etapas más efusivas en las que se emiten grandes volúmenes de lavas muy fluidas a partir de campos de hornitos situados al NO y SE del conjunto de conos”.
Desgraciadamente, de estas fechas, pese a tratarse este episodio de los más importantes de la erupción en general, no se conocen practicamente referencias documenteles.
Hay incluso volcanólogos que sostienen que buena parte de este conglomerado volcánico ya existía con anterioridad a esta magna erupción del siglo XVIII. Sin embargo la mayoría disiente de tal opinión. Yo me posiciono decididamente con estos últimos. Se arguye, por ejemplo, que la Montaña de Timanfaya era anteriormente más pequeña de lo que es ahora y que quedó sepultada bajo los materiales eyectados durante esta erupción del siglo XVIII. Pero a tal posibilidad se opone el hecho de que sea precisamente en la parte cimera del volcán donde se ha pretendido identificar los restos de su antigua estructura, cosa poco menos que imposible de sostener, puesto que la cúspide forma parte integral de la pared sur del cráter principal, que es sin duda alguna de formación moderna, en cuyo filo superior se detectan, por cierto, desprendimientos de calor geotérmico que eran perfectamente apreciables por los años noventa del siglo pasado, cuyo origen sólo puede haberse producido unos pocos siglos atrás.
Otro argumento que parece contradecir una formación antigua de este volcán es la acentuada forma de cráter de herradura, de pared dorsal elevada, que tiene el contiguo volcán de La Montaña del Valle de la Tranquilidad que se halla a sotavento de Las Montañas del Fuego y está abierto mirando precisamente hacia el grupo de esas montañas. Dicho volcán, habida cuenta del baño de arenas rojizas que lo tapiza incluyendo las paredes interiores del cráter, tuvo que formarse con anterioridad cuando menos a La Montaña de Timanfaya, de cuyo conjunto de cráteres debieron proceder dichas arenas rojizas. Pues bien, como esa forma característica de cráter en herradura con pared dorsal elevada de La Montaña del Valle de la Tranquilidad debe ser sin duda producto de la acumulación de los materiales de proyección aérea más pesados que durante su formación el ímpetu del viento, que tenía que venir forzosamente, dada la configuración del volcán, de la dirección de Las Montañas del fuego, iba impulsando hacia atrás, la conclusión lógica es que en ese entonces Las Montañas del Fuego no existían aún, pues si no fuera así se hace difícil comprender cómo pudo el volcán adquirir esa forma tan acentuada en herradura teniendo a Las Montañas del Fuego frente a él interceptando el paso del viento.
También el hecho de que el antaño renombrado Lomo del Azufre, situado a una cincuentena de metros de la cumbre de La Montaña de Timanfaya por su lado de naciente, justo por donde ahora pasa la carretera turística de La Ruta de los Volcanes, mostrara un abundante contenido de ese mineral en 1906 cuando Hernández-Pacheco subió a la montaña, que fuera aún bien visible por los años sesenta de ese mismo siglo –de lo que yo puedo dar fe personalmente–, y que apenas queden ya unos escasos vestigios, podría constituir, dada esa rápida disminución de contenido de azufre en tan corto espacio de tiempo, una confirmación de la edad moderna de la montaña.
No obstante, a mi juicio la prueba de orden geológico más concluyente en determinar la contemporaneidad de la montaña con las demás pertenecientes a esta erupción, que excluye por innecesarios todos los demás argumentos, es sin duda la que ya apunté al hablar de La Caldera de la Rilla, es decir, el hecho de que hallándose La Montaña del Fuego dentro del área afectada por la lluvia de lapillis negros expulsados por dicha caldera –La Montaña de los Miraderos, por ejemplo, situada escasamente a cosa de 1 Km de distancia de esta de Timanfaya, se halla totalmente cubierta por una gruesa capa de lapillis negros de esa época– esté sin embargo recubierta por arenas rojizas. Esta circunstancia prueba de forma indubitable que este revestimiento de piroclastos colorados se produjo con posterioridad a la erupción de La Caldera de la Rilla, la emisora de los lapillis negros, según ha quedado expuesto.
Y por si no bastara con las pruebas de naturaleza geológica expuestas, existe además un argumento de índole documental que supone un testimonio confirmatorio, poco menos que irrefutable, de la pertenencia de este volcán a la erupción de 1730. Se trata de un escrito firmado por el vecino de Tinajo José Cabrera Carreño, testigo ocular de algunas de las manifestaciones eruptivas de 1824, quien refiriéndose al segundo de los volcanes abiertos en ese año, el llamado en la actualidad La Montaña del Chinero, dice: “El 29 de septiembre, acabada de dar las doce, hizo segunda erupción en el volcán del siglo pasado, a las inmediaciones de unas montañas que llaman del Fuego, que fueron formadas por el volcán”. (C. Romero R., Crónicas documentales sobre las erupciones de Lanzarote.
Entiéndase que la primera vez que en este escrito se emplea la voz ‘volcán’ se hace con el significado que siempre se le ha dado a la misma en la isla en el ámbito popular, es decir, con el de colada o extensión de lava petrificada, pues en el lugar en que este pequeño cono volcánico se formó no había antes ninguna otra eminencia montañosa, en tanto que la segunda vez sí debe tomarse en la acepción normal en castellano de cono volcánico, ya que sólo el nacimiento de un volcán propiamente dicho es el que puede dar lugar a la formación de ese cono volcánico.
Como puede apreciarse, en este interesante documento se hacen dos aseveraciones muy importantes sobre La Montaña de Timanfaya: una, que su formación tuvo lugar durante la erupción del siglo XVIII, y otra, que por lo visto siempre se le llamó, conjuntamente con las demás adyacentes a ella de menor tamaño, Las Montañas del Fuego, tal como he venido sosteniendo desde años atrás.
El volcán de La Montaña de las Nueces
No se sabe cuándo este pequeño cono volcánico, de apenas 300 m de diámetro por menos de 50 de altura sobre la base, entró en erupción ni cuándo la misma finalizó; sólo que se hallaba activo en febrero de 1733 durante la visita del obispo de la diócesis Dávila y Cárdenas, quien hace referencia al mismo al decir en sus Sinodales con respecto al puerto de Arrecife: “Dios quiera conservarlo del volcán, del que está amenazado”, haciendo alusión con ello, sin duda alguna, a la colada que entonces descendería, rebasado el pueblo de Tahíche, pendiente abajo hacia dicho enclave portuario. Mas las características especiales de su lava sumamente fluida y el enorme caudal expulsado parecen demostrar que toda la imponente cantidad de lava que pudo extenderse hasta tan larga distancia tuvo que verterse en un tiempo muy corto para no haberse enfriado o apelmazado, por lo que parece razonable pensar que la duración total de la erupción debió ser muy corta, de muy pocos días cuando más.
El volcán en cuestión está situado a unos 3 Km al ONO del pueblo de Masdache y se le conoce popularmente con el nombre de La Montaña de las Nueces por el hecho, según me han contado, de que los trozos de escoria que recubren sus faldas suenan al pisarlas como nueces.
Del mismo fluyeron dos anchurosas y largas coladas, una mayor en dirección E que al avanzar en esa dirección unos 3 Km rodeó al pueblo de Masdache siguiendo su camino, dividiéndose luego en dos grandes brazos apenas rebasado el caserío de Mozaga, uno de alrededor de 10 Km de largo que tomó rumbo N. hasta perderse en los extensos arenales de El Jable por encima de la Caleta de Famara y otro, más largo aún, de no menos de 12 Km, que efectuando un brusco giro en el punto de bifurcación, se dirigió hacia el SE y ganó la costa un poco por encima de Arrecife, en el actual Puerto de los Mármoles. Una prueba del increíble empuje de este ardiente torrente de lava es que después de haber recorrido más de 20 Km desde su punto de emisión rellenando hondonadas y sorteando montañas, todavía tuvo empuje suficiente para meterse más de 300 m mar adentro venciendo la oposición del frío de sus aguas.
Fue asimismo este río de lava el que destruyó la ermita de La Candelaria, que se encontraba al S de Morro Chibusque, antes de llegar a Tomaren. Y fue también por esta zona de la colada donde se fraguó la conocida cueva de los Naturalistas o de Las Palomas, cuyas bocas, que son sendos ‘jameos’, se abren al N de La Montaña de Juan Bello.
La otra colada tomó rumbo S hacia Las Vegas de Tegoyo, discurrió por el angosto paso que en este lugar se forma y continuó pendiente abajo en la misma dirección, siempre adelgazada, varios Km, aunque sin alcanzar la costa.
Producto de esta larguísima corriente de lava fue también la creación de las llamadas burbujas volcánicas que César Manrique aprovechó para construir su célebre casa del Taro. Mi opinión es que no fueron en sentido estricto auténticas burbujas volcánicas, pues aparte de que ya de por sí la lava de este volcán contenía pocos gases según afirman los especialistas en la materia, a la distancia a que se encontraban estas formaciones ya habría tenido tiempo sobrado de haberse desprendido del que contuviera. Pienso que la formación de tales burbujas debió de ser producto de la explosión de pequeños aljibes que existirían allí, que al ser cubiertos por la lava y recalentarles el agua harían que los mismos reventaran violentamente. Cuando la explosión se produjo, la lava allí inmovilizada en el ensenamiento lateral al discurrir general de la colada en que se encuentran tales formaciones, debió encontrarse ya en un grado de semicompactación, pues el hecho de que las mismas conservaran al reventar su forma abovedada sin colapsarse así parece indicarlo.
Pueblos perdidos por efecto de las erupciones hasta principios de 1733. Visita del obispo Dávila y Cárdenas
El obispo de la diócesis Pedro Dávila y Cárdenas visitó la isla de Lanzarote en febrero de 1733 cuando aún se hallaba la actividad volcánica en pleno desarrollo. En las Sinodales que celebró a su regreso dejó la siguiente relación de pueblos destruidos o dañados por los volcanes:
“Tíngafa, con 64 vecinos o familias. Peña Palomas, con 18 (se encuentra la pequeña montaña de este nombre en el extremo NE de la Geria). Testeina, con 3 (el lugar de Testeina se halla a un par de Km. al ENE de la anterior montañeta). Asomada, con 4 (debe tratarse del actual pueblo de este nombre). Iguadén, con 7 (está a 3 Km. al SO. de La Vegueta). Gerias, con 10 (La Geria es un paraje de Lanzarote sobradamente conocido. Entonces se distinguían La Geria de Arriba y La Geria de Abajo). Masintafe, con 3 (próximo y a poniente de Masdache). Mozaga, con 12 (aún existe este pueblo). Lomo de San Andrés, con 8 (próximo al actual pueblo de Tao). San Bartolomé, con 81 (por lo visto ya entonces era uno de los pueblos más populosos de la isla). Calderetas de San Bartolomé, con 6 (en la actualidad, una barriada del anterior). Guagaro, con 5 (próximo y al N de Las Vegas de Tegoyo. No se sabe si era palabra llana o esdrújula). Conil, con 17 (existe aún). Masdache, con 30 (id.). Montaña Blanca, con 14 (id.); y Guatisea, con sólo una familia (próximo al anterior).
Efectos de otro volcán no identificado de este mismo año
El 26 de septiembre de este año 1733 se sabe por un documento suscrito por el cura Lorenzo Curbelo dirigido a la Real Audiencia, independiente de su famoso Diario, que “entró en Yaiza el fuego y se llevó cinco casas”. (J. de León H. y P. Quintana A.: VIII Jornadas de Estudios de Fuerteventura y Lanzarote, Desplazamientos poblacionales...)
Cuál fue el volcán causante de esta destrucción no se sabe, pero lo que sí puede afirmarse sin la menor posibilidad de error es que no pudo ser el de La Montaña de las Nueces, activo también entonces, puesto que las lavas de este cono no podían verter hacia el S en que se encontraba el pueblo afectado por impedirlo el relieve del terreno.
Cabe también la posibilidad de que fuera este volcán el que cegara el Puerto de Janubio, pues parece ser que tal sucedido ocurrió por esas fechas. Podría haber sido el de Montaña Rajada, alguna de las cuatro Calderas Quemadas o el de La Montaña del Valle de la Tranquilidad, pues todos ellos tienen caída hacia el S.
Finalización de las erupciones
Se conoce cuál fue el año en que tal evento se produjo. Hasta ahora se había creído, basándose en lo que dice el geólogo alemán L. von Buch en los comentarios que hace a continuación de la traducción a su idioma materno del manuscrito del cura de Yaiza, que había sido en 1736, “no antes del 16 de abril”, dice concretamente von Buch. Pero eso es un error en cuanto al año se refiere. Con respecto al mes y el día lo más probable es que fuera, efectivamente, en abril, o en todo caso en alguno de los meses subsiguientes, pero el día se ignora.
Se conoce un documento que acredita fehacientemente que tal evento ocurrió en efecto en 1735, datado el 1º de abril de ese año, localizado por José de León Hernández en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas. En él se dice que al observarse que un brazo de lava se dirigía hacia Tinajo amenazando echarse sobre el pueblo, se reunieron varios señores de los más destacados socialmente de aquella localidad en representación de todos los vecinos, y acordaron elegir y nombrar “por especial protectora y patrona de este lugar de Tinajo a la santísima Virgen María con el...título de Los Dolores, debajo de cuya protección y amparo se ponen para que con su...intercesión alcance de Dios Nuestro Señor que libre este lugar y sus distritos de las ruinas del volcán de que se halla amenazado.”
El hecho de que Von Buch diga que fue en 1736 cuando finalizaron las erupciones, es por lo tanto un error evidente. Es posible que la cruz con la fecha colocada en aquel lugar ya figurara con ese año cambiado por error, pues la original, si es que se colocó cuando el evento tuvo lugar, tendría que contener el año 1735. En cuanto al mes respecta vemos que la reunión de vecinos se celebró un par de semanas antes del día que da Von Buch. Pero hay que tener en cuenta que la frase de este autor referida a los volcanes “que no acabaron antes del 16 de abril” lo único que significa es que su finalización era un hecho inminente o muy próximo.
Lo que sí se ha podido saber gracias a la observación de campo y métodos de estudios geológicos modernos es que el volcán responsable de tales efectos fue el de Montaña Colorada, un volcán de mediano tamaño y figura troncocónica bastante regular, con el distintivo de tener las faldas de naciente teñidas de rojo carmesí, que se alza a un par de Km al NO de Masdache y 4 al S de la ermita de Los Dolores. No se sabe con exactitud la fecha en que entró en erupción, pero sí que, como se ha visto, se encontraba activo en abril de 1735, posiblemente desde el mes de marzo anterior cuando menos.
La importancia histórica de este volcán es precisamente la de haber sido el que emitió la colada que se dice por tradición que se detuvo en Mancha Blanca ante las rogativas de los componentes de la comitiva que se desplazó al lugar con este fin, suceso que no ocurrió, reitero, en 1736, sino en el año anterior de 1735.
Fue también este volcán el que cubrió de lava el lugar de Inaguadén –nombre luego acortado en versión popular en la forma Iguadén, que es como se le conoce ahora–, cortijo que fue valiosa joya del señorío de Lanzarote y residencia ocasional de los señores, en donde por cierto falleció la primera marquesa doña Inés de Ponte y se dilucidaron importantes asuntos de la administración de la isla luego del terrible ataque pirático de 1618 que dejó a Teguise la capital convertida en ruinas.
En un hoyo o agujero de unos metros de profundidad, abierto en la lava su parte superior y en el lapilli que había inundado el lugar con anterioridad en su parte inferior, es posible ver aún en el fondo restos de paredes de piedra de alguna construcción corraliza que presumiblemente pertenecería al conjunto del cortijo.
Por otra parte, en cuanto a que fuera este volcán de Montaña Colorada el último de cuantos se abrieron en aquellas erupciones tampoco se puede afirmar de forma absoluta, pues se sabe de la existencia de al menos otro volcán de ese mismo año 1735 del que da fe un documento fechado el 12 de enero, en que se mencionan daños inminentes por la lava en Yaiza (J. de León H. y Mª A. Perera B.: VII Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote, Las aldeas y zonas cubiertas por las erupciones volcánicas de 1730-36), del que, aunque la única noticia que se tiene de él, como hemos visto, es que se hallaba activo meses antes de lo que estaba el de Montaña Colorada, no sabemos cuánto pudo durar hasta su cese dentro de ese año, es decir, si lo sobrepasó en duración o no. Pero que se trata de otro volcán distinto al de Montaña Colorada puede afirmarse sin posibilidad de error por la simple e incontrovertible razón de que éste no podría nunca verter lava hacia Yaiza debido al relieve del terreno en que se levanta, que se lo impediría.
De manera que aunque es cierto que con los datos conocidos no se puede saber con exactitud el mes y día en que las erupciones finiquitaron, en cuanto al año sí parece haber consenso, pues aparte de estos dos casos expuestos, hay varios autores que escribieron poco tiempo después de las erupciones que confirman que fue en ese año de 1735 cuando las mismas finalizaron, si bien sin especificar el volcán responsable del hecho ni la fecha del día y mes en que ello ocurrió. Entre dichos autores se cuentan el ingeniero militar Antonio Riviere, quien permaneció en la isla varios meses en el bienio 1741-42 en misión de servicio (J. Tous Meliá, Descripción geográfica de las Islas Canarias de don Antonio Riviere), quien declara: “Los volcanes, que empezaron el año 1730, dejaron de vomitar el año 1735”; el de igual graduación, Francisco Gozar, que llegó destinado a Canarias en 1755 (Horacio Capel, Revista bibliográfica de geografía y ciencias sociales. Universidad de Barcelona, 2001), quien dice que los volcanes “no dejaron hasta el año de 1735 de vomitar materias”, y el renombrado historiador canario J. A. Álvarez Rijo, cuyo testimonio, aunque más tardío, tiene gran valor probatorio dada su reconocida probidad historiográfica y por el hecho de haber residido varios años en Lanzarote en su infancia y juventud, donde tuvo trato directo con personas que por su edad conocieron a testigos presenciales de las erupciones. En su obra Historia del Puerto del Arrecife figura la frase: “Después del volcán que duró desde el año 1730 al de 1735,...”, en que, como se ve, se señala ese año como el de finalización de las erupciones. Es cierto que en página anterior había dicho del “volcán” que “...durante siete años cubrió gran parte de la superficie de la isla”, pero tal declaración debe ser atribuida a despiste del autor o a error de escritura, pues tan larga duración excede los límites de lo historiograficamente aceptable en este caso concreto.
Otra prueba a tenerse en cuenta de que las erupciones pusieron punto final a su actividad magmática en ese año 1735 es que del resto de ese año y de los subsiguientes no existe la menor noticia documental referida a actividad volcánica en la isla. Por lo tanto debió ser en el mes de abril de 1735, según se deduce de la reunión de los vecinos de Tinajo de que se ha hablado, o en todo caso algo después, cuando este volcán puso fin definitivamente a aquellas terroríficas erupciones exhalando sus últimos estertores.
A este cese de los volcanes siguieron días en que la gente mantuvo una tensa espera no fuera que volvieran a reproducirse las erupciones como tantas veces había ocurrido antes. Pero afortunadamente esta vez no fue así. A medida que los días pasaban, la calma y el sosiego fue asentándose en el ánimo de los soliviantados isleños al ver que la actividad volcánica no se reactivaba, hasta llegar el convencimiento total del cese definitivo.
Consecuencias de la erupción
La intensidad alcanzada por algunos de estos volcanes fue muy intensa. Prueba elocuente de ello es lo que se manifiesta en algunos escritos de aquellos años: En uno del Cabildo eclesiástico de Gran Canaria se dice: “...cómo hallándose el pueblo [de esta isla] acongojado no solamente de los muchos golpes que se han estado oyendo del volcán de Lanzarote y las varias veces que se han visto sus voracidades”. En una carta del Regente de la Real Audiencia enviada a las autoridades de Lanzarote: “...aumentándose nuestro desvelo con el continuado estrépito y ruido que se está oyendo en esta isla [de Gran Canaria], afligiendo a sus moradores la contemplación de lo que ahí se padece y experimentar el continuo temblor de los edificios”; y en otra de la Real Audiencia de Gran Canaria al rey: “Ha sido tanto el fuego y tan elevado que se ha visto continuamente desde ésta y las demás islas en parajes de distancia según se regula de 50 leguas. Tantas las piedras y de tal magnitud que sobre haber formado muchas elevadas montañas al tiempo de salir y quebrarse en el aire se ha oído y hecho temblar su estruendo por muchos repetidos días los edificios, puertas y ventanas y aún los montes en esta y otras islas”.
Como consecuencia de tan tremenda conmoción telúrica, gran parte del lado SO de la isla cambió radicalmente de fisonomía. Donde antes había habido espaciosas llanuras y feraces vegas que producían pasto para el ganado y abundante cereal cuando los años se daban bien, se extendía desde entonces un impresionante manto de lava oscura y lapilli de más de 200 kilómetros cuadrados de superficie y espesor variable en varios metros, habiéndose aumentado además el número de montañas de la zona, contando sólo los conos principales, en más de veinte.
Mucha gente, atemorizada por la aparatosidad del siniestro, se trasladó en un principio a las otras islas del archipiélago, en particular a la más próxima de Fuerteventura. Pero pronto la mayor parte de ellas, al saber que el peligro era más aparente que real, se reintegró a su tierra.
Llama la atención la falta de noticias referentes a víctimas humanas durante toda la catástrofe dadas las enormes proporciones que el fenómeno eruptivo alcanzó, máxime teniendo en cuenta la alusión a la muerte masiva de ganado y otros animales. Sin embargo, parece ser que si las hubo debieron ser muy escasas. Sólo se sabe de la muerte, al parecer por efecto directo de los volcanes, del niño que quedó consignada en su momento.
Y como todo, pese al enorme caos que se produjo y consiguientes perjuicios, no había de ser negativo, hay que dejar constancia de un hecho derivado directamente de estas tremendas erupciones que, paradójicamente, habría de suponer un incalculable beneficio para la economía de la isla: el revolucionario sistema agrícola de los enarenados que fue copiado por la gente al observarse que en algunos sembrados que habían quedado cubiertos con una ligera capa de arena caída de los volcanes las plantas crecían con más vigor y lozanía y daban frutos más abundantes, lo que a partir de entonces, perfeccionándolo, se ha convertido en un sistema de cultivo sui géneris de la isla.
El caso de las ‘bambas’
En tan apocalípticos momentos hay que consignar también el anecdótico episodio social de las populares ‘bambas’, unos realillos falsos introducidos en Tenerife por un desaprensivo comerciante holandés, desde donde inundaron el resto del archipiélago. Las salpicaduras de este curioso caso de fraude monetario que alcanzaron a nuestra isla fueron nefastas para su ya de por sí depauperada economía.
Refriega con unos piratas
Otro percance más ocurrido en nuestra isla con piratas furtivos fue el ocurrido en Arrecife el 16 de septiembre de 1740. Tres bajeles marroquíes echaron por sorpresa en tierra unos hombres que después de una tenaz lucha con los insulares, tuvo como hecho fatal la muerte por un descarriado balazo del capitán Juan Tomás de García, juez ordinario de Lanzarote.
Construcción del castillo de Las Coloradas
En 1742 se finalizan, bajo la dirección técnica del ingeniero Claudio de Lisle, las obras de una nueva fortaleza en nuestra isla, el llamado Castillo de las Coloradas a causa del color rojizo de los terrenos en que se halla emplazada. Encaramado en lo alto de la escarpada Punta del Águila, el más acusado saliente costero de aquella zona litoral, viene ejerciendo desde entonces esta pequeña torre-fortaleza de impertérrito centinela del estrecho de la Bocaina, cuyas aguas domina visualmente en conjunto.
A comienzos de 1741 fue enviado a Lanzarote por el entonces Capitán General de Canarias Andrés Bonito Pignatelli, que había tomado posesión de su cargo poco antes, el ingeniero militar Claudio de Lisle con la misión de fijar el lugar en que se habría de construir una pequeña fortaleza o torre que se tenía proyectado hacer al sur de la isla en el estrecho de La Bocaina.
Para tal fin eligió el citado funcionario la Punta del Águila, un promontorio que alcanza una altura de unos 15 m sobre el nivel medio de las mareas desde el que se domina prácticamente toda la costa de la isla correspondiente al citado estrecho. Las obras se llevaron a cabo con toda celeridad, pues habiendo sido iniciadas en ese mismo año de 1741 ya estaban terminadas al año siguiente.
La forma de esta torre es troncocónica, con un diámetro en la base de unos 14 m y una altura de poco más de 8 m sobre el suelo. La puerta de entrada se abre a media altura de la pared por el lado que mira hacia tierra, accediéndose a la misma mediante una meseta escalonada separada del edificio sobre la que se tendía el puente levadizo. El interior del edificio se dividía en dos grandes salas superpuestas, la superior que servía de alojamiento a la tropa, a la que se entraba, una vez traspasada la puerta exterior y un pequeño pasillo que seguía a continuación, cubierta por el techo en bóveda de cañón del castillo. El piso era de madera, y se hallaba sostenido por un grueso pilar central de sillería apoyado en todo su perímetro en un saliente de la pared. A los lados tenía esta sala dos pequeñas habitaciones, una frente a la otra, y en la pared del fondo un ventanuco que permitía la entrada de la luz exterior. La sala inferior, que servía de almacén, era de menor amplitud, y su techo era el piso de madera de la sala de arriba, disponiendo, como la superior, de un ventanuco para permitir, asimismo, su iluminación diurna. En este nivel inferior se encontraba el calabozo y el almacén de la pólvora. Luego en lo alto, por encima de la bóveda, en el grosor del techo, había dos cisternas situadas en posición diametralmente opuestas, cuyas bocas, protegidas con las correspondientes tapas de madera, se abrían en la azotea.
Ampliación y mejoras introducidas en el castillo de San Gabriel
En 1742, fue sometido de nuevo el castillo de San Gabriel a importantes obras de reforma que modificaron sustancialmente su fisonomía exterior, pues se le unieron los baluartes de las esquinas con un grueso muro corrido, rellenándose con escombros y arena el corredor que había quedado entre ambas paredes, con lo que el edificio adquirió mayor volumen y la superficie de la plaza de armas o azotea quedó notablemente ampliada, obras que fueron proyectadas y dirigidas por el ingeniero Antonio Riviere.
Visita episcopal
El 5 de febrero de 1744 llegó a Lanzarote en visita pastoral el obispo de la diócesis Juan Francisco Guillén. Desembarcó por el lugar de Papagayo, por lo que el primer templo que visitó fue la ermita de Femés. De ella observó que carecía de casa para albergar a los fieles que la visitaban, quienes por lo visto se alojaban en la propia ermita incluso por las noches de forma indecorosa, por lo que ordenó que se construyera en sus inmediaciones un edificio para tal fin.
El Castillo de las Coloradas atacado por unos argelinos
No tardó mucho el neonato castillo de Las Coloradas en recibir su bautismo de fuego. En 1749, apenas transcurridos siete años de su construcción, fue asaltado por una tropa compuesta por unos cuatrocientos hombres desembarcados en sus proximidades de dos jabeques argelinos, quienes no hallaron gran dificultad en reducir la modesta guarnición que lo defendía, logrado lo cual prendieron fuego al maderamen con que se disponía la distribución de sus diferentes estancias interiores. Una vez desembarazado el camino con la rendición de la pequeña fortaleza, se internaron los invasores isla adentro sin encontrar resistencia, llegando hasta Femés, en algunos de cuyos edificios causaron serios desperfectos, cometiendo impunemente actos de pillaje y expolio en haciendas y ganado. No obstante, llevados quizás de las facilidades que iban encontrando en sus correrías, se confiaron demasiado los argelinos, aprovechando la coyuntura los isleños para contraatacarlos luego de rehacerse de la primera sorpresa, causándoles entonces cuantiosas bajas en la misma orilla del mar antes de que tuvieran tiempo de ganar sus bajeles.
Efectos del tsunami producido por el terremoto de Lisboa
El horrible terremoto sufrido por la capital de Portugal en 1755, causante de la muerte de miles de lisboetas y la destrucción de incontables edificios, produjo un gran tsunami que dejó sentir sus efectos en muchas zonas costeras hasta donde su irradiación alcanzó, de menor efecto naturalmente cuanto más alejado del epicentro se encontrara el lugar afectado. Así fue que mientras en Cádiz murieron al ser arrastrados por las aguas varios cientos de personas, en nuestras islas apenas despertó la curiosidad al verse cómo el agua del mar oscilaba bajando y subiendo inesperadamente con un desnivel pronunciado, llegando a quedar varados algunos peces al quedar al descubierto el fondo del mar.
En nuestra isla se dice que estas olas tsunámicas inutilizaron unas salinas, sin dar su situación o nombre, mas por la fecha en que ocurrieron no pudieron haber sido otras que las de Bajo el Risco.
El padre Medinilla en Lanzarote
El 8 de enero de 1758 llegó a Lanzarote el padre misionero fray Juan de Medinilla acompañado del cofrade fray Pedro de Villoslada. Durante su estancia, que duró hasta abril siguiente, se dedicaron a ejercer sus misiones y tomar confesión a muchos fieles. De esta actividad cuenta el misionero los casos sangrantes siguientes, sin mencionar naturalmente los nombres de los penitentes: “En Haría –dice– encontré callando culpas por vergüenza veintitrés almas, una de las cuales, que era mujer casada, mató tres criaturas que hubo ausente su marido en Indias; y las tres criaturas las tuvo con un hombre casado, hermano de su mismo marido. En Yaiza –añade– encontré también dos personas casadas que con veneno mataron al marido de la mujer y después se casaron, habiendo vivido años antes pecando los más días”.
Desembarco de unos piratas en Arrecife en 1762
En 1762 atacó la isla una flotilla inglesa constituida por dos poderosos buques. Era el principal objetivo que se proponían, apoderarse de unas embarcaciones canarias que habían alcanzado a ver surtas en Puerto Naos. Pero viendo los ingleses la dificultad de entrar en dicho puerto a causa de los escollos que había en su entrada se abstuvieron de hacerlo, dedicándose a disparar mientras tanto sobre el castillo de San Gabriel, al que consiguieron acallar con sus potentes piezas artilleras. A continuación se desplazaron con sus embarcaciones una legua hacia el oeste, que seguramente sería por la Playa de las Conchas (antes del Cable) o La Bufona, echando en tierra unos cien hombres que alcanzaron a pie Puerto Naos seguidos por mar por sus lanchas en que poder embarcarse en caso de emergencia. Ante esta amenaza los lanzaroteños intentaron cortar el avance atrincherándose tras una ringla de dromedarios que habían traído ex profeso. Mas la reacción de las pobres bestias al sentir en sus carnes los primeros impactos de bala fue la de revolverse contra sus propios amos para acto seguido huir precipitadamente en desbandada. Los isleños, una vez recuperados del imprevisto contratiempo, continuaron incordiando a los intrusos como pudieron. Mientras, los barcos que estaban en Puerto Naos aprovecharon para ponerse a salvo dándose a la fuga con todas las velas desplegadas.
Ocurrió luego que al intentar desembarcar el comandante del Lord Anson por las proximidades del castillo en una chalupa, recibió un disparo mortal de fusil hecho desde tierra por el teniente coronel Carlos Monfort, que se había ocultado detrás de una peña próxima al castillo, lo que provocó la retirada definitiva de los corsarios.
Cuenta a este respecto el historiador canario José Agustín Ávarez Rijo como hecho anecdótico que el hijo de aquél, Mateo Monfort, administrador de tabacos de la isla, guardaba con orgullo, como una reliquia, el fusil con el que su padre había logrado tal proeza.
George Glas en Lanzarote
El marino y comerciante escocés George Glas frecuentó la isla en barcos de su propiedad en la década de los sesenta del siglo XVII dedicado al comercio y transporte de mercancías. Tomó tierra por primera vez en Lanzarote en el mes de noviembre por el estrecho de El Río, el brazo de mar que separa a La Graciosa de Lanzarote. Venía de Puerto Cansado, donde pretendía establecer una base para comerciar con los moros de la región. A Lanzarote la recorrió con cierto detenimiento, especialmente en su perímetro costero, tomando nota de los lugares en que se podían hacer operaciones con las embarcaciones. Da también su opinión de cómo eran los naturales de la isla. Con todos estos datos, más la incorporación de la obra histórica de Juan de Abreu Galindo, una copia de la cual encontró en la isla de La Palma, compuso un libro que tituló The history and discovery of the Canary Islands que suministra una serie de datos muy interesantes sobre geografía, prehistoria, historia, etnografía y costumbrismo. He aquí la traducción de algunas notas más relevantes de las materias que trata:
“Aunque los nativos de esta isla pasan por ser españoles son, sin embargo, una mezcla de los primitivos habitantes, los franceses y otros europeos que los sojuzgaron, y de moros cautivos que Diego de Herrera y otros trajeron a las islas desde Berbería.
Son por lo general de gran estatura, robustos, fuertes y de piel oscura. Están considerados por los de las otras islas rudos y descorteses. Yo creo que es verdad, porque por lo que he podido observar al tratarlos, parecen ser avariciosos, rústicos e ignorantes.
Ni hablan ni comprenden otra lengua que la de Castilla, y a ésta la pronuncian de forma inculta. Visten toscamente a la usanza española moderna, pues la chaqueta corta y la golilla que usaban antes los españoles no se conocen aquí.
Construyen las casas con piedra y cal. Las de las clases acomodadas están cubiertas de tejas, pero las clases bajas las cubren con paja [seguramente se refería a la típica ‘torta’ hecha con paja y barro]. Muy pocas, incluso de la clase alta, tiene cielo raso o segundo piso, sino que se construyen en forma de almacén que es luego compartimentado con tapias de madera más bajas que las paredes, de forma que las habitaciones están todas abiertas por arriba. Los pisos están normalmente enlosados.
La comida de los campesinos consiste generalmente en lo que llaman ‘gofio’, que es harina de cebada o trigo tostado que luego mezclan con un poco de agua, convirtiéndola en una masa, y así la comen. Esta dieta no necesita cucharas, cuchillos o tenedores. A veces la refinan mojando cada puñado de ‘gofio’ en miel o melaza.
En invierno, cuando la hierba abunda, tienen abundante y excelente leche a la que le ponen gofio que comen ayudándose de cucharas hechas con lapas. Otro modo de preparar el ‘gofio’ es hirviéndolo con leche y removiéndolo hasta que se espese. También la gente pobre en ocasiones extraordinarias, tales como festejos, bodas, etc. comen carne y pescado, pero como he dejado dicho, el ‘gofio’ es su alimento ordinario. En cuanto al pan es raramente usado a no ser por las clases pudientes. Apenas beben vino o cualquier otra cosa que no sea agua. Su trabajo es arar la tierra, sembrarla y recoger el grano y ocuparse en las demás ocupaciones de granja. Hay pocos artesanos. La ropa es casi toda hecha por las mujeres y los utensilios domésticos se traen de las otras islas. Hay pocos monjes y ninguna monja. De lo que no carecen es de curas, pues la isla dispone de varias parroquias y hay en ella una corte secundaria de la Inquisición para prevenir las herejías.
Aunque la muerte de Jorge Glas no tenga que ver directamente con la historia propiamente dicha de Lanzarote, teniendo en cuenta la relación que este personaje tuvo con la isla y lo terrible de las circunstancias que concurrieron en tal suceso creo oportuno darla a conocer aunque sea como episodio tangencial a nuestra historia insular. Ocurrió que después de haber sido liberado de un encarcelamiento de unos diez meses en Tenerife por haber considerado las autoridades canarias improcedente el proyecto que Glas se proponía de establecer una base comercial en la costa de África, en el lugar de Puerto Cansado, tomó pasaje en noviembre de 1765 para regresar a su tierra con su mujer y una hija de once años de edad que tenían con ellos, en un buque que iba a zarpar para Londres. Y, horrores del destino, resultó que la tripulación del barco se amotinó durante el viaje y luego de matar al capitán hicieron otro tanto con él y con su mujer e hija, siendo éstas lanzadas vivas al océano por aquellos descerebrados sin el menor atisbo de piedad. Hay que decir, como alivió de conciencia, que los asesinos fueron no obstante aprehendidos a poco tiempo de tomar tierra en Irlanda, a donde se habían dirigido cambiando el rumbo, en cuya costa hundieron la nave.
Años de hambruna
Los años 1768, 69 70 y 71, especialmente el último, fueron sumamente calamitosos para la isla. La proverbial ausencia de lluvias y consiguiente falta de los cereales que constituían la base de la alimentación de los isleños, y añadida la improductividad del ganado, supuso el hundimiento de la población en una hambruna terrorífica que también afectó, en mayor escala si cabe, a la isla hermana de Fuerteventura. Muchos de estos isleños se vieron obligados a marchar a Gran Canaria y a Tenerife para impetrar la caridad pública, siendo en algunos casos socorridos por las autoridades de aquellas islas más ricas. Pero los que no pudieron abandonar la isla recurrieron a los más degradantes actos que el instinto de conservación pueda dictar, como por ejemplo, a buscar en los muladares algún desperdicio que echarse a la boca, incluso huesos descarnados sometiéndolos al fuego, suelas de calzado y otras inmundicias, causando esta falta de comida la muerte nada menos que a unas 2.600 personas, lo que constituía la tercera parte de la población total de la isla.
La situación comenzó a recomponerse en 1772 en que la pluviometría fue más generosa y permitió restituir a paso lento la normalidad en la agricultura y la ganadería.
Reparación del castillo de Las Coloradas
En 1769, siendo Comandante General del archipiélago don Miguel López Fernández de Heredia, fueron reparados por el ingeniero Alejandro de los Ángeles los desperfectos sufridos en 1749 por el ataque a que fue sometido este pequeño castillo por los argelinos en 1749, quedando con ello de nuevo el fuerte en normales condiciones de operatividad.
Al finalizarse estos trabajos se colocó sobre la puerta de entrada una placa con la leyenda siguiente:
REINANDO EL SR. D. CARLOS III MANDANDO ESTAS ISLAS EL EXCMO SR. D. MIGUEL LOPEZ FERNANDEZ DE HEREDIA MARISCAL DE CAMPO SE REDIFICO ESTA TORRE DE SAN MARCIAL PUERTO DE LAS COLORADAS PUNTA DEL AGUILA AÑO DE 1769.
En este letrero se observa un error de identificación de la torre al llamarla ‘de San Marcial’, ya que se trata de una confusión con el castillo betancuriano al creerse entonces erróneamente que este Castillo de las Coloradas se había construido sobre el solar del que levantaron los franceses, el cual en realidad se encontraba a algo más de 2 Km de distancia hacia naciente.
Construcción del primer hospital insular
Una obra de gran importancia social en Lanzarote fue la construcción en 1774, en la capital de la isla, Teguise, del primer hospital de Lanzarote, al que se le impuso el nombre de El Espíritu Santo. Fue del hacendado presbítero Agustín Rodríguez Ferrer, lanzaroteño, de quien surgió la idea de su creación y la disposición de bienes para su mantenimiento, contribuyendo a llevar a cabo el proyecto el obispado de Canarias con su apoyo económico y moral, cuyo prelado Juan Bautista Servera fue quien puso la primera piedra del edificio, que se levantó al lado de la ermita del mismo nombre.
Este hospital estaba destinado esencialmente a enfermos pobres de solemnidad y disponía en principio de cuatro camas a las que se añadieron luego dos más por donación de una hermana del presbítero, manteniéndose activo hasta la desamortización de bienes nacionales, en que perdió los que lo mantenían.
Se construye el Puente de las Bolas
También data de estas fechas el monumento más genuino y representativo de nuestra ciudad capital, el singular Puente de las Bolas. Así nos lo hace saber, de forma taxativa e inequívoca, el escritor del siglo pasado José Agustín Álvarez Rijo. Oigámoslo:
“Para pasar desde la isla a la fortaleza (dice refiriéndose al castillo de San Gabriel) hubo un mal murallón y un puente formado con unas vigas. El que ahora hay de tres ojos, levadizo el espacio del medio, de cantería, con sus pilares, escalera vuelta al N. que sirve de muelle, y sus murallas, es obra del reinado de Carlos III, por los años de 1771”.
Se sabe que el ingeniero José Ruiz Cermeño había sido comisionado poco antes por el comandante General de Canarias don Miguel López Fernández de Heredia para que inspeccionara las fortalezas de la isla a fin de introducir en las mismas las reformas que juzgara oportunas, y cuando llegó a la isla en junio de 1772 todavía existía el puente elemental de vigas de madera de quita y pon, que se tendían sobre el único paso o abertura que había entonces en el camino amurallado que unía tierra firme con el Islote de Tierra. Por lo tanto su construcción se llevó a cabo entre el segundo semestre de ese año y el de 1777 en que se da como finalizado sin precisión de mes y día.
Construcción del Castillo de San José
Las obras de este castillo se comenzaron en abril de 1776 siendo Comandante General de Canarias Eugenio Fernández de Alvarado, marqués de Tabalosos, corriendo el proyecto a cargo del ingeniero Andrés Amat de Tortosa.
Al frente de las obras fue puesto en un principio el ingeniero José Arana acompañado del teniente de artillería Rafael de Arce y Albalá, pero en octubre de ese mismo año cesó Arana al marchar a la Península, quedando a cargo de las obras el mencionado teniente de artillería, y en ejecución material de las mismas el maestro mayor José Nicolás Hernández con su cuadrilla de obreros.
El teniente Arce cesó a su vez en estas funciones el 30 de julio de 1778, figurando en las etapas finales como técnico director de la obra el ingeniero Alfonso Ochando, quedando terminado el castillo en el año 1779, tal como puede verse grabado en una placa colocada sobre la puerta de entrada.
Se dice que la construcción de este castillo obedeció más a una gracia del monarca Carlos III concedida para aliviar el estado de miseria reinante entonces en la isla a causa de la pertinaz sequía de aquellos años, dando trabajo a parte de la población –de donde el título de ‘Fortaleza del Hambre’ por el que fue también conocido–, que a necesidades defensivas propias de su carácter militar.
Su planta es de forma cuadrada entre el frontis, que mira hacia tierra, de 35 m de largo, y los laterales rectos, de unos 15 m, en tanto que en el resto o parte trasera, que da hacia el mar, por donde alcanza una altura de unos 5 a 8 m sobre el nivel de las mareas, es curva en arco de circunferencia.
Consta en primer término de dos amplias cámaras alargadas en sentido transversal, que ocupan algo más de la mitad anterior del edificio, con techos en bóveda de cañón de sólida sillería de roca basáltica y piso empedrado, a las que se denominaron cuartel alto y cuartel bajo al hallarse una sobre la otra.
En la mitad de la derecha de la primera de estas salas, accesible directamente por el portalón de entrada del edificio, se encontraban los dormitorios de los oficiales y la cocina, y en la segunda, a la que se llegaba a través de una escalera del mismo material, que se inicia en el lado izquierdo de la puerta de entrada, el dormitorio de los soldados.
En el resto de la planta alta estaban, a la izquierda entrando el calabozo o mazmorra, a continuación el aljibe, cuya boca se abría en la plaza de armas o azotea, protegida por una recia tapa de madera; en el centro, el depósito de efectos de artillería, y en el lado derecho el almacén de la pólvora.
El acceso al portalón de entrada se efectuaba mediante una escalera de piedra separada de la fortaleza, que quedaba unida a la puerta mediante un rastrillo levadizo que salvaba un foso seco de unos 4 m de anchura que corría a lo largo del frontis del edificio. En la plaza de armas, de piso enlosado, cuyo acceso se efectúa por una escalera, asimismo de sillería, que se encuentra a la derecha de la puerta de entrada, se construyó, en cada extremo del frontis, una garita, y entre ambas, en el centro, una espadaña. En el parapeto que circunda al castillo se abren once cañoneras, dos en el frontis, otras dos en cada lateral recto y cinco en la parte curva trasera.
Hacia mediados del siglo XIX dice Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España de esa fecha, sobre esta fortaleza, después de ensalzar la solidez de su fábrica, que “monta 12 cañones de bronce, pero que tiene la desventaja de poder ser dominada por una batería que se construya en las colinas que se hallan a tiro de fusil por el frente de su puerta y foso”, a lo que añade: “Además desmerece mucho de su importancia por razón de la elevación a que por la parte del mar están sus fuegos; pues que los buques pueden introducirse en la bahía lamiendo el pie del risco sin ser incomodados ni en la entrada ni en la salida, hasta cierta distancia que los proyectiles son siempre menos certeros y menos eficaces.
En 1976 fue instalado en este castillo, por iniciativa y dirección de César Manrique y financiación de las autoridades competentes de la isla, un Museo de Arte Contemporáneo, modelo de esta clase de establecimientos en Canarias, al que se dotó de un artístico restaurante desde el que se domina en visión panorámica la vista de los puertos de Los Mármoles y de Naos.
Comienza a beneficiarse la barrilla
En la década de los ochenta del siglo que estamos historiando comenzó a adquirir cierta importancia económica la exportación de la barrilla, planta que tanta riqueza y bienestar material habría de reportar a la isla en todo lo que quedaba de siglo y buena parte del siguiente por el alto precio que alcanzaba la sosa que de ella se extraía, utilizada en la fabricación del jabón y del vidrio.
Ordenanzas sobre los enterramientos
En 1787 el rey Carlos III dictó una R. O. mediante la cual se prohibían los enterramientos en las iglesias o en sus inmediaciones y se obligaba a construir los cementerios en las afueras de las poblaciones. Hasta entonces la costumbre había sido enterrar a los muertos en los templos religiosos o en solares contiguos a ellos, con lo que de insalubridad el hecho suponía. Sin embargo la observancia de esta orden real no se cumplió con la prontitud debida en nuestra isla a causa de incompatibilidades surgidas entre el Estado y la Iglesia, que era la que monopolizaba hasta entonces esta actividad mortuoria. Tuvo que entrarse en el siglo siguiente, allá por la década tercera, para que se llevara a efecto la orden del rey con la debida efectividad.
La asonada de la ‘Pobrera’
Tuvo cierta repercusión social en la isla, a pesar del reducido ámbito territorial en que se desarrolló, pues estuvo circunscrita en su mayor parte a la localidad de Conil, la llamada asonada de la ‘pobrera’ por alusión a los ‘pobres’ que la promovieron, que tuvo lugar la noche del 8 de diciembre de 1789.
El motivo de este disturbio social fue el de evitar el relevo en el cargo de Gobernador de las Armas de la isla del capitán Juan Creagh Pawles, que lo venía ejerciendo desde tiempo atrás con aprobación de la clase campesina, por Francisco Aguilar Martínez, cambio que había sido dispuesto por el Comandante General de Canarias desde Tenerife.
La intentona del grupo exaltado de la ‘pobrera’, compuesto por gente confabulada de diferentes partes de la isla no llegó a buen fin, en parte porque el propio instigador Juan Creagh dio marcha atrás en sus planes, terminando sin otra consecuencia al embarcarse el protagonista rumbo a Tenerife, su destino oficial.
Exportación de pieles de conejo
En los años finales del siglo XVIII y el inicial del siguiente tuvo un cierto auge en Lanzarote un curioso comercio: la exportación de pieles de conejo, roedores que entonces eran superabundantes en la isla. Se hacía a través del puerto de La Orotava de Tenerife obligado por las disposiciones legales entonces imperantes sobre las exportaciones, de donde salían hacia su destino, Londres, siendo utilizados en aquella ciudad en la confección de sombreros.
Como consecuencia de este comercio se creó en el puerto de salida de La Orotava el gentilicio ‘conejero’ aplicado a los nativos de nuestra isla, hasta el punto de rivalizar con el de lanzaroteño, siendo sumamente corriente aún hoy en día su uso entre sus habitantes y los del resto del archipiélago.
Visita episcopal y erección de parroquias
El 29 de junio de 1792 llegó a la isla el obispo de la diócesis don Antonio Tavira y Almazán, siendo recibido con los actos propios de su alta categoría eclesial. El desembarco lo realizó por el recién construido Muelle de las Cebollas, quedando con ello inaugurado dicho recinto portuario.
Al haber alcanzado los pueblos de San Bartolomé, Tías, Tinajo y Arrecife un suficiente número de habitantes y habida cuenta de lo lejanos que se hallaban de Teguise, le pidieron sus vecinos que los erigiese en parroquias, a lo que accedió el obispo haciendo presente dicha solicitud al monarca Carlos IV, quien ordenó que se llevara a efecto, alcanzando tal categoría los tres primeros en 1796 y Arrecife en 1798. Ello suponía al mismo tiempo quedar convertidos en jurisdicciones municipales.
En 1796 acceden al rango de parroquias San Bartolomé, Tías y Tinajo
En ese año de 1796 fueron erigidas, pues, en parroquias y ayuntamientos las localidades de San Bartolomé, Tías y Tinajo.
San Bartolomé. Tenía entonces unos 1.900 habitantes en números redondos y una extensión territorial de 44 Km2. El nombre le viene, evidentemente, de este santo apóstol, que fue entronizado en el pueblo como patrono, por lo que parece a finales del siglo XVI.
Este pueblo de San Bartolomé es continuación de una aldea aborigen de nombre Ajey de la que aún queda memoria entre gente de edad avanzada.
El nombre Ajey se registra ya en documentos del siglo XVI como término o lugar, pero el más antiguo que lo acredita de forma expresa como aldea se remonta al 14 de febrero de 1619 y fue otorgado ante Juan de Higueras escribano público de la isla. Reza dicho documento, en extracto, como sigue: “Gaspar Perdomo, vecino de esta isla, vendo a Leandro Perdomo fanega y media de tierra donde dicen Ajey, que linda por una parte saliendo de la mareta de Ángel y el camino en la mano que va de la dicha aldea para esta villa”.
En el mapa de Torriani, de finales del siglo XVI figura un caserío de nombre Teguey, inidentificable en la actualidad. Es el nombre de lugar más parecido a Ajey de los registrados en dicho mapa, siendo posible que se trate de ese nombre graficamente alterado. El hecho de que ese pueblo Teguey no aparezca más en la cartografía de Lanzarote después de esa fecha podría significar que fuera sustituido por el de San Bartolomé después de pasadas las décadas centrales del siglo XVII en que se sabe que se usaron los dos nombres de Ajey y San Bartolomé indistintamente para designar al caserío, hasta prevalecer el de su santo patrono como consecuencia de haber sido entronizado en la ermita, construida hacia finales del siglo XVI.
A comienzos del XVIII algunos de sus vecinos, acuciados por las molestias que les ocasionaban las arenas voladoras del Jable, en cuya zona se hallaban situadas sus casas, las abandonaron y trasladaron sus viviendas más hacia poniente, donde hoy se levanta el casco de la ciudad.
Son citas demográficas referidas a esta localidad, a lo largo de la historia, las siguientes: En las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas (1737) figura con 81 vecinos; en el Informe de José Ruiz Cermeño (1772) se registra con 127 vec.; el Compendio brebe y famosso de 1776 le da 144 vec.; Escolar y Serrano (1802), 1.393 habitantes; Madoz dice que tenía 1906 hab., y añade que de sus 460 casas “una gran parte están arruinadas alrededor de la parr.”; en el censo de 1860 (Olive) figura con 1.050 habitantes; en la Descripción de Puerta Canseco (1897) esta cifra se había aumentado en 1.572 almas; en 1913 el A B C de las Islas Canarias le da 2.067 habitantes; Delgado Marrero (1929), 2.498, y el Censo de la Población de España de 1940, 1.930 hab.
Como aldeas de este municipio se cuentan:
Guime. Situado a un par de kilómetros al S de San Bartolomé.
Agustín de la Hoz atribuye a este pueblo un origen morisco: “Por fortuna o por desgracia –dice– Goíme es biologicamente morisco. Es la sangre que perdura enmascarada, la ascencdencia de aquellos esclavos de don Agustín de Herrera y Rojas que a fines del siglo XVI en Goíme se afincaron para defender el litoral de Guacimeta al decidido marqués”.
De ser así, el núcleo poblacional creado debió ser de cierta entidad demográfica, pues ya Torriani, que compuso su obra por esa época, lo incluye como localidad en el mapa que la acompaña.
Con este topónimo se da un curioso caso de duplicidad onomástica, pues mientras por escrito se ha consignado casi siempre, desde Torriani hasta un par de siglos atrás, en la forma Guime, a nivel popular siempre se ha pronunciado Goíme. Seguramente con aquella grafía más antigua se quiso representar un sonido /u-i/ formando hiato, sonido que se confundiría con /oí/, que sería el que finalmente se impuso en la pronunciación popular del nombre. En los últimos siglos se ha escrito preferentemente en la forma popular Goíme, como es el caso de K. Sapper, Hernández-Pacheco, Isaac Viera, A de la Hoz y otros.
Por otra parte, autorizados estudiosos de las hablas guanches han llegado a la conclusión de que en su forma primitiva debió llevar el hiato /oí/ al igual que ocurrió con los nombres geográficos afines Agüimes, en Gran Canaria, y Güímar, en Tenerife.
En cuanto a los significados que se le atribuyen son tan poco fundamentados que no vale la pena transcribirlos.
En cualquier caso la forma Güime diptongada ha tomado ya carta de naturaleza y es poco menos que imposible volverla de forma oficial a su forma primitiva Goíme. No obstante, en años recientes se ha despertado un movimiento tendente a reivindicar las formas toponímicas populares tradicionales como esta de Goíme y otras de análoga naturaleza, pero las autoridades administrativas, más atentas a sus consecuciones políticas que a las culturales, muestran poco entusiasmo en la recuperación de estas viejas reliquias onomásticas.
Es el patrono de este pueblo San Antonio de Padua.
Montaña Blanca. Se ubica hacia al SO de San Bartolomé, en el espacioso valle que se forma entre el volcán que le da nombre y el de Montaña Guatisea.
Uno de los Documentos de Simancas, el de 29-XII-1730, le da 12 vecinos. Dávila y Cárdenas, poco despúes, en sus Sinodales, dice tener 14 vec.. Sin embargo Ruiz Cermeño, unos cuarenta años más tarde le asigna sólo 2 vec. Posiblemente esta severa reducción en el número de habitantes fuera debida al efecto de las arenas volcánicas que llovieron sobre ella durante las erupciones del setecientos cubriendo tierras labradías y pastizales, que ahuyentaron a sus moradores. Pero apenas dos años más tarde el Compendio Brebe y Famosso, le asigna ya 4 vecinos. Y en la centuria siguiente, mediada la misma, Madoz dice que tiene 96 almas, en tanto que P. de Olive le adscribe 24 edificios y 1 choza.
Se venera en este pueblo como patrona a María Auxiliadora.
Tías. Su extensión superficial es de unos 62 Km2. El lugar de Tías se menciona ya en algún documento del siglo XVII, al parecer como complejo cortijero. En otro documento del siglo siguiente se le llama "la morada de Tías", expresión que cabría interpretar en el sentido de que consistía en una sola vivienda.
No hay fundamento serio para afirmar que este nombre le venga de unas señoras de este apellido como A de la Hoz pretende. En realidad no se sabe hoy por hoy de qué pueda venirle el nombre, sin poderse negar incluso que sea una palabra aborigen asimilada a la castellana Tías. El hiato /ía/, por ejemplo, se da con cierta frecuencia en palabras de las antiguas hablas canarias.
Ahora bien, lo que sí puede afirmarse casi con toda seguridad es que, tal como he dejado dicho un poco más atrás, en un principio el nombre se aplicó a un simple complejo cortijero compuesto, todo lo más, por dos o tres viviendas campestres, y que no adquirió categoría de poblado o caserío hasta después de finalizadas las erupciones volcánicas del setecientos, seguramente por acrecentamiento de su población con gente proveniente de las aldeas desaparecidas por la lava de aquellos años, llegando a disponer de iglesia sólo unos años después.
Se sabe que la ermita dedicada a la Virgen de la Candelaria, que llegó a ser su patrona, existió en Lanzarote desde antes de 1661, pero fuera de este incipiente caserío. En un testamento de ese año un vecino de la aldea de Chimanfaya manda que se digan unas misas en honor de familiares suyos difuntos en la “hermita de Nuestra Señora de la Candelaria, que está cerca de esta aldea”. Su situación más precisa es la que se da en la comunicación de Simancas de 29 de diciembre de 1730. En una relación que se hace en ese documento de las ermitas de la isla, en la que se señalan sus respectivos emplazamientos, se declara: “y en la vega de Tomaren la hermita de Nuestra Señora de la Candelaria”. Tomaren es en la actualidad un amplio territorio que se extiende entre El Lomo de San Andrés y el campo de lava del siglo XVIII que lo cierra por el lado de poniente. Está claro que antes de las erupciones debía extenderse aún más en esa dirección ahora cubierta por la lava y que la vega a que hace alusión el citado documento tenía que encontrarse en ese lugar inundado luego por el magma por ser algo más ahondado el terreno tal como suele corresponder a una de estas formaciones topográficas. Armonizando estos argumentos con datos extraídos de documentos coetáneos relativos a caminos que cruzaban por sus cercanías o con campos de labor que lindaban con sus inmediaciones podemos situar la ermita con bastante aproximación al S o quizás SO de Morro Chibusque, que está cerca de Montaña Tisalaya por su lado SE, quedando con ello reducida la distancia entre la aldea de Chimanfaya y la ermita de la Candelaria a unos 5 o incluso 4 Km para hacer cierto el adverbio ‘cerca’ tomando como punto de referencia a Chimanfaya que se emplea en el mencionado documento.
Respecto a la fecha en que la ermita fue destruida por la lava no se sabe con exactitud cuándo pudo ocurrir. Sí que en 1733, cuando el obispo Dávila y Cárdenas visitó la isla, el templo se hallaba aún en pie, pues lo incluye en sus Sinodales entre las ermitas que entonces existían en Lanzarote. En ese año se encontraba en plena actividad el volcán de Las Nueces. De no haber sido destruido por este volcán entonces tuvo que serlo por el de Montaña Colorada, que reventó dos años más tarde.
Desaparecida la ermita, los devotos a esta Virgen no perdieron tiempo en erigirle nuevo templo. Ya en febrero de 1736 varios vecinos de las aldeas destruidas por los volcanes piden conjuntamente autorización a la dirección eclesiástica para construirla, y apenas unos pocos años más tarde, en el mapa levantado en 1744 por el ingeniero militar A. Riviere y su equipo de subalternos, figura ya el pueblo de Tías con el símbolo indicativo de poseer iglesia.
Los censos de población de este pueblo conocidos son: P. Madoz (1845), 1759 habitantes; P. de Olive (1860), 2.088 hab.; De la Puerta Canseco (1897), 2.142 hab; el A B C de las Islas Canarias (1913), 2.715 hab. y el Censo de población de España de 1940, 2.999 hab.
Cuenta con los siguientes pagos:
La Asomada. Dista esta aldea un par de Km a poniente de la capital del municipio y uno al N de Mácher.
En un documento de 1618 (‘Salvador de Quintana Castrillo’, V. M. Bello J. y R. Sánchez G.) se cita un lugar de este nombre, después de mencionar a “Tegoy” y “Conil”, que debe ser la localidad que nos ocupa, en el que había unas casas y maretas. El ingeniero Ruiz Cermeño, en 1772, le da 8 vecinos. En 1860, según P. de Olive, tenía 75 casas y 7 chozas. En la actualidad constituye un amplio caserío de unos cientos de habitantes.
Una ‘asomada’ en el habla popular de Canarias es un lugar de cierta extensión, elevado, desde el que se descubre una vista amplia, o también la vista que se aparece desde ese lugar, que es lo que ocurre en este caso.
Se venera como patrono de este pueblo a San José Obrero.
Mácher. Se extiende a poniente de Tías, la cabecera del municipio, a uno y otro lado de la carretera general del S.
Una curiosidad en la onomástica de este pueblo es que hay muchas personas de esta localidad y de otras más del sur de la isla que pronuncian el nombre, bien distintamente con /e/ paragógica, en la forma Máchere. A este respecto conviene citar la forma Maschera que da el doctor Chil y Naranjo en su mapa, inserto en la obra del profesor alemán J. D. Wölfel Monumenta linguae canariae, que bien pudiera ser un antecedente algo desfigurado de tal forma popular.
De su evolución demográfica he recogido los siguientes datos: El Compendio brebe de 1776, después de ocuparse del pueblo de Tías, dice sobre Mácher: “De este, como tres millas al sur, están seis o siete vecinos dispersos en unos cortijos que se llaman el cortijo de Macher”. En tiempos de P. de Olive (1860) Mácher tenía 50 casas y 8 chozas. Según J. de la Puerta Canseco (1897), este pueblo contaba entonces con 392 almas.
El Cascajo es su barrio más occidental.
Su patrono religioso es San Pedro.
Puerto del Carmen. Nombre que se le dio oficialmente a La Tiñosa en 1966. A partir de entonces se ha ido extendiendo con el desarrollo turístico a lo largo de la cadena de playas de esta parte SE de la isla hasta llegar a las proximidades del aeropuerto, sobrepasando en la actualidad los 6 km de longitud y 1 Km de anchura máxima en su extremo occidental.
Su patrona es, tal como lo pregona su nombre la Virgen del Carmen de los pescadores.
La Tiñosa ha quedado reducida en la actualidad a un barrio de Puerto del Carmen, pero fue antes un caserío de pescadores situado en el extremo O de dicha urbanización, que se cita ya, si bien con la grafía cambiada en Tinoça, en el siglo XV.
El nombre Tiñosa ha sido desde siempre motivo de controversia en el ámbito vecinal a causa de su significado afrentoso, hasta el punto de que le fuera cambiado en el año dicho por el de Puerto del Carmen.
Se ha especulado mucho sobre su origen, pero nada se ha sacado en claro. Aparte de atribuírsele su significado directo más conocido, el de la enfermedad de ese nombre, sin saberse por qué razón, se ha pensado que pueda tratarse de un vocablo aborigen por su parecido al del pueblo Tiñor de El Hierro y algún otro topónimo de otra isla, quizás algo modificado por posterior asimilación a la voz castellana homónima. Lo que resulta llamativo es que si no en Lanzarote sí existen topónimos, y no pocos, con este mismo componente en la vecina Fuerteventura, cuyo origen también es desconocido. En esa isla he podido contabilizar la existencia de no menos de una veintena de topónimos con el componente ‘Tiñosa’ o derivados suyos, todos conocidos de siempre, si bien muchos de ellos agrupados en complejos toponímicos, con la particularidad de que, salvo alguna rara excepción, se encuentran siempre a la orilla del mar, particularidad que pudiera constituir una pista para rastrear su origen etimológico.
También existen topónimos con la voz ‘tiñosa’ o derivados en la Península, entre los que figura, que yo sepa, el muy conocido de Cabo Tiñoso, en Murcia, con su importante faro, y una localidad en la misma provincia llamada Tiñosa Baja.
Conil. Dista de la cabecera del municipio algo más de 1 Km en dirección NO.
En un documento del año 1618 (‘Salvador de Quintana Castrillo’, Bello Jiménez, V y Sánchez González, R.), se cita este lugar como "término que dicen Conil, que son tierras de pan sembrar, todas ellas que serán treinta fanegas poco más o menos". El obispo Dávila y Cárdenas, en sus Sinodales, de 1737, le asigna 17 vecinos (unos 80 habitantes). El Compendio brebe y famosso de 1776, 23 vec. (unos 110 h.); y P. de Olive (1860) dice que tiene 26 casas y 10 chozas.
El nombre resulta difícil de determinar etimologicamente. Conil es una ciudad gaditana y 'conejo' en el francés antiguo, y por otra parte no se puede descartar sin más como palabra guanche, pues tanto la primera sílaba /co/ como las dos letras finales /il/ se dan en palabras aborígenes.
En su ermita se rinde culto al Sagrado Corazón de Jesús como patrono.
Tinajo. Cubre su municipio una superficie de unos 132 Km2.
Su patrono fue siempre San Roque. Su ermita se encontraba antiguamente en lo alto de Las Morras de San Roque, frente al emplazamiento que tiene ahora dentro del casco del pueblo, a donde fue trasladada en el siglo XVIII.
El historial demográfico de Tinajo es como sigue: El documento de Simancas de fecha 29 de diciembre de 1730 le asigna una población de 55 vecinos o familias; las Sinodales del obispo Dávila, de cinco años más tarde, le da 42 vec.; J. Ruiz Cermeño, en 1772, le adjudica 55 vec. al igual que el de 1730; el Compendio brebe y famosso de 1776, 48 vec.; P. Madoz (1845), 1.264 habitantes; Olive (1860), 1.327 hab.; Puerta Canseco (1897), 1597; el A B C de Canarias (1913), 1660; Delgado Marrero (1929), 1988; el Censo de la población de España, de 1940, 876, sin contar a Tajaste, cuyos 433 moradores se dan aparte, pues hasta entonces estuvieron separados.
Sobre la interpretación por el bereber de este claro guanchismo dice Cubillo en su obrita Nuevo análisis de algunas palabras guanches que Por el tuareg se podría explicar así como por el guanche y su manera de designar los lugares: “tin-ajo: una de la leche, es decir, un lugar donde hay mucho ganado o sea que da mucha leche. Estoy por darle la razón a Cubillo, pero sólo en parte, pues apoyándome en que la partícula /tin/, se encuentra al principio de un buen puñado de nombres de montañas en la isla y prácticamente en ningún topónimo de distinta topografía, creo que la interpretación más ajustada sería ‘la montaña de la leche’, quizás porque en su cumbre se hicieran las libaciones con ella en honor de su dios de que nos hablan los autores antiguos. Otro autor que intenta dar una explicación etimológica bereber es D. J. Wölfel, quien ofrece con tal fin el vocablo de dicha lengua norteafricana tanwua con el significado de ‘euforbia’ (¿?).
Pagos de este municipio:
La Santa. Caserío pesquero, hoy invadido de restaurantes, situado al NNE de Tinajo. A principios del siglo XX pasado sólo había en este lugar un almacén para la sal de las salinas que se explotaban en El Río próximo, y un par de casas más, una de un pescador y otra de los Velásquez de Tiagua, que la utilizaban para veranear.
El nombre, según oyó decir cuando joven el más antiguo vecino del lugar, el señor Alejo Martín Gutiérrez, quien me suministró la mayor parte de estos datos, le venía de una ‘santera’ que había vivido allí, sin conocer más detalles.
Como pueblo esencialmente de pescadores, su patrona es la Virgen del Carmen.
El Cuchillo. Pequeño pago, o más bien barriada, pues apenas dista 1 Km de Tinajo. Recibe el nombre de la afilada loma homónima que se encuentra a igual distancia más o menos al otro lado.
Su existencia como núcleo poblacional se registra ya desde las primeras décadas del siglo XVIII. En uno de los documentos del Archivo de Simancas relacionado con la erupción volcánica de aquella centuria se le atribuyen, junto con el próximo lugar de Yasen (pequeño caserío cuyo nombre ha quedado reducido a Las Calderetas), 14 vecinos. Sin embargo el Compendio brebe y famosso de 1776, con ser cuarenta y seis años posterior, sólo le da 11, y P. de Olive (1860) dice que tiene 20 casas.
La Vegueta. Se encuentra a poco más de 2 Km a naciente de Tinajo.
Existen referencias documentales de La Vegueta desde al menos el siglo XVII.
En cuanto a su devenir demográfico sabemos que el documento de Simancas de 29-I-1730 le da 51 vecinos añadidos los de su barriada Yuco. Las Sinodales del obispo Dávila (1735), 31 vec.. Ruiz Cermeño (1772), 23 vec.. El Compendio brebe .de 1776, 38 vec.; y P. Madoz en su Diccionario (1845), 170 hab.
Tiene al N, separado por Las morras de Yuco, el barrio de este nombre, en el que está la ermita del pueblo, consagrada a Nuestra Señora de Regla, que fue inaugurada en 1663.
Yuco es nombre de origen desconocido. El profesor Wölfel se limita a recogerlo en su Monumenta, sin sacar ninguna conclusión lingüística.
Mancha Blanca. Barriada de Tinajo, situada al SO del pueblo, sede de la ermita de la Virgen de los Dolores o de los Volcanes, como también se le llama.
Cuenta la tradición que dicha virgen fue entronizada aquí en la ermita que se le construyó como respuesta a un supuesto milagro obrado por una imagen de la misma que fue traída a este lugar en procesión por la multitud enfervorizada para que detuviera la corriente de lava que amenazaba con caer sobre Tinajo a finales de las erupciones del siglo XVIII.
Sobre este pío suceso, si lo hemos de considerar como hecho histórico, hay al menos que retrasar la fecha que se ha venido dando como cierta para su acaecimiento en un año, haciendo esta corrección extensiva a la fecha de 16 de abril de 1736 que da L. von Buch, –sin duda relacionada con este ‘milagro’–, como la de finalización de las erupciones de aquellos años, pues es practicamente seguro que tales hechos no ocurrieron en 1736 como se ha venido creyendo hasta ahora, sino un año antes. En efecto, se conoce un documento (J. de León y Mª. A. Perera: VI Jornadas de estudios de fuerteventura y Lanzarote), fechado el 1º de abril de 1735, que dice en extracto, sobre un acuerdo tomado por algunos vecinos destacados de Tinajo: “...en nombre de los demás vecinos dijeron que nombran por patrona de este lugar a la Virgen María con el título de Los Dolores para que por su intercesión libre este lugar del volcán de que se halla amenazado”, comprometiéndose luego la gente del pueblo, si la lava se detenía, a erigirle templo en este lugar, lo que se llevó a efecto años más tarde.
Es decir, que un par de semanas antes del día 16 de abril se dirigía una corriente de lava hacia Tinajo, lo que hace bastante probable que fuera en ese día 16 cuando se detuviera, aunque esto no ocurrió en el año 1736 sino en el 35.
Pero ya en esta época debían existir algunas casas en esta barriada, seguramente en el lugar en que se forma el agrupamiento principal de casas en la actualidad a menos de 1 Km al O de donde se halla la ermita, pues el nombre de Mancha Blanca que ostenta este caserío es herencia de otro homónimo que fue destruido por los primeros volcanes de las citadas erupciones, el cual se hallaba dividido en dos pequeños núcleos poblacionales, Mancha Blanca la Grande y Mancha Blanca Chiquita, como se les denomina en documentos de la época, los cuales debieron hallarse muy próximos el uno al otro a un par de quilómetros al S de la actual Mancha Blanca, y cuya población, según las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas, ascendía en conjunto a 44 vecinos, buena parte de los cuales debieron trasladarse a vivir en este nuevo emplazamiento una vez perdidas sus viviendas, como parece deducirse de la imposición del mismo nombre al nuevo poblado.
En 1776, según el Compendio brebe y famosso, tenía este nuevo asentamiento, agregando en el cómputo que tal obrita hace, a Tinguatón, 18 vecinos, y a mediados del siglo siguiente P. Madoz le asigna unas 115 almas.
Tinguatón. Pequeño caserío que puede ser considerado, por su cercanía a Tinajo, como una barriada suya, ya que se encuentra sólo a un kilómetro y pico de distancia de dicho pueblo, en dirección S, pasada la ermita de Los Dolores. En 1772 (Información del ingeniero Ruiz Cermeño) tenía 14 vec.
Por 1532-33 los moradores de esta aldea eran moriscos todavía inadaptados a la vida cristiana de la época. Francisco Fajardo Spínola (‘La hechicería morisca de Lanzarote y Fuerteventura’, en IV Jornadas de estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura) dice, tomándolo de un documento de la inquisición, que “los moriscos, que viven en sus tiendas en Tinguatón, se reúnen por las noches, a la luz de las hogueras, cantan en su lengua y ejecutan sus bailes, que tenían un carácter mántico, divinatorio, pues el danzante entraba como en trance, con <<una lanza en la mano retemblándola dando alaridos a fuer de moro>>, e iba diciendo lo que <<veía>>; del mismo modo que bailaba sobre una mujer a la que azotaba ritualmente, para curarla”.
Es nombre claramente guanche o majo*, el único, por cierto, de Lanzarote, que yo sepa, que sin referirse a una montaña comienza con la partícula /tin/, que por tal razón parece tener tal significado. El Mapa Militar, sin embargo, llama a la montaña contigua de La Tabaiba, Montaña Tinguatón. Quizás haya sido este su nombre vernáculo y de ella haya tomado el nombre el pueblo, aunque debo confesar que yo no he podido encontrar a nade que me lo confirme; en mis investigaciones de campo siempre la he oído llamar La Montaña de la Tabaiba y nunca de Tinguatón.
La Santa Sport. Urbanización hotelero-deportiva situada a un par de kilómetros al NE del pueblo del que toma el nombre. Ha convertido lo que antes constituía el paso de las aguas del mar llamado El Río, en una laguna en que solo entra el mar cuando asciende con las mareas.
Teguise. Con la escisión de los otros municipios del que antiguamente cubría todo el territorio insular con capitalidad en Teguise, este municipio ha quedado reducido a unos 265 Km2 incluyendo los islotes que afloran al N de la isla, el más extenso de todas formas de los siete municipios en que ha quedado dividida Lanzarote.
Su nombre, según tradición popular, lo recibe de la princesa aborigen homónima, mujer de Maciot de Bethencourt, hija del último rey ‘majo’ Guardafía, localidad que fue conocida con anterioridad por los europeos como la Gran Aldea.
No se sabe cuantos habitantes tendría entonces. Es de suponer que en adelante aumentaría algo con el paso del tiempo, al menos hasta bien avanzado el siglo siguiente, pues en la segunda mitad de éste se vio Lanzarote seriamente afectada por varios ataques piráticos berberiscos, uno en 1569 llevado a cabo por el ‘Turquillo’, otro en 1571 por Calafat y un tercero, el más grave de esos años, el protagonizado por el renegado albanés Morato Arráez en 1586, todos los cuales se llevaron un crecido número de isleños cautivos a tierras africanas, lo que supuso una merma poblacional considerable para la isla, y por ende para Teguise, la capital, aparte de los que se pasaron a otras islas más seguras.
Torriani, por los años 90 de ese siglo, se limita a decir que Teguise tenía “dos iglesias, la parroquial y la de San Francisco, y 120 casas, la mitad de ellas arruinadas por los moros”. Layfield, secretario del conde de Cumberland, quien desembarcó en la isla pocos años después, en 1598, cuenta que la Villa –nombre que también se le ha aplicado desde antiguo a Teguise– tenía algo mas de 100 casas pequeñas con techo de torta*, una mezcla compactada de barro y paja picada que aún se conoce con ese nombre.
Es de 1737 cuando se conoce el primer censo poblacional de Teguise, consignado por Pedro Agustín del Castillo, quien le atribuye en ese año 390 vecinos (unos 1760 habitantes). Del mismo siglo, año de 1764, se conoce la información del inglés J. Glas, quien erroneamente la llama Cayas, y dice tener unas 60 casas habitadas y otras tantas arruinadas por los moros, y dos iglesias, la parroquial y la de San Francisco, añadiendo que la mayor parte de las viviendas tenía un pobre aspecto, pero no dice nada de su población o número de habitantes. Sin embargo para J. Ruiz Cermeño, en 1772, la población de Teguise habría disminuido, pues sólo le asigna 243 vecinos en contra de los 390 de A. del Castillo, si no es que hay error en las cifras. El anónimo Compendio Brebe y Famosso de 1776, dice por su parte, a más de dar algunos datos sobre su situación eclesial y sanitaria, que tenía “308 vecinos”, sin dejar, además, de mencionar elogiosamente a su célebre mareta*. Viera y Clavijo (1776-83) nos ha dejado la siguiente descripción de Teguise: “La Villa de Teguise está arruada de más de 200 casas. Su iglesia parroquial es la más hermosa de Canarias. Hay dos buenos conventos, uno antiguo de San Francisco y otro más moderno, de Santo Domingo. El palacio de los marqueses está deteriorado. La mareta, de figura de caracol, es una de las cosas más raras de Lanzarote”. De principios del siglo siguiente, del año 1 o 2 por lo que parece, existe una Relación de las Alcaldías Pedáneas de Teguise, que le asigna a la ciudad 212 vecinos, lo que equivaldría a unos 950 habitantes. En tiempos de Madoz (1850) ya alcanzaba las 3.736 almas. Sin embargo Puerta Canseco, una cincuentena de años más tarde, le da sólo 3.484 habitantes, cifra que vuelve a subir en 1913 con el A B C de las Islas Canarias a 4.228 hab.
En la actualidad el vertiginoso aumento demográfico experimentado por toda la isla con el ‘boom’ turístico ha tenido también su reflejo en la Villa de Teguise, que ha aumentado sensiblemente tanto en población como en la construcción de nuevos edificios, procurándose siempre que ello no conlleve la pérdida del particular aspecto urbanístico y arquitectural que siempre la ha caracterizado.
Entre sus barrios más importantes se cuentan El Majuelo, por su parte O, y Los Divisos, el grupo de casas que está en su extremo S, a la derecha de la carretera viniendo de Arrecife.
Son pueblos o caseríos pertenecientes a este municipio los siguentes:
Caleta Caballo. Pequeño caserío costero situado al NO de Soo en el rincón interno izquierdo de la gran ensenada que se forma en esta parte litoral de la isla, levantándose sus casas en torno a la caleta que le da nombre.
El nacimiento del caserío estuvo precedido por la construcción, a comienzos del siglo pasado, de un pequeño almacén por un vecino de Tiagua llamado Pedro Cabrera. Pero fue unos años más tarde, en la segunda década de ese siglo, cuando se estableció allí un tal Juan García, quien con su barquilla se ganaba la vida pescando por las aguas próximas. A éste se le agregaron poco después, llevando también con ellos a sus familias, otros pocos pescadores más, que construyeron como él sus respectivas chocitas de piedra seca en que alojarse, hasta que comenzaron a edificarse casas de veraneo por gentes de los pueblos próximos, que fueron aumentando en número gradualmente, acelerándose el ritmo de construcciones a compás del desarrollo turístico de la isla, de forma tal que a principios del siglo en curso contaba ya con una cincuentena de viviendas.
Este nombre de Caleta Caballo existe desde por lo menos mediados del siglo XVIII, según se acredita en dos mapas del año 1742, que aunque lo registran en la forma anómala de Pta. de Cavallo, ya que en lugar de un saliente costero es un entrante, debe tratarse no obstante por su situación del mismo topónimo.
En los mapas modernos lo grafían en la forma Caleta del Caballo, incluso precedido a veces de artículo, lo cual no coincide con el nombre que aquí le doy, que es el que invariablemente le he oído aplicar siempre a la gente de esta parte de la isla.
La 'caleta' que le da nombre es relativamente grande, pues mide más de 100 m de largo por unos 75 de anchura media. Al final o rincón interno, en lugar de 'callaos' o guijarros tiene arena rubia.
La Caleta de Famara. También es llamado este caserío costero del NO de la isla, indistintamente, La Caleta de la Villa. Es una especie de cultismo improcedente suprimirle el artículo, con el que siempre la han nombrado tradicionalmente sus habitadores y la gente de toda la isla, pernicioso fenómeno que se está dando también con el pueblito de La Caleta del Sebo de La Graciosa y otros topónimos destacados.
La cita en 1772 con este nombre íntegro de La Caleta de Famara el ingeniero J. Ruiz Cermeño en su Información, sin aportar ningún otro dato.
Nació La Caleta de Famara como enclave eminentemente pesquero. Así lo ponen de manifiesto los siguientes datos tomados del asesor cultural de Teguise F. Hernández Delgado (‘Caleta de Famara’, Lancelot, 14-11-1992): En 1818 –dice– ”Existían en la Caleta únicamente unos almacenes de piedra seca en los que se guardaban los barcos que eran utilizados en periodo de pesca”, año en que “fue nombrado alcalde de mar don Bernardo de Paiz”. Todavía en 1850 La Caleta figuraba “sin ningún habitante”. “Sobre 1865, Gregorio Tavío, natural de Soo, construye con piedra y barro un almacén en la Caleta de Famara, donde venía a pescar desde hacía muchos años. En 1888 llegan a la Caleta Francisco Morales León y Antonio Batista, construyendo cada uno un almacén. En esta época “llegan a la Caleta varias familias de La Graciosa. En 1909 contaba la Caleta con tres edificios, veinticuatro almacenes y veinticinco habitantes”.
Las Laderas. Conjunto de cortijos y algunas casas situado en el territorio de este nombre correspondiente a la continuación tierra adentro del Risco de Famara en el tramo comprendido entre El Rincón de la Paja al N y El Barranco de la Horca al S.
En citas de obras y documentos antiguos viene figurando desde hace mucho tiempo como localidad compuesta por tres casas, que no podían ser otra cosa que cortijos, tal como se sabe que existían hasta ya entrado el siglo último, bien separados unos de otros.
Tienen fama en la isla los sabrosos quesos que allí se hacen.
Soo. Poblado situado a 6 Km al NO de Teguise, cuyas blancas casas se extienden en ringlera a lo largo del pie de La Montaña de las Campanas por su parte S.
Es de común conocimiento entre los autores antiguos que este pueblo se creó con el asentamiento de los abundantes moriscos que entonces había en Lanzarote como consecuencia de las capturas que los señores de la isla efectuaban en el África fronteriza. En 1730 ya tenía, según el Documento de Simancas de 29-12-1730, 45 vecinos.; Las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas, de 1737, le dan 48 vec.; J. Ruiz Cermeño (1772), 24 vec., brusco descenso de población resultado seguramente de las muchas muertes por inanición habidas en la isla como consecuencia de los calamitosos años que se dieron en 1771 y próximos; Relación de las alcaldías pedáneas de 1802, 86 vec., y P. Madoz (1850), 31 vec.
Su ermita patronal de San Juan se construyó en los años finales de la década de los 40 del siglo XVII.
Fue en los terrenos de jable* que se extienden en torno a este pueblo donde se empezó a cultivar en Lanzarote la barrilla allá por los años 70 u 80 del siglo XVIII, la planta productora de sosa cuya exportación dio lugar a un boyante cambio económico en Lanzarote por sus lucrativos resultados. Fenecido el cultivo de la barrilla se plantaron en los mismos terrenos, en particular, sandías, melones y batatas, productos todos ellos de magnífica calidad.
Con relación al nombre diré que en portugués antiguo ‘soo’ significaba ‘solo’, y que ya se menciona en un documento de 1560. ¿Hubo algún personaje que vivió solo por alli...?
Muñique. Se halla este pago de Teguise a unos 7 Km casi al O de la capital municipal en medio de los extensos arenales que cubren esta región de la isla.
Las citas más antiguas que he encontrado de este lugar son del siglo XVII, en el año 1614 sin especificar si era ya aldea, pero si con esta calificación en el de 1653, aunque sin decirse el número de vecinos que entonces tenía. El historial demográfico de este pueblo que he podido reunir es el siguiente: El documento de Simancas de 29-XII-1730 le da 25 vecinos; el Compendio famosso de 1776, 22 vec.; la relación de las Alcaldías Pedáneas de 1801, 25 vec., y Olive (1860) dice que tiene 23 edificios. Como puede apreciarse, si no hay error en estas cifras, esta aldea ha mantenido un número de habitantes apenas variable a través de los siglos.
Con respecto a la procedencia del nombre Muñique no hay nada seguro. Caso de tratarse de un guanchismo, categoría que como posibilidad le da Wölfel, la explicación etimológica que este autor intenta sobre el mismo se limita a comparaciones con otros topónimos de la isla poco afortunadas, sin obtención de resultado positivo alguno. Pero esta asignación guanche no es segura. Baste saber, por ejemplo, que en la provincia de Ávila hay un pueblo llamado Muñico.
Su ermita está dedicada a Nuestra Señora de Fátima.
Tiagua. Tiagua. Caserío de la jurisdicción de Teguise, situado a unos 6 Km al O de esta población cabeza de partido.
En el mapa de Torriani se registra un pueblo de nombre Tiago situado más o menos por el lugar de este de Tiagua. Pero faltaría por saber si la grafía con que lo representa Torriani responde a la autenticidad del nombre entonces o si es causa de un error de escritura. En todo caso hay que reconocer que el nombre tiene todas las apariencias de ser aborigen, pero no he visto ningún análisis lingüístico del mismo. En el aspecto fonético hay que tener en cuenta el hecho de que, según la pronunciación normal del nombre, las vocales ‘ia’, no forman diptongo sino hiato.
Las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas dice que en su tiempo (1735) este pueblo tenía 18 vec.. La Información de 1772 confeccionada por el ingeniero militar Ruiz Cermeño, le da 55 vec. La Relación de las Alcaldías Pedáneas, de hacia 1802, 65 v. P. Madoz (1845) le asigna por su parte 64 vec., 315 almas, y dice: Antiguamente fue este pueblo uno de los mejores de la isla, pero en el día está reducido a un corto vecindario, el cual más de la mitad está próximo a emigrar a Montevideo, a causa de la escasez de sus cosechas, sin embargo de haberse distinguido hasta principios de este siglo, por la abundancia de sus producciones. Finalmente De la Puerta Canseco, en su Descripción, de 1897, dice que tiene 307 habitantes.
Tao. Parece ser que en un principio el núcleo principal de casas de esta aldea, o parte de él al menos, estaba situado abajo, en las arenas o jable*, hacia el E de donde está ahora el pueblo, pues Madoz, a mediados del siglo XIX, dice que “Antiguamente fue un pueblo bastante regular, aunque en el día apenas existe, pues el jable, los vientos y la escasez de lluvias han sido causa suficiente para su despoblación”. Ya desde el año 1455 se tiene noticia de la existencia de este lugar por la toma de posesión que de él hizo el gobernador Adrián de Benavente en nombre de los señores de la isla Inés Peraza y su marido Diego García de Herrera. En 1730 (documento de Simancas de diciembre de ese año) tenía en unión de Cercado, que debía ser un cortijo próximo, 20 vecinos. En las Sinodales del obispo Dávila (1735), 21 vec., la misma cantidad que le da Ruiz Cermeño en su Información treinta y siete años más tarde. Sin embargo el Compendio brebe de 1776, con ser de cuatro años después, dice que tenía sólo 18 vec. P. de Olive, por su parte, manifiesta en su Diccionario (1860) que se componía de 37 casas, en tanto que la Relación de alcaldías pedáneas, de inicios del siglo XIX, le da 36 vec.
Al santo patrono del pueblo, el apóstol San Andrés, se le erigió ermita desde el segundo decenio del XVIII, según don Santiago Cazorla León en su obra póstuma La iglesia de San Marcial de Rubicón.
Fue famosa su mareta, la cual se hallaba, al parecer, al pie del Lomo de San Andrés por su lado N.
El nombre Tao se tiene como indudable guanchismo. En Lanzarote se da algunas veces más y también se registra en Fuerteventura en una montaña. Parece ser que su significado era ‘fortaleza’ o ‘fortificación’.
Mozaga. Pueblo situado hacia el centro geográfico de la isla, entre los límites de separación de los municipios de Teguise y de San Bartolomé, por cuya razón parte del pueblo pertenece a uno de los municipios y parte al otro, más al de Teguise.
En un principio el pueblo estaba situado más al E de lo que está ahora, al otro lado de la corriente de lava que baja por allí, donde estuvo hasta los años cuarenta del siglo pasado la ermita de la Virgen de la Peña, hacia naciente del pueblo actual, a poco más de 100 m a la derecha de la carretera que va hacia Teguise, pero con la entrada del siglo XIX comenzaron las arenas, impulsadas por los fuertes vientos alisios, a afectar de tal manera a las casas que tuvieron que ser abandonadas para construirlas donde están ahora, sobre el suelo volcánico de formación histórica situado en sus proximidades.
Fue el antecedente del pueblo de Mozaga un cortijo construido a comienzos del siglo XVII por el Capitán Gaspar de Samarines. Con respecto a su evolución demográfica sabemos que las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas (1737) le dan 12 vecinos; la Descripción de José Ruiz Cermeño (1772), 14 vec.; el Compendio Brebe de 1776, 15 vec.; la relación de las alcaldías pedáneas de 1802, 40 (un aumento considerable en sólo veintiséis años); P. Madoz (1850), 125 habitantes; P. de Olive (1860) le asigna 41 edificios; en 1900 ya alcanzaba una población de 136 habitantes, y a partir de los años 70 de ese siglo el desarrollo poblacional ha sido claramente ascendente como en toda la isla a causa de la irrupción del turismo.
Sobre su nombre, tenido como aborigen, conviene decir que la letra /z/ con que se escribe ahora es una innovación ortográfica adoptada en tiempos relativamente recientes, con toda probabilidad por influencia del parecido con otras palabras españolas que se escriben con esa letra, con las cuales, por supuesto, no guarda relación etimológica alguna. Aún en el siglo XIX lo normal era escribirlo Mosaga, con /s/. Wölfel lo incluye en su Monumenta, pero las interpretaciones que hace basadas en el bereber no aportan nada interesante.
Tahíche. Se encuentra a 4 Km al SSE de la capital del municipio, al pie de la montaña de su nombre.
La cita más antigua de este topónimo que he podido encontrar como núcleo poblacional es la que trae el documento de Simancas de 29-XII-1730. En dicho escrito se dice que Tahiche –así escrito– tenía 13 vecinos, lo que equivale a unos 50 habitantes o pocos más. Puesto que Torriani, a finales del siglo XVI, no lo consigna ni en el texto de su obra ni en el mapa que la acompaña, habrá que convenir en que entonces aún no existía como lugar poblado, al menos con categoría de aldea. Hasta el siglo XIX hay luego varios autores que en sus respectivos censos de población de las localidades de la isla se ocupan de Tahíche. Son, por orden cronológico, los siguientes: el obispo Dávila y Cárdenas le asigna 20 vecinos en sus Sinodales (1737); el ingeniero militar José Ruiz Cermeño, en 1772, 28 vec.; el Compendio brebe y famosso, de 1776, 30 vec., y la Relación de alcaldías pedáneas de principios del XIX, 39 vec. En cuanto al número de edificios en 1860 (P. de Olive) era de 51.
De cualquier modo, el pueblo moderno y extenso, de bonitas viviendas, que ahora conocemos se reducía por lo menos hasta la penúltima década del siglo XIX, según testimonio de la impenitente viajera O. M. Stone, que recorrió la isla en 1884, a unas cuantas “pardas cabañas de piedra y barro con una buena vivienda enjalbegada”.
Antiguamente el nombre se escribió casi siempre con /g/, a veces con /j/ y otras con /x/, letras que, como se sabe, tuvieron en siglos pasados, al igual que la /h/, sonido aspirado. En mis investigaciones de campo encontré hace años personas de edad avanzada que me afirmaron haberlo oído pronunciar todavía de esa manera cuando eran jóvenes, pero luego tal sonido se perdió al transformarse la /h/ en letra muda.
Qué pudo haber significado esta palabra en la lengua maja* no lo sabemos con seguridad. Cubillo dice al respecto: “En kabil (un dialecto bereber) he encontrado la palabra ‘taqcict’, la muchacha”, cuya pronunciación corresponde exactamente a la palabra guanche”, mientras J. Bethencourt Alfonso, que escribió en las últimas décadas del siglo XIX, se manifiesta sobre esta voz en los siguientes términos: “Es tradicional que la voz ‘taji’ significa ‘beber’, de la que creen se deriva la palabra ‘tajiche’, nombre de unas antiguas charcas donde llevaban a abrevar los rebaños. Ignoran por qué de un siglo a esta parte se han agotado los referidos charcos, emplazados en la aldea o caserío de igual denominación”.
Guatiza. Dista este pago de Teguise unos 8 Km de la capital del municipio, hacia el ENE de la misma.
Es nombre aborigen, del que Wölfel encuentra, entre otros, los paralelos bereberes ‘wad’, palabra relacionada con el agua, y ‘tiza’, ‘puerto de montaña’ y ‘punto elevado desde el que se domina el territorio circundante’, definiciones que no sabría cómo encajarlas en la topografía del lugar,
Se ha escrito este nombre a lo largo de su historia de diferentes formas: Guatiza, Guatisa, Guatissa, Guatise y otras varias, habiendo finalmente prosperado hasta el punto de oficializarse la primera con /z/, y no porque en rigor deba considerarse por razones gramaticales o de etimología la más adecuada, ya que en el bereber no existe este sonido castellano interdental fricativo sordo, sino seguramente por su parecido parcial con otras palabras de nuestro idioma.
Se sabe que este pueblo tuvo sus antecedentes, por lo menos como topónimo, desde el siglo XVI, o quizás desde antes, pues es posible que el nombre Guihafuso que se da en la Pesquisa de Cabitos como localidad, con ocasión de la toma de posesión de la isla por parte de Adrián de Benavente en calidad de representante de los señores de la misma Diego García de Herrera e Inés Peraza, sea una mala escritura de Guatiza.
El documento del legajo de Simancas de fecha 29-XII-1730, dice que tenía entonces 11 vecinos. Siete años más tarde el obispo Dávila y Cárdenas en sus Sínodales le señala 18. José Ruiz Cermeño, en su Descripción de la isla, bien avanzado ya el siglo, en 1772, le atribuye 29. El Compendio anónimo de 1776, pasados por tanto cuatro años, rebaja sin embargo sus moradores a 24 vecinos. En la Descripción geográfica de las Islas Canarias de Puerta Canseco, editada en 1897, alcanza ya la población de 706 habitantes.
Fue en este pueblo y sus inmediaciones, y en el vecino de Mala, donde se dieron las mejores condiciones para la cría de la cochinilla al ser introducida en la isla, actividad agrícola que se implantó en estos terrenos hacia mediados del siglo XIX habilitando extensas huertas de tuneras, y que supuso una rama destacada de su economía por espacio de algunas décadas.
Tienen fama en la isla los garbanzos que se cultivan en sus campos por lo tierno y sabrosos que son.
El Mojón. A unos 3 Km a naciente de la capital del municipio se encuentra el pueblo de El Mojón.
Las noticias más antiguas que se conocen sobre la existencia de la ermita de este pueblo son de 1679 (F. Hernández Delgado, Lancelot nº 480). Su población a través de la historia, según los autores o textos siguientes, ha sido: Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas (1737), 40 vecinos; Información de J. Ruiz Cermeño (1772), 31 vec.; Compendio de 1776, 37 vec..; Relación de alcaldías pedáneas, de 1801, 189 habitantes; P. Madóz (1845), 110 hab., y P. de Olive (1860) le da 48 edificios, lo que equivale a otras tantas familias o vecinos. La relación, como se ve, presenta en ocasiones algunas fluctuaciones a la baja en el número de personas que han habitado al pueblo.
Ha sido conocido este caserío, desde siglos atrás, como centro alfarero destacado de Lanzarote con connotaciones aborígenes, actividad que se ha mantenido hasta por lo menos el siglo pasado. La propia seña Dorotea, famosa alfarera de la isla, vecina de Las Calderetas (Tinajo), fallecida hace unos años, era oriunda de El Mojón
Teseguite. Pago de Teguise, a un par de Km al E de la cual se halla. Se dice que sus primeros moradores fueron esclavos moriscos capturados en África que fueron obligados a instalarse allí para mantenerlos apartados de Teguise, la capital de la isla entonces.
Pero, como lugar de nombre guanche que es, ya tenía que existir desde tiempos prehispánicos. Figura, por ejemplo, en el mapa de la conocida obra de Leonardo Torriani, de hacia finales del siglo XVI. Pero no se sabe con certeza qué haya podido significar en la lengua indígena. No obstante, Álvarez Delgado, en su Episodio de Avendaño, dice que este nombre es trasunto de ‘La Gran Aldea’, la población más importante de la isla en época prehispánica. No sé qué habrá de cierto en esta afirmación, pero lo que sí puedo decir es que la palabra ‘tesegue’, presumiblemente de origen guanche también, es aún usada entre la gente del pueblo llano en Lanzarote con el significado de ‘grande’ con sentido ponderativo, y así se oye decir, ‘¡Valiente tesegue!’, aplicado a persona o cosa de gran tamaño. Luego, el mismo autor, en otro trabajo titulado Antropónimos de Canarias lo traduce por ‘caserío’ o ‘aldea’. Wölfel, por su parte, da varios paralelos bereberes, como tasga, tasiga/tisigiwin, tasaga/tisegwin, tizgua, tezgi, izig/isägen, isgânen, con las correspondientes equivalencias en español de ‘fila, hilera, alineamiento; lado; flanco; ramas; bosque, y cima de montaña, todo ello, a mi juicio, bastante aleatorio, mientras Cubillo, por su parte, dice en su Nuevo análisis de algunas palabras guanches que existen también los términos bereberes “taseguest” y “tazeggezzit” que significan ‘pendiente’ o ‘vertiente de una montaña’, que parecen más aceptables al adecuarse a la situación geográfica del pueblo. Finalmente está la interpretación dada por el profesor bereber Guarani Idaf, quien lo relaciona con tesigit, ‘lugar un poco hondo’, a la que tampoco se le ve mucha concordancia topográfica.
Su evolución demográfica a través del tiempo ha sido como sigue: La Información de Ruiz Cermeño (1772) le asigna 38 vecinos; El Compendio brebe y famosso de 1776, 59 vec. –sorprendente aumento para tan poco tiempo–; la Relación de las Alcaldías Pedáneas (1802) con sus 57 vec. supone ya un descenso de población; P. Madoz los reduce a 10 vec. a mediados del siglo XIX, dando una visión pesimista de la situación demográfica de la isla al decir que “muy en breve desaparecerán, así como la mayor parte de la población de esta isla, a causa de la escasez de lluvias y las excesivas contribuciones que pagan de unas tierras que nada casi les producen; P. de Olive (1860) se limita como de costumbre a dar el número de edificios, que eran 61.
Su iglesia, bajo la advocación de San Leandro, debió ser construida en las décadas centrales del siglo XVII según puede deducirse de ciertas referencia históricas.
Los Valles. Está situado este caserío unos 4 Km al NE de la capital del municipio, y ocupa la mayor parte de la mitad inferior de los dos grandes barrancos que llevan conjuntamente este nombre de Los Valles. Se llaman ‘de Abajo’ el de poniente y ‘de Arriba’ el de naciente. A estos dos valles o barrancos hay que añadir como solar en que se asienta el pueblo, de un lado parte de la llanada que se extiende frente a la boca del Valle de Arriba y la montañeta llamada Lomo Guantesive, que se yergue frente a ella, y, de otro, parte del territorio comprendido entre la boca del Valle de Abajo, el citado Lomo Guantesive, El Lomo de Saavedra y La Ladera del Ovejero, espacio de terreno allanado que antes de ser ocupado por las casas del pueblo era conocido con el nombre de Las Gavias.
Corren estos valles de N a S y alcanzan una longitud de más de 2 Km cada uno, hallándose separados entre sí por El Lomo de Enmedio.
Todavía bien entrado el siglo XVII no constituía este lugar de Los Valles un enclave poblacional o caserío, pues en unos documentos referidos a 1676 en que se recogen las declaraciones del entonces guarda de La Vega de los Valles (nombre ya desaparecido de la memoria popular) Luis Alonso, producto del interrogatorio a que fue sometido por el vicario de la isla con ocasión de unas fantasmagóricas 'voces' que dijo haber oído de noche conminando a los fieles a que restauraran la próxima ermita de Las Nieves, se declara expresamente que sólo existía en este lugar una casa, que era precisamente la que servía de resguardo al vigilante en cuestión. Aunque tal aseveración no es, sin embargo, totalmente exacta, pues se sabe que ya existía en este lugar, desde mucho antes, al menos otra, si bien es cierto que su ubicación no es dentro de ninguna vega, sino en la parte baja de la falda del antedicho Lomo Guantesive por la parte que mira al N. Me refiero a la casona solariega que hicieron construir los señores de la isla Inés Peraza y Diego García de Herrera a finales del siglo XV para usarla como lugar de retiro o descanso, el edificio, por cierto, más antiguo de toda la isla, más incluso que el vetusto castillo de Guanapay.
No se sabe con certeza cuándo, a partir de ese año de 1676, se establecieron allí los primeros vecinos que por su número acabaron por elevar Los Valles al grado de poblado. Sí que a mediados de noviembre de 1730, un par de meses y medio por tanto después de iniciarse las erupciones volcánicas de aquel siglo, esta localidad fue ya incluida en la categoría de "lugar" o centro habitado. Así se hace constar en un mapa de la isla levantado en dicho mes por un "pintor" que fue enviado a Lanzarote por el Gobernador de las Armas de Fuerteventura con la finalidad de hacer llegar tal documento a la Real Audiencia de Canarias como exponente gráfico de los daños ocasionados por los volcanes hasta entonces. En ese mapa figura entre los "lugares sin ruina" con el nombre "Balles", bien entendido que con la denominación de 'lugar' se significaba a los centros habitados de la isla. También figura como población en un escrito cursado por las autoridades de Lanzarote al mismo organismo central en el mes siguiente de diciembre con objeto igualmente de poner a aquellas autoridades en antecedentes de los "estragos" que llevaban causados los volcanes hasta aquel momento. En dicho documento se dan conjuntamente para las localidades de El Mojón, Taiga (ya desaparecida), Teseguite y esta de Los Valles, 89 vecinos, por lo que no es posible determinar cuántos de ellos correspondían a este poblado de Los Valles. Lo que sí parece más que probable es que un buen número de los 23 vecinos con que el pueblo contaba tres años más tarde cuando estuvo en la isla el obispo de la diócesis Dávila y Cárdenas procedieran, al menos en su mayoría, de los moradores de Santa Catalina que según tradición huyeron precipitadamente cuando se les echaba encima la lava surgida de La Caldera de los Cuervos pocos días después de haber reventado este volcán el 1º de septiembre de 1730, aldea que contaba entonces con 42 vecinos según se testifica en las Sinodales del referido obispo. Parte al menos de estos transmigrantes forzados se dice que llevaron consigo la imagen de su patrona, la cual quedó depositada provisionalmente en la iglesia parroquial de Teguise, en cuyo templo se custodió hasta el 25 de septiembre de 1749 en que fue entronizada en la nueva ermita que se acababa de construir en Los Valles en su honor. Es de suponer que sería a partir de esa fecha cuando se le empezaría a aplicar al pueblo el complemento nominal de Santa Catalina, que en la actualidad es parte integrante de su denominación oficial.
En las últimas décadas de este siglo, por 1776, el Compendio Brebe consigna para este caserío 72 vecinos, y a comienzos del siguiente siglo ascendían ya a unos 380 habitantes, pues la Relación de Alcaldías Pedáneas de Teguise, de 1802, le señala 78 vecinos.
Es esta zona de Los Valles de Santa Catalina una de las más pintorescas, de más alegre paisajística y de mayor feracidad de la isla. En los extensos y allanados terrenos aledaños al pueblo y a lo largo y ancho de los dos valles que le dan nombre destacan los múltiples planos geométricos de sus enarenados, que a poco que la lluvia los vivifique rinden un rico y variado surtido de productos de la tierra, entre los que han destacado tradicionalmente sus sabrosas y afamadas papas, el granado millo y las tiernas y sabrosas arvejas.
Nazaret. Pago de Teguise, situado a poca distancia al S de este pueblo.
Sus antecedentes como lugar poblado son un cortijo de un tal Antonio de Sosa y una ermita que dicho personaje hizo construir en él entre 1640 y 1645 bajo la advocación de la Virgen de este título. En 1730 (documento 29-XII-1730 de Simancas) tenía 3 vecinos. En 1772 (Informe de José Ruiz Cerdeño, 1772), 9 vec. El Compendio Brebe y famosso de 1776 le da 13 vec. La Relación de las Alcaldías Pedáneas, de 1801, 8; y P. de Olive (1860) le asigna 10 edificios.
La Caleta del Sebo. Aparte de los citados pagos o pueblos dependientes del término municipal de Teguise situados en tierra firme, hay que mencionar también el pequeño caserío capital de la isla de La Graciosa, La Caleta del Sebo, así llamada, según testimonio que he recabado de gente de edad ya fallecida, de haber varado las olas allí una barrica llena de Sebo.
Su población residencial ronda los 600 habitantes, pero al haber adquirido cierta reputación como lugar turístico, suele haber en la islita mucha más gente, especialmente en determinadas fechas o momentos de carácter festivo.
Arrecife ascendido a parroquia
El 25 de junio de 1798 es Arrecife creado parroquia por el obispo Verdugo y Albiturría bajo la misma advocación de San Ginés que ya tenía, y tres meses después es segregado de Teguise mediante un auto de la Audiencia. En estas nuevas condiciones le correspondió el cargo de cura párroco a Francisco Acosta Espinosa, mientras que el de alcalde de su distrito lo ostentó Lorenzo Cabrera Pérez.
El primitivo antecedente del templo parroquial se construyó en época antigua, posiblemente en la primera mitad del siglo XVI. Era una ermita muy humilde y tenía además el defecto de que al no haberse previsto esta contingencia, el piso quedaba por debajo del nivel de las aguas en mareas de sicigia, quedando completamente encharcado. El lugar de su emplazamiento fue el llamado La Puntilla, lado S del entrante costero llamado entonces La Caldera y en la actualidad el Charco de San Ginés.
Entre las diversas vicisitudes que este templo ha sufrido a lo largo de su historia cabe mencionar, entre los más destacados, los siguientes:
En 1586 fue practicamente demolido por las huestes de Morato Arráez.
A partir de 1623 fue convenientemente reparado gracias a los buenos oficios y desembolsos de su Mayordomo y Administrador de las rentas del señorío, Francisco García Santaella, recabando para ello además la cooperación de los fieles y de la tripulación de los buques que recalaban por la isla. Mas lo cierto es que al haberse hecho estas obras de mejora en la ermita en el mismo emplazamiento que tenía, los males que la aquejaban debido a la humedad continuaron haciendo mella en su estructura, terminando pronto por quedar de nuevo inutilizada.
El mismo García Santaella, al ver que en aquel lugar en que estaba no se podían evitar los males producidos por el agua en mareas crecidas, tomó la determinación de construir un nuevo templo más alejado del mar, escogiendo para ello un rellano que estaba a un par de decenas de metros más arriba. La construcción de este nuevo templo ocupó, según se cree, los años del segundo quinquenio de la década de los sesenta del siglo XVII, y aunque nada suntuosa, y teniendo como antes una sola nave que había sido alargada en unos metros, era la nueva ermita mejor, desde luego, que la anterior. Así continuó el templo con ligeros arreglos de ampliación hasta la declaración de ayuda de parroquia que recibió en 1798.
En los años sucesivos, ya dentro del siguiente siglo, fue la iglesia sometida a importantes innovaciones. Por ejemplo, se volvió a alargar su única nave en 28 varas y se le construyó una nueva nave en el lado izquierdo adosada a la ya existente. Luego, en la década de los 20 de este mismo siglo, se construyó en el lado opuesto a la ultimamente construida otra nave igual a aquélla dedicada a San Ginés, su patrono. En 1842 se inició la construcción de la torre, terminándose al año siguiente. Era entonces, con sus 25 m de altura, la edificación más alta con mucho de la ciudad, pero hoy yace semioculta hundida en el bosque de edificios modernos levantado a su alrededor. El reloj, que aún ostenta, se le colocó años después, en 1859
Una reparación importante de la iglesia de San Ginés fue la que se operó entre los años 1865 y 1866 por lo que de refuerzo en su estructura supuso para el edificio. Desde tiempo antes se venía observando que algunas de las paredes laterales iban perdiendo verticalidad con riesgo de desplomarse. Ante tal emergencia hubo que cerrar el templo al culto mientras se llevaba a cabo la reparación pertinente, que consistió en levantar unos robustos estribos que al apoyarse en las paredes impedían que las mismas continuaran inclinándose hacia fuera.
Finalmente, otra gran obra de reparación efectuada en el templo de San Ginés fue la que se ejecutó en los años 1986-88. En esos años hubo que quitarle toda la techumbre al edificio por hallarse en muy mal estado de conservación y colocarle una nueva de técnica moderna, renovándosele, asimismo, toda la pavimentación al edificio.
Es este municipio el de más reducida superficie de todos los de la isla, de sólo 24 Km2, no cayendo dentro de sus límites caserío o pago alguno. El de Argana, que estaba apartado del casco de la ciudad hasta no hace muchos años, está ya unido a ella, constituyendo una de sus barriadas más populosas.
Humboldt y Bonpland, en La Graciosa
En el postrer año del siglo se vio honrada La Graciosa circunstancialmente con la presencia en su suelo de los afamados naturalistas Alejandro Von Humboldt, alemán, y Aimé Bonpland, francés, que iban a bordo del buque español ‘Pizarro’ con destino hacia América del Sur, aprovechando su fugaz estancia en la islita para realizar cuantas observaciones científicas les fue posible.
Ocurrió un lance muy gracioso en La Graciosa con la gente del ‘Pizarro’. El día estaba muy brumoso y falto de visibilidad, y pensando los expedicionarios que los roques de los Fariones, que apenas se vislumbraban en la distancia envueltos en la niebla, eran el castillo del señor de Lanzarote, no se les ocurrió otra cosa que embarcarse en uno de los botes auxiliares para rendir los debidos honores a tan afamado personaje luego de haber disparado un cañonazo de salutación, hasta que al acercarse a los enhiestos roques advirtieron su error.
Entonces lograron entrar en parlamento con un pescador que se hallaba en la isla que, por cierto, se había llevado un gran susto al oír el cañonazo, con objeto de saber si por aquellos días se había visto algún barco inglés, nación que se hallaba entonces en guerra con España, y habiéndoles confirmado en contrario, se dedicaron los naturalistas a hacer observaciones de su competencia, dejando Humboldt varias notas sobre lo que allí pudo ver.
De este islote marchó el ‘Pizarro’ directamente hacia Tenerife sin tomar tierra en Lanzarote.
Siglo XVIII (generalidades)
Habitantes.
He aquí varios censos de población de este siglo:
1744 (obispo Guillén), 7210
1755 (Chancillería de Granada), 8.875
1757 (obispo Morán Estrada), 9.843 habitantes.
1769 (Conde de Aranda), 9.675
1770 (padrón local), 8.725
1772 (Ruiz Cermeño), unos 6.813.
1776 (marqués de Tabalosos), 8.563
1787 (conde de Floridablanca), 12.784
Obtención del agua. El modo de obtener el agua seguía siendo el mismo que el de los siglos precedentes, salvo que los depósitos en que se recogía es de suponer que habrían aumentado en número.
Administración civil y militar. La mayor parte de la jurisdicción administrativa, tanto civil como militar, que estaba antes en posesión de los señores territoriales de la isla, les había sido sustraída y traspasada a la Corona. El gobierno estaba ahora ejercido por un Alcalde Mayor, dependiente de la Real Audiencia con sede en Gran Canaria, y un Sargento Mayor, antes llamado Gobernador de las Armas, subordinado al Gobernador General de Canarias, cuya residencia se hallaba normalmente en Tenerife. No había fuerzas militares establecidas aquí, pero sí una milicia formada con gente de la isla, debidamente regulada y dividida en compañías, al frente de las cuales había un capitán, un teniente y un alférez.
Exportación e importación. Los productos básicos exportados desde Lanzarote por estos años eran trigo, cebada, millo (maíz), ganado, aves de corral (gallinas sobre todo), queso, orchilla, cueros de cabra, sal y pescado salado. La exportación de cereales sólo era permitida por las autoridades del archipiélago a las demás islas, lo que tenía como consecuencia en años de abundancia su depreciación en perjuicio de los agricultores.
La exportación de la barrilla comenzó a alcanzar importancia en los últimos años del siglo.
Los artículos que importaba Lanzarote, todos ellos de las otras islas, sobre todo de Tenerife o a través de esas otras islas, consistían en artículos ingleses y alemanes, como tejidos de lana, ropa interior y de cama, manteles, etc., por lo general de baja calidad, así como aguardiente, vino, aceite, frutas, madera, barcas de pesca, cera, muebles, tabaco, rapé, jabón, y candelas de variada procedencia.
Comunicación marítima. En cuanto a la comunicación marítima respecta, existía con cierta frecuencia la arribada de embarcaciones, aunque no de forma regular, con las otras islas y con España continental, pero con Europa sólo había barcos que arribaban esporadicamente.
Datos suministrados por la ‘Descripción’ de Ruiz Cermeño. De 1772 se conoce una ‘Descripción’ compuesta por el ingeniero militar José Ruiz Cermeño, llegado a la isla en misión de servicio, en la que se dan diferentes datos: dos recuentos de animales domésticos existentes entonces: uno de un par de años antes de su llegada, y otro algo posterior hecho por él mismo, en los que el número de animales se presenta bastante reducido. Vacas había en uno y otro año 2581 y 1419; cabras 13.182 y 2.364; ovejas 9.411 y 1.764; caballos 61 y 26; camellos 1.602 y 924, y burros 960 y 475. Esta considerable diferencia a la baja no es otra cosa que un fiel reflejo del calamitoso estado en que se vio sumida la isla por la carencia de lluvia en aquellos años, en los cuales se produjo la muerte de muchos de estos animales por sed y hambre. Este es el contenido de la ‘Descripción’:
“El comercio se reduce a orchilla, que se ha hecho en nuestros días tan recomendable en Londres para los tintes”.
También se exporta –continúa diciendo– en grandes cantidades cuando los años son buenos, trigo, cebada, centeno, maíz y legumbres, así como ganado.
Y de los animales de labor –dice– que los que más aprecian son los camellos, “animales de admirable utilidad así para el tráfico y transporte como para el arado y la trilla, fuera de que se alimentan de sus carnes y del sebo hacen jabón y velas de buena calidad”.
La langosta africana. También hay que dejar constancia en este siglo de la llegada en varias ocasiones de la langosta, que de tiempo en tiempo asolaba la isla, mal endémico al que se encontraba expuesta con más frecuencia de la esperada.
Estamento eclesial. La inquisición tenía en Lanzarote un comisario y un notario. Los comisarios de las ciudades con puerto debían, acompañados del notario, visitar los barcos llegados de fuera del archipiélago para comprobar la carga que traían, de dónde venían y revisar los libros e imágenes que llevaban.
En 1715 el comisario y el notario, D. Ambrosio de Ayala y D. Salvador de Armas, se apropiaron bajo intimidación, de algunas de las mercancías que portaba un buque francés llamado el ‘San Luis’, cuyo valor ascendía a un monto de más de 500 reales, acto que tuvo como consecuencia una denuncia presentada en la Corte por el capitán del navío por mediación del embajador de su país.
El convento de la Orden de Santo Domingo, con sede en Teguise, se fundó en 1711, si bien el edificio ya existía desde años antes dedicado a menesteres sanitarios.
Cultivo de la vid. En Lanzarote comenzó a cultivarse la vid en plan extensivo después de las grandes erupciones de este siglo aprovechando el efecto beneficioso producido por la capa de lapilli caída sobre la tierra madre. Fue entonces cuando se instalaron en Arrecife las destilerías (conocidas popularmente por ‘estilas’) para la destilación de las uvas recogidas y convertir el producto así obtenido en aguardiente, producto que era enviado a los Estados Unidos de Norteamérica recién independizados de Inglaterra.
Personajes destacados.
Clavijo y Fajardo, José. Nació en Teguise (1726-1806). Después de haber estudiado en Las Palmas marchó joven a Madrid donde fijó su residencia oficial, dedicándose en aquella urbe a tareas literarias y administrativas. Escribió, entre otras obras, la titulada ‘El Pensador’, de varios tomos. Adquirió cierta notoriedad por el episodio amoroso que tuvo con una hermana del célebre Beaumarchais, con el que el autor alemán Goethe compuso la tragedia Clavijo.
Curbelo Perdomo, Andrés Lorenzo. Presbítero de Lanzarote que escribió el célebre manuscrito en que se describen las erupciones volcánicas de este siglo, si bien sólo la parte que va desde el comienzo de las mismas el 1º de septiembre de 1730 hasta el 28 de diciembre de 1731, pues continuaron hasta el mes de mayo o abril de 1735. El original de este escrito lo tuvo en su poder el geólogo alemán Leopoldo von Buch, y de él hizo una traducción a su lengua materna, a partir de cuyo momento se ha perdido su rastro. Sería una suerte para la bibliografía de estas erupciones recuperarlo si es que aún existe. Desgraciadamente la copia de von Buch es de una calidad muy deficiente al cometer en ella muchos errores, algunos muy graves, según ha podido comprobarse por cotejo del manuscrito con otros escritos de la época de primera mano, mucho más fidedignos por tanto. Luego se hizo una traducción de esta versión alemana al francés, y finalmente de esta última al español por el geólogo español Eduardo Hernández-Pacheco, las cuales no hicieron otra cosa que aumentar los errores de la primera.