RESUMEN HISTÓRICO DE LA GRACIOSA

28.03.2014 18:48

Por Agustín Pallarés Padilla

(LANCELOT, 15-I = 14-V-1994)

 

 

La isla de La Graciosa, con sus 27 Km2 de superficie, es la mayor y la única poblada de cuantas componen el Archipiélago Chinijo, término éste privativo del habla popular de nuestra isla que significa ‘pequeño, chico’.

Se halla separada de Lanzarote por un brazo de mar llamado El Río, cuya parte más estrecha, comprendida entre las puntas de Los Corrales en La Graciosa y del Callao en Lanzarote, mide 1 Km poco más o menos.

Se ignora cuál haya podido ser la razón u origen de su nombre, pero lo que sí puede afirmarse con toda seguridad es que la explicación dada por los historiadores de finales del siglo XVI, el arquitecto militar italiano Leonardo Torriani y el monje andaluz fray Juan de Abreu Galindo, de que le había sido impuesto por las huestes del conquistador normando Juan de Bethencourt en uno de sus viajes a las islas, a causa de lo agradable que su presencia resultaba a la vista, carece de todo fundamento, ya que el nombre figura en documentos anteriores a la llegada de la expedición de conquista a las Canarias, como es el caso de la crónica de Enrique III, e incluso desde mucho antes en el curioso Libro del Conosçimiento, de mediados del siglo XIV, si bien en esta última obra figura con la grafía alterada en la forma ‘Gresa’.

Por tanto, tal como puede apreciarse, el nombre de La Graciosa existía ya desde mucho antes de la incorporación de Lanzarote a la corona de Castilla, lo mismo que ocurrió con los de Alegranza, El Río, Arrecife y algún otro.

Surgió La Graciosa de las aguas del océano (si no es que entonces afloraba la plataforma submarina en que se asientan este islote y los de Montaña Clara y Alegranza) a favor de una gran fractura tectónica que siguió, como ha sido norma más generalizada en las manifestaciones eruptivas de Lanzarote, el arrumbamiento SO-NE. Así lo atestigua claramente la alineación de sus conos volcánicos de Montaña Amarilla, la del Mojón y las dos Agujas.

En esta primera etapa de actividad volcánica, que debió producirse según los expertos en la materia, hace unos cientos de miles de años, durante el periodo geológico que ellos denominan segunda serie efusiva del Cuaternario, la isla quedó configurada en su perímetro casi como la vemos en la actualidad, salvedad hecha de las modificaciones introducidas por el último volcán de Montaña Bermeja, mucho más moderno, en el extremo norte de la isla en que se encuentra ubicado, así como la retracción de sus costas como consecuencia del desgaste producido por la abrasión marina.

La cita más antigua de La Graciosa es la anteriormente citada que figura en la obra de autor anónimo designada en los medios bibliográficos con el título abreviado de el Libro del conoscimiento. En ella puede leerse lo siguiente: “Sobí en vn leño (tipo de embarcación de la época) con vnos moros e llegamos a la primera isla que dizen Gresa e apres della es la isla de Lançarote...”

En lo que a la crónica de Enrique III respecta, al tratar de la infaustamente célebre razzia a Lanzarote de 1393 se dice: “En esta año (...)fallaron la isla de Lançarote junto con otra isla que dicen La Graciosa...”

Pocos años después, con la conquista de nuestra isla por Castilla, queda el nombre de La Graciosa incorporado definitivamente al nomenclátor geográfico oficial, y la isla integrada, naturalmente, en el incipiente señorío del que Lanzarote era pieza principal.

Desde los tiempos más remotos La Graciosa, como lugar de desembarco más indicado del fondeadero del canal de El Río, sirvió de paradero socorrido para las tripulaciones de muchas de las naos que tenían como paso obligado las aguas de nuestro archipiélago. Las favorables condiciones de abrigo de que este magnífico puerto natural estaba dotado lo convertían en refugio ideal para los navegantes de la época.

La primera noticia debidamente documentada sobre La Graciosa de que se tiene conocimiento está directamente relacionada con un hecho de gran relevancia histórica para las Canarias, cual es el de la arribada inaugural en julio de 1402 de la expedición de conquista europea al archipiélago. De Le Canarien, manuscrito redactado por los clérigos que vinieron en dicha expedición, pueden extraerse las siguientes frases al respecto: “Luego partieron del puerto de Cádiz y se internaron en alta mar, y tuvieron tres días de bonanza sin apenas adelantar en el camino; después mejoró el tiempo y en cinco días llegaron al puerto de la isla de La Graciosa y desembarcaron en Lanzarote”.

Según parece desprenderse de lo que la mencionada crónica dice, La Graciosa debió ser la base desde donde se dirigieron las primeras operaciones de contacto con los indígenas de Lanzarote, hasta que habiendo acordado con el régulo ‘majo’ Guardafía un pacto de mutuo respeto y colaboración, los expedicionarios se trasladaron al sur de la isla, donde establecieron su cuartel general construyendo el castillo de Rubicón y demás anejos del campamento militar.

Todavía, durante la campaña bélica que se desató después de haberse frustrado estos primeros intentos de buenas intenciones y armonía entre los extranjeros y los nativos,, aparece varias veces en escena el islote de La Graciosa. Por ejemplo, cuando la marinería de la coca se soliviantó negándose a continuar las incursiones de tanteo que se estaban llevando a cabo en Fuerteventura y los alzados decidieron regresar sin pérdida de tiempo a Europa, apenas transcurridas unas pocas semanas de su llegada a las islas. En este precipitado viaje de regreso, en el que Bethencourt pese a todo logró ser admitido como pasajero (marchaba con la intención de recabar ayuda en Castilla con que poder continuar la ocupación de las islas) los amotinados, de acuerdo al susodicho manuscrito, “se fueron al puerto de la isla de La Graciosa, que está en el otro extremo de la isla de Lanzarote, y allí permanecieron alrededor de seis semanas” antes de emprender viaje hacia Cádiz.

Con ocasión del aciago episodio de la traición de Bertín de Berneval, un desalmado sujeto en quien los caudillos de la expedición Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle habían depositado su confianza ignorantes de su perversa personalidad, entra de nuevo en escena el llamado en la crónica de la conquista el ‘puerto de La Graciosa’, pues el tal Bertín, aprovechando la ausencia de Gadifer, que había marchado confiadamente con otros compañeros a la Isla de Lobos a cazar focas, luego de haber logrado atraer a su causa a la mayoría de los hombres que habían quedado en Rubicón e intimidar a los demás con sus amenazas, se dirigió con algunos de sus secuaces a El Río con el avieso propósito de entrar en tratos con un tal Ordóñez, de nacionalidad española, que había recalado a dicho lugar por aquellos días en su nave ‘Tajamar’, para proponerle que los llevara a Europa previa entrega, como compensación, de un buen número de isleños que capturaría para él como esclavos,

A la captura y entrega de los infelices ‘majos’, veintidós según Le Canarien (otros, entre los que se contaba el propio reyezuelo de la isla, Guardafía, lograron escapar), siguieron durante los días sucesivos diversas vicisitudes que tuvieron también como escenario al ‘Puerto de la Graciosa’

Este lugar, que en principio debe identificarse con el canal de ‘El Río’, comprende también en su ámbito a una buena parte de La Graciosa, precisamente la utilizada normalmente por los navegantes para sus operaciones de desembarco, y en consecuencia implica un importante papel para dicha islita en muchos de los sucesos que en él se desarrollaron.

Allí permaneció la nave ‘Tajamar’ hasta que Bertín, ayudado por sus cómplices, consumó la deserción, utilizando para los desplazamientos al campamento de Rubicón los botes de que disponían, con objeto de perpetrar cuantos actos de pillaje pudieron, llevándose lo más valioso de los víveres y pertrechos de toda clase que allí había, cuando no destrozando lo que se les antojaba de lo que quedó por pura ruindad.

Por fortuna se hallaba entonces surta también en El Río otra nave, igualmente española, llamada ‘La Morella’, cuyo maestre, Francisco Calvo, comprendiendo el grave estado en que los expedicionarios se encontraban y la precaria situación de Gadifer y sus compañeros en la Isla de Lobos, se prestó a ayudar a aquellas angustiadas gentes cediéndoles los medios necesarios para que procedieran a su rescate.

El remate de las iniquidades de Bertín consistió en traicionar él a su vez a algunos de los que se habían prestado a colaborar en su traición, dejándolos abandonados en tierra en el último momento al marcharse de la isla. Éstos, viéndose cogidos, y temerosos del duro castigo que se les venía encima, optaron por la desesperada resolución de tomar un bote que les había quedado y aventurarse en el océano a su bordo con ánimo de alcanzar la costa de África frontera a Canarias.

Una prueba elocuente de la estrecha relación de La Graciosa con el fondeadero de El Río la tenemos en la más que probable estancia del afamado marino Pedro Barba de Campos en la islita, donde dejó la impronta de su nombre en una ensenada de su extremo nororiental, a cuya orilla se ha levantado el pequeño poblado como él llamado.

Este noble hidalgo fue enviado a Lanzarote por la corona en noviembre de 1418 con la misión de llevar a Castilla al gobernador de Lanzarote Maciot de Bethencourt con objeto de proceder en Sevilla a la transferencia de la isla a favor del prócer andaluz don Enrique de Guzmán conde de Niebla.

Tanto de este siglo en que se llevó a cabo la conquista y colonización del archipiélago canario como de los subsiguientes, son bastante numerosas las referencias documentales relativas a la escala de navíos de variadas nacionalidades y procedencias en aguas de el Río, cuya finalidad solía ser la de terminar de arranchar los barcos antes de salir definitivamente en demanda de sus respectivos destinos, haciendo una última aguada en los manantiales de Bajo el Risco, entre los que destacó siempre la fuente de Gusa, o complementando la despensa con algo de pescado fresco, pardelas y carne de las cabras y ovejas que los lanzaroteños tenían la costumbre de soltar en La Graciosa temporalmente.

Las pardelas, según nos cuenta Torriani, eran entonces muy abundantes en La Graciosa, haciendo sus nidos sobretodo en huras que las propias aves excavaban en la tierra, las cuales han sido conocidas de siempre con el nombre aborigen de ‘tefíos’. Los pollos de estas grandes proceláridas, que se encuentran aptos para el consumo desde agosto hasta noviembre, constituían un sustancioso bocado para aquellos marinos y les proporcionaban además un aceite muy estimado como combustible con que alumbrarse y grasa para proteger los obenques de sus barcos.

Dice el mismo autor italiano que con objeto de avizorar el horizonte en busca de sus víctimas los piratas apostaban un vigía en lo alto de la montaña de Armida, nombre que, como es sabido, corresponde también a la maga-heroína del célebre poema épico La Jerusalen liberada, obra del famoso autor napolitano Torcuato Tasso, quien, por lo que parece, situó el retiro de dicho personaje femenino con su gran amor Reinaldo, a quien había raptado, en esta apacible isleta canaria. Y, efectivamente, a juzgar por la descripción que en la inmortal composición literaria se hace del lugar en que se desarrolló el apasionado idilio, parece procedente identificarlo con la Montaña Amarilla y la placentera bahía que la misma forma a su vera por el lado de sotavento.

A comienzos de 1537 fue de nuevo La Graciosa escenario de parte de otro episodio nava más amplio desarrollado en aguas de Lanzarote, protagonizado esta vez por una escuadrilla de corsarios franceses que capturó en El Río una nao perteneciente a una flota mercante española, episodio que tuvo un rocambolesco inciso en la costa noreste lanzaroteña al ser desembarcadas en aquellos desolados parajes un grupo de mujeres completamente desnudas que habían apresado días antes en algunos de los buques hispanos.

Pienso que el tal suceso debió ser el causante del norteño topónimo Punta Mujeres, el cual se halla citado por primera vez, que yo sepa, en el mapa de la conocida obra histórica de Leonardo Torriani, confeccionado, con toda probabilidad, en las últimas décadas del siglo XVI, o sea, alrededor de una cincuentena de años después de haber ocurrido tan curioso caso. Es de suponer que el sensacionalismo que el mismo produciría en la isla fuera motivo suficiente de que el tal nombre le quedara impreso al ligar.

En los decenios finales de dicho siglo las aguas del archipiélago se hallaban infestadas de piratas de diversas banderas, si bien con especial incidencia y hostilidad por parte de los franceses, hasta el punto de que la crítica situación creada para el desplazamiento por mar de los isleños hizo declarar al Gobernador de Gran Canaria, Martín de Benavides en una misiva de 19 de noviembre de 1581: “Creo que no va a poder salir nadie sin que lo tomen”, y al conde de Lanzarote, en carta dirigida al monarca Felipe II, de 26 de enero del año siguiente que “los tenemos de huéspedes cada día”.

A veces algunas de estas advenedizas expediciones piráticas se adueñaban de La Graciosa propasándose temerariamente en la utilización del islote, ya que lo tomaban como lugar de operaciones desde donde interceptar cuantas incautas embarcaciones se ponían a su alcance, contándose frecuentemente entre sus presas los propios barcos isleños que cubrían el servicio interinsular. Para ello llegaban en su osadía a valerse incluso de una especie de barcas ligeras, propulsadas a vela y remo, llamadas galeotas, que ellos mismos construían en la islita con materiales traídos ex profeso de su tierra. Tal fue el caso, en agosto del citado año de 1581 en que unos piratas, también franceses, aprovechando la soledad del lugar, llegaron a construir en la islita, con total impunidad, una de esas embarcaciones.

Un destacado papel correspondió jugar al estrecho de El Río, y por ende a La Graciosa, en los meses de abril y mayo de 1582 con motivo de la concentración en sus aguas de la flota que habría de trasladar al conde de Lanzarote y a los efectivos militares reclutados en su señorío a la isla de Madera cumplimentando órdenes reales para ocupar en dicha isla el argo de Capitán General como consecuencia de la anexión de Portugal al reino de España. Dicha flota estab compuesta por cinco navíos de entre 46 y 28 toneladas, cuyos pilotos eran Jerónimo Núñez, de Cádiz; Manuel Alfonso, de Tao; Sebastián Duarte, de Funchal; Jorge Gutiérrez, de Teguise, y Pedro Orihuela. de Las Palmas.

Por 1589 se repitió en la islita parecida experiencia a la de ocho años antes con una flotilla de corsarios, de nacionalidad inglesa esta vez, compuesta por cuatro unidades. Pero en esta ocasión corrieron peor suerte, pues si bien lograron también llevar a cabo la construcción de una barca de similares características, les fue no obstante arrebatada por don Agustín, según versión de Viera y Clavidjo, pues otros opinan que el autor de tal hazaña fue su yerno Gonzalo Argote de Molina, quien alertado a tiempo de lo que ocurría atacó a los piratas apoyado por un nutrido contingente de sus milicias causándoles cuantiosas bajas entre muertos y prisioneros.

Debió ser por esta misma década de los ochenta, sin que sea posible precisar el año, cuando don Agustín, llevado de su natural munificencia, donó la islita de La Graciosa, que hasta entonces había sido pieza del señorío, al Cabildo de Lanzarote para propios, es decir, para uso comunal del pueblo.

Años más tarde, fallecido el primer marqués y señor de la isla, su segunda mujer, doña Mariana Manrique Enríquez de la Vega, en calidad de tutora del hijo de ambos, el segundo marqués, intentó usurpar al pueblo, sus sufridos vasallos, el usufructo de las producciones del islote, expresadas sobre todo en la carne de las pardelas y el aceite que de estas aves se obtenía, tan importante para aquellas pobres gentes por ser el combustible de que se valían para encender los humildes candiles con que se alumbraban. Pero afortunadamente la codiciosa señora no logró sus objetivos, pues el Cabildo de Lanzarote, como institución administradora de los intereses del pueblo, logró conjurar las desmedidas pretensiones de la prepotente señora imponiendo la razón de la justicia.

En 1634, un año después del fallecimiento de la marquesa viuda, el Cabildo tomó el acuerdo de arrendar la islita al mejor postor en calidad de dehesa en que echar ganado por plazos de un año, aunque sin perjuicio del derecho reconocido a los ciudadanos de poder ir a cazar pardelas, conejos (asimismo abundantísimos), pescar y mariscar.

 

El caso del patache holandés

Habida cuenta del número de casos de eco histórico sobre la presencia de naves en el canal de El Río habrá que convenir en que dicho fondeadero debió ser muy concurrido en la época de la navegación a vela, pues es lógico suponer que la cantidad de estadías de barcos que han quedado sin registrar documentalmente tiene que haber sido inmensamente mayor que las conocidas.

De tales casos se conocen varios, como se ha visto, en que al tratarse de naves entonces enemigas de la nación española, fueron rendidas o puestas en fuga por los isleños empleando la astucia y el asalto por sorpresa.

Uno de los más paradigmáticos en ese sentido fue el acaecido en el año 1724, pues parece talmente sacado de las páginas de una novela de las más audaces aventuras. Los hechos ocurrieron de la siguiente manera: En octubre de ese año echó anclas en El Río un patache holandés cargado de ricas mercancías que había sido apresado días antes por un corsario argelino no lejos de las costas inglesas. Al mismo habían sido transbordados, con el encargo de dirigirse a Argel, catorce argelinos y tres renegados cristianos que formaban también parte de la tripulación. Eran estos tres renegados un siciliano llamado Ignacio Amoroso (que por cierto venía ejerciendo de arráez o piloto), un mallorquín cuyo nombre era Sebastián Romaguí y un griego del que las fuentes históricas que relatan el suceso no consignan ni el nombre ni el apellido.

El arribo de la embarcación no era normal. Obedecía en realidad a un plan fraguado por los tres europeos, quienes habiendo decidido reintegrarse a la sociedad cristiana se valieron de engaño para desviarse hacia nuestro archipiélago haciendo creer a los argelinos que estas islas eran de pertenencia francesa, país con el que Argel se hallaba entonces en paz.

Una vez anclado el patache en el Río fue desembarcado en Bajo el Risco el mallorquín Sebastián Romaguí, quien se puso en contacto sin pérdida de tiempo con un militar de alto rango de Lanzarote llamado don Rodrigo Peraza que a la sazón se hallaba residenciado en el pueblo de Haría, a quien puso en antecedentes de lo que habían planeado, pidiéndole ayuda para llevarlo a buen fin. Comprendiendo este señor la propicia ocasión que se le brindaba en bandeja para hacer una buena presa hizo los preparativos pertinentes con la mayor presteza y se encaminó acto seguido hacia Bajo el Risco, presentándose ante los corsarios argelinos fingiéndose francés. A continuación, usando de corteses modales, logró convencer a los principales componentes de la tripulación argelina para que aceptaran ir a su casa al tiempo que lograba dejar en la nave un buen número de los suyos. De este modo, entre las acciones coordinadas de los que quedaron a bordo y la de ellos en la lancha que los conducía a tierra, no le fue difícil a don Rodrigo, sobre todo después de haber herido de muere al pirata que se sentaba a su lado con su propio sable, que logró arrebatarle por sorpresa, hacerse dueño de la situación.

Como información marginal a la historia de La Graciosa que en este escrito estoy exponiendo, y como complemento al episodio que se acaba de narrar hay que decir que, según cuentan las crónicas, aquellos preciados artículos de que la nave argelina iba cargada, sirvieron para incrementar las arcas, no precisamente de quienes expusieron sus vidas en tan arriesgado lance, sino las del Coronel de las Armas de Lanzarote don Pedro de Brito y las del Capitán General de Canarias el conde de Vallehermoso.

Unos años después de producidos los antecedentes hechos, en 1730 como es sabido, se iniciaba la tremenda conflagración volcánica que habría de sumir a Lanzarote en el caos más profundo y ocasionar la mayor catástrofe natural que haya sufrido la isla en toda su historia humana. Los daños materiales que esta prolongada erupción produjo en La Graciosa debieron ser practicamente nulos dada la distancia a que se encontraba de los centros de emisión volcánicos, pues es de suponer que sólo se vería afectada por algunas leves lluvias de cenizas por ellos expulsada. Sin embargo, sí jugó la islita un papel de cierta importancia como dehesa en que soltar el ganado de la zona de Lanzarote más directamente estragada por los volcanes, que como consecuencia de las coladas de lava y los piroclastos arrojados había perdido sus mejores pastizales. Por esta causa la trashumación de cabras, ovejas y otros animales a La Graciosa se vio notablemente incrementada en estos terribles años de crisis volcánica, especialmente con las reses llamadas ‘guaniles’ o sin marcar.

 

Noticias de George Glas

El diligente, y por otra parte malhadado, marino inglés George Glas (tuvo una trágica muerte al ser asesinado cuando regresaba a su país desde Canarias a bordo de un barco en el que se declaró un motín, siendo arrojadas vivas al mar a continuación su esposa e hija adolescente), desembarcó en su primera visita a Lanzarote por Bajo el Risco luego de haber fondeado en el estrecho de El Río. Esto debió ocurrir en los últimos años de la década de los cincuenta o primeros de los sesenta del siglo XVIII, pues Glas publicó el libro en que lo cuenta, The history of the discovery and conquest of the Canary Islands, en 1764.

Debió recorrer estos parajes con cierto detenimiento, ya que sobre los mismos suministra datos pormenorizados que parece haber recogido personalmente. Algunos de esos datos, que da como instrucciones a los navegantes para lograr un mejor fondeo en El Río, prueban que La Graciosa debió ser el lugar de desembarco usual para los tripulantes de los buques que aportaban a este canal. Veamos lo que sobre el mismo y tierras circundantes nos dice en diversos pasajes de su obra.

Un barco de cualquier desplazamiento puede entrar en el puerto de El río, que es el canal que separa las islas de Lanzarote y La Graciosa. Si busca un sitio encalmado en que permanecer cuando soplan los alisios debe, al entrar por el E, continuar hacia dentro un buen trecho y doblar una punta baja que queda a mano derecha (debe referirse, con toda seguridad, a La Punta de los Corrales de La Graciosa), dándole un buen resguardo, no acercándose a menos de cuatro brazas de fondo. Una vez rebasada puede bordear la costa y anclar a la profundidad que convenga” (frente a las playas del Salado o Francesa). Y continúa: Es un lugar adecuado en verano para carenar barcos grandes, pues un buque de guerra de cualquier nación que estuviera en guerra con España puede entrar y desembarcar todos sus pertrechos en La Graciosa y limpiar fondos escorándose sobre una banda, al hacer lo cual no tendrá que temer ninguna oposición por parte de los habitantes, pues no hay ningún castillo o poblado cerca de este puerto”. Al pie del alto risco que está frente a La Graciosa hay unas salinas consistentes en una parcela de terreno cuadrada y dividida por unos canales de poca profundidad. En ellas se deja entrar el agua, la cual a causa del calor del sol y la naturaleza del terreno, se convierte pronto en sal.

La Graciosa, que está en el lado N del canal de El Río, es una isla deshabitada y yerma, desprovista de agua. En invierno los nativos de Lanzarote llevan a ella cabras y ovejas a pastar, pero en el verano, cuando no hay lluvias y la hierba se seca, se ven obligados a traerlas de nuevo a Lanzarote.

Hace unos pocos años un barco inglés encalló en Alegranza. La tripulación pudo ganar la isla, desde donde hicieron señales para atraer la atención de los nativos de Lanzarote, pero en vano. Viéndose acosados por el hambre, y al observar que el viento soplaba casi continumente en dirección a La Graciosa hicieron una balsa con palos del barco, en la que se embarcó el patrón de la nave, desembarcando en La Graciosa, donde al ser invierno, encontró algunos pastores y pescadores, quienes partieron inmediatamente en ayuda de los náufragos y los trajeron a Lanzarote”.

En Lanzarote, hacia el N de las salinas antes mencionadas, hay una fuente de aguas medicinales (sin duda la Fuente de Gusa) tenidas como insuperables para curar la sarna. También es buena para beber, y se conserva bien en el mar. Produce bastante como para llenar dos pipas en veinticuatro horas. Cuando estuve allí purgó a algunos de nuestros tripulantes en los dos primeros días en que la bebieron, pero después ya no tuvo ese efecto.

En el lado norte de La Graciosa hay una bahía arenosa llamada por los nativos La Playa del Ámbar (en la actualidad, por corrupción, La Playa Lambra). A veces se encuentra en ella una clase de ámbar gris muy bueno que tiene en cierto modo forma de pera con un cabillo corto normalmente, por lo que parece que deba crecer en las rocas del fondo que están cerca de este lugar, y es arrojada a la orilla por las olas, pues generalmente aparecen después de tiempos tormentosos.

La Playa del Ámbar es, en efecto, un lugar que por su orientación hacia el primer cuadrante, de donde soplan en nuestras islas los vientos alisios dominantes, su gran seno o abertura costera y sus aplaceradas orillas, puede ser calificada en la jerga de nuestra gente de mar como sitio bueno de ‘jallos’, nombre que damos por aquí a los objetos flotantes que las olas varan en la costa. Parece seguro, sin embargo, que el autor debió comprender mal lo que le dijeron u oyó al respecto, pues con toda seguridad el tal ámbar gris no era otra cosa que la sustancia de ese nombre producida por el cachalote, que alcanzaba en aquellos tiempos unos precios astronómicos como ingrediente cosmético, alguno de cuyos bloques debió aparecer en aquella playa recibiendo por dicha causa el tal nombre.

 

Estancia de Humbolt y bonpland

La Graciosa se ha visto honrada en diversos momentos de su pasado con la visita de destacadas personalidades científicas, algunas de ellas de renombre universal. Tal es el caso de la célebre pareja de amigos naturalistas e incansables viajeros compuesta por el alemán Alexander von Humbolt y el francés Aimé Bonpland, en todo el vigor de su juventud aún, puesto que ninguno de los dos había cumplido los treinta años de edad. Dicha visita tuvo lugar expirando el siglo XVIII, concretamente el 17 de junio de 1799.

Este memorable viaje en los anales de la historia de las ciencias de la naturaleza hacia el entonces ignoto Nuevo Mundo, lo hacían a bordo de la corbeta española Pizarro, teniendo como punto de partida el puerto de La Coruña. La siguiente escala prevista era Santa cruz de Tenerife, en cuya isla tenían proyectado permanecer algunos días para ascender al Pico del Teide y realizar otras excursiones de investigación de campo.

Pero previa a esta escala en Tenerife se contaba con tocar de pasada en Lanzarote con la finalidad específica de averiguar si ultimamente se había observado por sus aguas algún buque de guerra inglés (Inglaterra y España se hallaban entonces enfrentadas) que pudiera entorpecerles la arribada al puerto de Santa Cruz de Tenerife.

Como punto de recalada en Lanzarote se eligió el estrecho de El Río. Debido a los escasos y cambiantes vientos reinantes entonces en torno a nuestra isla el Pizarro tuvo dificultades para sortear los diferentes pasos que se forman entre los islotes que la rodean. en dos ocasiones fueron arrastrados por las corrientes hacia los roques del Este y del Oeste, viéndose en serios apuros debido a la falta de maniobrabilidad del velero carente del necesario viento que lo impulsara.

La entrada del Pizarro en el canal de El Río tras estas peripecias preliminares no pudo ser más jocosa dado el siguiente equívoco sufrido: Resulta que en un viejo derrotero portugués que llevaban a bordo se consignaba la existencia de un fuerte o castillo en Lanzarote cuya situación, por lo que se desprende, no debía estar muy bien determinada. El tiempo, según se deduce, estaba bastante calinoso, pues a la vista de lo que no puede haber sido otra cosa que los roques de Los Fariones, cuya silueta se dibujaba difusamente entre la densa bruma, creyeron que aquellas moles basálticas eran el susodicho castillo. En consecuencia, enarbolando la bandera española en señal de cortesía y con el complemento de un sonoro cañonazo como salutación, echaron un bote al agua y embarcándose en él lo principal de la oficialidad se dirigieron confiados hacia el supuesto castillo...

Deshecho el error y retornados a la nave, descubrieron a un hombre que pescaba en la costa de La Graciosa, hacia el cual marcharon presurosos con la intención de obtener información sobre el posible avistamiento de buques sospechosos por aquellas aguas, que tanto les preocupaba. Mas el solitario pescador, al ver venir la chalupa con aquellos extraños y con el susto aún metido en el cuerpo por el estruendo del cañonazo intentó poner pies en polvorosa, por lo que los expedicionarios se vieron obligados a aprehenderlo luego de haberlo acorralado en unos peñascos en que intentó esconderse. Las declaraciones del pobre hombre manifestándoles no haberse divisado en aquellos días ningún buque de guerra fue suficiente para tranquilizarlos, por lo que ambos científicos pudieron entregarse durante unas horas a las investigaciones de campo que las circunstancias y el tiempo disponible les permitieron.

Como muestra del interés despertado en los jóvenes naturalistas por los hallazgos geológcos que hicieron en La Graciosa transcribo a continuación los pasajes correspondientes que figuran en la obra magna de Humbolt Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo. dicen así: “No dispusimos de tiempo para subir a la cumbre de una montaña muy destacada (probablemente el conjunto de Las Agujas), cuyo pie está formado por capas de arcilla recubiertas a su ves por otras de basalto. dichos basaltos estaban cubiertos por una sustancia mamelonada designada con el nombre de vidrio volcánico, vidrio de Müller o hialita, que es una transición del ópalo a la calcedonia. Logramos arrancar algunas hermosas muestras, pero hubo que dejar intactas otras masas que tenían unas 8 o 10 pulgadas en cuadro. Nunca he visto en Europa hialitas tan hermosas como estas de La Graciosa.

En la playa hay dos clases de arena: una basáltica de color negro y otra blanca cuarzosa. Esta última contiene fragmentos de feldespato. Crecen por allí algunas plantas suculentas de ambientes salinos. El cuarzo que hemos encontrado disperso en la arena de las playas de La Graciosa es un mineral extraño a las lavas y pórfidos trapeanos tan relacionado con los productos volcánicos. Estos hechos parecen probar que en las Canarias, como en la mayor parte del mundo, el fuego subterráneo se ha abierto camino a través de rocas primitivas.

Luego de tan grata estancia en la islita reembarcaron a la puesta del sol no sin cantar antes las excelencias del imponente paisaje que los rodeaba, partiendo acto seguido rumbo a Tenerife.

 

Alteraciones populares por su causa

La Graciosa inició su andadura histórica en el siglo XIX señalando el año 1808 con un hecho que provocó general malestar en el pueblo de Lanzarote, especialmente entre las clases más desvalidas, que la utilizaban como pastizal para sus animales y como fuente de obtención de alimentos primarios tales como pescado, mariscos, pardelas, conejos y hasta cosco con que hacer gofio cuando se veían compelidos a ello por la necesidad.

Fue la causa de tal descontento la compra oportunista que hiciera de la islita a la Real Hacienda en dicho año un caballero lanzaroteño llamado Francisco de la Cruz Guerra. Este señor, prevalido de su posición social apoyada sobre todo en el estrecho parentesco familiar que lo unía al entonces Gobernador Militar de Lanzarote Bartolomé Lorenzo Guerra, pretendió apropiarse de La Graciosa, la cual, como se ha dicho, había sido transferida al Cabildo Insular como bien comunal del pueblo desde el siglo XVI por el entonces señor de la isla don Agustín de Herrera y Rojas.

Se dice que los Guerra llegaron a entrometerse, sin hallarse aún en posesión de la preceptiva autorización legal, en la islita comenzando la construcción de un aljibe y realizando talas de arbustos. Mas apercibidos de una inminente denuncia, los trabajadores que llevaban las obras bajo sus órdenes escondieron las herramientas con que las realizaban temerosos de ser cogidos in fraganti.

Contribuyó también a que la fraudulenta transacción de compraventa llegara a consumarse la gran confusión que entonces reinaba entre las máximas autoridades del archipiélago como consecuencia de la falta de entendimiento en la creación de las respectivas juntas de salvación nacional de cada isla que intentaban llenar el vacío jurídico producido por el derrocamiento del monarca Fernando VII tras la invasión napoleónica de España.

En Lanzarote tal estado de cosas derivó en un enconado enfrentamiento entre el mencionado don Bartolomé Lorenzo Guerra y el Ayudante Mayor don José Feo de Armas, quien pugnaba por arrebatarle el cargo al Gobernador Militar, ambos apoyados por sus respectivas facciones de partidarios.

Sin embargo no fueron en un principio las autoridades insulares, enzarzadas como estaban en sus disputas políticas, las que intentaron abortar la venta del islote sino, curiosamente, la representación señorial en la isla, concretamente doña Josefa Amat, esposa del administrador del señorío don Juan Creagh (quien a la sazón se hallaba detenido), seguramente pensando que era el momento oportuno para reivindicar la propiedad de La Graciosa como parte integrante del señorío.

Tan pronto como dicha señora tuvo conocimiento de que el tal don Francisco había pedido a la Junta Suprema de Tenerife que la enajenación de La Graciosa fuera sancionada por ley interpuso recurso anulatorio de tal acto, logrando paralizar de momento la adjudicación de la islita a su pretendiente poseedor.

Fue a fines del año siguiente de 1809 cuando el contrincante político del Gobernador de las Armas, don José Feo, se erigió en denodado paladín del pueblo lanzaroteño logrando que se celebrara en los primeros meses de 1810 un pleno cabildicio de carácter extraordinario en el que se trató el asunto de la compraventa de La Graciosa. Consecuencia de este amañado conciliábulo fue la destitución de don Bartolomé Lorenzo de su preeminente cargo militar, desembocando toda esta serie de intrigas en unas escaramuzas bélicas conocidas en nuestra historia insular con el significativo nombre de la ‘Guerra Chiquita’, durante la cual llegaron a dispararse los cañones de las fortalezas de Arrecife contra la soliviantada multitud.

Pasados algunos años, decantada ya la situación política en la isla, la reacción de las autoridades lanzaroteñas en calidad de representantes y valedoras de sus administrados, fue tenaz y contundente. Así, luego de laboriosos trámites judiciales, logró el Cabildo que fuera ratificado por real orden de 28 de agosto de 1816 el derecho de los ciudadanos al disfrute de La Graciosa tal como se venía haciendo consuetudinariamente desde los tiempos en que fuera cedida al pueblo por el conde-marqués primero, volviendo de este modo a remansarse las aguas desbordadas del descontento popular para tomar nuevamente los acontecimientos su curso normal.

 

Su poblamiento definitivo

Suele leerse en escritos de diferente calado historiográfico que La Graciosa se pobló con personal marinero natural de Lanzarote que trabajaba en el establecimiento factorero instalado en la isla PESQUERÍAS CANARIO-AFRICANAS, tras su cierre por muerte de su principal gerente y fundador el teniente de navío Ramón Silva Ferro en agosto de 1884. esta interpretación, preciso es reconocerlo, parece tener en principio un cierto viso de verosimilitud por la aparente coherencia que la misma ofrece. Sin embargo, las noticias de que dispongo al respecto, avaladas por testimonios personales directos de algunos descendientes de primera generación de los primeros pobladores y de otras parejas que lo secundaron poco tiempo después difieren abiertamente de tal supuesto.

Entre estos informantes privilegiados destaca por las circunstancias cronológicas que en él concurren, el señor Domingo Álvarez Quintero, ya fallecido, primera persona, según propia confesión, nacida en La Graciosa de tales pioneros, el 1º de enero de 1889.

Tuve ocasión de hablar con este señor durante un viaje que hice a la islita el día 22 de diciembre de 1985, y pese a hallarse entonces muy próximo a cumplir los noventa y siete años de edad, gozaba de plenas facultades mentales, oía sin dificultad y se valía fisicamente con normalidad.

Habiéndole preguntado si sabía quienes habían sido las primeras personas en establecerse en al isla de forma permanente me contestó que fueron cuatro matrimonios, sus propios padres, llamados Francisco Álvarez Rijo y Agustina Quintero; Claudio Betancort Barrios y María Cruz; Pedro González y Casimira, y Fernando Páez y María Villalba.

Procedían –me dijo– de Haría, pero estaban residenciados como pescadores en el puertito de Arrieta. Según la versión de los hechos que me dio, las cuatro parejas tenían costumbre de ir a La Graciosa a pasar temporadas de pesca y marisqueo, hasta que un día decidieron de común acuerdo quedarse a vivir de fijo en la islita, pero que eso ocurrió después del cierre de La Sociedad, como ellos, los gracioseros, han llamado siempre a aquella empresa, que se había instalado años antes cerca de La Caleta del Sebo, particular sobre el que se reafirmó al yo objetarle tener entendido que los primeros en afincarse de forma definitiva en aquella isla trabajaban en dicha compañía, cosa que él rechazó de forma tajante.

Lo que no supo decirme señor Domingo es el año exacto en que tal hecho ocurrió, pero sí, imsisto, por lo que de valor histórico real pueda tener, que fue con posterioridad al cierre de actividad fabril de la factoría.

A falta de la fecha exacta en que estas cuatro primeras parejas se quedaron a vivir de forma regular en La Graciosa, o cuando menos de otras datas próximas entre sí que estrechen el margen de tiempo en que tan crucial evento histórico tuvo lugar, sólo nos quedan como fechas ‘post y ante quem’ con que delimitarla las ya expresadas de agosto de 1884 en que se produjo la muerte de Silva Ferro y la de 1º de enero de 1899 del nacimiento de señor Domingo, las cuales, evidentemente, pueden y deben aproximarse más entre sí hasta un lapso prudencial que permita afirmar que el poblamiento estable de la isla de La Graciosa debió producirse, con toda probabilidad, en la segunda mitad de la década de los ochenta del siglo XIX y, desde luego, de acuerdo al más que verosímil y creíble testimonio de señor Domingo Álvarez Quintero, con pescadores de Lanzarote, concretamente del pueblo de Arrieta, que no se hallaban unidos por ningún lazo de índole laboral a la sociedad de PESQUERÍAS CANARIO-AFRICANAS fundada pocos años antes por Ramón Silva Ferro.