Por Agustín Pallarés Padilla
(LANCELO, 20-IX-1984)
Apenas transcurridos unos pocos meses del descubrimiento por el que esto escribe, del poblado aborigen de Las Casillas, uno de los más extensos de toda Canarias, llega a mi conocimiento la existencia de otro importante complejo arqueológico en nuestra isla, del que se enteró casualmente mi hijo Agustín por gente campesina ajena por completo a su interés científico.
Se trata, como en el caso anterior, de un conjunto de construcciones en estado ruinoso, bien que muchas partes de sus diferentes estructuras se hallan mejor conservadas. En algunos de los recintos, todos de piedra seca como era norma generalizada en las edificaciones antiguas de la isla (corrales, chozas destechadas, etc.), las paredes se mantienen aún en pie hasta una altura considerable.
El número de construcciones de mayor envergadura es de alrededor de una veintena. Pero aparte de ellas existe una serie bastante grande de toriles* o minúsculos corrales con techo abovedado, cuya misión era la de servir de encierro a los baifos* en edad lactante. A veces estos toriles* están adosados exteriormente al aprisco o corral destinado a las reses mayores, comunicándose entre sí a través de una puertecita. En este caso reciben el nombre, de clara ascendencia guanche, vigente aún en algunas localidades de Lanzarote, de goires*.
El lugar de emplazamiento de este yacimiento arqueológico es el conocido por Breña Esteba, según dicción de los lugareños, y no Estesa como por error se ve escrito en los mapas, situado a poniente de Los Ajaches, en el término municipal de Yaiza.
Por sus características más apreciables a primera vista parece tratarse de un asentamiento pastoril, y la relativamente buena conservación de sus elementos da pie para pensar que estuvo siendo utilizado hasta época no muy lejana. A este respecto me cuenta mi buen amigo Guillermo Medina Cáceres, del que, dicho sea de paso, soy deudor de valiosísima información sobre temas campesinos de nuestra isla, que recuerda haber oído hablar cuando niño de una tal Felipa la “Machada”, que se desplazaba frecuentemente de un pueblo del interior para pasar temporadas en este lugar con sus animales. Sin embargo la presencia de cascotes cerámicos de clara factura aborigen y de conchas de lapas, restos que se ven dispersos en superficie, aunque no muy abundantes, parecen abonar un origen prehispánico. Téngase además en cuenta que por su emplazamiento en un terraplén bastante inclinado, constituido en su mayor parte por aluviones procedentes del monte Ajache Grande, como es fácil advertir por las profundas barranqueras que lo surcan, muchos de esos vestigios presuntamente aborígenes pueden haber quedado soterrados.
De todos modos, la última palabra en la cuestión la tendrá, naturalmente, la ciencia arqueológica, cuya intervención esperamos que no se haga esperar demasiado, como en cierto modo está ya ocurriendo con el yacimiento de Las Casillas, situado a unos 4 Km al O del que aquí se comenta, que descubrí hace unos meses como decía al principio de este escrito.