[Publicado en el diario EL DÍA de Tenerife el 10-VIII-1986]
El conocimiento que se posee de nuestros ancestros lanzaroteños los ‘majos’ no es, desgraciadamente, todo lo amplio y pormenorizado que sería de desear. Las fuentes etnohistóricas son relativamente parcas en tan interesante faceta de nuestro pasado isleño y, por si ello fuera poco, los escasos datos que los antiguos cronistas nos han legado sobre el particular son frecuentemente confusos e incluso contradictorios.
No obstante, en lo referente a sus moradas se sabe lo suficiente como para que podamos hacernos una idea bastante aproximada de cuál era la situación en que se encontraban. Por eso me ha sorprendido observar de algunos años a esta parte el deplorable equívoco que se ha generado con las famosas ‘casas hondas’ de los primitivos titerogaqueños o habitantes prehispánicos de Lanzarote al surgir de un determinado sector de la literatura local en los últimos tiempos la especie, infundada a todas luces, de que tales viviendas correspondían a esos pequeños tubos volcánicos que tanto abundan en el Malpaís de la Corona, especie que, como suele ocurrir, lamentablemente, en estos casos, ha cundido como artículo de fe entre los estudiosos de la prehistoria canaria hasta el punto de verse plasmada en tratados y trabajos modernos de investigación oficiales con una reiteración y fijeza dignas de mejor causa.
La auténtica y genuina ‘casa honda’, nombre tradicional que aún se conserva en la toponimia de esta isla en diferentes lugares –¡aunque no, precisamente, en la zona del Malpaís de la Corona, donde es totalmente desconocida!–, era en realidad, de acuerdo a las observaciones del escritor canario J. A. Álvarez Rijo y muy especialmente del profesor francés René Verneau, quien llegó a ver algunas, casi completas todavía, a finales del siglo pasado, una vivienda enteramente artificial, de una tipología muy particular, cuya característica más distintiva consistía en tener el piso excavado en la tierra de forma tal que la mitad o más de la habitación quedaba por debajo del nivel del terreno exterior, sobresaliendo sólo una parte relativamente corta de las paredes luego de revestir interiormente el hoyo que se había excavado previamente, de donde la escasa altura exterior de estas curiosas viviendas. Su planta era rotunda y de extensión más bien reducida. Las puertas ofrecían justo la suficiente amplitud para permitir el paso de una persona, y para facilitar el acceso a su interior se construía una pequeña escalera de piedras hasta el piso. Los techos solían ser abovedados cuando las habitaciones eran pequeñas, lográndose su ejecución por aproximación de las sucesivas hiladas de la pared hasta converger en lo alto en el centro o vértice superior, o bien disponiendo grandes lajas en forma de cúpula sobre la pared, pero también se armaban a base de troncos y ramas de arbustos, siendo en todos los casos recubiertos finalmente con ripios y tierra amasada con paja, especialmente la clase de tierra que en la isla recibe el nombre de ‘tegue’, una especie de polvo fino que luego de ser mezclado con agua adquiere bastante dureza al fraguar, poseyendo aceptables propiedades impermeabilizantes.
En un lugar llamado precisamente por antonomasia, como otros varios de la isla, Casa Honda, situado entre las montañas de Tahíche y Téjida (mal llamada en los mapas de Saga), pueden verse todavía los restos de algunas de estas viviendas derruidas, cuyas paredes alcanzaban, hasta no hace muchos años más de un metro de altura, según me han asegurado personas que me merecen absoluta credibilidad, notándose incluso, entonces, bastante pronunciada, de acuerdo a estos mismos informantes, la concavidad que tuvo su piso. Deben tratarse, con toda probabilidad, de las viviendas aborígenes que describe el antropólogo francés ya citado Sr. Verneau en su obra Cinco años de estancia en las Islas Canarias, de las cuales nos dice entre otras cosas: “Están medio enterradas en el suelo. El montón de piedras apenas representa la mitad de la vivienda. El resto fue excavado en la tierra (el subrayado es mío) y rodeado de un muro de piedra seca que protegía de los derrumbamientos. (Cito por la edición en lengua española de 1981).
Luego de describir a continuación edificaciones de características similares de Fuerteventura, añade el profesor galo. “He visto en Lanzarote numerosas viviendas de este género, a las que se da el nombre de casas hondas”
Este tipo de casa artificial semisubterránea debió ser introducido desde el vecino continente africano, punto de procedencia, como se sabe, de los habitantes prehispánicos de nuestro archipiélago, y no surgido en Lanzarote, pues existen noticias fehacientes de que también se utilizó en algunas de las otras islas, como es el caso ya mencionado de Fuerteventura, y también en Gran Canaria, en las que además se ha encontrado evidencia arqueológica de su existencia.
Con estas aclaraciones espero haber contribuido a subsanar para siempre el pertinaz error de llamar ‘casas hondas’ a los pequeños tubos volcánicos que los titerogaqueños usaron como habitáculos, de los cuales intuyo, dada la naturaleza extremadamente fragosa del terreno en que se encuentran, que más bien serían utilizados como refugios temporales contra las razzias piráticas europeas.